Fue uno de los grandes del humor argentino. Y sus trabajos marcaron a varias generaciones del país y del mundo. Quino habla en esta entrevista de su provincia natal, Mendoza, de su relación con Fontanarrosa, Caloi y Les Luthiers y cuenta por qué dejó de dibujar a Mafalda.
En una ocasión, le preguntaron a Roberto Fontanarrosa qué era lo más difícil de ser caricaturista. “Convencer a los invitados de que una fiesta no se anima cuando llega uno”, respondió el rosarino. Se equivoca el que crea que cuando Quino arriba a algún sitio el ambiente se torna chistoso. Aunque nos siga haciendo reír con el humor más filoso e inteligente de que pueda ser capaz un genio de su naturaleza, Joaquín Salvador Lavado provoca en persona muchas cosas, menos la risa. Por lo pronto, es un hombre que a los 71 años se conserva increíblemente seductor. Tal vez, como en uno de esos dibujos inolvidables que lo han hecho un maestro del humor de página entera, no faltarán en su vida las mujeres que le echan en cara la apostura frágil con la que intenta agenciarse el cariño del sexo opuesto.
Lo cierto es que este hijo de inmigrantes andaluces, nacido en la ciudad de Mendoza el 17 de julio (aunque en los registros oficiales conste nacido el 17 de agosto), logró lo que nadie en la reciente edición de la Feria del Libro de Guadalajara. “Quino, casi estoy enamorada de ti”, le confesó en público la joven directora de la Feria, Nubia Macías.
Desde que nació se lo llamó Quino, para distinguirlo de su tío Joaquín Tejón, pintor y dibujante publicitario con quien a los 3 años descubrió su vocación. Y desde que en 1954 saliera publicado su primer dibujo, Quino ha transcurrido los últimos 50 años de su vida como el gran portavoz de varias generaciones de personas que no se resignan al estado de las cosas y siguen soñando con un mundo mejor.
Da escalofríos pensar que cuando Hugh Hefner juntaba sus escasos 8 mil dólares para crear Playboy, la revista que iba a revolucionar el pensamiento contemporáneo, Quino lograba vender su primer dibujo al semanario Esto es, de Buenos Aires. “El día que publicaron mi primera página pasé el momento más feliz de mi vida”, declaró. Desde entonces y hasta la fecha, sus dibujos de humor se vienen publicando ininterrumpidamente en infinidad de diarios y revistas de América Latina y Europa. Mafalda, el personaje que no dibuja desde hace 30 años, significó una verdadera revolución a favor de la libertad de pensamiento, la defensa de los derechos humanos, el elogio a una vida en armonía con la naturaleza. Con ella aprendimos a no aceptar las cosas como son y a preguntarnos por qué, en un mundo lleno de manjares exquisitos, debíamos conformarnos con una sopa rancia e insípida.
¿Le molesta que le hablen de Mafalda?
–No. Me molesta un poco la reiteración de las preguntas, pero no sólo sobre Mafalda sino sobre todo. Hace poco leí una vieja entrevista a Vladimir Horowitz, que estaba casado con la hija de Toscanini; cuenta que estaba en un estudio de grabación rodeado de periodistas, la mujer de él estaba sentada a un costado y escuchaba todo lo que le preguntaban y en eso murmura: ¡siempre las mismas preguntas! A mí me pasa algo de eso. Por eso, en mi página oficial (www.quino.com.ar) hay un espacio llamado “Preguntas más frecuentes”, en donde respondo las preguntas de siempre, así no me las vuelven a hacer.
¿Ha sido buena su vida?
–¿Ha sido buena? ¡Hombre!, comparada con tanta gente que no puede vivir de lo que le gusta, entonces ha sido buena. Yo, de chiquito me propuse dedicarme al dibujo, y lo he logrado.
¿De dónde ha venido esta afición a planificar una vida?
