En Chicos de Varsovia, la escritora Ana Wajszczuk bucea en la memoria familiar para adentrarse en las complejidades de una de las tragedias más complejas de la Segunda Guerra Mundial.

No fue un domingo más aquel del 13 de agosto de 1944 en Varsovia. Hacia las seis de la tarde el cielo mostraba unas nubes espesas con formas raras, como animales mitológicos, que se unían a la atmósfera pesada. Todo dejaba entrever que algo podía ocurrir de un momento a otro. Sobre la calle Kiliński una multitud festejaba un “triunfo” de la Resistencia: la conquista de un tanque alemán abandonado. El vehículo avanzaba muy lentamente entre la muchedumbre. Parados sobre la carcasa, un grupo de scouts agitaba la bandera polaca. Junto al tanque camina un hombre que procura impresionar a una joven enfermera. Le entrega un ramo de flores. Ella sonríe y se arregla el pelo. En ese instante, cuando la mano alcanza los cabellos rubios, el tanque se convierte en una bola de fuego y humo. Para los polacos no quedan dudas: ese tanque era la trampa.

 

Más de ciento setenta personas volaron por el aire que se llenó de olor a carne quemada y yeso. En los días siguientes habrán de morir otras tantas, entre ellas Bárbara Wajszczuk en el hospital de campaña del batallón Gustaw ubicado sobre la calle Kiliński: producto de los bombardeos alemanes, el techo se desplomará sobre su cama.

Setenta años más tarde y al otro lado del mundo, Ana Wajszczuk, en busca de reelaborar su historia familiar, se encuentra con los hechos del Levantamiento de Varsovia, una de las mayores catástrofes de la Segunda Guerra Mundial que pasó prácticamente desapercibida para muchos investigadores occidentales.

Aquella proeza pírrica duró apenas 63 días, desde el 1º de agosto de al 3 de octubre de 1944. La resistencia polaca, conocida bajo el nombre de Armia Krakowia ((Ejército Territorial, también conocido como Ejército Nacional o Ejército del País comandado por Tadeusz Bór-Komorowski), estaba preparada para resistir tres días o a lo sumo una semana. Los polacos esperaban el apoyo de las tropas del Ejército Rojo, estacionadas del lado oriental del río Vístula y que nunca llegaron. Tampoco reaccionaron los aliados, en particular los británicos, que no movieron un hombre. En apenas dos meses, el saldo que arrojó el Levantamiento fue una pesadilla: cerca de 200.000 muertos, otros tantos al exilio (muchos de ellos a la Argentina) y la destrucción de Varsovia en un 80%, reducida a una mancha de polvo y sangre luego de que Hitler ordenara nivelar la ciudad con la altura del mar. La acción del A. K. ha sido objeto de severas objeciones, por entenderla no sólo inoportuna sino también suicida. Y al mismo tiempo, es venerada y  recordada como una gesta épica que trasciende las funestas consecuencias.

En Chicos de Varsovia (Sudamericana), Ana Wajszczuk potencia la complejidad política de la empresa y, como todo ejercicio de memoria sustantivo, recoge los ecos polémicos del Alzamiento en los debates de la actualidad. El marco geopolítico y la escala íntima -el derrotero de los Wajszczuk al igual que de otros combatientes- se complementan en la configuración de un mosaico que parece abarcarlo todo a través de un caleidoscopio estilístico que maneja un hábil ejercicio híbrido a partir de testimonios, crónicas, cartas, fotos, poemas. El resultado es conmovedor a la vez que revelador de un tema que sigue teniendo ecos en la actualidad. De Villa Ortúzar a Varsovia, Ana Wajszczuk abre las ventanas de su colosal trabajo de más de cuatro años en Socompa, periodismo de frontera.

– ¿Cuál fue el disparador que dio pie a la investigación?

– Se llamó Waldemar, un tío que vivía en Estados Unidos y que es una especie de Sherlock Holmes de la genealogía. Llegó a rastrear en registros parroquiales el nombre de la familia hasta el siglo XVII. En realidad ni siquiera me escribió a mí, sino a una tía. Lo habían visto solo una vez en los ’70, cuando vino a un congreso médico en Argentina. Yo ni siquiera tenía idea de su existencia. Cuando encontré el árbol genealógico se me abrió un mundo. Descubrí así que tres primos de mi abuelo murieron durante el Levantamiento, tan jóvenes que me quedé muy impresionada. Desde chica esas historias me conmovían mucho. Recuerdo que el Diario de Anna Frank me marcó.

