Un delincuente de frondoso prontuario asesinó a Ana María Blassi y dejó herido a su amante, un oficial de la Armada, cuando salían del Hotel Acapulco. El delincuente confesó que la mujer lo había contratado para que los asesinara porque tenían SIDA. Esa fue la primera de una cadena de fabulaciones: no estaba enferma, se presentaba como miembro de la nobleza y no lo era, decía que era modelo pero nunca se la vio en un desfile y se restaba quince años en la edad.

Es la hija del conde de Luxemburgo! – gritó el hombre de las piernas baleadas y sangrantes señalando a la mujer que agonizaba con un tiro en la cabeza en la camilla de la guardia del Hospital Fernández.

Eran alrededor de las 11 de la noche del 9 de marzo de 1990 y los dos habían sido trasladados en la misma ambulancia desde la vereda del albergue transitorio de Azcuénaga 2020, en el porteño barrio de La Recoleta, donde habían sido baleados media hora antes por un pistolero que los esperaba entre las sombras, favorecido por la noche tormentosa.

El hombre que gritaba se llamaba Carlos Di Nucci, tenía 39 años y era un contador asimilado a la Armada con el grado de capitán; la mujer era Ana María Blassi, decía que tenía 28 años pero sus documentos acusaban 42, decía que era italiana pero nadie podía comprobarlo, y aseguraba también que era modelo pero era totalmente desconocida en el ambiente.

A primera vista, Blassi y Di Nucci habían sido víctimas de un intento de robo – el arrebato de la cartera de la mujer – que había terminado mal, pero con el correr de las horas el caso se iría complicando, no sólo por los pormenores del hecho en sí y las declaraciones del atacante al ser capturado sino también porque la figura de la mujer – que moriría pocas horas después – se transformaría en un misterio que tres décadas después no ha sido develado.

Como si eso fuera poco, el asesino, identificado como Juan Martín Colman, alias Tito, de 50 años, era un ex preso que no toleraba vivir en libertad y quería volver a la cárcel, donde había pasado la mayor parte de su existencia.

¿Qué hacían en el hotel?

La pareja había entrado al hotel Acapulco, donde el encargado le dio al hombre la llave de una habitación del cuarto piso, poco después de las 22. Menos de veinte minutos después la devolvieron.

La declaración del encargado reveló que no habían utilizado el lugar para los menesteres a los que está destinado. “La cama quedó intacta, ni siquiera arrugaron la colcha”, dijo el hombre a la policía.

La reconstrucción del crimen.

Cuando fue interrogado, el capitán Di Nucci dio una explicación: “Lo que ocurrió fue que Ana se indispuso de golpe; como pasábamos por el hotel, decidió subir para cambiarse una prenda íntima”, explicó.

Su versión fue corroborada por el hermano de Blassi: “Mi hermana entra (al hotel) por una indisposición. Le pidió a él que por favor la llevara al albergue para que se pudiera cambiar”, dijo.

Podía ser verdad o no. Lo cierto es que Carlos Di Nucci estaba casado y, como efecto colateral del crimen, se podía desatar un escándalo en su familia.

Los policías que investigaban el caso tenían otra versión de los hechos y la hicieron trascender. Di Nucci estaba planeando un viaje a Francia pero antes de partir quería cortar la relación con Blassi.

Alquilaron la habitación del albergue para conversar tranquilos y – quizás – despedirse, pero una vez adentro discutieron y decidieron irse. Según ese relato, Ana María Blassi no quería separarse y había comprado también un pasaje a Paris, para estar con Di Nucci, pero el marino se negó de plano a que lo acompañara.

Veinte minutos después de haber entrado, Di Nucci y Blassi estaban de nuevo en la calle, donde Tito Colman los esperaba armado con un viejo revólver Doberman calibre 32.

El ataque y los tiros

Al día siguiente, con pequeñas variaciones, las primeras crónicas periodísticas sintetizaban así los hechos: al salir del albergue transitorio, la pareja empezó a caminar hacia la Avenida Pueyrredón cuando un hombre se abalanzó sobre la mujer para quitarle la cartera. Hubo gritos, Di Nucci forcejeó con el atacante y se escucharon cinco disparos. El marino y Ana María Blassi quedaron heridos en el piso mientras el atacante huía con la cartera.

Tito Colman fue detenido dos cuadras más adelante, por dos policías que estaban de consigna frente a la Embajada de Gran Bretaña. Todavía llevaba el revólver en la mano derecha y cargaba con la cartera de la mujer.

El único testigo del hecho fue un taxista. En su declaración dijo que la mujer abrazaba a Di Nucci cuando la pareja fue atacada.

Dentro de la cartera, la policía encontró un fajo de 1.800 dólares y un pasaporte. En el tambor del revólver de Colman quedaban tres balas – que no correspondían al calibre del arma y por lo tanto no hubieran podido ser disparadas – y casquillos de dos, pero se habían escuchado cinco tiros.

Las cuentas no cerraban.

(Auto)crimen por encargo

El primero en interrogar al asesino fue el comisario Carlos Caporaletti que, al escuchar el relato de Tito Colman, creyó que le estaba tomando el pelo.

-La mujer vino a verme hace unos días a un bar que se llama “Los Gonzalo” y me contrató para que los matara a los dos. Me dijo que iba a llevar al hombre al hotel alojamiento y que cuando salieran los matara. Le pregunté por qué y me dijo que el tipo era un marino que le había contagiado el SIDA. Que ella se iba a morir, pero que se lo iba a llevar con ella – le dijo.

