Tenía 69 años cuando se hizo esta entrevista –1999, para Tres Puntos- y contaba que ya había tenido “tres infartos y esas cositas”. Falleció en octubre de 2009 y se convirtió en doble mito: mito de época y mito de periodista solitario, severo, intransigente. Esta es la versión completa de aquella charla. Incluye unos cuantos párrafos volados de la original por lo típico -falta de espacio- y un regalito.

La recepción del departamento de Ariel Delgado, pleno centro, es lo suficientemente breve y estrecha como para cruzarla en cuatro o cinco pasos. También el living tiene la superficie aproximada de una buena mesa de directorio. Así que cuando el visitante entra y da dos pasos y pega la vuelta, se encuentra con que, desde la pared del fondo, hay un mensaje que viene corriendo en dirección contraria: el banderín azulado de CW1, radio Colonia. Es al menos lo primero que ve el cronista al llegar y todos los otros mensajes llegan fuertes y claros, como relatados en la voz de Ariel Delgado. Al lado del banderín, un dibujo de las Madres repleto de firmas dedicadas a él. Más allá una vieja página publicitaria de Geniol en La Prensa hecha mural. Hay un disquito de vinilo colgado que dice “Coplas del Che”, con letra de Leónidas Lamborghini, que, según explica el anfitrión, fue grabado en su propia casa. Hay una mesa de tres estantes de acrílico atiborrada de pelotas de vidrio o pisapapeles cristalflorálicos. Cuarenta y cinco más o menos, de esas cosas, que Ariel Delgado, desasnando al cronista, llama sulfuros. Hay finalmente un círculo metálico plateado que cuelga de una cinta y que dice USAF nº 800.

-Ese es mi mejor regalo -dice el dueño de casa-, me lo regalaron los vietnamitas cuando derribaron el avión americano número 800.

Este hombre que nació en Mercedes, Corrientes, el 15 de marzo de 1931, pudo llamarse La Voz mucho antes que Frank Sinatra. Generaciones enteras lo escucharon por Colonia desde 1958 hasta 1980 por lo menos y lo escuchan todavía por Crónica TV, donde sigue haciendo lo de toda la vida: seleccionar las noticias, redactarlas él mismo, leerlas él mismo. Cuando simplemente conversa La Voz no atruena, pero sí conserva algo de ese sonido metálico, ligeramente marcial, un sonido que subraya el gesto severo de su rostro. El tipo es un espécimen único y valioso. El problema es que cuando se enciende la luz del grabador se pone a repasar su propia vida a ritmo de noticiero: párrafo, punto y aparte. Párrafo. Un sobre exceso de claridad y concisión que apabulla.

Nació como José Ariel Carioni, hijo de un señor que fue jefe de policía en La Pampa en plena Década Infame y primer director de la escuela policial Juan Vucetich. Anduvo viviendo en La Pampa, Buenos Aires, La Plata, hasta que en el año ’48 se le ocurrió meterse en el Colegio Militar de la Nación. “Afortunadamente me quebré las dos rodillas haciendo ejercicios y estuve ocho meses internado en el Hospital Militar. Así que tuve tiempo para pensar ‘Qué estaré haciendo yo acá adentro’”.  En el ’51 pidió la baja, vivió en el campo correntino un tiempito y se metió de pinche de redacción en lo que era radio del Estado. Corría noviembre del ’55, acaba de producirse la Revolución Libertadora. Ariel Delgado, que entonces no era Ariel Delgado, se tomó muy a pecho al periodismo. En el ’58, después de un divorcio que califica como “ruidoso”, se rajó con sus primeros hijos a Montevideo, en donde leyó el aviso que decía “Se necesita locutor para radio del interior”. Era Colonia, comenzaba la leyenda.

Hay más informaciones…

Lo que comenzó entonces es un oficio semiextinto en la radiofonía. Aúna tres roles y en Uruguay se llama “informativista”: seleccionar, redactar, leer o, como define Delgado, “Yo la hago, yo la vendo”. Cuando el jefe del informativo se fue a Cuba tras el triunfo de Fidel Castro, él quedó a cargo del asunto.

