Aun intelectuales rusos pro-occidentales, que cuestionaron y se horrorizaron por la guerra en Ucrania, están cambiando su postura, entendiendo que la batalla geopolítica planteada por EEUU pone en riesgo la sobrevivencia de Rusia como estado y como civilización.
Puede que un artículo de Dmitri Trenin, titulado “Cómo debe reinventarse Rusia para vencer en la ‘guerra híbrida’ de Occidente: La propia existencia de Rusia está amenazada”, sea uno de los más relevantes publicados en Rusia en los últimos tiempos, en parte por lo que dice y en parte por quién lo dice.
El doctor Trenin, director del Centro Carnegie de Moscú hasta que el gobierno ruso lo clausuró el pasado abril, fue durante muchos años una de las más importantes voces rusas pragmáticas que apoyaban la cooperación con Occidente y la “occidentalización” de Rusia. Era una de las pocas figuras rusas que aún conservaban algunas de las esperanzas de Gorbachov de una “casa común europea”.
La importancia del artículo de Trenin radica en la evidencia que ofrece de la consolidación de las élites intelectuales rusas en su apoyo al esfuerzo bélico en Ucrania. En muchos casos no se produce por el deseo de conquistar Ucrania (muchas de las figuras que se unen a este nuevo consenso se oponían firmemente a la invasión y aborrecen a Putin), sino por un sentimiento cada vez más fuerte de que los Estados Unidos están tratando de utilizar la guerra en Ucrania para paralizar o incluso destruir el Estado ruso, y que es hoy deber de todo ciudadano ruso patriota apoyar al gobierno ruso.
Escribe Trenin:
“Los Estados Unidos y sus aliados se han fijado objetivos mucho más radicales que las estrategias relativamente conservadoras de contención y disuasión empleadas con la Unión Soviética. De hecho, se esfuerzan por excluir a Rusia de la política mundial como factor independiente y por destruir completamente la economía rusa. El éxito de esta estrategia permitiría a un Occidente liderado por los Estados Unidos resolver finalmente la “cuestión rusa” y crear perspectivas favorables a la victoria en la confrontación con China. Tal actitud por parte del adversario no implica espacio para ningún diálogo serio, ya que prácticamente no hay perspectivas de compromiso alguno, primordialmente entre los Estados Unidos y Rusia, que se base en un equilibrio de intereses. La nueva dinámica de las relaciones ruso-occidentales implica una dramática ruptura de todos los lazos y un aumento de la presión occidental sobre Rusia (el Estado, la sociedad, la economía, la ciencia y la tecnología, la cultura, etc.) en todos los frentes”.
Y continúa:
“Es la propia Rusia la que debe estar en el centro de la estrategia de política exterior de Moscú durante este periodo de confrontación con Occidente y de acercamiento a los estados no occidentales. El país tendrá que valerse cada vez más por sí mismo… “Restablecer” la Federación Rusa sobre una base políticamente más sostenible, económicamente eficiente, socialmente justa y moralmente sólida se hace urgentemente necesario. Tenemos que entender que la derrota estratégica que Occidente, con los Estados Unidos a la cabeza, está preparando para Rusia no traerá la paz ni el posterior restablecimiento de las relaciones. Es muy probable que el escenario de la “guerra híbrida” simplemente se desplace desde Ucrania hacia el este, hacia las fronteras de Rusia, y que su existencia en su forma actual se vea contestada… En el ámbito de la política exterior, el objetivo más apremiante es claramente el fortalecimiento de la independencia de Rusia como civilización… Para lograr este objetivo en las condiciones actuales -que son más complejas y difíciles que hasta hace poco- es necesaria una estrategia integrada eficaz: política general, militar, económica, tecnológica, informativa, etc. La tarea inmediata y más importante de esta estrategia es lograr el éxito estratégico en Ucrania dentro de los parámetros que se han establecido y explicado a la opinión pública”.
Se trata de un llamamiento a las reformas, que incluya medidas anticorrupción; pero forma explícitamente parte de una estrategia de fortalecimiento de Rusia y de la sociedad rusa para resistir a Occidente y tener éxito en los limitados objetivos estratégicos rusos en Ucrania. Resulta especialmente llamativo la apelación de Trenin a fortalecer a Rusia como “civilización” independiente, una idea que nunca habría apoyado en años anteriores.
