De pronto, por esas cosas en las que se mezclan el azar y la magia, apareció una grabación que ya se creía perdida para siempre. Un encuentro en el que Fontova habla de su música, de su experiencia en El Expreso Imaginario, de lo que escribía y de la tristeza que experimentan los pulpos en el fondo del mar. (Foto de apertura: Nicolás Foong).

En octubre de 2018 Horacio Fontova estaba promocionando su espectáculo “Variaciones Nigger”. Le propuse a Gabi, su compañera y agente de prensa, que hiciéramos una nota sobre ese show pero que le avisara que quería conversar también sobre su etapa como diagramador en El Expreso Imaginario y su carrera de escritor. Me citó en un bodegón de Villa Crespo. Mientras se clavaba un guiso de lentejas, hablamos tanto de la pesadilla macrista que nos azotaba en ese momento que la entrevista propiamente dicha quedó corta. Como el Negro también había pautado un encuentro con mi compañero fotógrafo Horacio Paone, acordamos que yo iría ese día para redondear la charla entre foto y foto. Pero esa sesión de fotos no se pudo hacer nunca y la entrevista quedó trunca. Después me chorearon el celular y perdí la grabación. Y después, malaya ese infausto 20 de abril, el Negro se murió y nos dejó más solos que Kung-Fu con hisopado positivo.

Pero en estos días buscaba unos correos viejos y me encontré con que me había automandado el archivo de audio por mail. Rarísimo, no lo hago jamás y no imagino cuándo pude haberlo hecho. Esta historia se resistió a ser olvidada.

 

-Estoy con un espectáculo que se llama Variaciones Nigger. A muchos les parece ¡Ay, irrespetuoso! Es una boludez: es cierto que en el origen es un insulto pero, en los Estados Unidos, los negros se dicen nigger entre ellos cariñosamente.

-Como para nosotros decirnos boludo.

-Ahí está, es como el boludo nuestro. Venía haciendo tres conciertos diferentes: El color de mi tierra, que son canciones folcloricas; el Affaire Luciana, que son temas que les cantaba a chicas de diferentes nacionalidades en mi exilio en París (a una brasileña una bossa, canzonettas a una italiana, canciones de Garcia Lorca a una española…) y es una excusa para cantar un repertorio internacional; y está Tan Go que son tangos y milongas.  Variaciones Nigger es un grandes éxitos de esos tres shows.

-¿Tenés grabado algo de ese material?

– El Color de mi Tierra es lo único que grabé. Tengo treinta y ocho temas folclóricos grabados. Como es una producción independiente, tenemos que tomarnos el laburo de ver qué hacemos con eso.

-¿Y compusiste para cada show?

-Si. Tengo temas nuevos folclóricos, bailecitos, sueños. En el espectáculo hay clásicos y temas míos, es un repertorio de casi cien temas. En la Sala Z de San Juan toqué cuatro horas, yo solo con la Clarita (su guitarra compañera). Y en el Caff (Club Atlético Fernández Fierro) toqué dos horas y media. Yo no me doy cuenta, ayer toqué en el Instituto Patria y después de una hora y media, los muchachos me hacían el gesto de “¡redondeá!”. Mirá que me he subido a los escenarios y, sin embargo, un rato antes de tocar me pongo nervioso. ¡Ay tragame tierra! Pero una vez que pisé el escenario, se acabó. Entro en una dimensión sin tiempo.

-¿Y por qué creés que pasa eso? ¿Por qué te cambia tanto la energía estar ahí arriba?

-Debe ser un placer inconsciente. Se desata una máquina de disfrutar. Igual, de todas las actividades a las que me dedico y me dediqué, la que más me hace sentir responsable es la música. Escribir es una actividad recontra hogareña, una cosa relajante, si tenés que corregir, corregis, nada es irremediable. Actuar me divierte y encima estoy haciendo de otra persona. Pero en la música soy yo. Yo con la viola.

-Es donde te sentís más expuesto

-Claro, ahí yo soy el único que garantizo que la cosa salga bien, es lo que más tengo que estudiar.

-Siguiendo con esa comparación de tus diversas actividades. Hay cosas que hiciste que fueron muy populares como Sonia Braguetti, toda la etapa de Peor es Nada que debe haber sido el momento de mayor exposición.