–Es que no la planifiqué siquiera. En Juan Cristóbal, de Romain Rolland, se narra la vida de un músico; y hay una parte en que el niño escucha por primera vez un piano y el efecto que le produce ese bosque de sonidos es el mismo efecto que a mí me produjo ver a mi tío dibujar cuando yo era pequeño. Ese efecto lo utilicé para una tira del Guille, cuando dibuja todas las paredes y le dice a su madre: “¡Mamita!, ¿viste todas las cosas que hay adentro de un lápiz?”. Qué cosa extraña eso de la vocación…Sí, me hace pensar que he tenido mucha suerte, de no andar como estos chicos que veo cambiar de carreras y de colegios a cada rato. He tenido una suerte tremenda al saber desde muy chico lo que quería ser. Pero debe ser algo de familia. A mis dos hermanos también se les despertó muy temprano su vocación.
Este vivir entre tres ciudades (Milán, Madrid y Buenos Aires), ¿ha sido una elección?
–No, de ninguna manera, porque cuando me fui por primera vez de Argentina no fue porque quise. A partir de ahí ha sido el no saber manejarnos de otra manera, y todo quedó en manos del azar.
¿Y cuándo está en Milán extraña Madrid y cuando está en Madrid extraña Buenos Aires?
–No, a Madrid no la extraño porque la incorporamos hace poco a nuestra vida. A mi mujer, Alicia, no le gusta nada Madrid, a mí tampoco me entusiasma, pero, bueno, por el momento estamos así.
¿Cómo es Milán?
–Uy, es muy linda. Aunque la mejor casa la tenemos en la Argentina. Siempre nos falta algo. Toda la biblioteca la tengo en Buenos Aires, las enciclopedias, todo esto que uno necesita para el trabajo está en Argentina.
¿En qué barrio vive?
–En pleno centro: Talcahuano y Santa Fe, desde hace 30 años.
Ha visto casi todo ahí.
–Sobre todo he visto el desplazarse de la ciudad. Antes resplandecía y hoy es una zona abandonada, de oficinas; he visto empobrecerse el Barrio Norte también.
¿Ha visto a Borges? Era su zona.
–Sí. Él comía en un lugar que se llamaba Cantina Norte, que estaba en Paraguay y Maipú.
¿Se le acercó alguna vez?
–No. Intenté acercarme a Borges una vez que estaba dando una charla en la Sociedad Hebraica. La charla era sobre el idioma español, algo con lo que yo tuve siempre muchos problemas porque me crié hablando andaluz. Mis compañeros en la escuela primaria no me entendían. Cuando llegué a Buenos Aires hablaba en mendocino, así que tampoco me entendían. Entonces quería preguntarle acerca de los matices del español en Argentina, preguntarle por el uso delche, del vos, de cómo hablan los uruguayos, en fin, total que empecé diciéndole a Borges que yo era andaluz y entonces me dijo: “Ah, usted sabe que la palabra andaluz viene de vándalos” y se fue por otro lado… yo me quedé mudo. Además, le cité un ejemplo de mi provincia. En Mendoza, cuando una persona está espiando a otra se dice “aguaitar”, igual que en catalán; entonces le pregunté a Borges si no pensaba que eso podría estar relacionado con el inglés “to wait”, de esperar, y él me dijo: “No, de ninguna manera, eso no tiene ninguna relación”. Una contestación antipatiquísima. Todo fue muy antipático en mi encuentro con Borges.
¿Y a quién le hubiera gustado conocer?
–A Julio Cortázar.
Pero se deben haber cruzado varias veces… qué raro que no se hayan visto.
–Una vez le dejé en París la colección completa de Mafalda, pero nunca me enteré si se la dieron o no. Él no estaba. Sólo andaba su gato dando vueltas por las afueras del departamento.
Ernesto Cardenal recordaba mucho a Julio Cortázar en la Feria del Libro. Tenía muchos recuerdos del apoyo de Cortázar a la revolución nicaragüense, que parece lejana, pero en realidad transcurrió hace muy poco, hablando en términos de tiempo histórico…
–Pero el capitalismo también se va a ir al carajo. Esto no puede continuar así. Yo lo que espero es que a la larga se intente otra forma de socialismo. No igual al que ya fue, pero para mí sigue siendo el mejor sistema de gobierno.