De la adulación al miedo
Sería fácil descartar el cambio de Trenin (ahora miembro del Consejo de Política Exterior y de Defensa de Rusia) como una simple cuestión de ceder a la presión del régimen. Sin embargo, esto sería ignorar que sólo representa, de forma más brusca y radical, un cambio en la intelectualidad centrista rusa que se ha ido gestando gradualmente durante muchos años.
Durante algún tiempo, desde la caída de la Unión Soviética hasta mediados de la década de 1990, la actitud de la mayor parte de la intelectualidad rusa hacia Occidente fue de ciega adulación, y el cambio de ésta atravesó toda una serie de etapas. El cambio comenzó con la decisión de ampliar la OTAN, algo que en general se consideraba una traición en Rusia. El temor a la expansión de la OTAN aumentó con el ataque de la OTAN a Serbia durante la guerra de Kosovo. La invasión de Irak en 2003 se consideró una prueba de que los Estados Unidos querían imponer a otros unas normas que no tenía intención de cumplir.
Un punto de inflexión clave fue el que se produjo con la oferta de futura adhesión a la OTAN a Ucrania y Georgia en 2008, seguida del ataque de Georgia a posiciones rusas en Osetia del Sur, y la tergiversación por parte de Occidente de este hecho como un ataque ruso a Georgia. El apoyo de Occidente a la revolución ucraniana de 2014, generalmente considerada en Rusia como un golpe nacionalista contra un presidente elegido, acabó por condenar un verdadero acercamiento entre los intelectuales centristas rusos y sus homólogos occidentales.
Sin embargo, las esperanzas rusas de alcanzar algún tipo de compromiso limitado con los Estados Unidos o con Europa persistieron durante muchos años. Realistas hasta la médula, a los miembros de la clase dirigente rusa les resultaba difícil entender por qué los Estados Unidos, enfrentados a problemas insolubles en Oriente Medio y al ascenso de una poderosa China, no intentaban reducir las tensiones con una Rusia mucho menos peligrosa. Del mismo modo, se mostraban desconcertados por lo que consideraban la incapacidad europea de entender que, teniendo a Rusia como amiga, no se enfrentarían a ninguna amenaza militar en su propio continente.
Tres acontecimientos en particular mantuvieron vivas estas esperanzas. En primer lugar, la intermediación de Francia y Alemania en el acuerdo de paz de “Minsk II” sobre el Donbás de 2015 permitió a los rusos creer en la posibilidad de un acuerdo con París y Berlín sobre Ucrania, aunque esta esperanza se desvaneció, ya que franceses y alemanes no hicieron nada para que Ucrania aplicara realmente el acuerdo. Más tarde, la elección de Donald Trump en 2016 dio esperanzas de una América más amistosa, de una ruptura entre Europa y América, o de ambas cosas. Y finalmente, la priorización de China como amenaza por parte de la administración Biden reavivó las esperanzas de una menor hostilidad de los Estados Unidos hacia Rusia.
Las esperanzas rusas de cooperación con Francia y Alemania podrían revivir si estos gobiernos buscan una paz de compromiso en Ucrania, con o sin los Estados Unidos. Sin embargo, de no ser así, el artículo de Trenin indica que no sólo el círculo íntimo de Putin, sino gran parte de la clase dirigente rusa en general, abordará la guerra en Ucrania con un espíritu de sombría determinación, al menos hasta que exista la posibilidad de un acuerdo de paz que satisfaga las condiciones rusas básicas.
Ahora bien, la determinación de un analista político de Moscú es, por supuesto, una cosa diferente y menos exigente que la determinación que se le exige a un soldado ruso que lucha en Ucrania. Sin embargo, es potencialmente un importante contrapunto a la esperanza que existe en muchas capitales occidentales de un pronto colapso de la voluntad colectiva rusa de luchar, o de un golpe de estado de la élite contra Putin.
Parece haber una creciente creencia en las élites rusas –entre ellas, la de muchos que se horrorizaron por la propia invasión- de que los intereses vitales, y quizás hasta la supervivencia, del Estado ruso están hoy en juego en Ucrania. A diferencia de las masas rusas, a estos personajes bien informados no les ha lavado el cerebro la propaganda de Putin. La mayoría de ellos ven claramente el terrible desbarajuste en el que Rusia se ha metido en Ucrania y el terrible sufrimiento infligido a los ucranianos de a pie. Pero la única forma que parecen ver para salir de ello pasa por algo que al menos pueda presentarse como una victoria.
Fuente: www.sinpermiso.info
Traducción: Lucas Antón.