El 13 de julio de 1984 el cadáver de Oriel Briant, una joven y atractiva profesora de inglés de 37 años, fue encontrado en un bosque cerca de la ruta nacional 2. Vestía sólo un camisón y un par de medias. Llevaba tres días desaparecida. Se acusó a su marido, Federico Pippo, y a varios familiares. Se habló de venganzas políticas, de la participación de Pippo en grupos de tareas parapoliciales y de una película de pornografía y muerte, pero el caso nunca fue resuelto.
Dos imágenes se entrecruzan en el recuerdo de quienes conocieron a Oriel Briant. Una de ellas la sintetizó en pocas líneas uno de los maestros del periodismo policial argentino, Enrique Sdrech, luego de entrevistar a decenas de familiares, amigos y ex alumnos: “Oriel había sido una hermosa mujer, plena de vitalidad y sensualidad. A su atracción física se sumaban su ternura y una simpatía sin rodeos, por lo que aún a sus 37 años, despertaba la admiración de muchos hombres quienes la consideraban maravillosa”. La otra imagen se puede leer en una descarnada noticia publicada en los diarios el 14 de julio de 1984: “Fue hallado ayer el cadáver de una mujer en un bosque a escasa distancia del kilómetro 75 de la Ruta 2, cerca de la localidad de Etcheverry. La occisa presentaba tres impactos de bala – dos en la cara y otro en una nalga – y más de veinte puñaladas aplicadas con saña en la zona genital”.
Las puñaladas habían sido en realidad 37, según se comprobaría en la autopsia. Una por cada año de Oriel Briant.
Aurelia Catalina Briant – a quien todos llamaban Oriel – era profesora de inglés y provenía de una reconocida familia de la ciudad de La Plata. Daba clases en el Instituto Cultural Argentino Británico de esa ciudad, dirigido por su padre. Estaba casada desde hacía más de una década con un hombre siete años mayor que ella, Federico Pippo, profesor de Literatura y Filosofía en la Universidad Nacional de La Plata y también empleado de la División Balística de la Policía Bonaerense. El matrimonio – que no pocos allegados a Oriel siempre consideraron inexplicable – tenía cuatro hijos y para 1984 vivía un conflictivo proceso de separación.
Cuando el cadáver apareció en Etcheverry, Oriel llevaba tres días desaparecida, luego de haber sido secuestrada – vestida apenas con un camisón y unas medias celestes – de su casa en la madrugada del martes 10 de julio. Su ausencia se descubrió durante la mañana de ese día, cuando un vecino escuchó los gritos desconsolados de su hijo Christopher, de tres años, que deambulaba por el parque de la casa de City Bell, donde vivía, llamándola entre llantos.
Hasta entonces, el caso sólo había merecido alguna mención en los medios. En un suelto, por ejemplo, se decía: “La policía investiga la desaparición de Aurelia Briant, de 37 años, quien se hallaba separada de su esposo. El episodio está rodeado de extrañas circunstancias, pues en el domicilio que ocupaba la mujer, no se advirtieron signos de violencia y porque, además, sus familiares ratificaron que no tenía militancia política alguna. La desaparición trascendió cuando vecinos hallaron llorando a su hijito”.
El hallazgo del cadáver llevó el caso a las primeras planas y, en los primeros días, pareció que se resolvería con rapidez. Sin embargo, una serie de errores de procedimiento en la investigación, una andanada de pistas falsas – algunas de ellas delirantes – y testigos que cambiaron sus declaraciones de manera insólita hicieron que más de 35 años después el crimen de Oriel Briant continúe impune y envuelto en el misterio.
Los primeros sospechosos
La investigación policial puso la mira en José Alberto Menzi, un vidriero con el que, en medio del proceso de separación de Pippo, había comenzado una nueva relación. Mensi había pasado el 9 de julio con Oriel en la casa de City Bell y, según su propia declaración se había ido a las 9 de la noche, poco después de que Pippo llegara a la casa para dejar a Christopher a bordo de un Renault 12 en el que estaban, además, la madre del ex marido y los otros tres hijos del matrimonio. Menzi fue detenido pero rápidamente liberado, ya que tenía una coartada firme.
