Se cumplen hoy 75 años del Día D. En el año 1994 a la ocasión del aniversario número 50, el periodista franco canadiense Pierre Foglia publicó este texto en el diario La Presse de Montréal con impresiones propias y un relato en primera persona del director de cine estadounidense Samuel Fuller que participó del desembarco en Normandía.

Al alba del 6 de junio 1944, 155.000 soldados estadounidenses, ingleses, canadienses desembarcaban en las playas de Normandía para “barrer la tiranía nazi”.

Si yo fuese el director de este diario, hoy a la tapa, en un marco negro, yo reproduciría el testimonio del cineasta americano Samuel Fuller, publicado hace algunas semanas en el suplemento de L` Express sobre el desembarco.

Samuel Fuller, 83 años, fue uno de los primeros en desembarcar en Normandía, con la primera división de infantería, al alba del 6 de junio. Aquí va lo que le contaba a L` Express

Los que tenían algún grado, los jefecitos, nos daban discursos sobre la grandeza de nuestra empresa. La libertad. La Democracia. Mierda. No queríamos liberar a nadie. Nosotros hacíamos la guerra y la guerra es matar, matar, matar.

Los tipos nos daban grandes discursos, Los generales, los mariscales, los culiados, todos nos decían las mismas pelotudeces. Salvo uno. Él se llamaba Alexander, ya ni me acuerdo más cuál era su grado. Nos dijo: “Hay unos pobres tipos que tienen que hacer este puto trabajo, y esos pobres tipos son ustedes”.

Habíamos hecho 400 repeticiones en Inglaterra. Con balas de verdad. Muchos muertos. Muertos mientras practicábamos, te das cuenta? Y un día fue Francia. Nos importaba un carajo que fuera Francia. A los soldados les importaba un carajo saber dónde desembarcarían….

Yo corrí unos 150 metros sobre la playa. Había cuerpos por todos lados. Una cabeza acá. Unos pies un poco más lejos. Los heridos no eran heridos, eran tipos destripados, hermanos a quiénes intentábamos meterles los intestinos en el vientre…

Seis, siete minutos, eso es lo que dura una batalla. El resto es esperar. Y el miedo. Los soldados no escriben cartas a sus mamás. Ellos caminan, comen, duermen, cagan. Nada más.

Al alba del 6 de junio 1944, 155.000 soldados estadounidenses, ingleses, canadienses desembarcaban en las playas de Normandía para “barrer la tiranía nazi”.

A fines del mes de agosto, La Liberación, como la llamaban los franceses, había costado unos 100.000 muertos de ambos bandos.

Eso es lo que festejamos en estos días: 100.000 muertos.

Los sobrevivientes contaran sus memorias a los periodistas. Los Jefes de Estado harán discursos sobre la paz. Los hoteleros normandos contaran sus ganancias.

¿Festejamos 100.000 muertos o los volvemos a matar?

100.000 muertos, ni siquiera es un record. Casi artesanal al lado de Hiroshima y Nagasaki que ocurriría unos meses más tarde. Y aun así, tampoco fue suficiente. Reciclamos los sobrevivientes en Indochina, en Corea, en Argelia, en Vietnam. No paramos nunca desde entonces. Nicaragua, Camboya, Afganistán, Chad, Somalia. Sigue ahora en la ex Yugoslavia mientras escribo esto, en Irlanda, Yemen, Sudan, Ruanda. Esto no va a impedir que los Jefes de Estado este lunes digan NUNCA MAS. Esto no les va a impedir mentirle a cien mil muertos diciéndoles que su sacrificio no fue en vano, que fue una guerra justa.

Mentirosos, cocodrilos.

Ustedes tocan el clarín en el matadero donde sacrificaron cien mil veces al hombre y sus novias.

***

Una vez, yo también hice la guerra, Fue en Argelia. Durante el día era secretario de un coronel. Escribía a máquina su correspondencia, le servía millones de cafés, me depilaba las piernas y me ponía minifaldas, no, esto no es verdad, pero hubiese podido… Algunas noches, era mi turno, hacia guardia en una ciudad vacía por el toque de queda. No sabíamos mucho que cuidábamos, ni contra quién. Esa época fue injusta, el ejército estaba dividido en pro y anti-De Gaulle…

Esa noche de la que les hablo, yo estaba de guardia en el techo de un edificio de la PTT (Correo y Telecomunicaciones). Sobre el techo terraza de una casa vecina, una niña de unos diez años juntaba la ropa que se había secado colgando de una cuerda. Una patrulla pasó en ese momento. El soldado del Jeep se asustó de la sombra que vio moverse detrás de una sábana y tiró una corta ráfaga de metralla. La niña no cayó inmediatamente. Yo veía cosas que brotaban de su cabeza, los sesos supongo. Yo no entendía porque ella no caía.

Al día siguiente yo volví a escribir las cartas para el coronel. Le conté lo que había pasado la noche anterior. Ya ni me acuerdo que me respondió.

Listo, esa fue mi guerra de diez segundos.

Yo no desembarque en Normandía. Nunca pienso en ello, excepto algunas veces, cuando veo en la televisión tipos que se disparan unos a otros  y uno de ellos cae, listo no se mueve más.

Yo sé que no es así.

Nunca pienso en eso, excepto algunas veces, cuando los héroes lloran sobre sus medallas.

Vamos ancianos de la patria, tal vez sus días de gloria hayan regresado. Pero en cuanto a la guerra, ay! Ella nunca se fue.

El 6 de junio de 1944, yo vivía en un pequeño pueblo ocupado por los alemanes. Habían convertido la escuela en un cuartel, al que teníamos que ir más tarde a tomar clases. Mi hermana mayor trabajaba como camarera al servicio de oficiales nazis. Ella nos traía los restos de las comidas que servía en unos recipientes de hierro que se enlazaban entre sí. En el pueblo la llamaban “La Boche” y, a veces, peor. En la Liberación fue rapada como se hizo con todos los colaboradores de los invasores. Una desgracia que se reflejaba en toda la familia, excepto yo, que tenía cuatro años y me resultaba divertido tener una hermana con una calva tan grande como la mía, pero la mía era por los piojos.

No me acuerdo mucho más sobre el 6 de junio, pero en esos días nuestro pueblo era bombardeado todos los días. Cuando las sirenas anunciaban la llegada de los aviones aliados, nos quedaban quince minutos para ir a los refugios. Mi padre prefería el cielo abierto en el campo. Me sentaba en el caño de su bicicleta y pedaleaba con la espalda curvada al campo más cercano. Mi madre nos seguía como podía. El regreso era muy angustiante, ¿encontraríamos nuestra casa en ruinas?

Ella nunca fue alcanzada.

Al amanecer del 6 de junio de 1944, yo tenía cuatro años de guerra.

En la madrugada del 6 de junio de 1944, el General Eisenhower le dijo a los miles de soldados que iba a desembarcar en las playas de Normandía: “Los ojos del mundo están fijos en ustedes, las esperanzas y las oraciones de los hombres que aman la libertad van con ustedes…”

¿Y tu hermana Ducon?

La mía es calva.

Traducción: Horacio Paone

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