¿Cómo ha vivido los últimos acontecimientos en Cuba? Me refiero sobre todo a los fusilamientos.
–En el momento en que eso pasó dije que hacía mías las palabras de José Saramago. Aunque después, hablando con un cubano y con un francés que es agregado cultural en La Habana me dijo que, visto desde adentro de la isla, todo era muy distinto a como se vio afuera. Que realmente esta gente era para matarla. De todas maneras sigo pensando que nada es para matar a nadie.
¿Hace mucho que no va a Cuba?
–La última vez fue en el ‘97. En total estuve ocho veces en Cuba, pero siempre he ido a trabajar. Conozco La Habana, Varadero, y nada más.
¿Conoce a Fidel?
–Sí, aunque no tengo buena relación con él. Hay dos tiras de Mafalda en las que se habla de él y no le han caído muy bien. Cuando fui por primera vez a Cuba me pidieron explicaciones al respecto. Fidel, que es famoso por su memoria, cada vez que me ve, me pregunta: ¿Quién tú eres, chico? Me ignora completamente.
¿Cómo se piden explicaciones?
–Directamente. La gente que te van presentando te va preguntando: ¿Por qué en esa tira de Mafalda tú dijiste que el Comandante era un cretino?
¿Usted dijo que Fidel era un cretino?
–Claro, ¿no te acuerdas? Era la época de Onganía, donde todo lo que dijera Fidel era considerado malo. Entonces Mafalda se pregunta por qué Fidel no dice que la sopa es buena, así en la Argentina la prohíben. Y en el último cuadro, Mafalda termina gritando: “¿Por qué este cretino no dice que la sopa es buena?”.
¿Y la otra tira?
–Es cuando Felipe va a la casa de Mafalda, le lleva una flor y Mafalda la coloca entre un montón de flores que tienen las plantas de su padre. Felipe termina diciendo: “Es como regalarle un terrón de azúcar a Fidel Castro”. También me preguntaron qué había querido decir con eso. Una vez, visitando la redacción de Dedeté (legendaria revista cubana de historietas), me dijeron que nunca nadie había dicho nada, pero que caricaturas de Fidel no se hacían. A la noche siguiente, en una recepción oficial a la que fui invitado, yo me había tomado dos mojitos enormes antes de que llegara el Comandante. La cosa es que cuando llegó, luego de que él me preguntara el consabido “¿Chico, quién tú eres?”, le dije: “Comandante, me han dicho algunos colegas que en Cuba no se pueden hacer caricaturas sobre usted”. Fidel me contestó: “¿Yo he dicho eso? ¿Alguien me ha sentido alguna vez decir eso? Tú hazme todas las caricaturas que quieras”. Y pegándome con el dedo en el pecho, me aclaró: “Siempre que no me hagas contrarrevolución porque si no te tengo que poner preso”. Claro, nunca entendí qué es hacer contrarrevolución.
¿Dónde ha comido la comida más rica del mundo?
–En Génova. Era un pescado con hongos que fue ponerme el primer bocado en la boca y saltárseme una lágrima de lo rico que era eso. Nunca sentí una cosa igual con la comida.
¿Su esposa es buena cocinera?
–Sí, excelente.
¿Qué es lo más rico que hace?
–No tiene una especialidad. Mejor dicho, lo que mejor le sale es cuando inventa una comida con todas las cosas que han sobrado de otras comidas.
¿A usted nunca se le ha dado por cocinar?
–No, soy un desastre. A veces me he quedado solo en Milán y he intentado cocinarme, pero me ha salido mal. Quiero decir: puedo hacer una pechuga a la plancha con ensalada. Pero cuando le quiero agregar una sopa, o se me quema la sopa o se me quema la pechuga.
¿Y dónde está el mejor vino?