-Colonia ya por esa época tenía una historia particular que había comenzado hacia 1943, 1944, cuando acá el ministro de Educación era Martínez Zuviría, un escritor que firmaba con el seudónimo de Hugo Wast. El tipo era un hispanista, más que nacionalista, falangista, qué sé yo cuántas cosas más. La cuestión es que se le ocurrió la extravagante idea de castellanizar las letras de tango. Con resultados tan espectaculares que, por ejemplo, percanta que me amuraste se convirtió en “señorita que me abandonaste”, un mamarracho terrible. Entonces, radio Colonia, con buena visión, pasaba todos los días los tangos con sus letras originales. Así que ya en esa época los argentinos, particularmente los porteños, se enteraron de que enfrente tenían una radio que se llamaba radio Colonia y que en el cine de Colonia se podía ver El gran dictador.

La época de oro de Colonia comenzó cuando la compró Héctor Ricardo García, en 1962. Como Delgado tenía doble nacionalidad porque era hijo de uruguaya, quedó como director y titular de la emisora que no podía pertenecer a extranjeros. A partir de entonces la radio comenzó a armar ruido, ya no por los tangos, sino por las informaciones que daba.

-Nosotros dábamos todas las noticias que acá estaban vedadas por censura o autocensura. Era la época de azules, colorados, que Toranzo Montero, que comunicado 150, que bombardeaban Magdalena. Lunes-miércoles-viernes, golpe. Martes-jueves-sábados, chirinada. Y los domingos descanso de compañía. Era una cosa de locos.

-Su entonación al leer las noticias, ¿fue algo que se fue moldeando, fue buscado, o se inspiró en algún antecesor?

-Cuando yo empecé a leer, unos de los propietarios de radio Colonia era un pionero de la radiofonía argentina, también dueño de radio del Pueblo y de radio Porteña. Era un apasionado que todo el tiempo me decía: “No, Ariel, lea un poco más ligero, lea así, pronuncie un poco más asá”. A medias con él, salió el locutor que salió.

Quienes no lo escucharon nunca pueden hacerlo acá (snif), con la célebre fanfarria marcial introductoria, las erres muy marcadas, dando a conocer una declaración de Adolfo Pérez Esquivel de 1980.

Infinidad de veces se dijo en los años ’60 y ’70 que cuando el oído del país necesitaba escuchar la posta política, sintonizaba Colonia. Con un equipo informativo de siete u ocho personas, el contenido de la radio estaba pensado para el público argentino. El hecho de que el 95% de los avisadores fueran argentinos fue tenido en cuenta por el gobierno peronista en épocas de López Rega. El gobierno dictó un decreto que prohibía que las empresas argentinas publicitaran en Colonia.

-Nos cagaron en gran estilo. En 24 horas todos tuvieron que levantar los avisos.

-¿Cuando comenzaron las presiones más serias contra usted y la radio?

-Yo seguí transmitiendo sin mayores dificultades mientras en Uruguay hubo gobierno democrático. Cuando llegaron las dos dictaduras, acá y allá, empezaron las dificultades: amenazas, clausuras, interferencias. El 24 de marzo del ’76 yo leí una noticia de Associated Press que decía que Isabel había intentado resistir en el momento en que la detenían. A los señores militares de Argentina no les gustó y simplemente lo secuestraron a García, lo metieron once días arriba de un buque encapuchado y aislado en un camarote.

De Héctor García al Caudillo

-Es un bicho originalísimo García, ¿cómo se atrevería a pintarlo?

-Tiene un olfato periodístico o un instinto periodístico fenomenal. Más de una vez uno piensa “No, ¿a éste qué se le ocurrió inventar?” y resulta que tiene razón. No creo que sea muy elaborado, es un animal periodístico, se aburrió de hacer éxitos: Así, Crónica, radio Colonia, canal 11, canal 2.

-¿Alguna vez hablan de política o de política editorial?

-Hablamos. Coincidimos en lo elemental: que las noticias son para darlas.

-Lo reconocible de su voz lo debería convertir en el mascarón de proa de Colonia, al punto que tenían otro locutor que lo imitaba. ¿Héctor García honraba en la relación laboral la importancia de su trabajo?

