A través de libros como El buda de los suburbios o Algo que contarte se convirtió en el mejor retratista dl glamour y las tensiones que atravesaron el swinging London. En esta entrevista de 2014 habla de la inmigración pakistaní y la cultura inglesa, de su padre y de sus hijos y de cuánto ama al psicoanálisis.
Hanif Kureishi cumplió 60 años en diciembre y cualquier lector que lo piense se sentirá atormentado: pero si Hanif tiene 60, ¿cuántos tenemos nosotros? Kureishi parece llevarlo bien: ya no lleva melenita pero tiene buen aspecto y conserva su trato desenfadado de siempre, sobrador-al-principio-amable-al-final. Cada cinco o seis años entrega una novela que casi siempre es notable o un poco más.
Seguro que se lo dice todo el mundo, pero leer El buda de los suburbios de adolescente fue un momento inolvidable. Era la primera novela que leía que hablaba de salir de noche y drogarse y meterse en líos y acostarse con chicas… ¿Qué pensaría si releyera la novela ahora que no salgo y llevo una vida formal?
-Bueno…
-No sé qué le parecería. Pero la semana pasada estuve en Estados Unidos, con unos estudiantes que habían tenido que leer ‘El Buda’ y estaban entusiasmados. Y yo también estaba entusiasmado porque ellos estaban entusiasmados. No lo entendía muy bien, qué les pasaba a estos chicos: la novela habla de transgredir prohibiciones que hoy están completamente aceptadas, no debería emocionarles demasiado… Pero sí. Supongo que lo que tiene ‘El buda de los suburbios’ que gusta es el optimismo, la alegría. Sospecho que los chicos ya no tienen ese optimismo ni en Estados Unidos, ni en el Reino Unido, ni en España ni en Italia…
-Recuerdo leer entonces en algún periódico español a alguien que decía que, si uno es un chico de origen asiático o africano en Europa, reza porque tus padres eligieran Londres en vez de París. Porque en Londres está ‘El buda de los suburbios’ y en París está la tele francesa, en la que nunca aparece ningún negro si no es futbolista.
-Es que Francia es un país muy racista. Y la prueba está en que existe una mujer que se llama Marine Le Pen que va a ser presidenta de la República. En Inglaterra también tenemos fascistas, pero son pequeños fascistas, fascistillas. Los de Francia son grandes fascistas. En Inglaterra estaba el imperio, que se terminó, y que, en su desintegración, significó un proceso de influencia mutua. Es el tema sobre el que yo escribo. En cambio, en Francia, se acabaron las colonias y los inmigrantes se encontraron con un mundo cerrado que no tuvo ningún interés por incluir su cultura. Y así les ha ido, la cultura francesa se ha quedado en nada: ni literatura, ni música, ni cine…
-Una respuesta así hubiera sido inimaginable en la generación de nuestros padres.
Claro, porque la posguerra fue fabulosa para Francia, una edad de oro que todos hemos admirado y de la que todos hemos robado cosas. Genet, Beauvoir, Barthes… Ése es un tema interesante, cómo puede morir una cultura esplendorosa en unos pocos años… Oiga, me está encantado esta entrevista, vengo de Londres a Madrid y me animan a que hable mal de los franceses, me parece una gran idea.
-Hablando de padres. En sus novelas siempre hay un padre y un hijo varón, con sus líos de competitividad y afecto reprimido… En cambio, lo que nos pasa a casi todos los chicos es que estamos más obsesionados con nuestras madres que con nuestros padres. De hecho, yo me sé más o menos la historia de su padre, pero de su madre no sé gran cosa.
-La relación que he tenido con los dos ha sido igual de importante para mí. Mi madre aún vive, estuve con ella hace dos días. Pero es que empecé a escribir y me encontré con que, gracias a mi padre, estaba en mitad de una gran historia, la descomposición del Imperio Británico y la aparición de un nuevo tipo de vida, la vida de los indio-pakistaníes que buscaban su lugar en el Reino Unido. Para un escritor, estar ahí es un regalo que no se puede rechazar. Mi madre es inglesa, es una mujer con una historia muy interesante, pero no es el símbolo de nada.
-¿Y sus hijos? ¿Tienen edad para leer sus novelas?
-Tienen edad pero ni leen mis novelas ni ven las películas que he escrito. No parece que les interesen mucho, la verdad. Han empezado en la universidad, estudian Filosofía y Política, leen a Hegel, a Marx, ese tipo de libros… Y yo les hablo de lo suyo, de Filosofía, de política, también de deportes…
-Lo dice como si fuera un alivio, ¿verdad?
-Bueno, digamos que prefiero charlar con ellos sobre si Cristiano Ronaldo es gay, mejor que sobre mis libros.