–Yo sigo prefiriendo los de Rioja, los españoles. Aunque hace poco estuve en San Pablo. Fui a cenar con Ziraldo, el dibujante, y pedí un cabernet sauvignon de Brasil. Ziraldo creía que yo estaba loco por pedir un vino de Brasil, pero al final terminó reconociendo que estaba bien. Era buenísimo. Como decía un vinero que vivía en Milán debajo de mi casa cuando le íbamos a devolver un vino que estaba mal: “¿Qué quiere, señor Quino?, el vino es una cosa viva. Y el corcho también”. En ese sentido, en la Argentina soy fiel a las bodegas López, porque mantienen una calidad constante. Es raro que una botella te salga mal. En cambio, hay vinos riquísimos, como los Torres, de Cataluña, que de cada 10 botellas, dos te salen con gusto a corcho. Pero no sé… una vez alguien dijo que los que más saben de vino son los borrachos y no los críticos que hablan del sabor de terciopelo y esas chorradas. Lo importante es que los vinos están cada vez más caros y que para que un vino sea bueno uno debe gastar mucho dinero, lamentablemente.
¿Qué cosas viven en usted de Mendoza, su provincia natal?
–Voy todos los años a Mendoza. Es una provincia muy bella, pero no recuerdo que los mendocinos tengan un sentido del humor tan desarrollado como los cordobeses. La teoría de Luis Landriscina es que el humor de los cordobeses se debe a que los andaluces fundaron allí su universidad. Cada vez que voy a Córdoba me sorprende por la imaginación que tiene esta gente para inventar nombres o criticar situaciones, es algo notable. Volviendo a Mendoza, me gusta más la gente de San Rafael que la de la capital. Los mendocinos son raros, jamás te invitan a su casa, se reúnen todos en la calle San Martín y ya está, ya cumplieron socialmente.
¿Cómo se mantiene un matrimonio de tantos años? (Quino se casó en 1960 con la doctora en Química Alicia Colombo.)
–Bueno, a ver, se mantiene con muchas crisis. No es que uno esté siempre bien en el matrimonio. Pero si tuviera que dar una receta esa sería el respeto, el cariño, la paciencia…
¿Y en su profesión Alicia ha cumplido un papel importante?
–Sí, muy importante, porque yo soy muy dejado. Mafalda se empezó a publicar en Europa porque Alicia fue la que contestó a la persona que escribía desde Italia y yo no le respondía nunca. Un día Alicia me dijo: “A mí me da vergüenza este hombre que siempre escribe y vos nunca le contestás. ¿Me dejás que le conteste yo?”. Con los viajes pasa lo mismo, me tiene que incentivar ella a que viajemos, yo soy más de quedarme en la casa, de no salir. No sé. La verdad es que yo me manejo muy mal en la vida, con todo.
¿Cómo ha llegado a esta edad con tantas ganas de seguir?
–Y… bueno, no sé, no he hecho otra cosa en mi vida y no sabría qué hacer si dejo de dibujar. Sobre todo, le tengo terror a dejar de publicar en los periódicos. Porque si no tuviera la presión de la entrega, no tendría la disciplina de sentarme a dibujar porque sí.
Entonces, usted nunca ha trabajado para el éxito…
–No, incluso siempre me he negado a que usaran mis dibujos en campañas publicitarias. He preservado a mis personajes del merchandising rabioso y de todo eso. De todas maneras, a veces pienso que debería haber sido una especie de empresario para manejar con un sentido comercial lo que me ha tocado crear. No he sabido administrar mi carrera y eso es algo que nos ha sobrepasado. Digo “nos” porque Alicia es mi representante y se ocupa de todos los contratos, tiene una oficinita en casa, que también la sobrepasa y está cansada, harta…, ya no sabemos cómo hacer.
¿Ha ganado mucho menos dinero del que podría haber ganado?
–Sí, he rechazado muchas cosas. Hace unos 15 años mi editor francés me ofreció hacer un libro de Mafalda para la Shell. El tema era así, a cada cliente que entrara a una de las gasolineras de la Shell le iban a regalar uno de mis libros. Pagaban mucha plata. Creo que a mí me hubieran tocado unos 50 mil dólares y yo dije que no, por supuesto; ¿cómo un personaje que vive despotricando contra las multinacionales se va a quemar de esa manera? Otra vez los caldos Maggi me ofrecieron una fortuna para que les diera a Mafalda. La idea era hacer un aviso que dijera: “Ahora sí, a Mafalda le gusta la sopa”. Otra vez dije que no y casi nadie lo entendió, pero así fue.