– ¿Ese fue tu primer contacto con el Levantamiento?

– Se podría decir que sí. En 2008 viajé a Polonia por primera vez y visité el Museo que lo conmemora. Es algo increíble, me impactó mucho, porque quien pasa distraído por ahí parece que el Museo recuerda una victoria épica cuando en verdad fue una derrota trágica y absoluta. Era la “joya de la ciudad”, un edificio de cuatro pisos que había sido inaugurado apenas cuatro años antes. En ese momento no tenía ninguna intención de escribir sobre el Levantamiento, hasta que en 2014 leí el libro de Norman Davies, Varsovia 1944, que es casi lo único que hay traducido al español sobre los hechos. Me di cuenta que se cumplía un aniversario redondo y ahí me dije: “Esta es la oportunidad”. Lo primero que hice fue tratar de encontrar testigos del Levantamiento en la Argentina. Había pocos, pero había. De haber comenzado diez años antes hubiera dado con muchísimos más. Sí quedaban hijos de aquellos protagonistas, gente entre 50 y 60 años, que tenían muchos datos de sus padres para ofrecer.

– La magnitud que tuvo el Levantamiento no se corresponde con su trascendencia pública. Y pensando en el Museo, la pregunta es si no es materia de mitificación…

– Sí, por supuesto. Parecería que todos eran luchadores sacrificados, cuando no fue así, hubo de todo. Hubo partisanos muy antisemitas que participaron en asesinatos de judíos y otros que no, que incluso se identificaron con la causa judía. Por esa razón busqué basarme más en las fuentes históricas que en los testimonios. Y también por eso mismo intenté explicitar en el libro todas las dudas y dificultades que se me presentaron para avanzar.

– ¿Cómo fue trabajar justamente la versión aria y la versión judía del fenómeno? En Polonia existe una tendencia a negar los hechos, los pogroms y el antisemitismo…

 

– Sí, es cierto, y lo atribuyen a una campaña antipolaca. Fue una de las cosas que más me costó. Me encontré con dos versiones antagónicas: todos los intelectuales polacos decían una cosa y los judíos exactamente lo contrario. Era difícil de encontrar cierta objetividad en alguno de los dos lados. Ni siquiera se trata de una moneda de dos caras, sino de un prisma con innumerables caras. Es verdad que hubo mucho antisemitismo, pero a la vez Polonia es uno de los países que más judíos salvó. De modo que es un tema muy controversial. No hay que olvidar que la mitad de los judíos europeos vivían en Polonia, y a la vez era el lugar donde también se concentraban la mayoría de los guetos. Por una cuestión de cantidad es lógico que se multipliquen los relatos. Polonia era una suerte de casa tomada por esos hongos venenosos nazis que crecían por todos lados.

– Se suele hablar de la Gran Polonia, un país que abarcaba parte de Alemania, Rusia, Lituania, Ucrania, Bielorrusia… Y a la vez vivió mil mutaciones y transformaciones. No obstante, hay un sentimiento nacionalista muy fuerte…

– La Confederación lituano-polaca se mantuvo por más de cuatro siglos. Ese nacionalismo para mí explica en cierta forma por qué tantos jóvenes se metieron de cabeza en el Levantamiento. La historia misma de Polonia, un país que se independizó recién en 1918 gracias a la comunión de una serie de fenómenos extraordinarios (la revolución rusa, la caída del imperio austro-húngaro, la derrota alemana), explica ese orgullo nacionalista tan arraigado que aquí, por ejemplo, es difícil de encontrar.

– Cuando se produce el Levantamiento, el país se ve amenazado no sólo por los nazis sino también por Stalin, que estaba esperando para invadir. Eso engendra ya no un modelo de héroe épico, sino más un kamikaze…

Sí, es cierto. Hay una película de Wajda, Kanal (1957) que pertenece a la trilogía de la guerra (que comienza con Pokolenie y culmina con Cenizas y diamantes, que tendrá enorme repercusión), basada en los hechos del Levantamiento y que muestra con claridad esto que marcás. Hay una escena en la que una muchacha va por las cloacas llevando a un soldado herido, ella lo arrastra por los pasillos y cuando llegan se ven acorralados por barrotes y granadas. No hay salida. Es como la exaltación de la derrota.

