Para la Argentina medieval salida de la dictadura la producción periodística de Enrique Symns fue, además de furiosa, altamente saludable. Hoy, cuando no sabemos bien qué podríamos hacer con la palabra contracultura, su legado merece agradecimiento.

Siendo perro callejero, alto frecuentador de las antepenúltimas avenidas Corrientes de los 80 y los 90, siendo a la vez conurbano, porteño y puteador, tenía apellido irlandés, cara de irlandés, y más aún, cara de duende irlandés, o leprechaun. Ya para los primeros 80 esa cara era de enano viejo. De enano viejo, irlandés viejo, de pícaro viejo, de hippie posdatado y de ciruja, que lo fue, así como casi que bailó con la realeza en sus años de esplendor Chile, trabajando para The Clinic. Con algún parecido lejano a la cabeza de Geniol y alguna semejanza en los rasgos con los de otro chabón con cara de foráneo. Uno que por entonces era su compinche –no lo sé después- y que no era de origen irlandés sino de nacionalidad boliviana, apellido germano, muy porteño y de grey judía: Ricardo El Patán Ragendorfer, antiguo militante de la UES, creo que del colegio Belgrano.

¿Cómo era la voz? Puede que de viejo también, nada bonita, y eso que fue monologuista de alto vuelo mucho antes del actual tsunami de standaperos por lo general vacíos. Voz afectuosa, ojos afectuosos cuando no se convertía en fiera, mordaz también, más que ocurrente, agudo e hiriente, interesado en el otro. Y por ahora no vamos a hablar del Symns agresivo, del peleador callejero. Puede que no lo hagamos.

Entró de culo al mundo del periodismo y lo que hizo con el periodismo –gracias a Dios- hoy no se llamaría periodismo. Comenzando por la estandarización de los lenguajes, el sacrosanto ideal de la objetividad, el otro asunto de la corrección política, la cobardía general que él denunciaba con riesgo de panfleto (de eso sí vamos a hablar). Hoy, las chicas feministas, saldrían a correrlo a Symns, para empalarlo, para atarlo al palo puesto sobre una pira tal como se practicaba el deporte de la quema de brujas. En la vieja revista El Porteño, el feminismo lúcido de María Moreno convivía con cierto machismo orillero de Symns, un machismo con algo de enfermizo, o más infantilmente, de provocador.

Practicó algún tipo de delincuencia de bajo monto en diversos países, consumió droga a lo pavo y fue dealer, como alguno de sus compinches. También fue un talentoso atormentado y alguien a quien proponemos rendir modesto homenaje.

De los tiempos del ‘45

Symns ya canoso. Foto de la revista La Yapa.

Más arriba repetí el adjetivo “viejo”. Es que lo parecía, era algo así como avejentamiento prematuro. Tiendo a creer que más por mandato de la fisonomía y la genética que de la mala vida, al menos para cuando lo conocí. O sería la tristeza. Serían los escasos pelos pelusientos ondulados, pelos débiles. la barba, la pelada prominente y frontal, el desaliño, la gorra o lo que llevara puesto en la cabeza.

No me sorprendió que muriera a los 77, sí que fuera nacido en diciembre del ’45, eso suena más viejo aún, culpa de Perón. No me sorprendió su muerte sino que llegara a tanto, que aguantara hasta los 77. Diabetes, autodestrucción, callejeo, mala vida (buena también), alcohol y falopa.

Cara de viejo irlandés. De personaje consumido inspirado en Dickens, aun cuando brillara, mi amor. Cara de pequeño truhan (él usaría esa palabra: truhan). Cara de duende o leprechaun. Acento de conurbano carrero con aquel ancestro imposible, remoto -¿sería pelirrojo?-, , más mucha lectura intensa, mucha poesía intensa, rock variado, pesado, lisérgico, del que fuera, y la falopa que fuera. Cara de algún personaje reventado para una portada de disco de Jethro Tull –o canción- que no se grabó.

El hombre que siempre fue chico y viejo, el que brilló en el under porteño, pasó su infancia entre Lanús y Montegrande, criado por una tía. “Nunca fue al colegio. Ni un solo día”, escribió en una muy buena nota el colega Pablo Perantuono. A la primaria, dicen que sí.