¿Y no le preocupa no ser entendido?
–No, porque para mi moral yo tengo razón.
¿Y no le preocupa haberse quedado un poco solo en esas decisiones?
–No. Me da mucha rabia que me propongan estas cosas, porque me da la sensación de que no entendieron mi trabajo o, lo que es peor, si lo entendieron, no lo respetan.
El escritor mexicano Juan José Arreola decía que nunca iba a perdonar ni entender haber sido expulsado del vientre materno…
–Sí, es cierto. Mis padres murieron muy temprano y siempre me pregunté qué clase de tipos son los padres que te largan al mundo y luego se van. Para mí fue muy dura esa experiencia.
¿Nunca sintió la necesidad de ser padre?
–No. Me cuesta entender a las parejas que hacen unos sacrificios terribles para poder tener un hijo; hacen el amor a las 7 de la mañana, recogen el semen, lo llevan a un laboratorio, van al médico, la verdad es que no lo entiendo. Me parece una desmesura. Me asusta mucho la idea de tener un hijo y que se me enferme, me entraría una desesperación terrible. No lo soportaría. En eso coincido con el Negro Fontanarrosa: “A uno le preocupan mucho más las 5 líneas de fiebre de su hijo que la Guerra del Golfo”. Tengo cinco sobrinos y con eso me basta.
¿Es un amigo suyo Fontanarrosa?
–Tenemos una cosa que nos separa mucho culturalmente y es que el Negro vive pendiente del fútbol. A mí me gusta el fútbol, pero siempre prefiero que gane el mejor, no tengo un equipo en particular. A mí, que la Selección Argentina gane el Mundial me importa un pito. Si el otro equipo juega mejor me parece justísimo que la Argentina no gane nada. Y Fontanarrosa no entiende esas cosas. Cuando Colombia le ganó 5 a 0 a Argentina lo llamé a Daniel Samper (periodista colombiano) para felicitarlo y me preguntó si estaba loco y qué clase de argentino era yo. Cuando me preguntan si los argentinos tienen sentido del humor siempre respondo que no, porque con el fútbol no te podés meter. Hacés una broma de fútbol y hasta podés perder la vida. Te pueden matar en serio. El fútbol me encanta como coreografía, como propuesta, lo encuentro muy inglés en la rudeza de las reglas: por un tipo que mete un foul es penalizado todo el equipo, eso sólo puede pasar en un colegio inglés y, por tanto, en el fútbol.
¿Y Caloi es amigo?
–Sí, pero en ese caso nos divide la política, porque él es peronista fanático, pero llegamos a un acuerdo gracias a mi mujer, que puso límites y nos prohibió hablar de política. Nosotros respetamos ese acuerdo y nos llevamos muy bien.
¿Qué otros dibujantes son amigos suyos?
–Soy muy amigo de Miguel Rep, que me parece uno de los dibujantes más talentosos de la última generación. Pero diría que en general me llevo bien con todos, menos con Nik, que publica en La Nación y empezó robando muchísimo a Rudy, a Daniel Paz, de Página/12. Nik vino a crear un malestar por primera vez entre los dibujantes argentinos. Nadie lo soporta. Al punto que si hay una mesa redonda, todos participan con la condición de que él no esté.
¿Valora la experiencia de la revista Humor, que en los 80 cambió el lenguaje del humor en la Argentina?
–Sí, muchísimo. Su creador, Andrés Cascioli, fue un verdadero baluarte en el sentido de que comenzó a informar lo que estaba pasando realmente en la Argentina con la dictadura.
¿Y por qué nunca publicó allí?
