Una mirada de tranquilo desprecio de un policía y una banda de neonazis; un pasado tenebroso y el eterno huevo de la serpiente que anida hoy en las fórmulas del ajuste sinfín. Yanis Varoufakis, desde Grecia, nos acerca una postal que puede ser la de cualquier lugar.
El 7 de octubre fue un buen día para los demócratas. La Corte de Apelaciones griega confirmó las sentencias de prisión que recibieron en primera instancia los líderes de Aurora Dorada [1], el único partido abiertamente nazi que ganó escaños en algún parlamento desde la década del 40. Fueron acusados de asesinato, lesiones graves y de dirigir una organización criminal [2]. Ese día, afuera del tribunal, una multitud de 20 mil atenienses celebraba el fallo.
Nuestra celebración duró cuarenta segundos, antes de que la policía nos dispersara con gases lacrimógenos. Casi asfixiados, mi esposa y yo intentamos unirnos a cientos de otros manifestantes que luchaban por escapar por una estrecha calle hacia la seguridad del Monte Licabeto. Pero allí estaban desplegados una decena de efectivos policiales, que también dispararon contra la multitud desesperada. Le pedí al oficial a cargo que cesaran. – No tiene sentido lanzar gases a gente que se está yendo a la casa -, le dije con calma. Me insultó. Cuando le mostré mi credencial de parlamentario, su respuesta me sorprendió: – Otro motivo más para mandarlo a la mierda -, me contestó.
El encarcelamiento de los líderes nazi griegos es una victoria decisiva contra la reaparición del extremismo de derecha en Europa. Sin embargo, mientras eran enviados a prisión, sus ideas y su odio a la democracia parlamentaria vestían uniforme policial y sembraban el terror en las calles.
Una semana más tarde, un funcionario de asuntos internos me entrevistó como parte de una investigación generada por mi testimonio. No pude reconocer el rostro del policía antidisturbios, porque durante los incidentes era incapaz de respirar ni ver adecuadamente. Sin embargo, algo reconocí: la mirada de tranquilo desprecio en los ojos del policía, que me recordó la mirada de Kapnias, quien alguna vez fuera un interrogador formado por la Gestapo.
A Kapnias lo conocí en 1991. Mi primer recuerdo de él es parado junto a sus cabras, en la granja del Peloponeso del Sur que compartía con su esposa, Yiayia Georgia, a quien visitaba por motivos de familia y cuya vida merece ser narrada por un dramaturgo con talento. Si bien la reputación de Kapnias lo precedía, no estaba preparado para la silenciosa ferocidad de la bienvenida de esa noche.
Tras instalarme en el dormitorio que Georgia me había preparado con adoración y comido pan con ellos, me excusé y conduje hasta un pueblo de las cercanías para reunirme con amigos locales. Cuando regresé, bien pasada la medianoche, pude escuchar los ronquidos de Kapnias y los maullidos de algunos gatos en celo. Agotado, me fui a la cama. Bajo la almohada habían puesto dos libros.
Uno se titulaba Memorias de un Primer Ministro, escrito por el último primer ministro de la dictadura de mi juventud, un títere nombrado por el brigadier que llevó a la junta neofascista hacia territorio neonazi tras la masacre de estudiantes del 17 de noviembre de 1973 [3]. El segundo era una pequeña y desgastada edición encuadernada de Mein Kampf, publicada en Alemania en 1934. Supuse que era material de lectura nocturna para el visitante izquierdista, cortesía de un campesino semianalfabeto que trataba de marcar territorio.
En su adolescencia, Kapnias fue un siervo “intocable” que trabajaba la tierra para el padre de Georgia, una especie de noble del pueblo montañoso donde nació y que actuaba como enlace entre la inteligencia británica y los partisanos de la izquierda local. Lo hacía saboteando al unísono a una brigada cercana de la Wehrmacht y a varios pelotones de soldados italianos. Georgia, la belleza local, se enamoró y se casó en secreto con uno de los partisanos. Con una intensa guerra como trasfondo, la feliz y desafiante pareja dio a luz a dos niños.
Mientras tanto, Kapnias, el siervo adolescente, se puso del otro lado: se unió a una unidad paramilitar organizada por la Gestapo local y fue enviado a Creta para aprender las oscuras artes de los interrogatorios y la contrainsurgencia. Su instructor Hans le regaló la copia encuadernada de Mein Kampf [4].