-Claro, fueron ocho años en un programa de televisión de horario central, fue tremendo. Yo veo a Peor es Nada como una interrupción de mi carrera musical. Venía de estar muy dedicado a eso, había hecho dos Obras. Pero con el petiso (Jorge Guizburg) éramos amigos desde hacía diez años, fue amor a primera vista cuando me entrevistó para La Noticia Rebelde, ahí se forjó una amistad hermosa El petiso era un delirante, siempre me decía “Negro, hagamos algo en tele” y yo tenía la música, la televisión me parecía un medio re careta. Imaginate yo, viejo hippie…. no, dejá, le decía. Hasta que me convenció. Y tuvo razón, fueron ocho años de cagarnos de risa. Y de divertir a la gente.

-Claro que sí. Pero lo considerás una interrupción a tu carrera musical.

-No fue totalmente una interrupción porque Los Sobrinos (la banda que lo acompañaba en ese momento) participaba del programa cuando se podía. Yo donde podía meter la música, la metía.  Pero estaba claro que no había tiempo para ensayar ni componer todo lo que quería. Y después del programa siguió la música, que es hoy mi medio de vida.

-Pero cada dos por tres te convocan para hacer cine, también.

-Todos los años algo de cine sale. La Peste, las películas de Fernando Spiner Aballay y Adios querida Luna,  El Regreso de Peter Cascada. Sin hijos…. Y ahora estoy filmando una de ciencia ficción que se llama Soy Tóxico. (de Diego Parés y Saniel de la Vega, se estrenó en ese mismo 2018)

 -Los actores de teatro (donde también trabajaste) suelen decir que el cine es un medio agotador. Que esperar horas para filmar una toma es un pijazo.

-Depende. Es cierto que hay muchos momentos en que tenés que esperar que filmen otros, y vos estás con la energía del personaje, ir y venir… pero si tiene una buena cantina y tenés buenos compañeros, es divertido. En todas las pelis que hice me divertí. No tengo nada de que quejarme.

-Bueno, ahora hablemos de lo que me interesa a mí, que es El Expreso Imaginario.

-¡Uh! Eso fue alucinante. 

Estado del arte

Quienes hablan hoy de cambio climático, de soberanía alimentaria, de agroecología o de destrucción de la biodiversidad coinciden en señalar a los años 60 como el punto de inflexión para la catástrofe. Con la autodenominada Revolución Verde, que fue, en rigor, un aumento de la productividad agrícola en base a agroquímicos, las corporaciones tomaron control de las tierras, las semillas, la dieta y la salud de todos los habitantes del planeta. El Expreso Imaginario fue una revista “para la juventud” en momentos en que ser joven era delito. El primer número salió meses después del golpe de Videla, Massera y Agosti. Pero, a diferencia de las otras publicaciones del palo, como Pelo o PinAp, no se dedicaba solo a comentar y difundir la más maravillosa música sino que seguía pensando al rock como ideología contestataria. Fue fundada por una figura insuficientemente reconocida de la contracultura argentina, Jorge Pistocchi, y bancada económicamente por Alberto Ohanian, manager de Almendra. Pionera en difundir la ecología (de la mano del incansable Pipo Lernoud, que sigue en la misma trinchera), la publicación incluía reflexiones sobre el rumbo del planeta y daba cuenta, en los inicios, de esos cambios económico-ambientales que hoy padecemos. La tapa más recordada de El Expreso Imaginario es la de su número 2, de septiembre de 1976, un dibujo apocalíptico y metafórico del Negro Fontova en el que se denuncia la uniformización que la nueva sociedad imponía sobre los cuerpos y las almas. Afortunadamente, toda la colección de esa revista puede consultarse en PDF en este link (http://laexpresoimaginario.blogspot.com/ ) actividad recomendadísima en tiempos de nuestra primera pandemia mundial.

Como homenaje y despedida al Negro, Lernoud escribió el 26 de abril de 2020 una bella columna en Página 12 contando más detalles del asunto. “Pocos meses antes de la salida de la revista nos había reunido Jorge Pistocchi, que apenas volví de mi viaje por Europa me convocó para hacer el Expreso Imaginario. En nuestra segunda reunión, Jorge me contó que había conocido a un flaco que podría ser el director de arte perfecto para nuestra publicación”.

-Eso fue en el ‘76 -dice Fontova frente al plato de lentejas guisadas-. Yo nací en el ‘46, así que tenía 30 años. Con Jorge Pistocchi éramos sumamente amigos porque él organizaba todos los viernes en su casa unas reuniones increíbles a las que me invitaba siempre. Ahí Luis Alberto Spinetta le puso nombre a un trío en el que yo tocaba. Con Giorgio Jorge Costa y el uruguayo Jimmy Santos, habíamos armado un trío con el que hacíamos una música muy inspirada en Richie Havens ¿te acordás de Woodstock? ¿Richie Havens?