-Había una hija en ‘Algo que contarte’, una chica de la que se decía algo así como que “necesitaba cargar sobre sus hombros con toda la culpa del mundo”. Yo leía aquello y pensaba que aquella chica vegetariana y buena, era en realidad, como los yihadistas de ‘El álbum negro’ o los ‘skins’ de ‘Mi hermosa lavandería’: el personaje con grandes propósitos que nos chafa el deseo de pasarlo bien y ser libres…
-Sí. El idealismo es un tema importante para mí. Yo también tengo mi idealismo, que conste, pero lo dirijo hacia la literatura, no hacia la política. Y respeto a la gente que es políticamente idealista: crecí en los años 60 y 70, la edad de las grandes ideologías. Todos mis amigos han sido trotskistas, maoístas, comunistas… Cómo no voy a respetarlos. Simplemente, tomé otro camino. No creo que podamos cambiar el mundo pero podemos ofrecer algo que lo alivie. Podemos mantener viva la cultura y mantener vivo el escepticismo.
-Me acuerdo de los atentados de Londres de 2005, las bombas de Liverpool Street, recuerdo leer las noticias y pensar: esto yo lo he leído. Parecía copiado de ‘El álbum negro’.
-Llevo escribiendo sobre yihadismo desde los primeros años 90: ‘Mi hijo el fanático’, ‘El álbum negro’. Y desde antes ya estaba avisado de que se estaba formando un problema muy serio. En los 80 estuve en Pakistán y me quedé asombrado: sí que son idealistas, que no hablan de otra cosa más que del Paraíso… Luego llegó la fatua contra Salman Rushdie… En esa época entendí que sólo hace falta un núcleo pequeño de personas muy convencidas para poner en marcha una revolución.
-¿Tiene amigos o familiares que se hayan deslizado hacia el integrismo?
-Mis primos indios han cambiado en cierto sentido… Verá, en mi familia siempre nos reíamos de los mulás, era tan obvio que eran unos farsantes… Igual que los curas, por otra parte. Bueno, pues ahora mis primos van a la mezquita a escuchar a esos mulás que, por cierto, ahora son los únicos que pueden hablar en público. Ese es el problema: el mundo musulmán está lleno de gente decente, pero no tienen voz.
-Y cuando usted les dice a sus primos: “Eh, que nosotros no somos así”.
-Mis primos viven como vivían los europeos en la época comunista, supongo que en España ocurría lo mismo en la dictadura. La gente se construye espacios de libertad, tiene sus casas en las que beben alcohol y se acuestan con sus parejas, y luego tienen una vida oficial, de cara al público. Me parece terrible, la verdad.
-¿Qué es lo que no hemos entendido bien en Europa sobre el Estado Islámico?
-Lo poderoso que es su idealismo. Y, además, ellos no creen que su proyecto sea un utopía, creen con verdadero entusiasmo que van a traer el Gobierno de Dios. Verá, el neoliberalismo no tiene ni pizca de idealismo, es, en sí, una idea corrupta. De modo que, cuando llega un idealista, nos quedamos asombrados y no sabemos cómo interpretarlo.
-Recuerdo que lo vi en el Hay Festival de Segovia en 2007 o 2008. Se pasó el día hablando de Freud, de ‘La interpretación de los sueños’.
¿Insistí mucho?
-Casi obsesivo. Pero luego leí que usted era entonces un ‘recién convertido’ al psicoanálisis, que no estaba en esa historia ‘de siempre’. ¿Le ha afectado el psicoanálisis en lo que escribe?
-No sé contestar a eso. Sólo puedo decirle que el psicoanálisis me ha salvado de varias catástrofes, errores y estupideces que hubiera cometido. Y lo que siento es gratitud por ello.
Cualquiera tiende a pensar que lo bueno de escribir novelas es el dinero que se ahorra en psicoanalistas.
-No creo que escribir sea terapéutico. Puede serlo para el lector, en todo caso, podríamos decir que la cultura, en general, es terapia para las masas. Y puede que escribir me haya hecho entender algunas cosas sobre mi vida, pero no diría que me haya ayudado. Es una idea muy extendida por ahí, pero no entre los escritores…
-En sus novelas no hay sueños ¿verdad? Me parece bien, que conste, yo siempre empiezo a saltarme páginas en cuanto alguien describe un sueño.
-No hay sueños. Pero es que creo que los mejores libros son sueños. Son como estar en un sueño. ‘Hamlet’ es estar en un sueño. ‘Alicia’ también. Son sueños más o menos coherentes, pero sueños.
-En España, el psicoanálisis ha tenido mala fama hasta hace poco. Se pensaba que era charlatanería de argentinos, incluso mucha gente culta lo pensaba así.
-Yo siempre tuve muy buena imagen del psicoanálisis, mucho antes de empezar a ir a terapia. Sobre todo, porque se consideraba escándalo: en un ámbito en el que las mujeres hablaban de su sexualidad, de sus orgasmos. Ahora todo eso nos parece muy natural pero imagínese cómo me sonaba eso a mí, un chico de familia musulmana.
-El año pasado apareció ‘La última palabra’. Había un momento, cuando el escritor se acuesta con la hija de la criada, en el que pensé: si me dan a leer esta escena sin decirme quien la ha escrito, creo que acertaría, que diría que es de Hanif Kureishi. ¿Eso le halaga o le enfada?
-Bah, lo de tener una voz tampoco es para tanto. Es algo bastante natural. Un vídeo de Youtube también tiene una voz. Yo escribo los libros que tengo que escribir y no le doy muchas más vueltas.