A medida que los alemanes se retiraban, Grecia se hundió en una guerra civil de pesadilla. Los aliados se volvieron enemigos, hermanos contra hermanos, hijas contra padres [5]. El marido partisano de Georgia se encontró luchando contra el ejército nacional apoyado por los británicos y del cual el padre de ella, por lealtad a los británicos, era ahora el representante local. Al cabo de dos años, el marido de Georgia había sido muerto por las tropas de su padre. Para completar la tragedia, los camaradas de su esposo mataron al padre de Georgia.
Enviudada por los nacionalistas de su padre y huérfana por los partisanos de su marido, Georgia se quedó sin sustento y con dos niños pequeños.
Tras haber pasado del grupo paramilitar organizado por la Gestapo a la gendarmería local, Kapnias estaba ahora en posición de vengarse de la clase superior de su pequeño y casi feudal universo. Le hizo una propuesta a Georgia: – Te casas conmigo y evitaré que los de mi calaña asolen la tierra de ustedes y su semilla comunista -. Georgia aceptó creyendo que no tenía otra alternativa. Nunca encontró descanso sino hasta su muerte en 2012.
Cuando conocí a Kapnias en 1991, suponía que figuras como la suya eran reliquias que irían muriendo poco a poco. Estaba equivocado. Una sensación de derrota permanente, desesperanza y humillación generalizada creó un ambiente en que ha vuelto a despertar el ADN latente del nazismo. Después de que Grecia se sumergiera en una total falta de dignidad tras la bancarrota del estado en 2010, una nueva generación de nazis, con la mirada de Kapnias en los ojos, ocupó sus escaños en el parlamento.
Hoy la mayoría de ellos está en prisión por sus terribles crímenes. Pero esa mirada sigue en los ojos de demasiadas personas, no todas vistiendo uniforme.
* Yanis Varoufakis es uno de los economistas griegos más influyentes, además de profesor universitario, político y autor de varios libros. Lidera el partido MeRA25 con el que se presentó a elecciones. Se incorporó al mundo de la política con Syriza y fue ministro de Finanzas en 2015. Solo estuvo unos meses en el cargo durante los cuales enfrentó la renegociación de la deuda externa del país, hasta que renunció por diferencias con el gobierno, que preparaba un ajuste feroz.
(Traducido por David Meléndez Tormen y publicado originalmente por Syndicate Project).
Notas
[1] Aurora Dorada se convirtió en 2015 en la tercera fuerza política de Grecia. La Justicia enterró, al menos en forma transitoria, su amenaza para la democracia, la sociedad civil y los inmigrantes. La formación ultranacionalista y neonazi logró en 2012 capitalizar los estragos de la crisis económica irrumpiendo en el Parlamento con 18 diputados.
[2] El juicio comenzó tras el asesinato por uno de los militantes de Aurora Dorada del rapero antifascista Pavlos Fyssas en septiembre de 2013. El Tribunal de Apelaciones de Atenas consideró demostrado que el líder de la formación y de su grupo parlamentario, Nikos Mijaloliakos, otros cinco exdiputados y un antiguo eurodiputado, todos integrantes de la plana mayor del partido, dirigían una “organización criminal jerarquizada y parahitleriana”. El autor material del crimen, Yorgos Rupakiás, se enfrenta a una posible cadena perpetua.
[3] El 17 de noviembre del ‘73, policías y militares irrumpieron en la Universidad Politécnica de Atenas ocupada por miles de estudiantes y abrieron fuego hasta el día siguiente, dejando decenas de muertos y cerca de mil heridos. La revuelta de los estudiantes fue el principio del fin de los siete años de opresión de la dictadura que se inició el 21 de abril del ‘67, cuando un grupo de oficiales, liderados por el coronel Georgios Papadopoulos, dio un golpe de estado contra “la subversión comunista”, depuso al impopular Constantino e inició la Dictadura de los coroneles.
[4] El relato integra el libro Austeridad, de Yanis Varoufakis. El texto plantea cómo elegimos entre lo que es justo y lo que exigen los deudores en el marco de los problemas de la deuda, y traza los absurdos y peligros que sustentan los llamados a la austeridad.
[5] El autor se refiere de la Guerra Civil Griega (1946-1949) – considerada el primer conflicto de la Guerra Fría -, que enfrentó a la izquierda con conservadoras y monárquicos, respaldadas estos últimos primero por Gran Bretaña y luego por Estados Unidos.