El poeta y militante tupamaro Mauricio Rosencof no duda: la invitación del presidente del Uruguay a los argentinos para que se muden a ese país “es una intromisión”. Y explica que del otro lado del Río de la Plata “hay hambre” y “ollas populares”. Responsabiliza a “las dos pandemias”: el coronavirus y el Gobierno de derecha que asumió hace siete meses. En esta entrevista, Rosencof habla de la poesía y la revolución; de los trece años sepultado en las mazmorras de la dictadura oriental; y de los sueños truncos, pero vivos. (Foto de portada: Carlos Lebrato)
Ya cumplió los 87 y sin embargo se lo escucha vital. “Cuando éramos más muchachos”, dice para esquivar la dicotomía jóvenes-viejos, “cuando éramos más muchachos pensábamos que en cualquier momento llegaba la noticia urgente” de la revolución, de los sueños materializados. “Y no, lleva mucho”, dice Mauricio Rosencof a sus 87. No hace silencios propios de la dramaturgia ni busca complicidades, solo dice que “nunca se va a lograr lo que soñamos, pero tenemos los mismos sueños de siempre”.
Lo que soñó este hijo de exiliados polacos que huyeron a tiempo del nazismo, fue la revolución socialista, y a mediados de los sesenta, junto a otros compañeros, parió el Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros. Los tupas. Poeta, dramaturgo, escritor y periodista, Mauricio Rosencof se involucró en la militancia y la lucha armada.
En 1972 las Fuerzas Conjuntas militares y policiales que actuaban en el Gobierno de Juan María Bordaberry (pocos meses antes del autogolpe) detuvieron a la conducción de Tupamaros. Raúl Sendic, Eleuterio Fernández Huidobro, Mauricio Rosencof, José Mujica, Adolfo Wasem, Julio Marenales, Henry Engler, Jorge Manera y Jorge Zabalza fueron apresados.
Rosencof y sus compañeros pasaron trece años en calabozos, pozos, aljibes, incomunicados, sin agua ni comida frecuentes. Esa es otra historia de la que ya hablaremos.
Hoy, “seguimos en la lucha”, dice hoy a los 87, aunque el campo de batalla sea otro, aunque una vez más, y a través de las urnas, la derecha gobierne su país. “Se perdieron las elecciones, por poco pero se perdieron, y ahora seguimos por esta vía y proporcionándole al Gobierno los puentes necesarios para que no se construya una grieta, que hay interesados en construirla. Tenemos diálogo y es tradicional en el país. Por el momento estamos peleándola en el Parlamento, y ya vamos a ver”.
“Ya vamos a ver”, habla del futuro Rosencof. “Tenemos las mismas instrumentaciones desde el punto de vista de la izquierda, la central obrera unida, el PIT-CNT, la fuerza política (Frente Amplio) que aglutina bolches, tupas, socialatas, liberales, batllistas, independientes, cristianos; y seguimos en la lucha”.
Por la radio se entera Rosencof de que en Argentina las clases más acomodadas instalan en la agenda la Meca-Uruguay, el paraíso a dos horas del puerto, la vida idílica con menos impuestos y remojando los pies en la banda oriental del Río de la Plata, todo tan Pocitos. “Corre por cuenta de otros”, dice, “los problemas de los argentinos los resuelven los argentinos”, aclara, y se enoja con el presidente del Uruguay, Luis Lacalle Pou, por tentar con menos presión fiscal y planes de facilidad para la residencia. “No es ni sensato ni atinado un planteo de esa naturaleza en un país que se debate en una situación muy complicada entre la economía y la pandemia y la agudización de la situación política, un país con tradición de ruptura institucional frecuente”, evalúa. Y apunta contra el mandatario: “Se necesita mucha vanidad para ir allá y contratar servicios de comunicación para que figuras del periodismo te hagan una entrevista y aparezca como que ésto es idílico”.
Esto es el Uruguay. Pero en el Uruguay “hay hambre”, dice Rosencof, y “han estallado en todos los barrios humildes las ollas populares. Desde el Gobierno se acusa a las ollas populares y a sus impulsores de querer desestabilizar con esas acciones, cuando surgen porque hay hambre. Pará un poquito -pide-, esa noticia no se difunde mucho: Ves las colas en los barrios y en los clubes deportivos y los vecinos y los sindicatos y las organizaciones religiosas, ves en la cola gente que está vestida como clase media baja, como laburantes. Ahora aumentó con la pandemia. Dos pandemias se vinieron: la del virus y la de este gobierno”, dice, y repite “hay hambre”.
Repasa los “logros” de los quince años de Gobierno del Frente Amplio, especifica que fueron en salud, educación y desarrollo social, advierte por las políticas de la “derecha bravía” que apuntan a la “reducción del Estado, que significa hacer recortes, y hacer recortes dónde: primero en los funcionarios (empleados) del Estado para cobrar menos; segundo en la presencia del personal. Entonces qué es lo que se recorta -porque esto parece medio abstracto-, se recorta la salud”, se queja.
Recuerda Rosencof que “la salud que dejó el Frente Amplio es la que está bancando la pandemia en el Uruguay” y cuestiona que la actual gestión “no ha hecho un carajo”.