El segundo sospechoso fue un alumno de Pippo, Carlos Davis, “Charly”, con el que el profesor de Literatura mantenía una estrecha relación, al punto que habían hecho juntos un viaje de más de un mes por Europa y Egipto. En este caso, la pesquisa llegó a él a partir de un prejuicio muy fuerte para la época: la existencia de una posible “relación homosexual” entre profesor y estudiante, que habría llevado a éste último a cometer el crimen motivado por los celos o los sufrimientos que Pippo le habría relatado que padecía en las negociaciones económicas del proceso de separación.
Un perito de la causa escribió: “El autor del homicidio es un ser sexualmente reprimido, que un día da rienda suelta a sus represiones y se vuelve altamente peligroso. La señora Briant fue objeto de su odio ancestral a la mujer por parte del sujeto que vio en ella a todas las mujeres y desató su salvajismo como una forma de vengarse. El ensañamiento con la zona genital de la profesora refuerza las características homosexuales del matador. Para un homosexual, la visión de los genitales femeninos produce horror y reactiva en él el temor infantil a la castración”.
Pippo en la mira
Quizás asustado por la posibilidad de “quedar pegado” en el crimen, Davis declaró también que Pippo le había dicho que sus problemas desaparecerían si lograba sacar a Oriel de su vida definitivamente.
Esta última declaración de “Charly” hizo que la pesquisa pusiera por primera vez los ojos en Pippo como sospechoso. El marido de Oriel le había dicho a la policía que, aunque se estaban separando, su relación con Oriel se mantenía “en armonía”.
Federico Pippo fue detenido el 2 de agosto de 1984, acusado de “secuestro seguido de muerte”. La causa recogió también dos denuncias policiales donde Oriel acusaba a Pippo de pegarle y amenazarla de muerte.
“Nunca le dije a nadie, ni a Carlos Davis, ni a otra persona, que yo iba a hacer matar a mi ex esposa, y tampoco que había contratado gente o que fuera a pagar por su muerte. Nada de eso es cierto”, se defendió.
Pippo estuvo detenido dos semanas y finalmente liberado, pero no quedó desvinculado de la investigación. Al contrario, en los meses siguientes le allanaron varias propiedades y otra pista no sólo apuntó a él sino a otros miembros de su familia.
La pista del stud familiar
Uno de los allanamientos y la declaración de un familiar profundizaron las sospechas sobre Pippo. Néstor Romano, primo del profesor de Literatura, tenía un stud en la localidad de Lobos, en la provincia de Buenos Aires.
En su declaración, Romano aseguró que entre la noche del 9 de julio y la madrugada del 10 había visto llegar a ese lugar el Renault 12 color azul de Federico, pero manejado por su hermano, Esteban Pippo y también su madre, Angélica Romano de Pippo. Dijo también que a bordo del auto había una mujer rubia que parecía semiinconsciente, “como drogada”, a la que identificó como Oriel Briant.
La policía detuvo a la madre y al hermano de Pippo, y también a Romano, pero en su declaración judicial, el primo se desdijo de lo que le había dicho a los policías y aseguró que nunca había visto a Oriel.
Sin embargo, un peritaje – guiado por su declaración inicial -probó que Oriel había estado allí. Los forenses recogieron muestras de diferentes lugares del suelo del stud y las compararon con los restos de tierra encontrados en las medias celestes que tenía el cadáver de la mujer. A los investigadores les había llamado la atención que la tierra encontrada en esas prendas no coincidiera con la del bosque donde había aparecido el cadáver. El nuevo análisis demostró que la tierra de las medias coincidía con la del stud.
