Hay bastantes coincidencias en que el presidente norteamericano no es alguien de muchas luces, iracundo, caprichoso y afecto a los exabruptos. Sin embargo, allí está, a cargo del país más poderoso del planeta, pese a lo que digan propios y extraños. Detrás de él hay realidades que intranquilizan.Por estos días hace bastante ruido en los Estados Unidos el libro Fire and Fury de Michael Wolff, donde se relata con pelos y señales el caos que domina la Casa Blanca desde que Donald Trump es presidente. Caos que, según los múltiples confidentes del autor, deviene de que Trump es poco menos que un idiota, incapaz de sostener la atención sobre cualquier tema más de unos minutos, ya sea que el informe sea oral o escrito. Asunto que se agrava porque el sujeto se cierra ante cualquier opinión o dato de la realidad que contradiga sus convicciones previas. Y su necedad, para decirlo diplomáticamente, preocupa por igual a tirios y troyanos, es decir demócratas y republicanos, porque no sólo está al frente del país militarmente más poderoso del mundo, sino que su llegada al sillón presidencial cuestiona todo el andamiaje democrático hasta hoy manipulado sin mayores complicaciones.

Ante esto, el sudaca no puede evitar hacerse algunas preguntas, que solo pueden tener respuestas provisorias. Pregunta uno: ¿Es verdaderamente un problema un “Rain Man” en la Casa Blanca? Al fin, y al cabo, Trump no es el primero. Lo anteceden Ronald Reagan y George Bush hijo. El primero podía lucir una gran habilidad, producto de sus años de actor, para decir la frase apropiada y cosechar aplausos; para el resto su cabeza era una ciénaga neblinosa. El segundo, con una vida de inútil para todo servicio, tenía por principal virtud despertar las simpatías de todos los Homeros Simpson de su país, que se veían reflejados en sus ignorancias y sus prejuicios. Con esos dos mascarones de proa el barco corsario norteamericano navegó sin mayores problemas.

Entonces se impone la segunda pregunta, que puede ser dos, más importante que la calidad digamos humana de Donald Trump: ¿Cómo llegó a la Casa Blanca, quienes lo apoyan, y que es lo que refleja esa evidente preocupación?

Como la casualidad nos puso a tiro algunas respuestas, ya dijimos que transitorias, queremos compartirlas. La casualidad hizo que el que firma coincidiera en el festival literario montado por Paco Ignacio Taibo II en Nezahualcóyotl (coyote que ayuna o coyote hambriento), ciudad periférica de la ciudad de México  con Jonathan Rabb, autor de la trilogía best seller compuesta por La conspiración de los herejes, Rosa, Sombras y luces y El segundo hijo.

Rabb señaló, ante el público asistente dos aspectos de la realidad Trump. El primero, que el resultado de esas elecciones había fracturado la estabilidad de los dos partidos que se alternaban en el poder, demócratas y republicanos. Por el lado de los demócratas, el sector más joven y liberal, que simpatizaba con el senador Bernie Sanders, un sujeto que se permitió hablar de socialismo –“socialismo a la americana”, ironizaba Jonathan Rabb-, se sintió estafado por la artera manipulación de las primarias por parte de los clintonianos, que dejó afuera a su candidato y, luego, a todos en la banquina. Hoy corren vientos de fronda en su partido y, más de uno, comienza a buscar fuera lo que no tienen en casa. Un terremoto similar sacudió a los conservadores republicanos, que vieron como un recién llegado, que hace gala de repudiar a los políticos, se pasaba por los fundillos decenios de manejo de pocos para esos pocos. Y, puestos a odiar, le critican hasta las corbatas y el peinado.

El segundo elemento es más intranquilizador. La mayor parte de los estadounidenses que se ven reflejados en Donald Trump viven en el Medio Oeste, región poblada por originarios de Europa que, por debajo de índices de desempleo graves, son seguidores de una multitud de iglesias cristianas fundamentalistas, que preparan a sus miembros para un inminente fin del mundo. Se ven a sí mismos como WASP, blancos anglosajones y protestantes, creen en la anunciada llegada del anticristo, y lo personalizan en comunistas, negros, hispanos, homosexuales, asiáticos, intelectuales, masones, liberales, y sigue la lista. Su mayor preocupación es que américa se aparte de Dios y deje de ser blanca. Asunto que se apoya en un hecho cierto. Hoy las estadísticas señalan que dentro de 20 años la mayoría de la población de los EE. UU. será cualquier cosa menos WASP. Un argumento de peso para pensar que una bestia como Trump es el salvador que les envía Dios.

En una conversación privada con el escritor norteamericano uno quiso confirmar un viejo dato. ¿No era en el Medio Oeste donde EE.UU. instaló silos subterráneos con misiles intercontinentales con cabezas nucleares?

-Sí -respondió Rabb- ese es el peligro. Creo que no dudarían un segundo en apretar el botón para adelantar el fin del mundo.

Puestas así las cosas sería inteligente no mirar a Donald Trump como un idiota en solitario, sino como un emergente, un representante de esa américa profunda, racista, y dispuesta antes al holocausto que a perder la supremacía.

Para no “tirar sólo pálidas” podemos retornar al libro mencionado en el inicio, Fire and Fury, para apuntar las claras reminiscencias literarias del título. En el siglo pasado William Faulkner escribió The Sound and the Fury (El sonido y la furia o El ruido y la furia, según qué edición). En esa novela gran parte de la historia es narrada desde la mente de un subnormal. Faulkner imaginó su título a partir de un fragmento de Macbeth, de William Shakespeare, que puede ser la vera historia de hoy en la Casa Blanca: “La vida no es más que una sombra andante; un mal actor que se pavonea y se agita una hora en el escenario y después no vuelve a saberse de él: es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que no significa nada”.