El control de lo que publicaban las agencias noticiosas y los medios de comunicación por parte de la dictadura llegó a un nivel de censura aún mayor durante la guerra de Malvinas. Aquí la historia de la clausura de la agencia Noticias Argentinas. (Foto de apertura: Daniel García/fototeca ARGRA).
El rostro tétrico de José Gómez Fuentes en el noticiero nocturno de ATC ha quedado como un símbolo del triunfalismo y las mentiras de los militares argentinos en la Guerra de Malvinas. Toda la información pública que se manejó en esos 64 días se basaba en los partes del Estado Mayor Conjunto (EMC), que ni la prensa extranjera pudo eludir del todo. También en las imágenes in situ que emitían los dos medios oficiales (ATC y Télam) autorizados trasmitir desde ese escenario lejano, y también bajo estricto control militar. Así son las guerras. Por eso causó estupor que pocos días antes de la rendición de Puerto Argentino la dictadura clausurara “por tiempo indeterminado” la agencia Noticias Argentina (NA), que financiaban de modo asociativo diversos medios de prensa gráfica privados. La dictadura que presidía entonces el general Leopoldo Galtieri la acusó de “haber vulnerado pauta referida a difusión del desarrollo de las operaciones militares”. Algo tan genérico como inespecífico.
Burlando al enemigo
“En la noche del 4 de junio del 82, me habló el secretario de prensa de la presidencia, Rodolfo Baltiérrez y me anticipó la clausura de la agencia por tiempo indeterminado”, contó Raúl García, director de N.A. en esos días. “Le pregunté la razón pero sólo dijo que la decisión estaba tomada y que me avisaba porque lo consideraba correcto dado que había sido periodista”. García actuó con reflejos rápidos. Cuando al mañana siguiente una partida policial pegó la faja de clausura en las oficinas del primer piso del Edificio de la Prensa Argentina, en Chacabuco 314, el equipo de trasmisión ya había sido mudado al Diario Popular, en Avellaneda, entonces propiedad de Raúl Kraiselburd. El empresario, dueño también del diario El Día de la Plata, era miembro del directorio de la agencia. Desde esa plaza “segura”, la agencia N.A. siguió funcionando con “normalidad”, según recordó Fernando Aguinaga, redactor de la agencia. En el operativo de trasmisión del servicio de noticias a los abonados del interior participaron también las corresponsalías porteñas de El Día y La Capital de Rosario.
Diez días después el Boletín Oficial publicó el decreto antedatado que hablaba sólo de 72 horas de clausura. En la volteada también había caído el diario El Patagónico de Comodoro Rivadavia, desde cuyo aeródromo militar operaban los aviones de combate argentinos. Medios locales y las agencias y diarios internacionales llegados a Buenos Aires para cubrir el conflicto dieron cuenta de la clausura, que en los hechos era simbólica.
El vuelto
“El día anterior en una reunión con editores de medios convocada por el EMC, un almirante nos reiteró los pedidos de cautela al informar ya que todo reporte podía contener información estratégica que sería usada por el enemigo. Y a modo de ejemplo citó el pronóstico meteorológico en Malvinas. Se me ocurrió decirle que los royal marines no leían el servicio de NA para saberlo porque les alcanzaba con abrir la ventana”. Estaban Bartolomé Mitre de La Nación, la señora de Udaquiola de Continental, Tato de Dyn, y otros más. Todos rieron. “Al día siguiente nos cayó la clausura”, evocó García.
Pero la medida sonó más a una represalia tardía por la difusión continua de las violaciones a los derechos humanos que había realizado Noticias Argentinas durante los años oscuros. Bajo la dirección de Horacio Tato, y aun luego de su salida para fundar DyN, y con el equipo que entre otros integró García, sus despachos se hicieron famosos por su rigor. El gran público ignoró que mucho de lo que publicaba el Buenos Aires Herald y leía Ariel Delgado en Radio Colonia se originaban en aquella redacción que trabajaba con máximo profesionalismo.
“Fuimos el único medio censurado por los militares en siete años”, evaluó García, como quien se cuelga una merecida medalla. Algo que sería totalmente cierto si se pone en otra categoría la clausura y posterior apoderamiento de La Opinión, más la captura de su propietario, Jacobo Timerman. Ni hablar del asesinato o desaparición de más de 170 trabajadores de prensa de distintos medios.
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