-¿Una banda acústica, era?

-Si, totalmente, dos violas criollas y percusión.

-No lo escuché tanto, pero lo recuerdo como una banda muy colgada.

-¡Jaja, RE colgados!

-Acústica y muy rítmica, un sonido rarísimo hoy.

-Y si, es un formato que casi no se hace más. Así lo armamos nosotros, Giorgio y yo con las violas criollas y el uruguayo en las congas. Bueno, esas reuniones en lo de Pistocchi eran un despliegue de amistad alucinante y estábamos con el trío charlando y se acerca Spinetta. El flaco era todo una cosa así para comérselo crudo, todo así muy eléctrico, nos dice (imita a Luis Alberto y todo el bar nos mira) “¿Y ese trío, loco, cómo va?”. “Mirá tenemos nombres, pero no sabemos bien como llamarnos” y le contamos los nombres que barajábamos y el nos dice “No, loco, ustedes se van a llamar Expreso Zambomba”. Listo. El Flaco Spinetta nos puso el título, ¿quién va a mejorar eso? Bueno y de esas reuniones en lo de Pistocchi salió Expreso Imaginario. Yo era egresado de la Belgrano de Bellas Artes, Pistocchi se juntó con Pipo Lernoud y armó un equipo con Claudio Kleimans, Alfredo Rosso, toda una bocha de talentos. Y arrancó el Expreso en el mismo momento en que arrancó la puta dictadura, loco.

-Eso es parte de lo que me interesa, no me imagino cómo convivía ese espacio de resistencia cultural con la censura.

-Era una resistencia que los chabones no la pudieron ni entender. Por eso nos dejaron.

Y ahí ilustrabas y hacías la diagramación a la vieja usanza.

-Hacia la diagramación, las ilustraciones y también controlaba la impresión. Estaba a cargo de toda la parte gráfica. Ojo, tenía colaboradores, no lo hacía yo solo. Era una cosa muy loca. La imprimíamos en la imprenta Alemann. (Mete una de esas sonrisas inolvidables llenas de suspicacia. El apellido Alemann está tristemente ligado a la derecha en la Argentina, su miembro más insigne fue Roberto Alemann, dos veces ministro de Economía, con Arturo Frondizi y en la dictadura con Leopoldo Galtieri; y Juan Alemann, su hermano, fue secretario de Hacienda de José Martínez de Hoz, en la época de Videla) ¿Sabés quién más imprimía ahí? La revista Cabildo.

 -¡La ultraderecha peronista y los hippies ecologistas en una imprenta de la oligarquía, qué ensalada!

-¡Jajaja! ¡¡Era muy loco!! Ahí tenía que estar tres o cuatro días al mes haciendo la corrección de la tirada. ¿Te imaginás, un hippie, cómo llamaba la atención en ese antro?

-¿Qué aspecto tenías en esa época? ¿Pelo largo y bigotazo?

-No, bigote no, pelo semi largo y flequillo. Los bigotes iban y venían. Y en el Expreso había una troupe de Expresianos que habíamos entrado con Pistocchi. Cuando Pistocchi tuvo diferencias con Ohanian, Jorge decidió irse y los fieles a Pistocchi nos fuimos a la mierda. En reemplazo de Pistocchi entró (Roberto) Pettinato y ahí ya cambió todo. La parte más periodística o más política se dejó de lado y se dedicó sólo a la música. Yo ahí me fui a Colombia. Montamos un estudio de diseño con dos ex Expresianos, Aníbal Sicardi y Uberto Sagramoso. Era un pueblo a veintipico de kilómetros de Bogotá que se llama Sibaté, que tenía la característica que estaban los dos manicomios, el de mujeres y de hombres. Un pueblo de locos. Los fines de semana los dejaban salir y era una película de Fellini. Me acuerdo de uno ¿te acordas de Dirk Bogarde en Muerte en Venecia? Elegante como él sólo ¡y estaba más loco! Estuve un año en Colombia, en el ‘78. Y extrañaba a mi familia, todo. Y me empecé a volver, así, de mochilero. Ese viaje se demoró unos cuantos meses, porque en los lugares que me gustaban, me quedaba. Me encantó, me acuerdo, Otavalo, en Ecuador, porque tenía una estética tremenda. Los chabones todos con unas trenzas, desde chicos los chabones usan esas trenzas y unas pilchas todas con tejidos de colores, una cosa muy hermosa. Una vez que fui a New York en el avión me tocó sentarme al lado de un otavaleño y estaba vestido con esa ropa, con la trenza gorda y larga hasta la cintura, y el tipo era neurólogo. Mas folclore que eso, imposible. Bueno, en el viaje hasta acá me fui haciendo amigos.  Pero entre Villazón y La Quiaca, crucé la frontera en plena dictadura, viajaba en el tren con cholos y cholas, nos pararon unos milicos sin uniforme, con gorros de lana que parecían la mafia portuaria, se pusieron a pinchar con unos alambres las bolsas de las cholas, no sé que buscaban, a ver si tenían radios, no sé qué poronga buscaban, unos pelotudos. Me bajaron en una estación y por supuesto, interrogatorio. Así estaba la Argentina, horrible. Pero yo extrañaba tanto mi país. ¡¡MI país!! parezco Piero.

