Cada crisis económica consolida niveles estructurales crecientes de pobreza. Desde el mínimo histórico del 4,6% de 1974, el indicador tomó una senda de constante crecimiento. Una mirada sobre los últimos datos del mercado laboral y una proyección del Instituto de Pensamiento y Política Públicas sobre la reducción de la pobreza a partir de los sucedido en el primer semestre.

La hiperinflación del 89/90, el derrumbe de la convertibilidad en 2001 y los experimentos ortodoxos del macrismo marcaron, cada uno a su manera y con diferentes intensidades, el rumbo de la pobreza estructural. Si bien los niveles del indicador tienden a bajar una vez estabilizada la situación macroeconómica, las crisis consolidan pisos estructurales cada vez más altos y difíciles de revertir. Hoy, la postpandemia parece augurar una situación similar.

En los hechos, el primer semestre de este año cerró con un balance poco auspicioso. La recuperación económica -que desde febrero registra tasas mensuales negativas- se combinó con nuevas aunque más leves restricciones a la circulación. En ese contexto, pese a la menor demanda y a un tipo de cambio pisado, la tendencia inflacionaria continuó su marcha. Lo hizo a tasas mensuales de crecimiento superiores al 4 por ciento.

Evolución de las tasas semestrales de pobreza e indigencia. Elaboración del IPPyP en base a datos de la EPH-Indec.

La dinámica de los precios puso en evidencia las limitaciones de los programas oficiales para disciplinar a las grandes formadores, que lograron desde inicios de este año capturar la acotada recuperación. La dinámica mantuvo la regresividad distributiva. En otras palabras: obturó la posibilidad de que la recuperación se tradujera en una mejora del salario real y, en consecuencia, de las condiciones de vida. La remarcación, en especial la de alimentos, superó largamente las metas oficiales. Las góndolas reflejaron tasas interanuales superiores al nivel general.

“La dinámica, sumada a la retracción del gasto público, especialmente las transferencias a las familias, empujó la tasa de indigencia, que en el primer trimestre aumentó al 11,1 por ciento. Un récord solo superado en la primera ola de la pandemia”, señala el último informe del Instituto de Pensamiento y Políticas Públicas (IPPyP). El peor registro desde 2006: más de 5 millones de personas por debajo de la línea de indigencia. “El telón de fondo de la estrategia oficial que exageró la prudencia fiscal mientras comenzaba la negociación con el FMI”, subraya el trabajo.

Se conoce. Los datos del primer semestre muestran que la pobreza y la indigencia quedaron en el 40,6 y 10,7 por ciento, respectivamente. La foto permite dibujar lo sucedido en el período. Entre el primer y segundo trimestre, la pobreza pasó del 39,4 al 41,8 por ciento, y la indigencia del 11,1 al 10,3 por ciento. Ambos indicadores, pese a la caída del salario real -que marcó una baja interanual del 4,8 por ciento en junio-, quedaron casi estancados. “La razón -señala el IPPyP- hay que buscarla en el relajamiento de la contención del gasto social”. Permitió administrar una situación social que pudo haber sido peor.

Pobreza e indigencia. Variación trimestral. Tasas y cantidades. Elaboración IPPyP en base a datos de la EPH-Indec

La decisión de duplicar en mayo la cobertura de la Tarjeta Alimentar y actualizar sus valores permitió reducir la indigencia. “Una prueba de la efectividad de este tipo de medidas, pero también de la necesidad de profundizar ese rumbo”, según el documento de instituto que lidera Claudio Lozano. Hoy, la pobreza y la indigencia están un 3,5 y un 1,7 por ciento por encima del peor momento de la recesión causada por Cambiemos. Desde entonces, 1,8 millones de personas cayeron en situación de pobreza y 825 mil dejaron de poder adquirir una canasta básica alimentaria.

¿Qué se puede esperar en el mediano y largo plazo de no mediar cambios estructurales en la distribución del ingreso y el modelo productivo? El ejercicio teórico realizado por el IPPyP permite una aproximación al problema. Sobre la base de la experiencia reciente y la relación entre la recuperación económica y la disminución de los niveles de pobreza, el IPPyP proyectó escenarios. Lo hizo suponiendo un muy optimista crecimiento anual acumulativo del 4 por ciento y tomando como punto de partida la reactivación registrada entre los segundos trimestres de 2020 y 2021.

“De mantenerse el actual esquema productivo y las pautas de distribución del ingreso, en dos décadas el PBI crecería un 128 por ciento y el PBI por habitante un 95 por ciento. Implicaría una reducción en la tasa de pobreza del 60 por ciento. Expresado en puntos porcentuales: bajaría del 42 actual al 16,7 por ciento. En síntesis: de mantenerse el actual esquema productivo y las pautas de distribución del ingreso, llevaría casi veinte años en lograr que la pobreza se ubique por debajo del 20 por ciento y tres décadas en eliminarla”, concluye el trabajo. Un camino muy lento y demasiado doloroso.