El psiquiatra Antonio Vallejo-Nájera convenció al dictador Francisco Franco que la degradación de la raza hispánica se debía a la existencia de un “gen rojo” que era necesario extirpar para que la victoria lograda en la guerra civil fuera completa. Acusó a las mujeres republicanas de ser sus transmisoras y propuso la apropiación de sus hijos y el robo de sus identidades, inaugurando una práctica que continuó, incluso, después de la transición española.
Padecemos fuerte marejada de comunismo sexual, gracias a una organización que fríamente propaga la depravación y el libertinaje, con arreglo a una táctica internacional maduramente premeditada. Los comunistas rusos esfuérzanse por que en el mundo entero se extiendan las prácticas que han llevado las mujeres rusas a la más abyecta e infame degradación”.
Enfundado en su uniforme de coronel con el pecho poblado de medallas, el coronel médico Antonio Vallejo-Nájera, director del flamante Gabinete de Investigaciones Psicológicas del ejército franquista, exponía así una de sus ideas centrales ante la silenciosa audiencia de la Semana Médica Española, el 8 de octubre de 1938.
Aún no resuelta, la guerra civil desatada por el levantamiento de Francisco Franco en 1936 parecía, sin embargo, tener un seguro vencedor, las “tropas nacionales” dispuestas a acabar con la Segunda República.
Pero el futuro de España no se definiría únicamente con una victoria por las armas sino también – y a más largo plazo – con el resurgimiento de una raza pura y superior, la antigua raza de los hidalgos españoles, contaminada y puesta en peligro primero por una burguesía plebeya y luego por el “gen rojo” del marxismo.
-Mientras subsistieron los hidalgos, templo de la caballerosidad, redoma continente de esencias y virtudes patrióticas, contaba la raza con una fuerza de reserva. Absorbidos los restos de la pequeña nobleza por la burguesía engendrada por una democracia aplebeyada, el instinto de adquisitividad hipertrofiábase en perjuicio de cualidades ancestrales excelsas. El fenotipo amojamado, anguloso, sobrio, casto, austero, transformábase en otro redondeado, ventrudo, sensual, versátil y arribista, hoy predominante. Tiene tan estrecha relación la figura corporal con la psicología del individuo, que hemos de entristecernos de la pululación de Sanchos y penuria de Quijotes – sostenía Vallejo-Nájera ante su audiencia.
La recuperación de la raza exigía también volver a poner a las mujeres en el lugar del que nunca debieron haber salido, contaminadas también por el “gen rojo” – un gen extraño, ya que no era biológico sino social y cultural – de la degradación: el hogar.
-A la mujer se le atrofia la inteligencia como las alas a las mariposas de la isla de Kerguelen, ya que su misión en el mundo no es la de luchar en la vida, sino acunar la descendencia de quien tiene que luchar por ella – definía el conferencista.
Con estas ideas, Antonio Vallejo-Nájera, el médico psiquiatra que pasaría a la historia como “El Mengele español”, emprendía una batalla que él mismo continuaría hasta su muerte, en 1960, que otros prolongarían hasta la muerte de Francisco Franco, pero cuyas prácticas y efectos continúan, en algunos casos, hasta hoy.
Una batalla que incluyó experimentos en los campos de concentración del franquismo y el robo de niños para criarlos “lejos de las ideas y prácticas degradantes de sus padres”.
Médico, militar y psiquiatra
Antonio Vallejo-Nájera Lobón había nacido en Paredes de Nava, Palencia, en 1889. Hijo de una familia católica y acomodada, estudió Medicina en la Universidad de Valladolid, donde se recibió a los 20 años, en 1909.
Apenas obtenida la licenciatura, Vallejo-Nájera decidió combinar su vocación médica con otra carrera que lo seducía, la militar, para lo que se incorporó al Cuerpo de Sanidad Militar del Ejército.
En 1917, durante la Primera Guerra Mundial, el gobierno español lo envió a Berlín como integrante de una comisión médico-militar internacional que tenía la misión de inspeccionar los campos alemanes de prisioneros.
Ese viaje resultaría decisivo para su orientación médica e ideológica, ya que además de cumplir con su misión – que le valió condecoraciones de varios países europeos – dedicó su tiempo libre a visitar las clínicas psiquiátricas de la capital alemana, lo que definió su especialización.
Al volver a España continuó sus estudios de psiquiatría y en 1930 fue nombrado director de la clínica psiquiátrica de Campozuelos.
Franco y la guerra civil
Su trabajo en la clínica no le impidió continuar con su carrera militar. En 1931 fue nombrado profesor de la Academia de Sanidad Militar. Por esos años también conoció a Francisco Franco, con quien mantendría una estrecha relación – y sobre quien influiría fuertemente – el resto de su vida.
Fue el propio Franco quien, al levantarse en armas contra el gobierno republicano en 1936, lo eligió para dirigir los Servicios Psiquiátricos del Ejército. En muestra de agradecimiento y admiración, Vallejo-Nájera le dedicó al Caudillo su primer libro – en el que esbozó sus primeras ideas sobre la relación entre el marxismo y las taras mentales – sobre psicopatología de guerra.
La dedicatoria decía: “En respetuoso Homenaje de admiración al invicto Caudillo Imperial, Generalísimo de los Ejércitos Españoles de Tierra, Mar y Aire”.
