Elena Greenhill nació en Inglaterra y vivió hasta los 19 en Chile. Se casó muy joven para cruzar la cordillera y empezar una vida de aventuras, robo de ganado y fina puntería. En junio de 1915 resistió a la partida policial comandada por el comisario Valenciano, quien pocos años después participó de la represión a los peones rurales en la Patagonia Trágica. La inglesa estaba herida y disparó con su winchester hasta quedarse sin balas. Valenciano se acercó cuando solo se oía el viento estepario y le pegó un tiro en la nuca.
Parapetada detrás de su caballo muerto y con una herida de bala en la espalda, Elena Greenhill supo que tenía los minutos contados. No habría piedad para ella, la policía se la tenía jurada. La herida apenas si le permitía moverse. Se estaba desangrando. A pocos metros de ella y también herido, su tercer marido, el entrerriano Martín Taborda, resistía detrás de una roca. Llevaban más de una hora tiroteándose, luego de que una partida de unos 15 hombres al mando del comisario Félix Valenciano los había emboscado en el paraje Angostura del Chancay, cerca de Gan-Gan, en el norte estepario de la provincia de Chubut.
-¡Vos ándate! – le gritó Elena a Taborda y volvió a disparar su winchester.
Los policías no se atrevían a salir a campo abierto. Sabían que si le ofrecían un blanco “la Grinil” – como se conocía en toda la región a esa mujer de 40 años – no fallaba. Su puntería era tan famosa como ella. Taborda retrocedió, cuerpo a tierra, hasta que quedó fuera de la mira de los policías y entonces se alejó corriendo tan rápido como se lo permitía su herida.
Detrás de su caballo muerto, Elena Greenhill siguió disparando hasta que se quedó sin balas.
Pasaron otros quince minutos – quizás más – desde que sonó el último disparo de la mujer hasta que uno de los policías se animó a avanzar. Al ver que nadie tiraba, los otros también salieron al descubierto y caminaron hacia donde estaba la inglesa. La vieron arrastrarse, en un inútil intento de huida.
El comisario se detuvo detrás de ella, a menos de un metro, y sin pronunciar una palabra le pegó un tiro en la nuca.
Elena Greenhill Blacker quedó tendida bocabajo, muerta.
Eran las tres de la tarde del 31 de marzo de 1915 y nacía una leyenda: la de “la Grinill”, “la Inglesa”, “la Bandolera de la Patagonia”. Su asesino, Félix Valenciano, era aún un policía ignoto, pero pocos años después se haría famoso como uno de los represores más sanguinarios de los levantamientos obreros de la Patagonia Trágica.
De Inglaterra a la Patagonia
Elena Greenhill Blacker había nacido en Yorkshire, Inglaterra, en 1875. Llegó a Chile en 1888 a bordo del vapor “Araucanía”, junto a sus padres, John Francis Greenhill y Frances Emma Blacker, cuando recién había cumplido 13 años. Era la mayor de cinco hermanos, dos mujeres y tres varones.
Los Greenhill llegaron con la promesa de recibir del Estado chileno unas 40 hectáreas de tierra, herramientas para trabajarla, una yunta de bueyes además de tablones y clavos para construir una casa. Poco después de desembarcar se establecieron en Cerro Verde, en el sur de Chile.
Como Elena era la mayor de los hijos quedó encargada de cuidar a sus hermanos, ayudar en la cocina y limpiar la casa mientras su padre trabajaba la tierra. Contaría años después que ese papel no le gustaba nada y que mientras crecía soñaba con irse lejos.
Por entonces, la salida más sencilla era el matrimonio, de modo que en mayo de 1894, con 19 años, se casó con el chileno Manuel de la Cruz Astete, que la doblaba en edad. “Fue un matrimonio de conveniencia. A ella le permitía irse de la casa de sus padres y a él le convenía casarse con una europea, le daba prestigio social”, explicaría muchos años después Kevin Meier Greenhill, bisnieto de un sobrino de Elena y apasionado por la historia de esa pariente lejana de la que en su familia casi nadie quería hablar. “Lo único que decía mi abuelo, como una gracia, era que tenía una tía ‘loca y bandolera’, que en Argentina era conocida”, relató Kevin, desde Chile, cuando lo entrevistaron.