–Porque no me gusta publicar en revistas de humor. Me gusta publicar en periódicos y en revistas de interés general. En la revista de Clarín estamos el Negro Fontanarrosa, Caloi y yo, pero no es una revista de humor. Es un suplemento dominical. Publiqué hace muchos años en Rico Tipo, pero donde escribían de cine y de otras cosas unos tipos geniales que no me di cuenta en el momento lo buenos que eran. Me di cuenta después. Tampoco hago sátira política, yo no hago humor con ministros ni con presidentes. Dicen que mi humor trata de la esencia del ser humano, y tal vez sea así, porque por más tecnología que descubran, la persona sigue siendo la misma. Además, en estos tiempos los políticos tienen muy poco peso. Hay una sola potencia que domina y antes por lo menos estaba Flash Gordon para que nos defendiera de Ming. Ahora sólo quedó Ming, que es
George Bush.
Ming gobierna el mundo, entonces…
–Claro, y además Ming es sordo. No escucha a la gente. Todo el mundo sabe que Bush invadió Irak por el petróleo, pero lo peor es que Bush sabe que todo el mundo sabe, pero no le importa. No le importa el futuro de la humanidad, ni el de sus nietos, ni el de sus bisnietos, eso me llama mucho la atención. Los gobernantes de ahora han construido un gran muro de goma en donde rebotan las protestas de los ciudadanos. Podemos decir todo, pero nadie nos escucha, a nadie le importa.
¿De qué otras cosas tratan sus dibujos, además de la esencia humana?
–De la relación entre los débiles y los poderosos. Eso siempre me ha obsesionado. Esa sensación de impotencia que tienen los pobres frente a los ricos, de los mandados frente a los amos, no sé, a veces pienso que debería dejar de dibujar por un tiempo, para no vivir la angustia o el miedo a repetirme. Pero cuando pienso en que voy a abrir el periódico y no van a estar mis dibujos, me da más angustia y sigo dibujando. Es como ese jefe de estación que se jubila, pero vuelve todos los días para ver si los trenes pasan a horario. No me puedo imaginar esperando pasar los trenes. Además, en mi oficio no hay trenes.
¿Quién se fue demasiado pronto en su vida además de sus padres?
–Ahora en enero acaba de morir un amigo que ni siquiera había cumplido los 60 años. Para mí y para mi mujer la muerte de Vázquez Montalbán también ha significado la pérdida de un amigo aunque no lo conocíamos. Con tantos españoles que hay para morirse, ¿por qué no se murió Aznar en lugar de Vázquez Montalbán? Qué injusticia. ¿Por qué no se murió Fraga?
¿Llegó a conocer a Oesterheld?
–Sí, y siempre me quedó el sabor amargo de que la última vez que lo vi discutimos mucho por política. Fue una discusión muy fuerte. Estaba el dibujante Oski, fue en la casa de él, estaba toda su familia, era un tipo muy radicalizado que decía cosas como que si el pueblo no entiende a Picasso, entonces Picasso no sirve. Me quedé muy mal, porque ésa fue la última vez que lo vi.
Ni siquiera ese radicalismo alcanza a explicar la barbarie cometida por los militares argentinos…
–No, claro que no. Qué maricones los militares argentinos. Porque por lo menos los militares brasileños admitieron haber matado y les devolvieron los cadáveres a los familiares. Los argentinos los desaparecieron y todavía siguen negando todo. La cobardía de esta gente es lamentable, inadmisible.
¿Le gustan las fiestas navideñas?
–No, porque vengo de una familia que nunca festejó nada. A nosotros ni siquiera los cumpleaños nos festejaban.
¿Qué día cumple años?
–El 17 de julio, pero como estoy anotado un mes después, es un conflicto.
Pero no, porque se lleva dos regalos.
–Te crea algo falso que se suma a que hay dos banderas argentinas, una con sol y la otra sin sol, un dólar que vale dos o tres, que River o que Boca, que peronista o radical.
¿Qué cosas lo hacen perder la calma? Usted parece bastante tranquilo… o contenido.
–No, no soy tranquilo. Soy contenido, por eso tengo tantos problemas de salud, porque guardo todo, nunca expreso lo que verdaderamente me pasa. Hay muchas cosas que me hacen perder la calma, no elegiría ninguna en particular.
