El lema de la reunión del Grupo de Puebla es significativo: “Progresivamente”; nada de rupturas ni de giros abruptos. En una América latina cruzada por redobladas tensiones sociales, políticas y económicas, la iniciativa retoma la agenda de la integración regional en el marco de un “progresismo de lógica pragmática” con base en el eje México-Buenos Aires.
Una nueva instancia multilateral gana espacio en América latina de la mano de una treintena de líderes progresistas. No es poco. Más aun en una coyuntura en la que las tensiones sociales y la incertidumbre económica van en aumento en casi todos los países de la región. La repentina ola de protestas multitudinarias en Chile, la compleja encerrona política en Venezuela y la ofensiva liberal en Bolivia que busca deslegitimar la victoria electoral del oficialismo son algunos de los síntomas más evidentes.
El primer paso en la construcción del espacio, concretado en la ciudad mexicana de Puebla en junio pasado, dejó en claro la orientación de la iniciativa. Va de suyo que no es revolucionaria. Ni tan siquiera rupturista. Se presenta, más bien, como la contracara del Grupo Lima que apuntala Estados Unidos bajo una doctrina que atrasa cuando menos cuatro décadas. Tácticamente, al menos en principio, el Grupo de Puebla no apunta a confrontar abiertamente con Washington y toma, además, una prudente distancia del Foro de Sao Paulo que fundó el Partido de los Trabajadores e integran un heterogéneo conglomerado de partidos y colectivos de izquierda.
El posicionamiento comenzó a perfilarse claramente en setiembre último cuando sus integrantes rechazaron mediante un comunicado “cualquier intento de uso de la fuerza que quebrante el principio de solución pacífica de las controversias y que posibilite una intervención militar en Venezuela por parte de fuerzas extranjeras, incluida la invocación del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), instrumento arcaico para intervenciones militares en países de América Latina durante la Guerra Fría”.
Una respuesta a la decisión de once países de la Organización de Estados Americanos (OEA) de activar el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), herramienta que contempla “el empleo de la fuerza armada” para una eventual intervención. El Grupo Puebla, en esa ocasión, respaldó la necesidad de la salida negociada que vienen impulsando hasta ahora con poco éxito en los foros regionales México y Uruguay. Antes ya había condenado las declaraciones Jair Bolsonaro contra Michelle Bachelet, en su función de alta comisionada de la ONU para los Derechos Humanos. “Sus agresiones demuestran que Bolsonaro no puede convivir de manera civilizada y democrática con la comunidad internacional”, señaló el grupo.
En términos muy generales, y más allá del caso puntual de Venezuela, la directriz es no pelearse con el mercado ni dogmatizar el rol del Estado. Un camino más que estrecho de cara a las demandas sociales insatisfechas. Un “progresismo de lógica pragmática”, en palabras del chileno Marco Enríquez Ominami, el coordinador del encuentro de Puebla y también del que se concretará durante este fin de semana en Buenos Aires. Un modelo que subraya la importancia de la participación ciudadana frente a las políticas impulsadas por Mauricio Macri, Sebastián Piñera y Jair Bolsonaro, que subordinan las necesidades sociales a los indicadores valorados por el sector financiero.
El nuevo espacio comenzó a definir sus alcances, pero también sus límites. “Nuestra región experimenta una nueva ola de gobiernos neoliberales que insisten en promover los intereses y privilegios de una élite socio-económica, a costillas del desarrollo de nuestros pueblos, frustrando sus posibilidades de desarrollo y bienestar social, a la vez que debilita nuestra soberanía, nuestras instituciones democráticas, el Estado de Derecho, la vigencia de los derechos humanos y el ambiente”, afirmó mediante un comunicado publicado en su página web (www.progresivamente.org).
La iniciativa, al menos en esta etapa fundacional, agrupa a líderes políticos en forma personal y no compromete la participación orgánica de sus respectivos partidos y organizaciones. Los une, según las palabras de Enríquez Ominami, “la convicción de que tanto el mercado como el capital son ineludibles en el debate”. Un espacio de reflexión y coordinación que funcionaría como dique de contención a la derecha conservadora asentándose en el eje México-Buenos Aires, tras los triunfos electorales de Alberto Fernández y Andrés Manuel López Obrador.
