Tercera entrega del diario de cuarentena de un periodista de Socompa al que parece que el aislamiento le viene pegando mal. O quizás no y ya ha pasado a otro plano donde ocurren cosas increíbles.

Advertencia del editor: Como ya se explicó en la primera y la segunda entrega de este diario, Socompa no se hace responsable de su contenido. Toda acción legal o medida psiquiátrica – incluida la internación – que se decida tomar después de su lectura, se la aplican sólo a él… si es que lo encuentran, porque sigue sin atender el teléfono ni comunicarse por otro medio, salvo las páginas sueltas del diario que nos hace llegar por medios misteriosos. Las fotografías que acompañan el texto son las que el propio autor pegó en las páginas y tampoco nos hacemos responsables por su calidad. Hechas las aclaraciones del caso, pasen y lean la tercera parte del diario:

Sábado 18 – Única entrada

Querido diario de cuarentena:

Hace dos días que no tengo noticias del caracol cubano, querido diario. Es lógico, está en misión.

Anoche, mientras me mandaba al buche dos vasos del ron Santiago de Cuba que me dejó de regalo, me puse a pensar en una observación que me hizo, que muestra a las claras que está en todos los detalles.

Fue cuando me explicó que me haría llegar mensajes cifrados por medio de algún pájaro o de “eso insecto que tú iamas abejolos”.

Le pregunté entonces por qué, si era capaz de trabajar coordinadamente con las hormigas internacionalistas, las aves y todo tipo de insectos, no armaba algo con los perros de casa, que están todo el día al pedo en el parque.

-Que no, chico – me respondió -, ¿que tú no sabe qué clase de perro tienes? El bulldog ése que parece lo mas cabrón es un bobo apendejado.

Ritya, la perra chivata.

No pude menos que darle la razón, pero insistí:

-¿Y la perra?

-No te engañe, chico, que esa parece plebeia como para ser camarada, pero mira cómo ladra a los compañeros del camello que te recogen la basura. E’ una chivata – me contestó.

La verdad es que me ofendí un poco, querido diario, pero el caracol tenía razón de nuevo: Rita sufre del mismo mal que muchísimos argentinos, que se creen lo que no son y juegan para el enemigo.

En fin, seguiré esperando el primer mensaje del caracol cubano, preguntándome si me lo enviará con un pájaro o con un abejorro.

Es todo por ahora, querido diario, me calzo el barbijo y rajo al chino a comprar unos tubos de vino.

Domingo 19 – Única entrada

Querido diario de cuarentena:

No sé si por la abstinencia de fútbol, la ausencia del caracol cubano – que sigue en su misión – o el pastel de papas que me cayó pesado (no voy a echarle la culpa al Cabernet Sauvignon) anoche soñé que estaba en la Bombonera viendo la semifinal del Metropolitano de 1967, esa en la que el Pincha le ganó a Platense 4 a 3 y fue el comienzo de la gloria.

La cosa era rara – y yo me daba cuenta dentro del propio sueño – porque en el ’67 yo tenía once años y no fui a la cancha sino que escuché el partido sentado en el piso de mi dormitorio, con la spika pegada al oído y el corazón saltando tanto que creí que me moría. Pero en el sueño el que estaba ahí, en la tribuna de la Bombonera, era el yo que soy yo ahora, y lo más raro de todo era que conmigo estaban el caracol cubano y mi amigo Eduardo Fort (aka) “El Calamar Amargo”, hincha de Platense a morir y propalador de la infame versión – muy difundida – que asegura que esa noche Estudiantes compró el partido.

En el sueño yo estaba sentado, con el caracol cubano a mi izquierda y el Calamar Amargo a mi derecha. Creo encontrar ahí una simbología más digna de Jung que de una interpretación freudiana. Porque el caracol cubano, como buen revolucionario, se puso a la izquierda, mientras que mi amigo el Calamar se situó a mi derecha, como corresponde al liberal que es y proclama a los cuatro vientos, tanto como su amor por Platense.