Hola, quién sos

Lo conocí a mi regreso del exilio, de España, donde también él había vagabundeado y aprendido. Fue en la primera, piojosa, gloriosa redacción de la revista El Porteño de la calle Cochabamba, cerca del subte C. Habían imaginado y fundado esa revista, con platita de Gabriel Levinas (o de su tráfico de pinturas, o de su padre) dos choborras brillantes: Miguel Briante y Jorge Di Paola (Di Paola Levín), el Dipi (ese talentazo usaba las sucesivas redacciones de El Porteño para dormir la mamúa, en modo airnb, solo que gratarola).

Lo conocí, decía, en los primeros ochenta de Patricio Rey y los Redonditos de Ricota y la Negra Poly. Aquello que hacían juntos, ¿cómo se llamaba? Happening no, ¿performances? ¿Espectáculo multimedia? Fui a esos conciertos de teatros chicos. Escribió lindo Perantuono que Symns se aparecía “como un oscuro predicador del desasosiego”. Diciendo cosas como estas en sus monólogos: “Es más cómodo viajar en silla de ruedas sobre la autopista de las emociones controladas. Es más cómodo que andar rengueando por caminos desconocidos. Es más cómodo internarse en el asilo de las costumbres que seguir recorriendo nuestro miedo a la oscuridad”.

El que escribe craneaba esto mientras sumaba apuntes para estos recuerdos: ¿Symns se justificaba, paliaba sus extravíos, los racionalizaba en sus monólogos y sus escritos? ¿Les ponía a esos extravíos, a menudo brutales, a menudo bellos, a menudo liberadores, un bonito marco ideológico cuando cantaba sus loas a la marginalidad, al estallido de toda regla, al reviente? Seguramente sí. Pero quién no ha cometido ese pecadillo. Y, como sea, el aporte de Symns fue valioso, aunque fuera, en términos de irradiación o masividad, mucho menor de lo que dice la leyenda, consumo de pocos, película de culto.

Todo en todas partes al mismo tiempo

Regreso de España, pues, y conocer a Enrique. No recuerdo que habláramos de España, aunque ambos anduvimos por ahí. Sí recuerdo la buena onda con que me recibió, llano, afectuoso, curioso, interesado, solidario. Creo que nunca nos lo dijimos, pero ambos habíamos bebido de la zona marginal, hardcore, de la transición española. Poshippismo, mishiadura, porros consumidos en “comunas” (viejos departamentos grandes o casas de montaña en los que se vivía con reglas libertarias o de okupas), feminismo, punks, ecologistas, las revistas Ajoblanco y El Viejo Topo (esa, posmarxista a tope, pedantilla y ardua de leer, no creo que la leyera).

Para cuando me integré a la redacción de El Porteño, Cerdos & Peces era un suplemento verdoso, con diagramación diferenciada, un cartucho de dinamita. Esa fusión en la revista de derechos humanos, antropología, política, cultura y Cerdos & Peces era una maravilla que nunca jamás se repitió, aun cuando la escritura general de El Porteño (obviamente que no la de Briante, la de Dipy, la de Fogwyll, la de Symns, luego la de Aníbal Ford y su banda de sociólogos y comunicólogos pioneros), fuera más bien opinable.

A la primera o segunda charla le ofrecí a Enrique los contenidos de un trabajo que había hecho para la facultad de Ciencias de la Información sobre The Wall. Ni recuerdo si se publicó algo de eso, que era larguísimo, una tesis despelotada. Sí recuerdo en cambio, con llamativa nitidez siendo que no soy memorioso, cómo se fue preparando la conversión de Cerdos de suplemento interno mal educado a revistita autónoma, luego legendaria. No fue Alfie Baldo el diagramador sino una piba más bien cheta de apellido Ponieman, sus modos y decires zona norte eran ajenos a la atmósfera turbia y preciosa de la redacción. Esta Ponieman (jamás volví a saber de ella) era prima de una compañera que acaba de fallecer, Viviana, vecina de mi adolescencia, compañera de tren, colegio y derechos humanos, artista plástica.