– Y a esto le seguirá el comunismo.

– El comunismo polaco tuvo muchos estadios, que incluyen algunas cosas buenas y otras terribles. Pero creo que en el análisis de esa época convergieron dos factores: la necesidad de silenciar la historia por un lado y el hecho de que mucha gente perdió el miedo a hablar. Primo Levi publica su libro en el ’45, y a pesar de la magnitud terrible del holocausto, los sobrevivientes dieron su testimonio apenas tuvieron oportunidad. La memoria del Holocausto se mantuvo siempre muy fresca, en tanto que del Levantamiento de Varsovia se comienza a estudiarlo y profundizarlo recién en los años ’80, es decir que en términos históricos es muy reciente. Lo que no deja de ser curioso, porque no fue un fenómeno que al comunismo lo inquietara particularmente. No era un movimiento nacionalista en sentido estricto, por lo que no había problemas para que pudieran enaltecer el heroísmo y el martirologio de quienes participaron, sin que los perjudicara. En Polonia ya en el año ’48 se levanta el primer monumento a los héroes del gueto, un monumento enorme, de mármol, donde ahora se levanta el museo judío polaco que es algo hermoso.

– Hay mucho trabajo de investigación en el país sobre el tema Memoria. Profundizando en otro fenómeno, como el Levantamiento de Varsovia, ¿pensás que hay puntos de contacto en las metodologías? ¿Fueron procesos similares?

– Creo que aquí se dio otro fenómeno: el de los Hijos, incluso muchos de ellos escribiendo o participando activamente en la recreación de la memoria. Mientras que el Levantamiento… tiene que ver con un registro más autobiográfico, más duro. No obstante, hay muchísima bibliografía en polaco. No podría decir si hay diferencias metodológicas entre los dos procesos, lo que sí puedo afirmar sin dudas es que sigue siendo un tema absolutamente presente. Hay que ser algo cándido para pensar que se va a acallar algo tan grave, aún cuando pasaron setenta años. Del mismo modo que aquí se va a seguir discutiendo y manteniendo presente el genocidio de la dictadura a través de los nietos y bisnietos de desaparecidos. Todos traemos una historia familiar determinada, pero esa historia está cruzada por la del país en el que vivimos, por el pasado que nos determina. Pensar que esa historia no nos afecta y no seguirá produciendo relatos es algo ingenuo.

– ¿Y allá existen negacionistas?

– El discurso oficial del estalinismo fue: “Esto se trató de una locura fascista, pero honramos a los jóvenes engañados que dieron su vida por Polonia”. Un periodista que entrevisté me decía que en la actualidad era muy difícil poder sostener un argumento semejante sin caer en decir: “Ah, bueno, pero ése era el discurso comunista”. En realidad las discusiones políticas en torno al Levantamiento fueron bastante erradas, aunque viéndolo desde hoy resulta sencillo decirlo. Hay que ver hace setenta años cómo eran las comunicaciones, cómo la logística. Con el “diario del lunes” es más fácil, pero hablar de 200.000 muertos en dos meses, la mayoría civiles, es una tragedia épica que no se puede explicar a la ligera. Cada año hay un debate sobre si estuvo bien o estuvo mal el Levantamiento. Una socióloga que conocí me decía: “Ya no importa si estuvo bien o estuvo mal, es una discusión que está caduca. Lo que importa es ver quién se queda con ese legado.”

– Eso supone un cambio de paradigma. ¿Cuál sería la pregunta correcta?  

– Pienso que una de ellas podría ser: “¿Por qué luchaban los combatientes del A. K.?” Se supone que por una democracia que cortara con el autoritarismo de los gobiernos anteriores; por una Polonia plural, no como la actual representada por un partido ultra conservador, muy de derecha. Ella me contaba que el 1ero de Agosto, cuando se recuerda el Levantamiento, aparecen pibes de ultraderecha con camisetas que lo reivindican. Entonces, lo que resulta necesario debatir es quién se queda con el legado del Levantamiento. ¿Querían un país étnicamente puro, contrario a la emigración, o un país plural y multiétnico? No sólo había muchos judíos en Polonia, sino también alemanes, ucranianos, bielorrusos, lituanos… Este es el debate que es necesario implementar hoy y no se hace.