-Te llevo de nuevo al Expreso. Contame cómo se decidía el material que iba en cada número ¿habia reuniones de sumario?

-Ah, bueno, eso era lo más lindo, loco. Las reuniones, viste, con Pistocchi, Pipo, Claudio Kleiman, con quien seguimos siendo grandes amigos. Kleiman es, además, el único tipo con el que conviví dos años con una paz total. Pocas palabras. A las siete, a la tardecita, nos juntábamos a zapar, porque Claudio también es músico.

-Si, claro. Blues y rock a full.

– A full. Imaginate esas reuniones, con Alfredo Rosso…

-Todos próceres, por eso te repregunto, quiero imaginarme esas reuniones.

-Eran reuniones en las que estaban todos, no solo los que escribían. Estaban Sagramoso y Sicardi, los fotógrafos, también estaba a veces Resorte Hornos, un gran dibujante que vive en el sur. Se calculaba cuánto iba a hacer cada uno.

-Pero ¿cómo calculaban? ¿Páginas para cada uno? Porque no se hablaba de caracteres.

-Se hablaba más de líneas que de caracteres, pero mi laburo era todo artesanal. Yo no podría ahora diseñar en pantalla. Era todo con Letraset, Rotring, pegar los textos, yo pedía tipografías y me venían las ristras. Pedía los tamaños de los caracteres. Tenía una vieja goma y con la misma goma se hacía una bola y limpiabas los bordecitos engomados, Y calculabas a ojo el tamaño de la foto. El titulo con Letraset. Cada número era artesanal.

-Y ¿cómo se decidía lo visual, que tenía tanto peso? ¿Vos te enterabas de las notas que irían y proponías una ilustración en esa misma reunión de sumario?

-Yo proponía y ellos me decían “pensemos más por este otro lado”, de todo. Era una reunión creativa, todos opinaban. Un fotógrafo opinaba de la línea de una nota, un redactor proponía ilustraciones… Las notas crecían ya en las reuniones porque todos aportaban. Se te tenían que ocurrir notas que te permitieran tirar una buena. También se proponían textos de otros, traducíamos canciones de Dylan, rescatábamos muchos pensadores del Mayo Francés. Había notas recordando a personajes como Emiliano Zapata. Me acuerdo que la redacción estaba en Teodoro García y Cabildo, era una casa. Y muchas veces desde un edifico de ahí enfrente nos miraban unos chabones con largavistas. Y me acuerdo que un día aparecieron tres tipos pero así de grandes, tres gorutas con anteojos, parecía que se trataba de cieguitos como en la canción de Pipo (Cipolatti).  Y dicen que vienen a poner un aviso. Bueh. No se lo creían ni ellos. Y encima el que estaba con el tema del correo de lectores, ¿sabés quién era? Donvi.

-¿El papá de Lito?

-El papá de Lito y de Liliana Vitale. Esa revista era todo un estado del arte. Y estos tres chabones de Ray Ban vienen a poner un aviso. Uno hablaba con Donvi y los otros dos escrutaban todo alrededor. Me acuerdo que justo habíamos estado hinchando las pelotas, tirándonos baldazos de agua porque era un verano de treinta y cinco grados. Y estábamos todos mojados, “¡eh loco!” gritaba uno desde el patio y los tipos pensaron “Estos son unos hippies pelotudos” y se fueron. 

Ya no te creo, hombre

Nunca había viajado tan rápido hasta hoy, siempre lo había hecho suavemente; de hoja en hoja, de flor en flor. Claro que había pájaros que pasaban a mi lado como relámpagos, pero yo siempre me desplazaba a una velocidad razonable, más que nada por lo frágil de mi cuerpo; nunca tan frágil como hasta este momento. Y aunque podría hacerlo, no me quejo del destino que me tocó, mirando a mi alrededor veo que me acompañan muchas de mi especie, ya casi todas incompletas, como seguramente voy a estar dentro de muy poco.