-Ese locutor sigue en radio Colonia, es Freddy Cabrera. Y sí, sí. García se portaba bien. Fijate que desde el ’62 pasaron cantidad de años. Estamos en el ’99 y estoy leyendo las noticias en el canal de García. Parece que nos llevamos bien.

En España la fecha de la muerte de Francisco Franco se recuerda como el “20-N”. El día en que Ariel Delgado leyó la necrológica recibió este comunicado de las autoridades: “Visto las noticias propaladas por CW1 radio Colonia el día 20 de noviembre de 1975, en ocasión del fallecimiento del jefe de Estado español, Don Francisco Franco. Considerando, 1º: que en ellas se expresan calificativos agraviantes contra dicho Jefe de Estado y su régimen de gobierno recogiéndose en su mayor parte las declaraciones de líderes y organizaciones de afiliación marxista-leninista, 2º: que el Poder Ejecutivo mantiene relaciones diplomáticas con España y está plenamente identificado con la acción desplegada por su gobierno contra el movimiento totalitario marxista, el Presidente de la República resuelve…”

Aquella vez fue un presidente el que ordenó una de las tantas clausuras de radio Colonia, las que con el tiempo serían ordenadas hasta por el último cabo de guardia. Pero hubo otro fallecimiento, anterior, que a radio Colonia le resultó conflictivo: el de Juan Domingo Perón. Ese día el oficial a cargo de la custodia moral de la población le ordenó a Delgado que la emisora debía limitarse a pasar música sacra, todo el día música sacra.

-Pero escúcheme, ¿qué música sacra si yo soy extranjero?

-Le dije que sólo música sacra.

-¡Pero si esta radio es uruguaya y Perón murió en Argentina!

-¡¡¡Música sacra, carajo!!!

“Cuando la cosa se puso pesada en la época de Perón-López Rega, ya dejé de transmitir desde Buenos Aires, ya me quedaba en Colonia. Y cuando, después del ’76, se puso ya recontra pesado, toda mi familia se mudó a también”.

Tres mujeres y un varón. Al varón, según expresión de Delgado, “un día se le prendió la lamparita y entró en la guerrilla sandinista, llegó a teniente coronel del Ejército Popular Sandinista. Mis únicos tres nietos son nicaragüenses. Ahora está en… Angola. Mi hija mayor en la IBM de La Florida, en Fort Lauderdale, otra es coreógrafa de ballet en Basilea y la menor hace artesanías y pelotudeces varias en Roma.

-¿Lo bancaban?

-Sí. La que terminó no bancándomelo fue mi mujer, y es razonable porque nos íbamos permanentemente de un lado al otro, vendiendo mal los departamentos, salir corriendo, otra vez a empezar..

Alférez editor

Cuando se le pregunta cuál fue, al cabo de 44 años de actividad, su época más plena como periodista, Ariel Delgado no lo duda: la de la última dictadura. En ese período leyó al aire cantidad de informaciones que en Buenos Aires se tiraban al canasto. Sólo él y el Herald, por ejemplo, informaron sobre la muerte de Walsh. No es que recurriera a grandes sofisticaciones: simplemente contaba con los diarios uruguayos y argentinos, los cables de Associated Press (Oscar Serrat, jefe de esa agencia y amigo de Delgado, fue secuestrado tres días durante el Proceso) y France Press, algunas publicaciones partidarias, las denuncias de los organismos de derechos humanos. Pero cuando se le inquiere desde qué convicciones se animaba a hacerlo, él no responde con elaboradas definiciones ideológicas sino con algo que parece desdoblarse en dos dimensiones: la simpleza rotunda de un artesano (“Las noticias son para darlas”) y la terquedad, la valentía casi ciega de un solitario al que no le gusta que lo prepeen.

-Hubo un general uruguayo que me prohibió leer en mi tono característico. Le dije “¿Sabe lo que pasa? Yo leo así, a mucha gente no le gusta como leo, pero es como Alberto Castillo, él canta de un modo. Si no canta como Alberto Castillo, ya no se llama más Alberto Castillo”. Igual me prohibió leer durante tres meses porque no le gustaba mi tono. Está bien, es un poco chirriante mi voz, pero no era para tanto. Se nota que el general era un poco delicado de oídos.