Empresario y bandido
Astete y Elena habían cruzado la cordillera para radicarse en el sur argentino poco después de contraer matrimonio. El hombre comerciaba ganado entre el norte de la Patagonia y Chile, arreando su hacienda. Elena lo acompañaba y así conoció casi a la perfección los pasos cordilleranos. También con él aprendió a disparar, materia en la que lo superó rápidamente. Se cuenta que era capaz de pegarle con el winchester a un paquete de tabaco arrojado al aire.
Durante los primeros años vivieron en diferentes lugares a lo largo del Río Negro, primero en Neuquén, luego en Chelforó y más tarde en General Roca. En 1898, en Chelforó, nació el primer hijo del matrimonio, al que llamaron Armando, y dos años más tarde, en Roca, César Eulogio, el segundo.
Astete y Greenhill decían que cambiaban tanto de domicilio por la actividad mercantil del hombre, pero lo cierto es que las mudanzas tenían más que ver con acusaciones de estafa y abigeato. “Las actividades económicas del marido estaban en los límites de la legalidad. Era productor rural y comerciante de ganado, propio y de terceros. En Choele Choel vivía su hermano Napoleón Astete, importante comerciante de la zona, quien con frecuencia se abastecía ilegalmente del ganado de la estancia del entonces coronel del Ejército don Pablo Belisle, hacienda que el coronel también habría obtenido de manera poco transparente. Por ese tiempo Astete fue detenido mientras arreaba ganado hacia Chile. Se lo acusaba de robar un toro que él habría utilizado como buey para arrastrar un carro”, relata el periodista y escritor Julio Sierra en su libro “Fusilados. Historias de condenados a muerte en la Argentina”, donde presenta el caso de Elena Greenhill como un caso de pena de muerte extrajudicial.
La detención de Astete no duró mucho, tampoco su vida.
Un asesinato misterioso y un nuevo marido
Manuel Astete fue encontrado muerto a doscientos metros de su casa el 8 de noviembre de 1904. El cadáver estaba debajo de un montón de piedras y su cabeza estaba destrozada, no se sabe si con palos o con piedras. Todas las sospechas recayeron sobre Elena, que fue acusada.
La defendió un entendido en leyes, sin título de abogado, de nombre Martín Coria. Era hijo de estancieros y decía ser sobrino del gobernador de Buenos Aires, Marcelino Ugarte, dato que nadie se ocupaba de comprobar. Lo que sí se sabía es que había tenido para entonces no pocos enfrentamientos con la Justicia. Su estrategia en esos casos era la de denunciar por corrupción a los jueces antes de que lo denunciaran a él.
Lo cierto es que Elena fue absuelta y, si el asesino de Astete había sido otro, nunca lo encontraron. Para entonces, la viuda y Coria estaban en pleno romance. Se casaron en Catán Lil, cabecera del departamento de Limay, en 1905. Ella tenía 30 años, Coria 34.
Instalaron un almacén de ramos generales en Monton-Niló, Río Negro, donde también se dedicaron a la crianza de ovejas y la compraventa de hacienda. Sin embargo, eran más conocidos por las sospechas de abigeato y por una serie de robos y estafas que Coria eludía hábilmente por la vía judicial. Tampoco se atrevían mucho a enfrentarlos: Elena Greenhill ya era famosa por su beligerancia y su puntería con armas de fuego. “A las latas de tabaco Caporal, Greenhill les pegaba de cualquier forma, hasta en el aire. Parecía que ni apuntaba siquiera y accionaba el gatillo de una manera muy particular. Dejaba a todos con la boca abierta, sabía comentar mi padre”, contaba el escritor rionegrino Elías Chucair.