Pruebas invalidadas
Parecía que Pippo y sus familiares ya no tenían escapatoria cuando la defensa encontró un resquicio que los salvó. Los abogados defensores descubrieron en el expediente que las medias no habían sido identificadas ni por su cantidad – no decía si eran una o dos – ni por su color – eran celestes, pero eso no constaba en el acta labrada por la policía al encontrar el cadáver de Oriel – y lograron que se las descartara como prueba. Con esos datos consiguieron que la Cámara Penal de La Plata declarara la nulidad del acta y desestimara todas las pruebas que figuraban en ella.
Cuatro décadas después de los hechos, uno de los peritos que trabajó en la investigación y que pidió reserva de su nombre, contó qué había pasado: “El cuerpo de Briant tenía el mismo camisón que vestía la noche del 9 de julio, cuando fue secuestrada. También llevaba puestas unas medias. El policía que escribió en el acta el detalle de los elementos secuestrados no consignó si eran varias medias o un par de medias. Tampoco las describió y tampoco dejó constancia en el acta de ningún elemento distintivo o característica como marca, tamaño, color o tipo de tela. El policía que confeccionó el acta no lo sabía, pero haber cometido ese error resultó clave para que el homicidio nunca se esclareciera”, relató.
Después de pasar casi un año en prisión, Pippo y su madre, su hermano y su primo fueron liberados. No había ninguna prueba válida que sirviera para procesarlos.
La pertenencia de Pippo y de su hermano Esteban a la Policía bonaerense hizo pensar que no se trató de un error de procedimiento sino de una maniobra para encubrir el crimen.
Satanismo, pornografía y muerte
Mientras tanto, una serie de rumores y denuncias empezaron a rodear el caso y provocaron derivaciones insólitas.
Una de ellas aseguraba que Oriel Briant había sido secuestrada para filmar una película de pornografía snuff – violación seguida de muerte -, donde también se practicaron rituales satánicos. Según la denuncia, la producción, que incluía escenas del secuestro, la violación y el asesinato de Briant, había incluido a 12 “artistas porno”, había costado 80.000 dólares y se había vendido por un millón.
El 28 de agosto de 1985, en el vespertino La Razón se contaba: “(La denuncia) se conoció en los tribunales platenses, así como también un presunto informe acerca de que la película habría sido encargada por un grupo dedicado a este tipo de trabajos y vendida en los Estados Unidos por el tío de uno de los presuntamente implicados en un primer momento en el crimen y actualmente en aquel país, el estudiante Charlie Davis”.
Al día siguiente, otra nota agregaba: “El film del crimen de la profesora Briant, que contiene sádicas y aberrantes escenas, se habría rodado en una estancia bonaerense”.
La película no apareció nunca y la denuncia fue desestimada.
Otros dos rumores apuntaban a diferentes móviles para cometer el crimen.
La primera de ellas decía que se trataba de una venganza contra los padres de Oriel Briant, ya que ambos habían trabajado para la embajada británica. Habían pasado apenas dos años de la guerra de Malvinas y la versión, sobre la que nunca se obtuvieron pruebas, llegó a sonar verosímil en algunos oídos.
La segunda aseguraba que había sido una venganza contra Pippo y su hermano Esteban – que era sargento de la policía bonaerense – por haber participado de los grupos de tareas de la dictadura. Tampoco llevó a ningún lado.
Una familia marcada
La investigación del crimen, envuelta en pruebas descartadas, mala praxis policial, testimonios contradictorios y versiones antojadizas, terminó en un camino sin salida.
Federico Pippo y sus hijos quedaron marcados para siempre. Años después, dos de ellos fueron detenidos, acusados de robo.
Pippo se volvió prácticamente un ermitaño. Una de sus últimas apariciones públicas fue para denunciar que sus hijos lo maltrataban.
Murió en julio de 2009, tras haber pasado varios años internado en el neuropsiquiátrico de Melchor Romero, una localidad cercana al lugar donde 35 años había sido encontrado el cadáver de su mujer.
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