La presión del viento es realmente algo que nunca hubiera imaginado; y ver cómo se viene la ruta encima mío me provoca vértigo, jamás conocí esta velocidad. Ya alguna vez había oído acerca de quienes terminaban de esta manera, pero ahora no me asusta cuando escucho estas historias, todo esto valía la pena.

No sé si se notará mi sonrisa, porque mi cuerpo está inmóvil y verdaderamente aplastado contra el viento…mi cuerpo y el de todas las otras mariposas pegadas en el radiador.

Este relato breve está incluido en Témpera Mental el primer libro del Fontova escritor, único editado hasta ahora. Aunque en la charla lentejística renegará de este trabajo, el uso de la primera persona para habitar la vida de un animal parece parte de una cosmovisión.

-Hablemos del oficio de escritor.

-Eso me encanta, hablo poco de eso, Y son épocas. Te inspirás. Ahora toda la cuestión digital nos juega en contra, ¿sabés por qué? Porque de este libro que estoy escribiendo Humano – Cero Humano tengo cuatro copias. Siempre podés seguir editando. Pero soy un bendecido ¿Sabés a quién le mandaba los escritos y él me los comentaba? A Eduardo Galeano (lanza una carcajada) Y Galeano siempre me recomendaba la síntesis, achicar, achicar. Entonces hay muchas versiones de cada cuento, porque siempre podés seguir sintetizando. Y ahora agarro mi primer libro Témpera Mental y veo que no está hecho con ese criterio. Lo agarraría y le sacaría la mitad.  Mirá que concepto pequeño y poderoso el de Galeano, tratar de decir lo que quieras decir con la menor cantidad posible de palabras. 

-¿Qué tenés pensando hacer con ese material?

-No sé, buscar una editorial más chiquita, con más corazón, viste. Y tendría que ocuparme de eso. Sudamericana es una gran editorial, pero es tan grande que quedás ahí. Tienen tantos lanzamientos por mes que no te pueden dar bola. Hay buenas editoriales chicas, tengo que ponerme a buscar con cual laburar.

Foto: Flor Guzzetti

-Y ¿qué te pasa con la escritura? ¿Cómo vivís el momento de crear una historia de la nada?

-En esto que estoy escribiendo, me concentro en alguna imagen de la vida de algún bicho. Tengo un montón de bichos pendientes. La parte Cero Humano es eso, no existe lo humano. Amo a los animales y creo que son para nosotros un ejemplo de como vivir en este planeta. Tienen reglas y son muy nobles.

-Pero además cada tanto te pinta el “Ya no te creo, hombre” (un aire de chacarera escéptico de la época de Los Sobrinos).

-¡Claro! Cuando me pinta el pesimismo me dedico a ver cómo es la vida de cada bicho, su fisiología. Una vez que me empapo de su ser, ratas, águilas, chanchos, hormigas, recién ahí escribo.

-Pero cualquiera puede escribir una wikipedia en joda sobre los animales. Tu laburo me parece que es más pensar la vida del bicho, colocar tu sensibilidad en la piel del bicho.

-Hablar por el bicho, claro. Me imagino lo que siente, pero para saber cómo siente tuve que descubrir cosas que no sabía. Del pulpo, por ejemplo ¿qué sabemos? Que es rico a la española. Que tiene tentáculos y ventosas. Pero lo que descubrí es que los pulpos tienen tres corazones y son sordos. Entonces ¿qué poronga me dice esto? ¿Cómo se vive bajo el mar con esas condiciones? Me imagino que vive feliz en el agua, con su poder mimético, con sus tintas para que los otros depredadores no lo vean… vive contento, digamos. Pero tiene una tristeza muy profunda, una tristeza que no se va a poder reparar jamás, que es la tristeza de saber que no va a escuchar nunca el canto de las ballenas, que son sus hermanas bajo el mar.

-Te inventaste una manera de vivir otras vidas.

-Si, y lo mejor es que de esas vidas pude aprender cosas. Por ejemplo, en el caso del pulpo, hay una tristeza por una pérdida o por un imposible, que es infinita. Y yo me pude conectar con esa tristeza al saber que nunca voy a poder gestar. Por eso digo que siempre fui feminista, ahora que afortunadamente las mujeres tomaron la palabra y más que la palabra, tomaron la calle. Cuando me preguntan cómo me siento con eso digo que es hermoso esto que está pasando, la marea de pañuelos verdes me encanta, yo siempre me sentí feminista porque siempre me conecté con lo femenino desde un querer aprender.

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