Contó también que el encuentro lo había armado un tipo al que solo conocía por el nombre de Aníbal y que, en el bar, Ana María Blassi le había dado 200 dólares como adelanto por sus servicios homicidas. Además, le indicó la manera de cobrar el resto hasta completar dos mil.

-Cuando nos mate, llévese la cartera. Ahí voy a tener mil ochocientos dólares para usted – dijo Colman que le dijo la mujer.

El relato parecía obra de un delirante, pero los 1.800 dólares estaban en la cartera y era mucho dinero para andar llevándolo de noche en la cartera sin un motivo preciso.

Sin embargo, en una entrevista televisiva que le hicieron días después, la madre de Colman corroboró el relato de su hijo:

-Ella le oferta dinero, dos mil dólares, para que los elimine a los dos, a ella y a él, porque según ella tenían SIDA los dos. Y le oferta que en la cartera ella va a tener los dos mil dólares, que cuando él los mate agarre esa cartera y se mande a mudar – contó.

El asesino se desmiente

La instrucción del caso quedó en manos del juez Remigio González Moreno, que poco después debería renunciar por pedir coimas en una causa que les seguía a los propietarios del Sanatorio Güemes.

Hombre al que le gustaba mostrarse en los medios, el juez dio aviso a periodistas amigos que haría la reconstrucción del crimen. El caso tenía todos los ingredientes para llegar a la primera plana: El SIDA era por entonces un tema cargado de prejuicios, la mujer – joven, bella y modelo – había encargado su propia muerte y su amante era un oficial de la Armada. No se podía pedir más.

Carlos de Nucci.

Pero entonces Tito Colman cambió su versión: dijo no había tenido intención de matar a nadie y que solamente había querido robar la cartera de la mujer, que había llevado el revólver nada más que para asustar y que los tiros se le habían escapado por accidente en el forcejeo.

-Ni loco quería matarla. Tengo la suficiente experiencia como para no cargar sobre mis espaldas un doble homicidio. Yo había planeado salirles al encuentro, asustarlos, robarme la cartera y salir corriendo sin matar a nadie. Pero el tipo se me tiró encima y para colmo ella no soltaba la cartera – le dijo al juez.

-Usted dice que tiró solamente dos tiros, pero la mujer recibió dos balazos y el hombre tres. Si usted no tiró, ¿quién fue? – le preguntó el juez.

-No sé, pero no fui yo. Es más, usted vio que en el revólver yo tenía cinco balas y quedaron tres que ni servían. Yo llevé el arma para pegarles un susto nada más, no para matar a nadie. Seguro que tiró alguien más, pero yo no sé quién fue – respondió.

Nada cerraba y además el informe policial decía que junto a la cabeza de la mujer, en la vereda, habían encontrado un casquillo de winchester.

A Tito no le gustaba la calle

Cuando cometió el crimen frente al albergue transitorio, Juan Carlos Colman llevaba pocos días en libertad, una situación a la que le costaba acostumbrarse. Tenía 50 años, pero había pasado dos tercios de su vida entre rejas, por distintos delitos.

Cuando lo llevaron a Devoto, estaba contento. Se lo contó la madre de Tito al periodista Ricardo Ragendorfer en una entrevista que publicó el 16 de marzo de 1990 en el diario Nuevo Sur.

-En la cárcel está lo más bien. Y como es de mucho cocinar, los otros presos están chochos con él. No sé… en la calle se deprimía y al final se mandó una macana para volver a estar preso – le contó la mujer.

Si realmente le gustaba estar preso se debió haber alegrado cuando en 1993 fue condenado a prisión perpetua. En el juicio fue desestimada la teoría del pacto asesino, pero si se lo encontró culpable de la muerte de Ana María Blassi y de las heridas sufridas por el capitán Di Nucci.

Salió en libertad en 2010 y se perdió todo rastro de él.

Un misterio llamado Ana María Blassi

Si el crimen frente al hotel alojamiento de La Recoleta tiene todavía hoy muchos cabos sueltos que nunca pudieron ser anudados por la investigación, la figura de la víctima, Ana María Blassi, sigue envuelta en el misterio.

Si realmente le dijo a Colman que había sido infectada con el virus del HIV por Di Nucci, le había mentido. Los análisis ordenados por Remigio González Moreno dieron negativos tanto en el hombre como en la mujer.

Sería una cuenta más en un rosario de mentiras:

No era la hija del conde de Luxemburgo, como gritó Di Nucci en la sala de guardia del Hospital Fernández, pero se presentaba como tal. El juez incluso hizo averiguaciones con el encargado de negocios de ese Principado en Buenos Aires, quien la desmintió.

Tampoco tenía 28 años, como decía. En sus documentos acusaba 42. Aunque los llevaba muy bien, era difícil creerle.

Aseguraba que trabajaba como modelo, pero nadie en el ambiente la conocía. No se la había visto nunca en un desfile, ninguna modelo sabía de ella, no figuraba en el staff de ningún representante. Era una mentira más.

Aún hoy se dice que sus restos fueron cremados y trasladados en avión a Francia para entregárselos a su supuesto padre, el conde de Luxemburgo.

Nada en la vida de Ana María Blassi era verdad y las razones de su muerte violenta siguen siendo un misterio.

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