Por ese entonces también comenzó la que sería su obra más famosa “Eugenesia de la Hispanidad – Regeneración de la raza”, donde sostenía que la degeneración de la auténtica raza española – a la que identificaba con la aristocracia, el militarismo y el catolicismo – había comenzado a degenerarse durante la Segunda República, y que era necesario recuperarla para que la victoria de las armas, a la que consideraba segura, pudiera consolidarse.
En busca del gen rojo
En agosto de 1938 Vallejo-Nájera le escribió a Franco una carta en la que le sugería la creación de un Gabinete de Investigaciones Psicológicas para darle marco institucional a los trabajos de campo que venía realizando con la hipótesis de que las ideas de izquierda tenían un origen patológico.
Para demostrar esa teoría se proponía identificar el “gen rojo” o marxista, que había envenenado a la auténtica raza española.
A diferencia del alemán Joseph Mengele, que centraba sus hipótesis en la biología de las razas, lo cual lo llevó a prácticas sus atroces “experimentos”, Vallejo-Nájera sostenía que el “gen rojo” tenía un origen social y cultural que había pervertido a la raza hispana alejándola de los valores de “Dios, Patria y Familia” para reemplazarlos por la lucha de clases y la reivindicación del proletariado.
Centró sus investigaciones en el campo de concentración de San Pedro de Cerdeña, donde estaban hacinados soldados republicanos y brigadistas internacionales, a los que sometió a largos interrogatorios, sin privarse de ningún método para lograr escuchar lo que quería.
Con los “resultados” de esta “experiencia científica” en la mano, el coronel psiquiatra postuló su teoría y la dio por comprobada: “El simplismo del ideario marxista y la igualdad social que propugna favorece su asimilación por inferiores mentales y deficientes culturales, incapaces de ideales espirituales, que hallan en los bienes materiales que ofrecen el comunismo y la democracia la satisfacción de sus apetencias animales. El inferior mental y el inculto encontraban en la política marxista medios de facilitarse la lucha por la vida, al contrario que en cualquier otro régimen político social, especialmente los aristocráticos que fomentan el encumbramiento de los mejores”, escribió.
Sacarles los hijos a “las rojas”
Una de las estrategias propuestas por Vallejo-Nájera para la recuperación de la raza hispánica fue separar a los hijos de los republicanos de sus padres, en el caso de que éstos estuvieran prisioneros, e incluso de sus familias de origen si habían muerto.
Alejarlos de las madres era, para el coronel psiquiatra, no solo necesario sino fundamental para su objetivo racial, ya que las mujeres jugaban un papel central en la transmisión del “gen rojo”, como planteó en su trabajo “Psiquismo del fanatismo marxista. Investigaciones psicológicas en marxistas femeninos delincuentes”.
Esta práctica de separación compulsiva – que incluyó a los niños nacidos durante el cautiverio de sus madres – se generalizó en muy poco tiempo y no demoró en tener un estatus legal con la promulgación, en 1941, de una ley que permitió cambiar el apellido de los huérfanos y de los hijos de los prisioneros que habían sido alejados de sus padres para internarlos en orfanatos o entregarlos a familias franquistas.
Se calcula que con este método se le robó la identidad a más de 30.000 niños durante la guerra civil y los primeros años de la dictadura franquista.
Una práctica que no se detuvo
Antonio Vallejo-Nájera murió a los 71 años en Madrid, el 25 de febrero de 1960, rodeado de honores, pero la práctica de robo de niños que justificó “científicamente” no sólo continuó después de su fallecimiento sino que incluso siguió más allá del final de la dictadura franquista.
En la actualidad existen en España más de 25 organizaciones que buscan a “los niños robados” y que han propuesto al gobierno que se considere la apropiación de niños como un delito de lesa humanidad.
No se refieren, en esa búsqueda, exclusivamente a la restitución de la identidad de los niños separados de sus familias durante el franquismo sino a un número no establecido de apropiaciones ocurridas durante y después de la transición democrática que se abrió después de la muerte de Francisco Franco.
“El robo de niños fue quizá la fórmula más atroz y menos conocida de la represión franquista. Superada la posguerra, el tráfico de niños continuó durante el tardofranquismo y la Transición. El nexo de unión entre un período y otro, el telón de fondo común, aunque sin conexión entre sí, son tramas formadas por sacerdotes, monjas, médicos ultracatólicos y probablemente jueces y notarios”, denunciaron en un documento conjunto.
De “rojas” a solteras y pobres
Los testimonios de no pocos de esos últimos casos fueron recogidos en el documental “El silencio de otros”, de 2018, producido por Pedro Almodóvar y dirigido por Almudena Carracedo y Robert Bahar.
Con el paso del tiempo, las víctimas del robo de sus hijos recién nacidos dejaron de ser aquellas “rojas” que denostaba el coronel psiquiatra sino mujeres solteras pobres a quienes les dijeron que sus bebés habían nacido muertos.
Sesenta años después de la muerte Antonio Vallejo-Nájera, las consecuencias de la práctica que inauguró siguen presentes, mientras calles y plazas de muchas ciudades españolas le rinden un siniestro homenaje llevando su nombre.
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