Tanguero de ley, primer cantor de la marchita, audaz director de cine y actor, hizo de todo. En esta entrevista. Hugo del Carril recorre su historia, da su concepción de lo que debe ser una película, habla de su amistad con Perón y de su fe peronista y se muestra de acuerdo con el psicoanálisis.

El canto irrumpió en mi vida cuando tenía apenas 3 o 4 años de edad, y me imagino que ése fue mi primer juego —memoró el consagrado Hugo del Carril, mientras acariciaba a su hija más pequeña—, Después se sucedieron los años. . . a los 13 comencé a cantar serenatas al pie de muchos balcones y cuando llegué a los 17 debuté, en la que en ese entonces era Radio Bernotti, y después se llamó Radio Del Pueblo. Posteriormente, pasé, en una forma más profesional, a Radio Nación, allá por 1935; para ser contratado, un año más tarde, por Radio El Mundo”.
Por esa época también se inicia su actividad cinematográfica en la película Los muchachos de antes no usaban gomina, donde su actuación se redujo a cantar algunos tangos. “Aparentemente gusté —apunta— porque enseguida, Manuel Romero, el director de la película, me ofreció trabajo como actor. Mi aprendizaje lo hice con ese espectacular maestro que era don Florencio Parravicini. Desde entonces me lancé de lleno como galán-cantor”.
A partir de ese momento comienza una ascendente carrera que incorporará, definitivamente, su nombre a la galería de las grandes glorias del cine y de la canción ciudadana. Su estilo de cantor de tangos (original, varonil) le valió enormes cantidades de admiradores en todo el continente, que lo siguieron a través de sus películas y actuaciones. Esa popularidad, no obstante el tiempo, aún comparte su mesa: su reciente éxito, en México y otros escenarios latinoamericanos, así lo confirma.
Pero la carrera artística de Hugo del Carril no se detuvo y evolucionó hasta culminar en una brillante labor como director cinematográfico. Su película Las aguas bajan turbias, es considerada una de las grandes obras del cine social comprometido. Esa experiencia reconocida motivó, quizás, al gobierno peronista —del que se había mantenido fiel partidario— para designarlo director del Instituto Nacional de Cinematografía. Este hecho lo colocó, nuevamente, en el tapete de la noticia sobre todo ahora que, de regreso al país, ha presentado su renuncia a ese puesto que nunca asumió, “por ser incompatible” con su actividad artística, dando lugar a una ola de contradictorios rumores.
Para hablar de ese hecho, de sus comienzos, de sus planes, Siete Días llegó la semana pasada hasta el departamento del veterano ídolo. Escrupuloso, seguro en sus respuestas, Hugo del Carril se entregó de lleno a la requisitoria periodística, mientras la melodía de un tango serpenteaba en el ambiente y la algarabía del juego de sus pequeños hijos interrumpía, por ratos, la entrevista. “Hace tiempo que pasé los 40 años —recordó—, pero Violeta, mi esposa, Marcela, Hugo, Amorina y Evita, mis hijos, contribuyen para que cada día me sienta mejor”. En esa armonía hogareña se desarrollaron los tramos del diálogo que sigue a continuación.

