La política brasileña nunca ha presenciado un verdadero frente a frente entre Jair Bolsonaro y Lula da Silva. El expresidente y líder del PT está dispuesto a recorrer el país organizando una oposición fuerte: “No podemos permitir que los milicianos acaben con este país que hemos construido”, dice.
La energía con la que el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva ha abandonado la celda en la que quedó recluido el 7 de abril de 2018 está a la altura de su currículum. El cóctel de mensajes en sus primeras palabras, repartiendo amor y esperanza, pero mirando directamente a los ojos de la Fiscalía y del exjuez federal Sérgio Moro, augura temporada de lucha para uno de los más veteranos símbolos de la izquierda latinoamericana.
La política brasileña ha visto ya muchas cosas, pero nunca ha presenciado un verdadero cuerpo a cuerpo entre Jair Bolsonaro y Lula da Silva. Ni siquiera entre Bolsonaro y el Partido de los Trabajadores. Lula ya estaba preso cuando arrancó la precampaña electoral de 2018, y en los primeros debates entre candidatos no permitieron que acudiera en su nombre Fernando Haddad –que luego le sustituiría–. Cuando el reemplazo se confirmó, Bolsonaro había sido apuñalado, y se negó a participar en los últimos debates –las encuestas le daban ventaja por aquel entonces–, en los que sí estaba presente el nuevo candidato del PT. El desafío, por lo tanto, arranca ahora, y Lula está dispuesto a propagarlo por cada rincón del país, rumbo a las elecciones municipales de 2020, como punto de partida. La izquierda brasileña, incapaz de responder ante el ímpetu de Bolsonaro, le necesita.
En el último discurso antes de entregarse a la Policía Federal, hace 580 días, Lula levantó los brazos victoriosos y optimistas de dos jóvenes valores de la izquierda brasileña, Manuela D´Ávila (Partido Comunista do Brasil) y Guilherme Boulos (Partido Socialismo y Libertad, PSOL). Ayer salió de prisión y lanzó los primeros mensajes rodeado de la plana mayor de su agrupación, el Partido de los Trabajadores. Le custodiaban, entre otros, el mencionado Fernando Haddad –candidato presidencial, exministro de educación y exalcalde de São Paulo–, Gleisi Hoffmann –diputada federal y presidenta del PT–, Wadih Damous –exdiputado y miembro del equipo de defensa del expresidente–, y su actual pareja, la socióloga Rosângela da Silva.
Apoyando y recibiendo a Lula también estaban, como siempre han estado, buena parte de los sindicatos y los principales movimientos sociales. Uno de los primeros agradecimientos, haciendo un guiño a estos fieles escuderos, fue para el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) y para el sindicato CUT (Central Única de los Trabajadores). Se entregó el expresidente al cariño que le ha otorgado durante todo este tiempo la vigilia que le esperaba en un campamento, bajo su ventana, marcándole puntualmente las horas de luz con un buenos días, un buenas tardes y un buenas noches. «Me habéis hecho más valiente», les aseguró, emocionado.
Salida desde el kilómetro cero: el sector metalúrgico
Insistió Lula, nada más sujetar el micrófono tras su liberación, en un mensaje que dejó también hace un año y siete meses: «No detuvieron a un hombre, intentaron matar una idea. Y una idea no se puede matar». Ahora, la idea, casi con la misma potencia que antaño, necesita volver al kilómetro cero. Y hasta ese punto se ha dirigido Lula da Silva en su primer amanecer tras abandonar Curitiba. El origen político de su personaje se sitúa en el Sindicato de Metalúrgicos del ABC paulista (área industrial de la región metropolitana de São Paulo), en São Bernardo do Campo. Las asambleas y las huelgas en la época de la dictadura militar fueron su cuna, su escuela y su familia. «Con vosotros aprendí a luchar por un país mejor», escribía a sus excompañeros, desde la celda, el pasado mes de julio, con motivo del noveno congreso del sindicato.
En la misma misiva les animaba a seguir haciendo frente a las nuevas medidas del Ejecutivo de Bolsonaro: «Es realmente delictivo lo que están haciendo con nuestro país, entregando nuestras riquezas, atacando nuestros derechos y las conquistas históricas de los trabajadores». Fue desde ese trampolín, como secretario general de la organización sindical, desde el que Lula saltó al Partido de los Trabajadores, y de allí a la primera línea política, ganando fama a nivel nacional a base de perder y perder elecciones. Hasta que se colgó la franja de presidente en 2003. Por eso Lula pasó su última noche en libertad allí, en la sede del sindicato, y por eso desde allí, desde el origen, comenzará a combatir a Bolsonaro. Los ojos de todos los brasileños, defensores y detractores, se han clavado este sábado en São Bernardo do Campo.
En su primer pronunciamiento a la nación, el expresidente se ha reafirmado en su idea de reconstruir el país, con valentía: «El único miedo que tengo es el de mentir al pueblo trabajador». Eran esperadas sus referencias a Bolsonaro: «Fue electo democráticamente, aceptamos el resultado, tiene mandato para cuatro años, pero fue elegido para gobernar para el pueblo brasileño, y no para los milicianos [paramilitares] de Río. No podemos permitir que los milicianos acaben con este país que hemos construido».
Los detractores, al mismo tiempo que siguen las primeras horas en libertad de Lula, no se han quedado de brazos cruzados. Han reaccionado desde las calles y también desde los escaños de la Cámara de Diputados y del Senado. Hay concentraciones también convocadas para este sábado en repulsa del veredicto del Tribunal Supremo, anulando la ejecución de penas en condenas en segunda instancia. En el Congreso, aprovechando que el presidente del Supremo recordó que los parlamentarios podrían redefinir el texto constitucional que rige cuándo han de cumplirse las penas, ya se están articulando iniciativas para tramitar propuestas de enmienda a la Constitución. Se trata de un largo camino, pero desde este lunes los movimientos en ambas Cámaras se agudizarán.
Lula da Silva, por su parte, tendrá que afrontar dentro de unas semanas otro juicio en otro de los procesos judiciales en los que está imputado: el de la finca de Atibaia –un supuesto soborno en forma de remodelación de un espacio que el expresidente frecuentaba, propiedad de unos amigos–. Ya ha sido condenado en primera instancia, pero su defensa alega que el proceso está igual de viciado y contaminado por la parcialidad del exjuez Sérgio Moro y la Fiscalía que el caso del apartamento de Guarujá –Moro nunca consiguió probar que fuera propiedad de Lula, pero le condenó por corrupción pasiva y lavado de dinero–.
Los abogados de Lula necesitan la inocencia de su cliente, la absolución, o la anulación de los procesos, para que el exmandatario pueda volver a presentarse como candidato a un cargo público, en base a la Ley de la Ficha Limpia –que impide, en condiciones normales, presentar la candidatura a un acusado condenado ya en segunda instancia.
Fuente: eltambor.es