La crisis política en Brasil suma contratiempos a la economía local. Impacta sobre la industria y pone presión sobre el tipo de cambio y la competitividad.
Por cada punto que cae el producto brasileño, la economía argentina se retrae alrededor de un 0,25%. Así lo demuestra el derrotero de los últimos dos años. La baja acumulada de casi el 8% que registró entre 2015 y 2016 tuvo un impacto contractivo del 2% en nuestro país. Hacia principios de este año, los cálculos señalaban que Brasil tendría durante 2017 un crecimiento prácticamente nulo. Por entonces, los analistas subrayaban que cualquier suceso negativo podía retrasar el alza esperada para 2018. El peor de los escenarios parece confirmado.
La crisis institucional, cualquiera sea la resolución que adopte, le restará impulso a la industria brasileña y, en consecuencia, golpeará en la local, ya castigada por la caída del mercado interno. Ni siquiera la continuidad del actual ministro de Hacienda, Henrique Meirelles, el hombre del establishment, conseguiría atemperar los efectos económicos de la crisis institucional. La incertidumbre arrecia en Brasil, aun cuando Meirelles se apresuró a afirmar que está dispuesto a seguir en el cargo para avanzar en las reformas promercado que reclaman los industriales y la city paulista.
Según el Banco Central de Brasil, en el primer trimestre del año, la actividad económica de nuestro principal socio comercial trepó un 1,1% en términos desestacionalizados y un 0,3% en la comparación interanual, cortando una racha negativa que se prolongó durante dos años. Un brote microscópico. El optimismo duró poco. Los analistas -incluidas las últimas proyecciones oficiales- ponen en duda el PIB de Brasil pueda registrar este año un recuperación del 0,5%. El modesto avance del primer trimestre podría ser esfumarse al ritmo de la crisis.
Varios informes advierten sobre el impacto en nuestro país. “Si la situación no se soluciona rápidamente, la incipiente recuperación de la economía brasileña puede marchitarse acotando las perspectivas de recuperación de la actividad local”, interpreta Ecolatina. Los datos no son alentadores. Brasil explica el 20% del total de las exportaciones argentinas. Las ventas, que cayeron en forma continua durante el último bienio, habían exhibido algunos signos de recuperación desde fines de 2016. En marzo y abril volvieron a pisar terreno negativo. En abril retrocedieron un 10% con relación al mismo mes del año pasado. Totalizaron u$s 700 millones, el menor nivel desde febrero 2016.
La dinámica es consecuencia de las menores ventas de productos del sector automotriz -vehículos de carga, automóviles de pasajeros y autopartes- y de algunos productos agropecuarios -malta sin tostar, frijol negro y aceite de soja en bruto-. La reducción de la demanda brasileña se hizo sentir también en otros rubros, como en las exportaciones de celulosa, medicamentos y productos de perfumería. El fenómeno no es nuevo. El año pasado, las exportaciones al mercado brasileño se redujeron a la mitad. Pasaron de un promedio de u$s 1.500 millones mensuales a poco más u$s de 750 millones.
La lógica es conocida: si el vecino está en recesión, caen las exportaciones. La contracara es el aumento de la presión de sus importaciones sobre el mercado local. El resultado de la balanza comercial marca que en abril crecieron por sexto mes consecutivo. Llegaron a u$s 1.366 millones, un 29,4% más que en abril de 2016. El saldo del comercio bilateral para nuestro país fue un déficit de u$s 665 millones, un 140% superior al registrado en el mismo mes del año pasado.
El problema no es solo comercial
La crisis brasileña también puede repercutir en el escenario local mediante el tipo de cambio y el llamado canal financiero. Sobran antecedentes. Si los capitales comienzan a salir de Brasil y se devalúa el real, caerá la competitividad de la industrial argentina, ya muy afectada por el incremento de los costos internos. La única vía para recomponer la competitividad es una devaluación que replique en magnitud a la devaluación del real. La alternativa luce complicada en virtud de la inercia inflacionaria y de los pobres resultados del BCRA en su intento por contener los precios mediante la suba de la tasa de interés.
Hoy, el índice del tipo de cambio real entre el peso y la moneda brasileña se encuentra en el nivel más bajo desde mediados del año pasado. Si la pérdida de competitividad se acentúa, la ya escasa inversión extranjera directa que recibe nuestro país podría preferir afincarse en Brasil. Incluso los planes de negocios de las compañías radicadas en ambos lados de la frontera se verían afectados. Con un arancel externo y tarifa cero, la decisión de ubicar una planta en Argentina o en Brasil se define por los precios relativos de los factores de producción, fuertemente correlacionados con los oscilaciones cambiarias.
Hay más. En el canal financiero no sólo opera el tipo de cambio. Otro factor relevante son los títulos públicos. En la medida en que los bonos brasileños pierdan atractivo para los capitales especulativos, también caerá la cotización de los bonos argentinos. La consecuencia inevitable es una suba de las tasas y un encarecimiento del crédito externo. En este caso, el escenario se tornaría crítico para la hoja de ruta de Cambiemos, que depende en su totalidad de la colocación de deuda. También para Brasil, un país altamente dependiente del financiamiento externo.
Un último dato. En un contexto de crisis tampoco parece viable la concreción del acuerdo de libre comercio que apura el gobierno de Cambiemos entre la Unión Europea y el Mercosur. En febrero, durante su viaje a Brasil, Macri afirmó que esperaba llegar a diciembre de este año con un acuerdo cerrado. El tema fue uno de los ejes de la visita oficial de Macri a Brasilia. El plan era presentarlo durante Conferencia Ministeral de la Organización Mundial de Comercio (OMC) que se concretará en Buenos Aires. En el oficialismo ya descartan la posibilidad.