Cuestión que la primera Ponieman, para hacer Cerdos, lo recuerdo bien, copió minuciosamente a una revista estadounidense, cacho a cacho, cosa que a mí me enojó mucho, por creer en el mandato imperioso de la originalidad (¡tesis burguesa!) y fiero sujeto antiimperialista. Salto en el tiempo: lo siguiente es verme haciendo de redactor publicitario caradura e improvisado para el inminente lanzamiento de Cerdos. El texto salió como afiche callejero y como contratapa de El Porteño. Un texto en letras catástrofe y pretensiones explosivas. Solo recuerdo una línea: algo así como “Agarrate esta mandarina blindada”. Puede que también dijera “¡¡ACHTUNG¡!”. No estoy escribiendo en casa, no tengo a mano las colecciones de ambas revistas para ser riguroso.

Como sea, qué fuerte, tío, pero qué fuerte. Esas cosas se hacían con alegría, dale que va, adrenalina y todo como si nada. Y ahora que Symns murió, esos recuerdos que parecían livianos, simpaticones, parecen formar parte de la módica leyenda. Y de nuevo: buena onda con Enrique al lado, él agregando o quitando alguna cosa a aquel panfleto de lanzamiento, las frases de letras enormes creo que diagramadas en diagonal. Era como si necesitaran el ¡PUM! ¡PAF! ¡ZOC! de la serie televisiva de Batman, y acaso lo hicimos. Snif, ahora emociona un poco recordarlo y escribirlo.

Ácrata alfonsinista

Antes y durante Cerdos, discutíamos con Symns de otras cosas. De pronto, el duende maldito y libertario entendía como injustas y excesivamente radicalizadas las críticas de las Madres y El Porteño al gobierno de Alfonsín (las Madres tenían su columna, muy mal escrita, en la revista). Alfonsinismo libertario sería el suyo. Y siempre armando quilombo el chabón. Buchoneando algún tipo de orgía y alto consumo de drogas en un micro que llevaba a un festival de rock en Cosquín. Mandándose a Azul creo yo que con la deliberada intención de retratar una ciudad pampeana chata, pacata y conservadora. Y entonces, los vecinos de Azul, mandando a la revista cartas incendiadas. Recuerdo el día, ¿era una fiesta aniversario de El Porteño en algún boliche?, en que se agarró a las trompadas con Miguel Abuelo. El motivo, no sé, ni importa.

En pose de entrevistado.

Un día Gabriel Levinas dijo que se había cansado de poner guita en las revistas. La salvación de El Porteño fue una cooperativa de periodistas & aledaños. Creo recordar que en aquella primera etapa Cerdos no sobrevivió, aunque sí tuvo más adelantes sobrevidas cortas, más bien tristes. A Lázaro, el resucitado, le fue mejor. Ocurre que Enrique Symns era una de las almas de ambas redacciones, por diverso y extenso que fuera el raro catálogo de periodistas & aledaños. Y él lo sabía bien, y tenía su narcisismo bien puesto, como toda almita humana. Y sucedió también que el estilo libertario y de perro callejero peleador de Symns no armonizaba bien con buena parte de los que nos metimos en el proyecto cooperativo. Maldijo en asambleas, Symns, algún tipo de proceso de burocratización de la revista. Discusión legítima entre la cosa libertaria y existencialista de Symns versus la paulatina y muy relativa “profesionalización” de El Porteño que por hacerse más periodística y política perdió parte de su aura anterior. Resultado para Symns: algún tipo de alejamiento o destierro. No recuerdo para nada el final.

Volviendo a los cerdos y los peces

Aporté para Cerdos & Peces aquel texto publicitario caserito, unos cuentos satíricos sobre la experiencia montonera (los había escrito en Barcelona) que nadie por entonces estaba en condiciones de entender y unos relatos flojería, futuristas, creo que con el título Memorias de Urbano Masoca.

Pero de lo que se trata acá es de la leyenda de Cerdos & Peces (otros han escrito ya sobre The Clinic, Enrique hecho una star en Chile), “La revista de este sitio inmundo”. Digamos primero alguna cosa, muy de (mala) memoria, sobre la escritura de Symns. Buena prosa de rayos y fuegos, acaso de raíces beat. Vaya saber. ¿Beat con algo de Dostoievski y de Arlt y de, dicen muchos, Hunter Thompson? ¿Beat arrabalero con varias pizcas de Nietzsche? Buscando en algún caso el shock eléctrico, en otra el gancho a la mandíbula, en no pocos casos –más melancólico- indagando en la miseria humana, la tragedia humana, la vulnerabilidad humana, la alienación, la soledad. Puteando más que obviamente contra todas, toditas las instituciones: patria, familia y propiedad.

