El presidente Jair Bolsonaro y la ministra de la mujer, Damares Alves, son los principales obstáculos a los que se enfrentará el feminismo brasileño en los próximos años. Actualmente hay en marcha una reforma de la Constitución que pretende, entre otras cosas, blindar la prohibición del aborto.

Con un presidente condenado a indemnizar a una diputada por decirle que no la violaría “porque no se lo merece” y con una ministra de la Mujer, la Familia y los Derechos Humanos que declara que a las feministas no les gustan los hombres “porque son feas” y “porque ninguno se ha querido casar con ellas”, es nítida la cuesta arriba que el movimiento feminista va a tener que afrontar en Brasil durante los próximos cuatro años.

Jair Bolsonaro y Damares Alves son las dos figuras políticas que resumen el 8 de marzo brasileño, día en el que el feminismo tropieza contra la ultraderecha y el evangelismo. La diputada Maria do Rosário (Partido de los Trabajadores) donará los 10.000 reales (2.325€) que le debe Bolsonaro: “Distribuiré cada céntimo entre entidades que protegen a mujeres víctimas de violencia”.

Los ataques de Bolsonaro comenzaron en 2003 y se repitieron en 2014. También la llamó puta en dos ocasiones y la empujó. La defensa de Jair Bolsonaro se ha basado durante todo este tiempo en su inmunidad parlamentaria como diputado. Tras ser investido presidente, eso sí, se libra temporalmente de ser procesado también por los delitos de injurias e incitación a la violación.

Damares Alves, la ministra de la Mujer, Familia y Derechos Humanos, es al mismo tiempo pastora evangélica. En uno de sus cultos fue donde lanzó la famosa frase sobre las feministas “feas”. Antes, Alves ya se había hecho conocida por todo el mundo entero por el rocambolesco vídeo en el que celebraba su toma de posesión como ministra anunciando “una nueva era en Brasil” en la cual “los niños van de azul y las niñas van de rosa”.

El caso de la ministra y religiosa es paradigmático porque el hilo conductor de su pasado es la crueldad. Fue violada varias veces entre los seis y los ocho años por dos pastores evangélicos. Sus padres lo sabían. Quiso suicidarse ingiriendo veneno subida al árbol donde se escondía de niña, pero, según sus palabras, se le apareció Jesús, su amigo imaginario, “con barba y ropa blanca”.

“La ministra tiene una perspectiva religiosa que hace que se vea a la mujer como una persona sumisa”, comenta Adriana Gomes, porta-bandeira de la escuela de samba Mancha Verde, a eldiario.es. La escuela triunfó en el carnaval de São Paulo con un desfile dedicado a Aqualtune, princesa y guerrera africana. “Ven a la mujer como una persona que tiene que realizar los deseos del hombre, que tiene que tener al hombre como una figura superior a ella siempre”, añade.

Con la legislación en contra

El nuevo paquete de propuestas contra el crimen del ministro de Justicia y Seguridad Pública, Sérgio Moro, incluye un punto que ha hecho temblar a varios colectivos, uno de ellos el de mujeres. El texto sugiere que los jueces tengan en cuenta a la hora de juzgar los delitos que en casos de “violenta emoción” una persona puede tener una reacción desproporcionada.

En un país con más de cuatro mil asesinatos de mujeres cada año y con los datos que recoge el ‘Atlas de la violencia’ publicado por el Instituto de Pesquisa Econômica Aplicada y el Fórum Brasileiro de Segurança Pública, el planteamiento de Moro ha sido recibido como una auténtica irresponsabilidad.

Por otra parte, otra de las proclamas más perseguidas por el feminismo, la de la despenalización del aborto, cada vez está más lejana. El Senado Federal acaba de retomar la Propuesta de Enmienda a la Constitución que se aprovecha de una rendija para añadir al capítulo 5 de la Constitución Federal la coletilla “desde la concepción” para blindar el veto al aborto. Si se aprueba, el texto garantiza la inviolabilidad del derecho a la vida “desde la concepción”, la libertad, la igualdad, la seguridad y la propiedad.

El objetivo de la bancada evangélica del Congreso Nacional, que domina muchas de las votaciones parlamentarias, es caminar rumbo a la prohibición total del aborto, incluso en las tres excepciones permitidas actualmente por la legislación: violación, riesgos para la madre –ambos incluidos en el Código Penal– y anencefalia del feto –aprobado por el Tribunal Supremo en 2012–.

El feminismo negro, fundamental en el Brasil actual

Es imposible analizar el feminismo en Brasil sin tener en cuenta el feminismo negro. “Ser mujer negra en Brasil es convivir con el racismo cotidianamente”, señala a eldiario.es Solange Rocha, de Bamidelê, una organización de mujeres negras de Paraíba. “La mayoría de las mujeres negras están en la base de la pirámide social como cabezas de familia y con empleos precarios sin contrato que generan una renta baja”.

En 2016, tras el polémico proceso de impeachment contra la presidenta Dilma Rousseff (Partido de los Trabajadores), las organizaciones de mujeres negras comenzaron a tener serias dificultades económicas para ir sacando adelante sus proyectos. “Se han creado estrategias en base a la formación de redes y a la autogestión”, cuenta Rocha. Esas redes, en el caso de Bamidelê, giran en torno al feminismo negro en tres niveles: estado de Paraíba, región Nordeste y esfera nacional.

Por si la realidad social de las mujeres negras no fuera suficiente, sobre sus familias se cierne la mayor parte de la violencia urbana del país. “El genocidio de la población negra golpea frontalmente a las mujeres”, explica la dirigente de Bamidelê, “pues sus hijos, sus hijas o compañeros son victimizados por la violencia del racismo institucional practicado por los agentes de la seguridad pública”.

Ante semejante coyuntura, los cuatro próximos años pondrán a prueba la resistencia del movimiento feminista en Brasil, en todas sus vertientes. Las movilizaciones del ‘Ele não’ [Él no] contra el nuevo presidente levantaron la esperanza en septiembre, pero el futuro no será sencillo. Además de escapar del radio de acción de la ministra Alves y de encarar todos los obstáculos propuestos por Bolsonaro, el feminismo tendrá que cohabitar con los 25 millones de mujeres que dijeron ‘Ele sim’ en las pasadas elecciones.

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