Mano a mano

—¿A qué medio social pertenecía su familia?
—Afortunadamente a un medio social muy humilde. Esto, creo, me dio cierta fortaleza frente a la vida. Me proporcionó, además, la satisfacción de haberme conservado tal como era en aquel entonces, es decir, cuando era un muchacho. Pienso que los hombres que nacen en cunas privilegiadas se ven sometidos a enfrentones muy duros con la vida y, a veces, a fracasos tremendos.
—¿Cómo tomó su familia su actividad artística?
—Al principio un poquito en broma, y casi podría decirle que también yo; pero luego, la cosa fue cobrando seriedad a medida que fui madurando, haciéndome hombre.
—¿Intentó en algún momento hacer un balance del éxito que lo rodeó desde el comienzo de su actividad?
—Bueno, sí. Y pienso que he sido un hombre, quizás, con un poco más de fortuna que los demás. Eso sí, me he dedicado de lleno a mi carrera y me he sacrificado con un gran amor por cualquiera de las tres profesiones, ya sea la de actor, director, cantor y también la de productor. Posiblemente éste haya sido el trampolín más importante para el éxito que yo he tenido.
—¿Se considera un hombre de suerte?
—En cierta manera, sí. La verdad es que en la vida todos nos consideramos, de pronto, un poco defraudados y, a veces, acompañados por la mala suerte; pero en un balance general, le agradezco a Dios el haberme entregado tantas cosas. Entre ellas la satisfacción de ser querido por mi gente, por mi pueblo y, ése es un galardón que me enorgullece mucho y muy pocos pueden ostentar; además, en el ocaso de mi vida, la suerte me arrimó a la compañera ideal que es Violeta, la cual, a su vez, me trajo los cuatro hijos que tenemos y que son la mayor alegría de mi existencia.
—¿Su actitud profesional responde a una determinada manera de interpretar la vida?
—Sí, sobre todo en lo que concierne a mi labor como director cinematográfico. Creo que en esa labor el hombre debe ir traduciendo lo que siente, cómo lo siente y qué temática siente. Para mí, siempre fue motivo de inquietud el bienestar común, y mi ambición más grande es que en mi país no haya necesitados ni pobres; esto lo he traducido en varias de mis películas planteándolo come un problema, evitando dar soluciones porque creo que las soluciones no podemos proporcionarlas los directores de cine. Estas, por supuesto, deben darlas los gobiernos. Eso sí, pienso que los directores, como dije, deben exponer los problemas que están vigentes o que han existido.
—¿Cuáles problemas, por ejemplo?
—Bueno, la vida de los pobres, del hombre como tal, y eso he tratado de traducirlo en todas mis películas donde la temática central gira en torno de esa situación.
—¿Un film suyo, ‘Las aguas bajan turbias’, considerado por muchos como una película precursora del cine social comprometido en la Argentina responde también a esa postura?
—Sí, por supuesto. La situación de los seres humanos en esa película reflejaba un hondo problema social que existía en nuestro país y que, inclusive, no hace muchos años volvió a reverdecer a impulsos de una política totalmente equivocada. Esto se produjo después de la caída del general Perón, cuando el país comenzó a sufrir una serie de deterioros que lo llevaron a un abismo del cual estamos tratando de salir en este momento. Y ahí, cuando se produjo ese problema, apareció nuevamente la situación que yo narré en Las aguas bajan turbias.
—¿Se considera un hombre comprometido ideológicamente?
—Evidentemente. Y siempre hice ostentación de mi condición de peronista de la cual nunca he renegado. En esa doctrina creo a pie juntillas porque pienso que es la única que sacará al país adelante; es decir, cuando todos los argentinos nos entendamos, cuando dejemos los rencores a un lado y cuando nos dediquemos a poner en marcha todo lo que nos hace falta para cristalizar ese proyecto de país definido por la doctrina justicialista del general Perón.
—¿Qué significado tiene para usted la palabra justicialismo?
—Para mí el justicialismo es un sistema político de equidad, fundamentalmente justo para todos, como bien lo define el general Perón, donde haya menos ricos y menos pobres. Creo, también, que el justicialismo logrará que el país se estabilice dentro de un orden social que a todos nos permita vivir sin privaciones. A ese problema estamos abocados y ese dilema tendrá una solución adecuada dentro de muy poco tiempo.

POR LA VUELTA

—Usted fue designado por el gobierno del doctor Cámpora director del Instituto Nacional de la Cinematografía y pocos días después viajó a México. Ese hecho dio lugar a insistentes rumores en el sentido de que su viaje respondía a una negativa suya a aceptar el cargo. Ahora, de regreso al país, usted acaba de presentar la renuncia, ¿a qué motivos responde esa actitud?
—Bueno: en primer lugar ordenemos un poco los tiempos: efectivamente, el gobierno del doctor. Cámpora me designó director del Instituto. Para mí la responsabilidad era bastante grande, pero acepté. Mi viaje a México formaba parte de un compromiso que yo había contraído con mucha anterioridad y del cual no podía, de ninguna manera, desistir. Esto se lo hice saber al gobierno y se pensó que, de todas maneras, yo podría manejar la cuestión cinematográfica desde lejos hasta conseguir lo que se pretendía, que era una ley que les permitiera a todos los relacionados con esta actividad trabajar cómodamente. Trazamos un plan con Mario Soffici y fijamos los lineamientos generales de lo que debía ser dicha ley; luego, en el mes de julio, yo regresé al país para continuar con esa labor.