¿Y qué cosas lo hacen sentir fuerte, a usted que parece tan frágil?
–Nada.
Ni siquiera sus dibujos.
–Bueno, mis dibujos sí. Cuando estoy muy mal, me encierro en mi estudio y dibujo. Pero jamás me siento fuerte. Soy muy débil, un hombre inseguro para todo.
¿Qué está leyendo ahora?
–El libro de las ilusiones, de Paul Auster, en el que curiosamente aparece un argentino. Empecé a leer las memorias de Gabriel García Márquez, pero me desilusionaron bastante. Lo considero un libro antiguo.
¿Y el último disco que ha escuchado con pasión?
–El de Romeo y Julieta de Sergei Prokofiev en versión de Ricardo Mutti, que me encanta. Lo que pasa es que me he vuelto muy maníaco. Es verdad eso que dicen que cuando uno se pone viejo comienza a tener muchas manías. Antes podía dibujar escuchando música, pero ahora no. Antes, sólo necesitaba el silencio para que me surgiera una idea, y luego ponía música para dibujar a lápiz. Con el tiempo, me distraía la música en el dibujo, así que comencé a ponerla sólo cuando pasaba el dibujo de lápiz a tinta. Ahora no puedo escuchar nada en ninguna parte del proceso. Son manías.
¿Qué opina del nuevo gobierno argentino, encabezado por Néstor Kirchner?
–En primer lugar me queda claro que los argentinos no quieren ser gobernados por ningún político que no sea peronista. Yo no soy peronista, como todo el mundo sabe, pero le tengo simpatía a Néstor Kiirchner. Me gusta él y me gusta Lula, de Brasil. Además, me gusta que ambos estén tratando de hacer cosas juntos, de fortalecer el Mercosur, por ejemplo. Ahora que los norteamericanos están distraídos en otra zona del planeta, puede ser que nos dejen hacer algo bueno en nuestros países.
¿Siempre le ha interesado la política?
–Desde niño, porque soy hijo de andaluces y cuando tenía cuatro años escuchaba hablar de la Guerra Civil Española, que se vivió en mi casa con mucho pesar. Pero no he leído ni a Marx ni a Maquiavelo, no soy un teórico de la política.
¿Y a Les Luthiers hace cuánto que no los ve?
–Hace poco me invitaron a una fiesta de aniversario en Madrid, y no pude ir porque tenía que escribir un contrato, bueno, yo no, pero Alicia sí, y tenía que ayudarla. Total que los vi hace 15 días.
¿Es amigo de todos los integrantes del grupo?
No, de Daniel Rabinovich, fundamentalmente. Y de Jorge Maronna.
Siempre se lo compara con ellos y la gente suele preguntarse cómo siendo tan argentinos han trascendido en el mundo.Bueno, ellos todavía más que yo. Porque es un caso curioso de cómo son tan entendidos en el resto del mundo, si su humor es tan local. Es como si trasladaran al Inodoro Pereyra, que a mí me parece genial, pero sacado de su contexto, no tiene mucho sentido.
¿Qué le gusta de los nuevos dibujantes?
–No soy un gran experto, no leo ni veo mucho. En España apareció uno muy bueno que se hace llamar “El Roto” (Andrés Rábago), ése me encanta. Veo que el arte de la caricatura está bastante vivo, pero no sé si el humor que hago yo, que hace Sempé, que por otra parte tiene mi edad, tiene seguidores. Es un tipo de humor más reflexivo, que no se ve a la primera. Ese humor me parece que está en vías de extinción.
Le voy a decir un piropo…
–Decime todos los que quieras.
Se lo ve a usted bastante bien.
–Sí, aunque debería caminar 4 kilómetros diarios y no lo hago. Soy muy sedentario. Tengo muchas operaciones en la vista, así que por eso dibujo a lápiz, porque no puedo ver la pantalla de la computadora. La tecnología no está hecha para mí. Me han operado el corazón y ya no puedo fumar. Antes fumaba 40 cigarrillos diarios. Sigo una dieta rigurosa, no puedo comer con sal, pero bebo vino y me gusta mucho el ron.