Un comisario en calzoncillos
La fama de “la Grinil” se acrecentó cuando a mediados de 1909 la acusaron, junto con su marido, de haber arreado y vendido 3.000 ovejas que no les pertenecían. Una partida policial de 17 hombres al mando de un comisario de apellido Altamirano se presentó en la casa de Montón-Niló para exigirles las guías de arreo de esos animales.
Hay varias versiones de lo que ocurrió después; algunas incluyen a Coria y otras no, pero en todas ellas la protagonista es “la Inglesa”.
La más conocida asegura que cuando los policías quisieron rodear el rancho fueron recibidos a balazos y se refugiaron en una hondonada. Después de un nutrido intercambio de tiros, en una de las ventanas de la casa-almacén flameó una bandera blanca e inmediatamente se abrió la puerta y salió a parlamentar un peón. El comisario Altamirano y su ayudante caminaron a su encuentro. Resultó que el peón era sordomudo, de modo que entenderse con él era difícil para los policías. Cuando estaban en eso, de atrás del rancho salió al galope una tropilla de caballos desbocados. Los policías se distrajeron unos instantes, los suficientes para encontrarse rodeados por Elena, Coria y sus peones, todos ellos armados y apuntándoles.
Casi todos los policías fueron liberados, pero Elena llevó a punta de winchester a Altamirano y su ayudante hasta la casa, donde los hizo desnudar, dejándolos únicamente en calzoncillos. Los obligó a lavar los platos y las ollas sucias del almuerzo, y los mantuvo en situación de servidumbre durante dos o tres días hasta liberarlos sin devolverles las armas. Antes de dejarlos ir, les hizo firmar las guías de arreo que certificaban que las 3.000 ovejas eran propiedad de Coria y Greenhill.
El relato del hecho corrió como por un reguero de pólvora. Para evitar la venganza, Elena y Coria liquidaron todo y se fueron a Buenos Aires, donde ya estaban los dos hijos de Greenhill estudiando en un colegio privado. Allí Coria enfermó y murió en 1904.
La vuelta y el final
En Buenos Aires, Elena formó su tercera pareja – esta vez sin papeles – con el entrerriano Martín Taborda. Se conocían del sur, donde el hombre había acompañado más de una vez a Coria y “la Grinil” en sus arreos ilegales.
Quizás por nostalgia, quizás por espíritu de aventura, decidieron volver a la Patagonia y se radicaron en Chubut, donde Elena retomó la compraventa y el arreo de ganado, tanto propio como ajeno. Antes de partir, “la Inglesa” puso en orden sus papeles y dejó testamento a favor de sus hijos.
El paso del tiempo no había aplacado los deseos de venganza de la policía de Chubut por la humillación sufrida por el comisario Altamirano. Cuando tuvieron el dato de que “la Grinil” y Taborda pasarían con un arreo por Paso Chacay, camino a Gan Gan, una partida de quince hombres al mando del comisario Félix Valenciano montó la emboscada.
Elena y Taborda respondieron a balazos, pero eran demasiados hombres contra ellos dos solos. El entrerriano, cubierto por Elena con sus últimas balas, alcanzó a huir, pero fue atrapado al día siguiente.
“La Grinil”, con el caballo muerto, herida en la espalda y sin balas, fue ejecutada por Valenciano de un disparo en la nuca. En su memoria, el cerro en que la mataron lleva hoy el nombre de “La Inglesa”.
Represor y asesino
Su ejecutor, el comisario Félix Valenciano, participaría de la represión de la Semana Trágica, y una vez terminada ésta seguiría por cuenta propia -junto con otro comisario, Gustavo Sotuyo – la cacería de obreros.
Fue acusado de las muertes de León Dehesa, Mateo Albarracín y Antonio Crocha, a quienes además robó sus pertenencias.
Detenido y sometido a juicio, se defendió: “Yo cumplí órdenes del presidente Hipólito Irigoyen y las autoridades de entonces en Santa Cruz”. Fue sobreseído.
En la Biblia familiar donde los Greenhill anotaban nacimientos y muertes – hoy en manos de Kevin Meier Greenhill-, la inscripción de la muerte de Elena se reduce a tres palabras: “Murió en Argentina”.
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