Lauren Bacall murió hace 3 años, el 12 de agosto de 2014. El recuerdo del descubrimiento de unos ojos capaces de perforar el celuloide en la pantalla de un televisor blanco y negro.
Corría 1971 cuando el adolescente Argañaraz la descubrió en la tele un sábado de lluvia y súper acción. No la buscaba; la encontró. Se había quedado frente a la pantalla en blanco y negro porque el agua había abortado el picado en la plaza Iraola y esperaba una de cowboys para sacarse la frustración. Pero en lugar de un western (a Argañaraz le gustaban los de Clint Eastwood y los de Glenn Ford, no los de John Wayne) daban El sueño eterno, un policial negro con Humphrey Bogart. El adolescente Argañaraz sabía quién era Bogart y mucho no le interesaba, pero la película estaba basada en una novela de Raymond Chandler, cuya saga del detective Marlowe había empezado a leer hacía poco y le estaba enseñando que había otras maneras de escribir. Se quedó. Y entonces la(s) descubrió; a Ella y a su mirada. A esa mirada que era Ella. Y fue una revelación.
Argañaraz no la tenía entre las estrellas de Hollywood que, por otra parte, casi no le decían nada. Doris Day era, como se diría después, una rubia tarada con vocación de ama de casa, y Marilyn Monroe le provocaba la misma excitación que una muñeca inflable con peluca rubia. Pero ésta –esa Desconocida que ahora miraba– no era rubia y era, sí, una mujer. Todo lo que un adolescente de 15 años, como aquel Argañaraz, podía intuir en las tripas y más abajo que era ese enigma llamado mujer.
En esa mirada que miraba a Bogart había de todo: sensualidad, pasión, misterio, provocación, invitación, desafío y diversión. En esa mirada –con todo eso que no se sumaba sino que hacía potencia– también había una promesa. Y en esa mirada que era promesa radicaba la gigantesca vulnerabilidad de Bogart.
Y entonces, mirando esa mirada, aquel Argañaraz acosado por las dudas y las inseguridades de la adolescencia tuvo una única e incuestionable certeza: que alguna vez una mujer lo miraría a él con esa misma mirada, como a Bogart lo miraba la Bacall.