Un texto escrito a toda velocidad, sobre el límite del cierre, para cubrir el espacio de una nota que no llegaba, pero que finalmente llegó. O una manera de recordar a Miradas al Sur por uno de sus directores.
(Nota del autor: Hoy se cumplen diez años del primer número de Miradas al Sur y en Socompa le dedicamos la correspondiente nota, ya que algunos de nosotros participamos de ese semanario que terminó de mala manera en diciembre de 2015, pocas semanas después de la asunción de Macri.
Cuando se cierra un medio siempre quedan cosas colgadas: un artículo que no se escribió, una nota que no se consiguió, algún texto que, por alguna razón, no se publicó. Es el caso de esta fallida contratapa, que escribí a la hora del cierre, contra reloj porque la que habíamos encargado no llegaba… hasta que llegó, justo cuando yo terminaba de escribirla. Corría marzo de 2013, era el número dedicado a la muerte de Hugo Chávez, y no la publiqué.
La recupero hoy para publicarla en Socompa, teñida por el recuerdo de Miradas al Sur).
Esto (no) es una contratapa
No voy a escribir una contratapa sobre la muerte – o la vida, o el tembladeral que deja, o el legado político – de Hugo Chávez. Hay 22 páginas de Miradas al Sur que, mañana (desde cuando escribo, pero “hoy” para el lector) se ocuparán de eso. Y que, a esta hora, están afortunadamente todas escritas, editadas, plantadas y corregidas. Si no fuera así, en lugar de un cierre lo que ahora ocurriría en la redacción sería un entierro. Y no el de Chávez.
La primera persona me es odiosa, pero tengo que escribir una contratapa y (me) queda apenas un rato para el cierre, para no enterrarlo. La verdad es que debería haberle encargado la “contra” (con sus resonancias) a alguien, pero me olvidé, estaba pensando en otra cosa. Y a esta altura – a esta hora – estamos apenas yo con la contratapa en blanco y qué carajo hacer. A quién voy a pedírsela. Son entre seis mil y ocho mil caracteres con espacios y no (me) queda más que remar, que escribir con urgencia.
Podría escribir – hace rato que quiero hacerlo – sobre la muerte de Stevie Ray Vaughan cuando cayó un helicóptero al que nunca debió haber subido. Y escribiría esa contratapa contando que Eric Clapton le cedió su lugar en la máquina con destino previsto a Chicago pero programado a la muerte. Y después dicen que Clapton no es Dios, por lo menos para salvarse. Y jugaría con la letra – y los solos de guitarra – de Tightrope. No voy a hacerlo.
Podría escribir – también hace tiempo que quiero hacerlo, pero me ocupan otras cosas – sobre la historia del Levi’s 501, el vaquero proletario que se volvió otra cosa. Y contar la asociación de dos inventores muertos de hambre (uno del pantalón con esa tela resistente, el otro de los botones) que se juntaron y lo hicieron trade mark. Y no podría dejar de contar que (yo) uso 501 desde los 14 años – con cierta interrupción de burdo mimetismo ideológicamente correcto (cuando cambié por Ombú y por el Far West, que no era otra cosa que una versión de alpargatas argentina de los Wrangler) – hasta hoy. Podría contar cómo el capitalismo de mercado capturó un uniforme minero para transformarlo en un signo de distinción, de otra clase. ¿Vieron ustedes que a no todo el mundo el 501, el de veras, que hoy no se puede comprar acá, le calza bien?
(Llevo 2285 caracteres: el reloj corre pero me falta menos. Debería haberle pedido, con tiempo, a Miguel Russo – a pesar de que está de vacaciones – que escribiera esta contratapa.).
Podría escribir sobre otras cosas. Por ejemplo, una nota comparativa que decidí no publicar en la página 2 de esta edición sobre las diversas formas que toma el populismo, las que permiten construir opciones superadoras y las que no. Podría escribir – pero tendría que ponerme a leer mucho y no tengo tiempo aquí, en este cierre de Miradas al Sur – sobre las contradicciones internas del chavismo, pero también sobre qué pasa en el resto de América Latina hoy. Enumerando: la alternancia cuasi europea de un Chile que avanzó socialista de la segunda internacional pero que le dejó campo abierto a la contraofensiva neoliberal; los intestinos revueltos del Frente Amplio gobernante en Uruguay; la poderosa construcción de Brasil, con sus idas y vueltas pero siempre para adelante porque el PT es un partido realmente obrero; el fracaso de la ilusión luguista (derribada por un golpe blando) en un Paraguay que sigue siendo de unos pocos; las contradicciones de la derecha colombiana, entre el aggiornado Santos y el recalcitrante Uribe; y, claro, la Argentina con un único partido capaz de construir poder, esa máquina sin ideología (cuya única ideología es el poder por sí mismo y, sobre todo, sus beneficios) llamada peronismo, nido de rebeldes (nunca de revolucionarios), de oportunistas y de reaccionarios pero, sobre todo, de lúmpenes de la política entendida como beneficio personal, siguiendo los vientos que soplan.