Aunque Fernández no asistió al primer encuentro, allí estuvieron varios de sus representantes. El ex canciller Jorge Taiana, Felipe Solá, Carlos Tomada y Julián Domínguez fueron de la partida. También asistieron, entre otros, el candidato presidencial del Frente Amplio uruguayo Daniel Martínez, el ex presidente colombiano Ernesto Samper y el senador chileno y ex secretario general de la OEA José Miguel Insulza. “Nuestra obsesión es reconstruir la integración regional en América latina, con México incluido, porque desde la llegada de López Obrador, México ha vuelto a mirar a América del Sur”, expresó Fernández en septiembre durante una entrevista concedida a C5N. En esca ocasión, Fernández, además, elogió el esfuerzo de Samper por mantener activa la Unasur.
Entre los líderes que arribaron durante los últimos días a Buenos Aires para participar del encuentro están los ex presidentes Dilma Rousseff, Rafael Correa, Fernando Lugo, José Mujica, Ernesto Samper, Leonel Fernández y el ex mandatario español José Luis Rodríguez Zapatero. También integra el grupo el ex alcalde de Sao Paulo Fernando Haddad y varios dirigentes chilenos, como el senador Alejandro Navarro, el presidente del Partido Progresista Camilo Lagos y la diputada comunista Karol Cariola.
A simple vista queda claro que se trata de dirigentes cuyos liderazgos no nacen de movilizaciones multitudinarias. Tampoco de estallidos sociales. Mucho menos de la lucha obrera. Se podría arriesgar que sus bases de sustentación están en los sectores medios que, en mayor o menor medida, ejercen algún tipo de liderazgo social. De allí que sus propuestas no aboguen por estrategias rupturistas. Tampoco por ganar la calle. Su búsqueda, hasta el momento, se concreta en ampliar el espacio de la centroizquierda ante el estrepitoso fracaso neoliberal, un paréntesis al populismo -diría el círculo rojo local- que aumentó la desigualdad, la desocupación y la pobreza.
¿Tendrá el Grupo de Puebla la capacidad para generar un proyecto común? Los grandes títulos son tentadores: derechos sociales básicos, empoderamiento, igualdad de oportunidades, soberanía, defensa de la democracia… Se verá. Cada país es un mundo atravesado por sus propias tensiones e intereses. Trazar un denominador común es una tarea casi utópica. Tal vez no tanto en lo geopolítico.
En lo inmediato, seguramente, no pocos esfuerzos deberán orientarse a zafar de la estigmatización mediática. Los medios hegemónicos de la región jugarán una carta conocida: los pasivos sociales y económicos, cuando no algunos institucionales, que dejaron los gobiernos de Hugo Chávez, Rafael Correa, Néstor y Cristina Kirchner, Lula da Silva y Dilma Rousseff. Amplificados, por cierto, por una escasa autocrítica y la labor de zapa de los medios con gran poder de fuego. Un punto a favor; lo dicho: que el discurso neoliberal tambalea bajo el peso de sus propios fracasos.
Según el consenso que existe entre los participantes, el principal problema que aqueja a los países de la región no es la pobreza, sino la desigualdad. La lectura apunta a que el Estado debe hacerse cargo de esa desigualdad para que el mercado puedan funcionar sobre la base de un consumo extendido. La inclusión económica como carta de ciudadanía y sostén de la democracia. Un viejo anhelo de la socialdemocracia de raíz europea; un progresismo visitado y revisitado de una y mil formas diferentes en multitud de discursos y trabajos académicos. En otras palabras: el progresismo necesita mercado y orden fiscal; es decir: inversión privada, tanto local como extranjera. Un crecimiento para la redistribución que antes deberá modificar el “no se puede” que permeó en amplias capas de la sociedad.
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