Horangel es una figura casi desconocida para las nuevas generaciones. Pero fue el astrólogo más vendido antes de que Ludovica Squirru viniera por todo. En esta breve crónica, se revela cómo, al no poder ocuparse personalmente de la página que tenía en la revista Caras, en una semana entrenó a un periodista para que siguiera escribiendo sus horóscopos.
Armábamos Caras en 1992, pasito a pasito, y no queríamos incluir un horóscopo tradicional, dividido por los 12 signos, con las predicciones para la semana. También queríamos una marca. Y la marca más prestigiosa era de la Horangel, el hombre que veía desde nenito, con su tabla de signos, su saco con moñito, el pelo azabache, inmodificable.
Antes de verlo, lo confieso, no sabía que su nombre, Horangel, era un juego de palabras de Horacio-Ángela. Cuando fui a su casa, un piso muy tradicional en un edificio antiguo en Zona Norte, supe que no era solo un acuerdo de pareja. Desde 1963 Horangel eran él y ella. Horacio Tirigall y Ángela Groba, su mujer, compañera, amiga, colega, socia, productora y musa inspiradora. Los dos, eran uno.
No lo conocía, y verlo en persona fue un shock. Era el mismo de la tele en blanco y negro, con su peinado, su cuerpo flaco y largo, su mirada melancólica, su nariz rotunda, sus dedos largos, su tono monocorde.
Horangel era amable pero no parecía muy dispuesto a escuchar más de lo necesario. Se notaba ducho en el arte del discurseo. Solo me dijo “Sí” a la propuesta de hacer una sección de astrología con comentarios, frases, datos, consejos que iban bastante más allá de “no firmar nada hasta el jueves y cuidarse de los primeros fríos”, análisis de personajes locales y celebridades, y comentarios sobre política o economía, vista desde el plano astrológico. “Va a salir fantástica, ningún problema”, me tranquilizó.
No sé si el café lo trajo Ángela, pero recuerdo que cuando ella se fue del living y nos dejó solos, Horangel destrozó uno a uno a sus colegas, a quienes no consideraba colegas sino “farsantes, mentirosos”. No como ellos, que eran serios y sabían de lo que hablaban. Me mostró algunas carpetas con dibujos de planetas y órbitas, y me aclaró que su mujer, además, era astrónoma; un talento. En un estante estaban sus Predicciones. Récords de venta aquí y en otros países durante 30 años.
Faltaba solucionar solo un pequeño temita. Ellos se iban de Argentina. En Caracas tenían que hacer la presentación del libro y después un ciclo en televisión. Allí hacían base para viajar a otras ciudades y vivían bastante más de medio año.
Notó enseguida mi gesto de sorpresa y decepción. En aquellos tiempos, sin internet, era casi imposible sostener una sección nueva desde el exterior y con información local. “No se preocupe Asch, la sección se puede hacer perfectamente”, me aseguró antes de ofrecerme más crema para cortar el café.
Me preguntó si yo tenía algún redactor especializado, alguien que conociera el tema. Insólitamente, sí lo tenía. Se trataba de Jorje Lagos Nilsson, un periodista chileno que me presentó el escritor, colega y amigo, Rubén Tizziani, cuando dirigió Música Astral, una muy fugaz revista que casi inventamos juntos una tarde, en una mesa del bar de la Jockey, sobre Cerrito. Lagos sabía mucho de astrología y además era capaz de escribir a una velocidad increíble, y muy bien.
“Lo quiero conocer”, me dijo Horangel, y arreglamos un horario para el día siguiente. “Lo voy a entrenar durante la semana y será como si lo escribiera yo. Confíe en el éxito de esta gestión, será la sección más leída de la revista”, agregó, notando mi cara de desconcierto.
Jorje Lagos lo vio al día siguiente y volvió entusiasmado. Sonrió con malicia, cuando le pregunté si estaba seguro de poder hacer esa sección tan novedosa.
Lagos escribió la primera versión de la página de Horangel esa misma semana. Ni él ni yo volvimos a ver al astrólogo. Cuando salió la revista él estaba en Caracas, conduciendo su mítico programa “Los 12 del signo”, o alguna de sus infinitas variantes.
Casi al año hubo un enroque: yo pasé a dirigir Playboy y Edgardo Martolio, histórico de Perfil y CEO de la editorial en Brasil, fue a Caras. La sección siguió saliendo, escrita por Lagos. No sé por cuanto tiempo siguió saliendo así, o con otro escritor entrenado por Hor(acio) y Angel(a).
En 2009 murió Ángela Groba y no imagino como lo habrá podido sobrellevar el ciudadano argentino Horacio Germán Tirigall, nacido en San Isidro el 23 de diciembre de 1927, quien era, apenas, la mitad de todo ese exitoso proyecto de vida.
Intuyo que debe haber sido un sismo gravísimo para él, como los terremotos que pronosticaba su libro cada año, en la zona norte del planeta, con muchas víctimas y daños materiales.