En el sueño el partido transcurría como esos compilados que pasan mil veces por la tele, donde te muestran nada más que los goles. Vi y grité el gol de Marcos Conigliario a los 7 del primer tiempo mientras apreciaba cómo el Calamar amargo se agarraba la cabeza, y me fui hundiendo cada vez más en la tribuna cuando Lavezzi y Bulla dos veces dieron vuelta el partido y lo pusieron 3 a 1 para los marrones, que esa noche jugaban con camiseta blanca.

A esa altura el Calamar Amargo me cargaba, mientras el caracol cubano trataba de entender qué estaba pasando.

-Oie, chico – me decía -, por qué tú no me explicas un tantico esto del fútbol que io juego al béisbol y no entiendo na’a.

El gol de Bilardo.

Lo que ocurrió después fue como un sueño dentro del sueño, porque La Bruja Verón descontó y al ratito nomás, Conigliaro le bajó una pelota al Narigón Bilardo en el área para que la mandara con la zurda (sí, con la zurda, que era la de palo del Narigón) al fondo de la red sin que Hurt, el arquero calamar, pudiera hacer nada.

Y dos minutos más tarde, la gloria. Esa la vi clarita, como si estuviera adentro de la cancha: Bilardo cargándolo a Hurt en un corner y el arquero pegándole en el tobillo para que el Narigón protagonizara una de las mejores actuaciones de su vida, revolcándose en el piso como si le hubieran tirado con un misil. Coerezza pitó penal y Madero, el doctor, le pegó fuerte y a cobrar: 4 a 3.

El caracol cubano no entendía tanta alegría:

-Parece el primero de maio en La Habana, chico – me decía.

Me desperté justo cuando el Calamar Amargo intentaba pegarle un pisotón para callarlo y yo lo pude atajar.

Voy a buscar la foto del gol de Bilardo – el del empate – en El Gráfico, querido diario, para pegarla acá. Mirá qué lindo sería poder programar los sueños. Esta noche soñaría con el 1 a 0 contra el Mánchester en la final del Mundo del ’68, o el 2 a 0 al Palmeiras en el Centenario, a por lo menos el 7 a 0 a ginasia, aunque ganarle a los triperos ya es aburrido.

Bueno, querido diario, es todo por ahora. Me voy un rato al parque para ver si me llega algún mensaje cifrado del caracol cubano (¿Quién lo traerá, un pájaro o un abejorro?) mientras limpio la parrilla para hacer el asado.

Lunes 20 – Primera entrada

Querido diario de cuarentena:

Me desperté preocupado por la falta de noticias del caracol cubano. Es cierto que no me dijo cuándo me mandaría su primer mensaje, pero eso no me quitó la ansiedad.

Para distraerme – y porque en cuarentena también tengo que laburar – me fui al patio para escribir debajo de la Santa Rita una nota sobre las manos del viejo general aforista, uno de los misterios no resueltos de la Argentina.

Estaba en eso cuando una pareja de pajarracos vino a posarse en la mesa. Benteveos, eran. La verdad es que me puse muy alerta, porque son pajarracos agresivos. A veces les caen en picada a los perros en el parque y los pican.

Recordé entonces que el caracol cubano me había dicho que las aves podían ser sus mensajeras y miré con más atención. Uno de los benteveos llevaba un papelito en el pico.

-¿Es un mensaje del caracol? – les pregunté.

-¡Bicho feo! – me contestó el de la izquierda, que tenía el pico libre.

-¿Decís que el caracol es un bicho feo? – insistí, enojado por lo que me pareció un insulto gratuito.

-¡Bicho feo, bicho feo! – volvió a contestar-

-¡Más feo será vos, pajarraco de mierda! – le dije.

Los benteveos mensajeros.

Creí que reaccionarían, pero se quedaron inmutables. El que llevaba el papelito en el pico lo depositó con suavidad sobre la mesa y me miró.

-¡Bicho feo! – me dijo, mirándome.

Evidentemente, los benteveos son seres de lenguaje limitado, no como el caracol cubano o las hormigas internacionalistas, que hasta te pueden recitar a Nicolás Guillén o repetir de memoria un texto de Marx.

Bueno, querido diario, la cosa es que después de dejar el papelito y repetir “bicho feo”, los dos pajarracos aletearon y se fueron volando sin siquiera despedirse.

