Los neofascistas de Vox obtuvieron doce escaños en las últimas elecciones autonómicas de Andalucía. Proponen expulsar a los inmigrantes ilegales, impedir abortos en los hospitales, anular el matrimonio igualitario y todo el arsenal retrógrado típico de la ultraderecha.

La extrema derecha entró en la política institucional española. Así, el neofascismo agrega un nuevo poroto a lo ya cosechado en los últimos años en Austria, Alemania, Hungría, Polonia, Dinamarca, Francia, Italia y, ahora, España, a través de su comunidad autónoma más grande, Andalucía.

Esta nueva victoria, para llamarla de alguna manera, se debe a los doce diputados conseguidos en las últimas elecciones autonómicas andaluzas por la formación denominada Vox, un partido que proclama, entre otras cosas, la expulsión de los inmigrantes ilegales, la anulación de la ley del matrimonio homosexual, la eliminación de las comunidades autónomas (es decir, nada de federalismo), borrar la ley del aborto de los hospitales, quitar el concepto de violencia de género por el de violencia “en ambos sexos”, cancelar la ley de memoria histórica, y así un largo etcétera típico del conservadurismo hiperventilado.

Abascal, líder de la agrupación Vox.

La noche de la “victoria” (entre comillas, porque no ganaron las elecciones pero sí se convirtieron de la noche a la mañana en claves para la formación del futuro gobierno andaluz y, por ende, de las elecciones generales del año que viene en todo el país), el líder del partido Santiago Abascal recibió una felicitación por teléfono y Twitter de su par francés Marie Le Pen, demostrándole al mundo virtual y real que los populismos de extrema derecha en Europa no están, como sus homólogos socialdemócratas y liberales, fragmentados, sino más bien todo lo contrario.

Desde las izquierdas se asimiló todo en caliente, es decir, mal. Las críticas de un lado y el otro ocuparon el espacio mediático y la auto-crítica, siempre más formal que real, se reprodujo en los distintos círculos podemitas y del PSOE. En el primero, las críticas se concentraron en la excesiva “partidización” del movimiento, que acusan se ha olvidado de las bases y de los movimientos sociales que eran, presumiblemente, su sustento original. En pocas palabras: mucho electoralismo y poca construcción popular en la calle. En el partido de Pedro Sánchez, por el contrario, la cosa estuvo en la alianza que mantiene el gobierno central (del PSOE) con los independentistas catalanes, que resultó ser, para los socialistas andaluces y su presidenta Susana Díaz, pianta votos.

Fuera del ambiente militante, la academia se dividió en sus interpretaciones del “fenómeno”, generalmente contextualizándolo con el resto de países del continente. Entre las tres posiciones más comunes, se enunciaron: 1- la globalización y la UE, que parece no contenta a todos (Andalucía como “el campo” de Europa, desigual reparto de los fondos europeos, política de inmigración-refugiados, supremacía franco-germánica, inflación vía Euro, pérdida de soberanía política y económica frente al BCE); 2- la irrupción de nuevos sujetos políticos en el panorama (Feminismo, movimientos independentistas, partidos municipalistas) que promueven, al contrario de sus antecesores, feminización genuina, democracia deliberativa, referéndums, presupuestos participativos, autonomismo…; y 3- el Precariado, es decir, el mercado laboral de los Ni-Nis (ni estudio ni trabajo) y millenialls que, como dijo el diario español El País hace unos días, tienen una media de 4 contratos laborales (precarios) por año.

La extrema derecha festeja en Andalucía.

Resumiendo: Soberanía, nuevos sujetos políticos y precariedad.

Frente a estas tres cuestiones, parece ser según los especialistas, la izquierda se perdió en los laureles. La derecha, en su versión menos pudorosa y desvergonzada, en cambio, supo canalizarlo, y lo llevó para sus caudales, como era de esperar. Frente al sentimiento de falta de autonomía estatal en las decisiones y sumisión a la dupla germánica Merkel-Juncker, Nacionalismo y cierre de fronteras. Contra las nuevas subjetividades 2.0, Cristofascismo y “salvemos las dos vidas”. Ante la precariedad, el cuco del Comunismo y Venezuela.

¿Y ahora?

Muchos de estos politólogos dicen que ya es tarde para llorar, y proponen asumir de una vez por todas que el mapa político y social ha cambiado. Ya no son dos los movimientos que polarizan en los estados europeos, sino cuatro. El liberalismo y la socialdemocracia nacidos durante la Guerra Fría tienen, ahora, dos nuevos competidores, y vienen pisando fuerte. La clase política que no entienda que el Feminismo, por un lado, y el populismo fascistoide, por el otro, son ya realidades palpables, no logrará gobernar en mayoría ni institucional ni socialmente, afirman.

Queda por ver, sin embargo, cómo estos cuatro jugadores lograrán articular las difíciles tensiones y conflictos que a día de hoy, parece ser, no acaban de resolverse, ni en la praxis ni en la teoría.

Abascal con Marie Le Pen, que lo bendijo desde Francia.

Por poner sólo algunos ejemplos: ¿Cómo resolver la cuestión del soberanismo en economías y sociedades ya globalizadas sin caer en nacionalismos xenófobos ni en tibios pactos de concordia que no cambian nada (y convencen cada vez menos)? ¿Hasta dónde puede arribar la democracia deliberativa en un mundo político cada vez más tecnificado y complejo? ¿Quiénes –o qué- representan a ese 40% de población europea que no vota (amplia mayoría jóvenes menores de 35)? ¿Cómo se implementan esos modelos económicos normativos de “industria nacional”, eco-feminismo o el I+D+i en países donde los servicios, el turismo y la financiarización ocupan el 80% del PIB?

Como se puede ver, las dificultades emergen cuando a las ideas se las confronta con el contexto, no siempre pasible ni amigable. No es casual que muchos interpreten estos virajes del viejo continente como una crisis de su lugar en el (nuevo) mundo, donde la UE parece no estar a la altura de lo que se esperaba. Ni la vuelta al trueque, como propugnan algunos, ni las fábricas de autos como prometen otros.

Volviendo a Andalucía, para finalizar; en pleno revuelo republicano, una vez un pensador y político sevillano, Blas Infante, dijo allá por los años 30: “Cuando necesitábamos parteras, aparecieron modistas.”  Quizás es eso. El siglo XXI ya está aquí, pero el XX aún no ha desaparecido.