Pero no, tampoco sobre eso voy a escribir.
(Llevo 4283 caracteres: el cierre está más cerca… Por suerte, y gracias al oficio, voy mejor, pensando en que se trata de llegar nomás.).
Podría escribir – como siempre en colaboración con Alberto Elizalde Leal – una nota más sobre el grupo de tareas de la Concentración Nacional Universitaria (CNU) platense. La investigación sigue avanzando, abundan los documentos, los testimonios, el material. Pero no: la CNU no (me) cabe – pero no porque sobre, sino porque no le alcanza – en una contratapa. Más vale seguir en las páginas de adentro de Miradas al Sur y, ojalá, de una vez por todas, en las de la Justicia.
Lateralmente, podría escribir acá sobre los protectores políticos – luego de recuperada la democracia – de algunos de los miembros de la banda de la CNU que se reciclaron en el peronismo (incluido el kirchnerismo), en el riquismo, o que recibieron cargos en el Estado por parte del radicalismo. También sobre ciertos perejiles tan violentos (sólo con los indefensos) como cagones a la hora de los bifes que intentan sobrevivir aún hoy en el lumpenaje marginal del aparato peronista. Pero no, tampoco tienen lugar en esta contratapa. La semana que viene – o la otra, o la siguiente, en las páginas de siempre – por supuesto que sí. Se lo han ganado, en algunos casos simplemente por ser incapaces – qué otra cosa son – de registrar su propia estupidez.
(Llevo 5311 caracteres con espacios: falta menos… También se me viene encima el cierre, la noche, hay que joderse.).
Podría escribir acá sobre el Colegio Nacional de La Plata, de lo que me (y nos) pasó ahí a principios de los 70. De cómo la Universidad Nacional de La Plata (en mi caso, y en el de muchos otros, desde el jardín de infantes de la Anexa) nos propuso un lugar complejo en la sociedad. De cómo desde ahí, desde ese lugar de privilegio, nos propusimos – porque nos desafiaron- y pudimos pensar y hacer para tratar de convertir ese privilegio en un derecho de todos. Y que no pudimos. También podría escribir sobre los 96 de ahí, del Colegio, que (nos) faltan. Toda una política de cuerpos enteros y ahora ausentes. Pero no, ahora no.
Podría escribir aquí, también, cualquiera de dos contratapas (de dos historias) que tengo pendientes y que no puedo todavía escribir. Las de dos Negros. Una sobre (para) cada uno.
Una sobre (para) Roberto Antonio Rocamora, El Negro. En 1972 – estábamos en cuarto año del Colegio – me dijo un día: “Burguesito de mierda, dejá de hablar al pedo”, y me desafió. Nunca militamos en la misma organización (El Negro se integró a la Ocpo; yo primero a las FAL 22 y después al PRT) pero siempre nos supimos hermanos. A principios de 1975, para mi cumpleaños, me regaló Izquierdismo. Enfermedad infantil del comunismo. Y, en ese momento, ese libro era una chicana, pero a mí no me importó. En la dedicatoria escribió, sin nombres, por supuesto: “De un compañero que quiere ser revolucionario para otro que deberá serlo”. Sé que no cumplí, pero lo intenté. A Roberto Rocamora lo asesinó la CNU en julio de 1975.
Otra sobre (para) el otro Negro, Alberto Farías, también El Nene. Militamos juntos en los GRB de las FAL22 y después en el PRT. Llegamos a ser amigos y hasta nos divertimos, aún en las situaciones más jodidas, cagados de miedo. Cuando lo secuestraron – y lo desaparecieron – no me cantó. Y podía.
Por eso – gracias a él, al silencio resistente de Alberto Farías, aun cuando sabía que todo estaba perdido para él y también para nosotros – estoy acá, escribiendo esta contratapa que no es. El Negro sólo tenía que cantar una cita, para que pararan. Corría mayo de 1977, en La Plata quedábamos cinco y ya todo estaba perdido. Pero el Negro no. Y yo sigo escribiendo.
(Van 6999 caracteres. Ya, casi, está. Es cuestión de oficio, como siempre.).
Podría escribir, en estos días de reemplazo papal, una contratapa sobre God, de John Lennon, ahí donde dice: “God is a concept by which we mensure our pain”. Sobre la inquietud de creer o no creer. Tampoco lo voy a hacer. Ya usé esa frase, para qué repetirme. Y de creer no sé nada.
También pienso (lo peor del caso es que me interrogo): ¿Y yo gano plata por escribir esto, que no es más que escribir?
Sí. (Word acaba de contar más de 7500 caracteres. Ya está. El oficio siempre puede.).
Magritte tituló “Esto no es una pipa” una de sus pinturas. Y ahí había una pipa. Cortázar sabía de eso.
Esto es una contratapa.
Una contratapa es un no lugar.
Esto (no) es una contratapa.