Ahora voy a interrumpir la escritura de la nota sobre las manos del general aforista para buscar el código y descifrar el mensaje que me mandó el caracol.

Cambio y fuera.

Lunes 20 – Segunda entrada

Querido diario de cuarentena:

El mensaje del caracol cubano traído por la pareja de benteveos impertinentes resultó largo y difícil de descifrar. Lo primero que noté es que tenía dos párrafos, el primero largo y el segundo corto, y un pequeño plano dibujado.

Sin perder un minuto tomé los códigos que me había dejado el caracol, una lupa para leer más claramente su letra menuda y puse manos a la obra.

Empecé con cierta dificultad. Ya desde el principio me di cuenta de que, además de estar codificado, se trataba de un mensaje críptico.

El mensaje comenzaba así: “Un día vi en el zoológico un oso tibetano, se siente siempre intranquilo…”

Llegado a este punto, querido diario, me sucedieron dos cosas.

Por un lado, lo del oso tibetano me llenó de intriga. ¿Sería el nuevo mensajero asignado por el caracol cubano? ¿Hay osos tibetanos en la Argentina, descontando los de los zoológicos? ¿O era un nombre de guerra, o la identificación de un enemigo, o una alusión al comunismo chino? Imposible saberlo hasta descifrar todo el mensaje.

Descifrando el mensaje.

Por el otro, a medida que las palabras iban surgiendo de la decodificación yo las escuchaba dentro de mi cabeza con la voz tan Nicolás Guillén del caracol cubano. Bueno, eso no estaba tan mal, me hacía extrañarlo menos.

Seguí adelante con el primer párrafo, que me llevó más de una hora.

Decía así: “Un día vi en el zoológico un oso tibetano, se siente siempre intranquilo, aunque nada a su alrededor tienda a irritarlo, gira, persigue un enemigo que no llega, enarca las orejas, escarba, mira con odio a una invisible fruta que descuelga. Exteriormente impasible, pero por dentro la inútil intranquilidad del oso tibetano. ¿Cuál será su sueño? ¿Cómo hacer que ocurran al mismo tiempo la amistad visible y la enemistad invisible?”.

Mientras lo descifraba algo en el texto me iba pareciendo familiar, más allá de la tonada del caracol cubano que seguía repitiendo las palabras dentro de mi cabeza. Yendo de palabra en palabra, no lograba desentrañar esa familiaridad del texto, pero cuando terminé el primer párrafo me cayó como un rayo en la cabeza: sonaba a Lezama Lima.

Antes de ponerme con el segundo, fui a la biblioteca y saqué “Paradiso”. Tardé un rato en encontrar la cita, en la página 84, pero pensé que valía la pena, por si el mensaje descifrado tenía que tomarse en el contexto de la novela.

Recién entonces me metí con el segundo párrafo, que era muy corto. Demoré poco en descifrarlo, no sólo por su escasa extensión sino porque la práctica me iba haciendo ganar en soltura en el desempeño del arte de la criptografía.

Lo releí cuando terminé. Decía (y sonaba con la voz del caracol cubano) así:

“No cojas lucha. Si iegaste hasta aquí ia estás arriba de la bola y va’ a poder leé el próximo. Éste era para que tú practicara, chico. Ahora cógete un diez y busca el sitio del plano”.

Un hijo de puta, el caracol cubano. Mandó un mensaje nada más que para probarme. Iba a hacer mierda el papelucho cuando recordé lo del plano. Como en el dibujo anterior, la indicación estaba muy clara y cuando llegué me encontré frente a otro canuto del caracol cubano.

Era un montículo de hojas y debajo había una petaca de ron. Esta vez no era un Santiago de Cuba sino un Varadero. En la etiqueta distinguí una inscripción con la letra menuda del caracol cubano.

Decía (y yo oí con su voz de Nicolás Guillén):

-Por la molestia, compay. No se me ponga jalao.

Martes 21 – Única entrada

Querido diario de cuarentena:

Esto va a ser breve porque me quedé sin puchos ni vino y Juan Salvo volvió a decirme que él es El Eternauta y no un pibe de delivery, que fuera yo a hacerme las compras. Así que me calzaré el barbijo y saldré a caminar por la tierra baldía hasta el chino y el kiosco.