En un libro que editó durante su breve exilio romano, Delgado compiló una generosa lista de las informaciones que se atrevió a emitir y otra casi tan extensa de telegramas, advertencias, decretazos de clausura. Durante la charla, Delgado se levanta para traer el libro y se pone a leer con un tono furibundo y divertido. “Por orden superior se dispone que no podrá efectuar ningún tipo de información vinculada a Gutiérrez Ruiz y Zelmar Michelini”“CW1 Radio Colonia… bla bla bla… acciones subversivas… bla bla… sólo podrá propagar noticias que tengan su origen en agencias noticiosas uruguayas”.

-En Uruguay no hay agencias noticiosas, así que me metía la lengua en el culo. Se llegó a un nivel de ridículo tal después del ’76, que yo tenía que ir todos los días al batallón 4 de Infantería a las 12 del mediodía para entregar el informativo al alférez de guardia. Yo tenía que salir al aire a la una. Y el alférez de guardia corregía el informativo. Entendía tanto de noticias como yo de afinar violines Stradivarius, un reverendo carajo. Aprobaba o no aprobaba pero igual me clausuraban. Hubo un teniente coronel que, adentro del batallón, donde se hacía el guapo, me señaló un árbol y me dijo “Ese es el suyo. De ahí lo voy a colgar de las bolas y no lo baja nadie”. Era así de amable. Finalmente García se recontra pudrió y vendió la radio a mediados del ’78 a Mario Kaminsky, que era el dueño de la grabadora Microfón.

En Lavalle al 1400, oficinas de Microfón, cayeron también los militares. Le dijeron a Kaminsky:

-Vea, escuche bien. Si el hijo de puta de Ariel Delgado lee una sola noticia más, usted se muere. Por las dudas se lo repito. Si el hijo de puta de Ariel Delgado lee una sola noticia más, usted se muere.

Kaminsky habló con Delgado y le dijo: “Ariel, por favor no te acerques nunca más al micrófono”. Delgado habló con su abogado que le imploró:

-Mirá, con suerte llegás a Carrasco. Tomátelas. Porque si los de allá te quieren matar y los de acá te quieren colgar de las bolas de un árbol…

Delgado se fue nomás a Roma, donde estuvo un par de años. Pasó otro en la radio sandinista de Nicaragua. Aquello debe haber sido intenso siendo que un hijo suyo llegó a teniente coronel del Ejército Popular Sandinista. En 1983 La Voz volvió apenas entrevió la retirada militar. Cuatro hijos suyos quedaron diseminados entre Angola, Basilea, Fort Lauderdale y Roma. Pasó por varias emisoras, lo rajaron de unas cuantas, se fue de radio Belgrano cuando el fin de la primavera alfonsinista. “Duramos hasta que la casa estuvo en orden. Cuando la casa estuvo en orden y Felices Pascuas y la mar en coche, me fui con Aliverti, Enrique Vázquez y varios más. Un rato en Splendid, de nuevo levantado”. Se enorgullece sobre todo de sus columnas en el diario de las Madres de Plaza de Mayo, donde se especializa en escribir sobre agresiones a la prensa.

Hoy hace lo de siempre, ahí en Crónica TV. No es un tipo de definiciones elaboradas ni mucho menos académicas. Parece más bien el último de los honestos, alguien enteramente convencido de la importancia de las reglas simplísimas del buen periodista: dar las noticias, aunque duelan.

-No sé quién dijo “Lo poco que puedas hacer, ya es demasiado”. Lo que se pueda hacer, hay que hacerlo. Por supuesto, uno siempre quiere hacerlo mejor. Yo aspiraría al Nobel de Literatura y no puedo ser ni un Neruda ni un Rodolfo Walsh. Hago lo mío con la sinceridad y las posibilidades que tengo. No se le pueden pedir peras al olmo. Pero bueno, por ahora escribo en los baños, ¿no? Por ejemplo: “Videla puto”.