¿Ha sufrido muchas persecuciones en la Argentina?
–Bueno, comencé a dibujar en los tiempos difíciles, que se fueron complicando cada día más. De esos tiempos me quedó una autocensura que ya no puedo sacarme de encima. En 1976, en los inicios de la dictadura, me destrozaron la puerta de mi casa a patadas. Nosotros no estábamos. Otra vez, unos amigos y yo habíamos hecho copias de un dibujo de Mafalda que señalaba el bastón de un policía y lo nombraba como “el abollador de ideologías”. Al día siguiente, la ciudad amaneció empapelada con un dibujo de Manolito, que portaba un bastón de policía y decía: “¿Ves, Mafalda?, gracias a esto, ahora podemos caminar con libertad por las calles”. Pero, en fin, eso fue todo. Ya después me fui del país.
Eran tiempos en los que se pensaba que el mundo podía cambiar.
–Sí, ahora directamente no sabemos qué hacer. Cuando éramos jóvenes escuchábamos las canciones de Joan Manuel Serrat y creíamos que íbamos a cambiar el planeta con una canción o con un dibujo. Más tarde nos dimos cuenta de que la lucha armada no era el camino. Ahora nos damos cuenta de que ya no hay políticos. Jacques Chirac, por ejemplo, aunque sea de derecha, es un político nato y gente como él ya no queda en el mundo.
¿Por qué dejó de dibujar Mafalda?
–Porque un personaje esclaviza mucho y yo tenía mucho miedo de repetirme. Mafalda sigue viva en los lectores, pero yo no la quiero más que a otros dibujos míos. Soy como un carpintero, Mafalda es un mueble que me quedó bien y vendió mucho, pero quiero a todos mis muebles.
¿Qué tiene de sus personajes?
–Tengo todo, porque nacieron de mí. Aunque me identifico más con Miguelito y Felipe, porque como ellos vivo haciéndome preguntas inútiles. Cuando llegué a Buenos Aires, vivía en una pensión con un periodista, que por cierto desapareció a manos de la dictadura. Un día estaba mirando por la ventana y le pregunté a este muchacho: “Che, Julián, decime, ¿cuánto creés que pesa un árbol?”. Y él me contestó: “¿Por qué no te vas un poco a la puta que lo parió?”. De Manolito lo que tengo es el manejo del dinero, quiero decir, yo soy un desastre para manejar el dinero, nunca me supe administrar en ese aspecto, entonces puse toda la eficacia que no tengo en Manolito. Con Susanita me identifico por lo chismoso. Soy incapaz de contar un chisme, pero me encanta que me vengan a contar cosas de los demás.
¿De dónde saca material para sus dibujos de amor y desamor?
–Son recuerdos de los radioteatros que escuchaba cuando era niño. También saco material de las películas de Ingmar Bergman, que me encantan. No veo telenovelas. Hace poco alguien me recomendó de manera entusiasta a Betty La Fea, pero aunque me pareció divertida no pasé de un solo episodio.
¿A quién admi ra?
–Bueno, admiro mucho a Sempé; de Argentina me gusta mucho Miguel Rep, de México me gusta Rius, pero también admiro a las enfermeras, a los Médicos Sin Fronteras, a muchas organizaciones no gubernamentales que luchan por mejorar el mundo. De todas maneras, pienso que esas organizaciones les alivian la tarea a los gobernantes, sin quererlo, claro, pero mucho de lo que ellos hacen deberían hacerlo los presidentes, los ministros.
¿Morirá siendo socialista?
–Sí, por supuesto. Esa es la mejor forma de gobierno que concibo, es el mejor sistema. Apenas tuvo 70 años para expresar y es probable que estuviera mal aplicado. Si pensamos que al cristianismo le llevó tres siglos imponerse, ¿por qué no podemos pensar que el socialismo regresará y finalmente podremos vivir en un sistema más justo y más humano para todos?