Con Evita en La cabalgata del circo

—¿Podría dar, a grandes rasgos, los lineamientos de dicha ley?
—En general, creo que la ley estructurada es sólida y protege en una forma eficaz y amplia a todo lo relacionado con esta industria. Si en el futuro llega a tener alguna variante al pasar por las cámaras legislativas, ésta va a ser muy intrascendente, ya que las razones de fondo están expuestas y son justas e inamovibles; esto lo pueden afirmar en base a una larga experiencia en esta materia. La ley está en el Congreso Nacional y en pocos días más será discutida. En cuanto a los lineamientos ya se conocerán cuando salga del Congreso.
—Hablemos de su renuncia al Instituto.
—Yo he presentado mi renuncia porque, debido a mis compromisos artísticos me es imposible atender el Instituto; además, en este momento, es incompatible con mi labor profesional.
—¿Qué perspectivas ve usted en lo referente al cine nacional?
—Yo considero que si el cine se encarrila por la vía de lo que venimos filmando desde hace muchísimos años, es decir, tratando los problemas que nos conciernen a todos los argentinos, su futuro será brillante; no quiero decir con esto que todas las películas estén imbuidas de un nacionalismo que, muchas veces, resulta agobiante, pero sí insisto en afirmar que nuestro cine debe recobrar una personalidad que perdió hace muchos años.
—¿Podría ampliar un poco eso?
—Sí. Quiero decir que antes el cine reflejaba realmente los problemas nacionales y su temática era casi toda argentina, y el público respondía a esas películas en forma, diríamos, casi incondicional. Luego, la mente de algunos directores fue cambiando, se creyó que se podría hacer un cine al modelo europeo, alejado de nuestra realidad, en el cual yo no creo, ni tampoco acepto, porque pienso que cada país tiene que expresar su propio sentir y su propia personalidad. Creo que estamos maduros, artistas y pueblo, para seguir nuestro particular camino; lo señala bien a las claras el éxito que ha alcanzado Juan Moreira, de Leonardo Favio, que no es, precisamente, una copia de alguna película europea.
—¿Qué directores jóvenes le interesan en el país?
—He visto muy pocas películas últimamente, pero me interesa mucho Leonardo Favio, y yo tuve la satisfacción de vaticinarle un gran éxito con su Juan Moreira; en cuanto a otros realizadores jóvenes, me interesa también Raúl de la Torre.
—¿Piensa radicarse definitivamente en al país ahora?
—Por el momento ése es mi propósito, salvo algunas salidas esporádicas al exterior que durarán muy poco porque lo que sucede es que ya no aguanto más el estar lejos de los míos y de mi tierra.
—A usted lo une una antigua amistad con el general Perón, ¿podría decir qué significa para usted el actual presidente argentino?
—Yo considero que el general Perón es el vértice de la nación en este momento y, por supuesto, también lo ha sido durante sus anteriores presidencias. Él le marcó rumbos nuevos al país, no solamente políticos sino también humanos. A él se le debe la politización de nuestro pueblo, que es un factor tremendamente positivo. Antes no había existido nunca la justicia social, ni el derecho que tiene el ser humano a ser tratado dignamente.
—¿Qué opina del slogan lanzado por el gobierno nacional sobre la Argentina Potencia?
—Yo estoy de acuerdo y creo que todos debemos apuntar a esa meta aunque, como dice el general, hay algunos sectores interesados en que la Argentina no avance. Pienso que esta política progresista afectaría, en verdad, a cierta clase social encumbrada, pero ya es tiempo de que los poderosos dejen que el pueblo construya y edifique un país libre y próspero. Esta es la hora de las mayorías.
—¿Qué piensa de la juventud?
—Para mí, en alguna medida, la Nación está en manos de ella. Los jóvenes, aunque se lo haya repetido hasta el cansancio, son los hombres del mañana. Ellos han asimilado todo lo bueno y todo lo malo que nosotros hemos podido ser o hacer, lo han tamizado, lo han filtrado y están, de esa manera, en condiciones de tomar las cosas buenas que hicimos los mayores y de soslayar las negativas.
—¿Se considera un buen lector?
.—En realidad, no. Tengo muy poco tiempo para leer, y cuando lo hago es a ratos perdidos. Soy un tipo demasiado ocupado y tengo cantidades de cosas que hacer; no obstante, acabo de leer una novela que se llama El General y figura entre mis próximos proyectos cinematográficos.
—¿Podría hablar un poco de esos proyectos suyos para el futuro?
—Cómo no. Tengo pensado hacer, de inmediato, ‘Los años infames’, una película de corte político y, posteriormente, encararía la filmación de esa novela que ya mencioné; también, si Perón así lo dispone, la vida de Evita.
—¿Qué opina de la violencia?
—Considero que, a veces, se hace imprescindible cuando los pueblos necesitan liberarse, y esta liberación cuesta demasiado concretarla; pero, de todas maneras, no la aplaudo porque pienso que la violencia sobra. Me parece que la palabra y la razón son los medios que deben emplear ahora las grandes masas tal como lo viene afirmando el general Perón, porque creo que si él hubiera querido desatar la violencia lo podría haber hecho; pero ya ve usted: ha prescindido totalmente de ella.