-Una especie de década del ‘90 que vuelve a golpear la puerta…
-Y, no hay vuelta que darle. Acá hay dos corrientes: nuestra fuerza política, el Frente Amplio, que está por un Estado protector. Este Estado fue el que hizo el Plan Ceibal que comenzó en los pueblos más humildes repartiendo una computadora para que los niños en la escuela se familiaricen con la tecnología. Se instaló un sistema nacional de cuidados para que la gente humilde que está desplazada de sus familias o está sola, o la familia que no está en condiciones económicas, tenga una asistencia para sobrellevar su vida. Se trata de que el Estado esté al servicio de los más humildes. Ellos se plantean una cosa distinta.
-Pensaba en la enumeración que hacía de los logros sociales de los quince años de Gobierno del Frente Amplio y me preguntaba cuán cerca o lejano está de los sueños que los unió a finales de la década del ‘60. ¿Cuánto cree que han podido lograr de aquello que los unió?
-Nunca se va a lograr lo que soñamos, pero tenemos los mismos sueños de siempre. Entre los logros del Frente se había reducido en un 60 por ciento los índices de pobreza; se había multiplicado la escolarización; se crearon liceos, universidades de trabajo; se multiplicó la sanidad; ahora empiezan a aparecer profesionales cuyos padres no son profesionales, sino becarios que venían del interior o los barrios.
Hay un poema
Hay un poema contado a nudillazo limpio. La historia es conocida, pero Mauricio Rosencof la cuenta como recién nacida. En los pozos de la dictadura uruguaya, con el “Pepe” Hugo Mujica y el “Ñato” Eleuterio Fernández Huidobro, reinventaron el código morse para poder comunicarse. Y fue a través de esos golpes pared de por medio, que Rosencof le leyó un poema al Ñato, el día aproximado de su cumpleaños. “Y si este fuera / mi último poema…”.
-¿Qué fue antes en su vida, la poesía o la revolución?
-Es todo uno. Acordate que Mao escribió poemas y que el Che en el Diario en Bolivia tenía un par de versos. Te diría que la revolución es un poema.
-Ahora, la poesía final y paradójicamente aparece como algo más tangible que la revolución, y la revolución, como decía Andrés Rivera, tal vez sea solo un sueño eterno…
-Ahá, es así. Andrés Rivera es un autor de la gran puta. Y bastante olvidado, nunca aparece en las primeras líneas y es uno de los novelistas y cuentistas de primera.
-¿Cuánto minó en su poética y en su ser revolucionario los trece años en prisión?, ¿o cuánto aportó en su espíritu?
-Mirá, decíamos el otro día con el Pepe que fue una experiencia muy interesante -hace, ahora sí, una pausa cómplice y se ríe-. Y bueno, eso fue lo que tocó, se vivió, se resistió. Con el Pepe, el Ñato hicimos la vuelta al Uruguay en un calabozo, no nos vimos las caras, estábamos separados en muros y ahí reinventamos el morse y conversábamos a nudillo. Y por ahí nos preguntábamos ¿cuál es nuestra función en este momento, acá, nuestra función militante? Y los tres coincidimos en una sola palabra: resistir. Teníamos que resistir, afuera estaban peleando, no sabíamos bien qué pasaba. Y nuestras concepciones se afirmaron y salimos. Como dice una canción que hay acá que creo que a vos te gusta, “por la misma, siempre por la misma”.
-Pelota al medio, del Choncho Lazarof.
-Sí, del Choncho. Y bueno, ahí nos reorganizamos. Fijate vos dónde terminamos reorganizándonos, en un convento franciscano. Los que no teníamos dónde dormir dormíamos ahí, varios de los que salimos anclamos ahí, y ahí recibíamos a los que volvían del exterior. Y reorganizamos el movimiento, y en esa estamos.
En esta estamos, dice Rosencof, después de quince años de Gobierno del Frente Amplio y con la derecha nuevamente en el poder. Los detenidos en el ‘72 salieron en el ‘85 en medio de una fiesta popular que los abrazó. Salieron y, como explicó en más de una oportunidad Mujica, empezaron más a escuchar que a hablar. Habían pasado trece años presos y empezaron a participar de reuniones, viajes, mates en casas con dos o tres personas, para escuchar qué había pasado en el país durante los treces años de encierro. En 2005 -veinte años después que los tupa dejaron la cárcel-, el Frente Amplio llegó al Gobierno. Y hoy les toca, una vez más, reconstruir sin el poder. “En esa estamos”, resume Rosencof.
Curtido en las mazmorras, el desafío actual no parece tener la dimensión de aquella reconstrucción. Por caso, ya no existen los paredones que lo separaban del Pepe y el Ñato. “Hubo compañeros que perdieron la cordura, salieron locos… fueron Presidente y Ministro de Defensa, imaginate”, dijo en alguna oportunidad Rosencof sobre Mujica y Fernández Huidobro.
En los pozos bebían su orina, a la que dejaban decantar con espíritu gourmet, y comían moscas, a las que descubrieron dulces, casi un postre sino fuera porque eran el plato único.
Y conversaban a nudillazo limpio. Hay un poema leído de esa forma. El Ñato no sabía muy bien el día exacto, pero estimaba que su cumpleaños se acercaba. “Un día me dijo que estaba por cumplir años, no iba a tener visitas ni nada, ni postre, nada. A la mañana siguiente le tecleé con el nudillo un poema que decía “Y si este fuera mi último poema / insumiso y triste / raído pero entero / tan solo una palabra escribiría / compañero”.
Lo leyó el día de la despedida final del Ñato, en 2016. Lo repite ahora vital, a los 87. Es un poema que se parece a los sueños. Y a la revolución.
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