Desde Asunción. Mario Abdo Benítez, de la Asociación Nacional Republicana será el próximo presidente luego de vencer por poco más de tres puntos al PLRA. Al margen del dato, el 80% del electorado sigue volcado a opciones conservadoras. El modelo hegemónico agroexportador y el alineamiento con Washington continuarán sin cambios.
Imposible que se dieran sorpresas en las elecciones presidenciales de la República del Paraguay, el domingo 22 de abril de 2018. Ganó la Asociación Nacional Republicana, (ANR), por el menor margen de toda la transición política, denominada poststronismo, con poco más del 3 por ciento frente al segundo oponente, con una de las más bajas participaciones, apenas el 61 por ciento, e instaló al séptimo presidente electo democráticamente, desde el 3 de febrero de 1989: Mario Abdo Benítez. En dichas elecciones, además, se renovaron totalmente las dos cámaras de senadores y diputados nacionales, diecisiete gobernaciones departamentales y sus respectivos parlamentos, así como las representaciones al Parlasur dentro del Mercosur.
No hay sorpresas. En primer lugar, porque la ciudadanía, a pesar de tener diez fórmulas presidenciales como oferta -presidente y vicepresidente en una chapa-, ocho fueron testimoniales y sólo dos de ellas representaron a los dos tradicionales conglomerados que se alternan en el poder hace más de cien años, sin perder el apoyo de más del 80 por ciento del electorado: la Asociación Nacional Republicana (ANR), y el Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA), respectivamente.
Estas son las letras grandes, aunque se dieron otras batallas en el medio juego de la construcción política, entre otras fuerzas menores, por derecha, la Unión Nacional de Ciudadanos Éticos (UNACE), Partido Patria Querida (PPQ), y por centro izquierda, Frente Guasú (FA), Avancemos País (A), entre otros, que buscan resquicios para crecer, sea frente o al costado de las grandes comunidades conservadoras, con distanciamientos y alianzas que se arman y desarman en corto o mediano plazo por oportunidad e interés, con metas pragmáticas, tales como ingresar uno o más representantes al parlamento, mantener una bancada anteriormente obtenida, evitar fugas, o lograr un crecimiento hacia bancadas más anchas, para “acumular poder”, y negociar mejor “espacios dentro del aparato público” por “gobernabilidad”, en el día a día de la gestión política, para una mejor suerte en las próximas elecciones, sean las municipales del 2020, o las presidenciales del 2023. El ganador hoy, a pasos de contar con mayoría propia en el parlamento, conseguirá por “chauchas y palitos” dos o tres parlamentarios funcionales para llevar adelante su agenda. Nada que temer.
Por ello, en los gabinetes políticos, mientras muchos festejan o lloran, otros, los menos, los “pechos fríos”, trabajan con las calculadoras en la mano para descifrar cuánto se perdió, cuánto se ganó, cuánto se podrá obtener con un buen “muñequeo”. Quién será el próximo aliado de conveniencia, y quién será el próximo adversario, Ídem. La política electoral, no cree en lágrimas. Practica matemáticas.
Ya podemos, finalmente, dejar descansar a la muy recurrida definición del escritor Augusto Roa Bastos, para describir varios infortunios: “Paraguay es una isla rodeada de tierra”. Ya no es así. El Paraguay poststronista, está plenamente integrado a la región y al mundo, con un estado y una sociedad ultra conservadora en lo político, y en carácter subordinado automático a la gran burguesía paulista en lo económico, como tributario de las cadenas de transformación de los estados brasileños de Paraná y Matto Grosso do Sul. Como proveedor de servicios a las cadenas de exportación primaria de la región, y como destino más seguro para el lavado de activos, sea por diferenciales tributarios, sea por capitales políticamente más expuestos en sus países de origen. La especulación inmobiliaria, rural y urbana, está a la orden del día, así como la inversión de capitales regionales en “ladrillos de altura”, algunos semivacíos, con propietarios enmascarados en sociedades y fideicomisos radicados en ignotos paraísos fiscales.
El modelo hegemónico agroexportador de “commodities” sin o con mínima transformación, no estuvo en debate político electoral (ni en riesgo), en este recambio presidencial. Tanto el ganador Mario Abdo Benítez (ANR), como el perdedor Efrain Alegre Sasiain (PLRA-FG), tenían buen puntaje en la Us Embassy, en Itamaraty o en el Palacio San Martín. Al votante de a pie, sólo le quedó definir cuál de los dos, sería elevado a la categoría del mejor “jardinero fiel” del modelo político conservador y guardián de los agronegocios regionales en un escenario de reconquista neoliberal del continente sudamericano.
Lejos, muy lejos, aún hoy y por varias semanas, se digiere en el juzgamiento de las actas, la crisis de identidad de las múltiples izquierdas y los caminos que se bifurcan. Hasta dónde es posible para el centro izquierda “acumular” fuerzas desde arriba, dentro del estado neoliberal, aliándose con una u otra de las fuerzas conservadoras en cada contienda electoral, sumando contingentes de operadores públicos, como el es caso del FG y la AP, o buscar “acumular” fuerzas desde abajo y en el árido llano, sin operadores estatales, como la Federación Nacional Campesina (FNC), el Partido Paraguay Puahurá (PPP), el Partido Comunista (PC), y otros que decidieron no participar de la contienda electoral.
En ese fárrago, salta un dato llamativo. La suma de votos blancos y nulos, que se ha mantenido por encima del 5 por ciento en las últimas elecciones, 133 mil votos, fue superior a la diferencia entre el ganador y el perdedor, 3,7 por ciento, 91 mil votos. Si sumamos los votos blancos, nulos, y la abstención electoral del 39 por ciento, obtenemos que de los habilitados para votar, más del 44 por ciento no eligió candidato. ¿Quiénes son? Probablemente jóvenes sin estímulo o semi caídos del sistema. Un tema a estudiar y en profundidad más adelante con nuevos y más datos. El modelo conservador no precisa de multitudes fervorosas, sólo las necesarias y que pueda controlar. No muy esperanzadas. Menos, empoderadas.