Remembranzas

—Hablando no en un sentido genérico, ¿qué significado tiene para usted el amor?
—El amor, para mí, es la pasión donde el hombre se concreta, se realiza y se encuentra a sí mismo en el presente y en el futuro.
—¿Qué piensa del matrimonio como institución?
—Que es absolutamente imprescindible. Sin el matrimonio no existiría el país, no existiría la vida, la patria, el amor; no existiría, creo, nada en absoluto.
—¿Qué colegas, cantores de tango, le gustan?
—Muchos, muchos; pero me inclinaría por Oscar Alonso, Héctor Mauré, Rivero, Rufino, Marino . . . en fin, es inacabable la lista porque hay muchísimos que cantan muy bien. Y un muchacho llamado Carlos Gardel que, estoy casi seguro, cantaba mejor que todos nosotros juntos.
—¿Llegó a conocer personalmente a Carlos Gardel?
—No, pero frecuenté mucho a su madre. Fue en una oportunidad en que filmé la vida de Carlitos. Ahí conocí a doña Berta y establecimos una gran amistad que duró hasta su muerte. A través de ella supe muchas cosas de don Carlos; me contaba que era muy buen hijo, muy buen amigo, en fin, creo que tenía todas las condiciones de un ser humano excepcional.
—Usted se dedicó, en cierta oportunidad, a criar nutrias, ¿sigue aún teniendo ese negocio?
—Bueno, lo tengo en forma parcial porque lamentablemente tuvimos tres grandes desastres cuando las inundaciones y el granizo nos diezmaron el plantel. Ahora ese criadero funciona en una escala muy pequeña, y yo casi me he desentendido del asunto por completo.

Con Libertad Lamarque

—Hablemos un poco de su reciente experiencia en México. ¿Cómo le fue en ese país?
—Muy bien. Ha sido para mí bastante importante porque, en cierta manera, creo haber realizado algo de provecho, como lo ha sido revitalizar nuestra música ciudadana. Esto, con un poco de sorpresa de mi parte porque, en realidad, no pensé que en México todavía se recordaran ciertos tangos de los que ya casi me había olvidado.

Mi Buenos Aires querido

—Nostalgia, una gran nostalgia y grandes deseos de volver a ver a mi Buenos Aires. Este fenómeno siempre se produce en mí a los pocos días de ausentarme y, sobre todo, cuando debo viajar solo; entonces sí, es una angustia el sentirme lejos de mi familia, es un poco como dejar la vida de uno detrás, ¿no?
—¿Cuál es el tema de actualidad que más le interesa?
—A mí lo que más me apasiona es mi profesión y mi carrera. Difícilmente pueda haber algo que supere el interés que siento por el cine, por la actividad televisiva, por la labor radiofónica, y, en fin, por todas estas cosas donde yo he desarrollado mi vida.
—¿Cuál es su equipo de fútbol preferido?
—No se lo podría decir porque el último partido que presencié yo era hincha de San Lorenzo, y lo vi jugar cuando era muy joven. Después la vida me fue arrastrando a la actividad artística y me desvinculé bastante del fútbol y de todos los deportes, en general.
—¿Es usted supersticioso?
—Depende, algunas veces sí.
—¿Cuáles, por ejemplo?
—Soy supersticioso a mi manera; es decir, en base a presentimientos o pálpitos míos que, a veces, me hacen creer que algunas cosas me van a salir de determinada manera y, con gran sorpresa, esto se realizó tal cual yo lo había previsto.
—¿Cree en el psicoanálisis?
—Sí, pero siempre que el mejor médico sea uno mismo; hasta ahora nunca me he psicoanalizado y pienso que no lo necesito.

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