Contracultura, sí. Apenas demodé pero sana, altamente saludable, para la Argentina pacata y medieval salida de la dictadura. Si hasta un afiche puesto en las calles por El Porteño para promocionar un número dedicado al “sexo en democracia”, en el que apenas sí se veía un beso de boca y lengua, causó estupor y escándalo.

Por fiaca, copio un párrafo de una nota, uf, una necrológica de Página, escrita bien por Marina Daniela Yaccar, acerca de la identidad de Cerdos & Peces: “Legalización de drogas, homosexualidad, sexo explícito, anarquismo, okupas, eran algunos de sus tópicos, siempre de vanguardia o tabúes. Aunque algunos de ellos ya están integrados a la agenda pública, el modo de tratar la información de la Cerdos parece muy lejana en el tiempo. Los protagonistas de las páginas eran personas de la calle, travestis, artistas under ignorados por los medios. La revista fue tildada de apologética. Padeció un atentado en sus comienzos; fue denunciada por apología del delito por tratar el tema del sexo con niños, en un caso que llegó a la Corte Suprema (N del A: la Corte dictaminó poco después que no existía delito); y fue allanada por la Policía tras organizar una marcha contra Juan Pablo II en abril del ’87. En el gobierno de Alfonsín hubo un secuestro de números”.

Levinas sudaba la gota gorda con los juicios generados por Cerdos. Relación sufrida, trabajada y puteadas entre Levinas y Symns, y sin embargo entiendo que la relación se prolongó en el tiempo.

Cerdos & Peces. Número 3.

Era un combate general en tono flamígero. Drogas, punks, gays, locos y manicomios, radios libres, putas, la crítica a la institución policial. Todo bárbaro (habría que recuperar y reciclar aquello, algunos lo hacen) y lo que sigue va a sonar pedante: por haber conocido antes los periodismos y los mundos que retraba Symns con Cerdos, a mí lo que no me cerraba era el tono panfletario, hecho con pasión y convicción, pero también con un sesgo infantil. para épater le bourgeoise. Será que de mis años de montonerito más que imberbe –y las lágrimas- ya me habían cansado los panfletos. Tampoco me conformaba la visión nihilista (este calificativo lo usaban mi viejo y las izquierdas), acaso porque pretendía una visión también clasista.

Pablo Perantuono escribió este otro párrafo valioso: “Como sucede con los hitos legendarios, con Cerdos & Peces ocurre algo curioso: es recordada con más aprecio y adeptos de los que contó en vida. La revista hablaba con un lenguaje rabioso, directo, brutal, entrevistaba a putas, violadores y pederastas, buceaba en las cañerías de la gran ciudad para rescatar y darles voz a los personajes más ominosos y deformes”.

Salto enorme en el tiempo. A 2018. Crítica de la Argentina, de Lanata. Mis últimos encuentros con Enrique Symns. Agradecidísimo estaba de que Jorge Lanata lo bancara en las muy malas. Él estaba en las últimas, pero siempre parecía estar en las últimas. Lanata me lo pasó a mí, casi con cariño y como a un paciente complicado, porque ya nos conocíamos y porque los textos de Enrique se merecían las notas largas de la doble página central del diario que yo editaba. Solo recuerdo que yo estaba tan a disgusto en ese diario, tan trastorno de ansiedad y tan sin tiempo, que no tuve la paciencia para charlar mejor, ni invitarlo a un café. Lo de siempre: en un diario con horarios de cierre a cumplir y más o menos regimentado, Symns se me hacía incómodo. Su vida misma se me hacía incómoda, confesemos. Lo lamento, ahora que es mediana leyenda

Y bueno, basta. Tal como se anticipó antes: las muchas y coloridas peleas que tuvo Enrique Symns con músicos o periodistas o medianas celebridades no me interesan. Observen como hasta los más feroces rockeros iluminados han hablado en estos días de estas cosas, cual programa de chismes.

Me quedo para el final con algo que rescató en Página Marina Daniela Yaccar:

“Esto escribió hace dos años Enrique Symns: ‘“Mi cuerpo, como la madera seca y crujiente de un viejo barco, está muy cerca de reposar en la última orilla”.

Dicen que dijo que no le tenía miedo a la muerte, sí a los hospitales.

Ojalá.

Fotografía de apertura: Eduardo Grossman (gracias).