Hoy temprano tuve un pequeño y ríspido diálogo con una de las fracciones de las hormigas internacionalistas. Más precisamente, las negras que dominan el territorio del parque.

El conejo de Alicia.

Dado que desde que hicieron alianza con el caracol cubano nos llevamos bien y nos entendemos hablando, les pedí que dejaran en paz la planta de orégano, que me la están dejando pelada a la pobre.

Deliberaron un rato entre ellas entrecruzando sus antenitas y luego una me contestó:

-Mirá, somos hormigas obreras, internacionalistas y con conciencia de clase. Entendemos tu reivindicación y tu lucha, pero no podemos ir contra nuestro instinto natural, compañero.

En otras palabras, me cagó, porque no pude menos que aceptar que tenían razón.

Anoche, después de vaciar la petaca de ron Varadero que me dejó el caracol cubano, soñé con el conejo de Alicia. En el sueño estábamos el caracol, el conejo y yo. No recuerdo de qué estábamos hablando, pero en un momento el conejo me ofreció una torta frita con un cartelito que decía “cómeme”.

Me la iba a morfar cuando me desperté.

Bueno, querido diario, me voy a comprar vino y puchos. Con las necesidades básicas no se jode.

Miércoles 22 – Primera entrada

Querido diario de cuarentena:

Ayer, después de almorzar, me tiré a dormir la siesta en el pasto del parque, en el territorio de la Fracción Negra de las hormigas internacionalistas.

No recuerdo si ya te conté, querido diario, que las hormigas internacionalistas de mi parque han hecho una gran alianza, pero que se dividen en dos grandes fracciones, la Fracción Roja y la Fracción Negra, que a su vez se subdividen en otras fracciones o tendencias. A veces pienso que se contagiaron de los trosquitos argentinos.

De todos modos hay que reconocerles que para apoyar la misión del caracol cubano han dejado en suspenso sus diferencias y trabajan todas juntas.

La cuestión es que estaba durmiendo plácidamente sobre el pasto, al calor del sol, cuando sentí un cosquilleo en mi oreja izquierda. Iba a pegar un manotazo, por puro reflejo, cuando una voz me detuvo.

La hormiga internacionalista.

-¡Pará, pará, que vine a hablar con vos! – me dijo la voz y poco después pude ver cómo una hormiga negra (creo que es la misma que asiste a las asambleas con el caracol cubano) caminaba por mi pecho hasta situarse de manera que pudiéramos vernos frente a frente.

-Quería avisarte, compañero, que hemos resuelto dejar intacta la mitad de la planta de orégano. Lo discutimos mucho porque va contra nuestros instintos, pero decidimos socializarla con vos.

Realmente me emocionaron sus palabras y se lo hice saber. Nos quedamos conversando un rato más, hablando de la vida y de los yuyos.

-Hay una cosa de ustedes que no entiendo… – le dije en un momento.

-¿Qué cosa? – me preguntó, moviendo las antenas con gesto amable.

-Ustedes dicen que son obreras e internacionalistas, y se definen también como socialistas… ¿Cómo se entiende entonces que tengan una reina? – le pregunté.

-Es que vos nos ves con tus parámetros humanos y pequeño-burgueses. Como tenemos reina, pensás que vivimos en una monarquía y no es así. La reina no nace, se hace. La hacemos nosotras con una alimentación especial. Es una más de nosotras, aunque con una misión específica, nuestra reproducción y expansión territorial. Tiene un trabajo y lo cumple como cualquier hijo de vecino. Ne pertenece a una clase explotadora y privilegiada.

Debo confesar, querido diario, que nunca lo había pensado así. En esta cuarentena estoy aprendiendo un montón de cosas.

Seguimos conversando un rato más y cuando ya se iba me advirtió:

-Tenés que estar atento, porque mañana, antes de la caída del sol, te va a llegar otro mensaje del caracol cubano.

Así que ahora estoy esperando, querido diario, sin saber si el mensajero será un abejorro o un benteveo.

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