El economista y referente de Unidad Popular asegura que la tranquilidad del dólar es producto de una encerrona trágica que solo agrega problemas sin resolver ninguno. Afirma, además, que la alteración de cualquiera de las condiciones actuales disparará una nueva corrida. Un plan plagado de inconsistencias, disparatado e insustentable.
Aunque parezca mentira y a pesar de la rica historia de la Argentina en términos de crisis económicas, la supuesta estabilización cambiaria acaecida recientemente habilita, tanto desde el oficialismo como desde el uniforme abanico de la mayoría de las consultoras, a pregonar nuevamente que estamos en la buena senda. Pareciera que no hubiésemos frecuentado ya, en el marco de políticas como las actuales, momentos de corridas cambiarias seguidos de etapas de calma financiera. Otra vez suena el discurso que alude a una presunta reactivación económica a raíz de la inminente calma cambiaria.
En realidad, la supuesta tranquilidad del dólar es resultado de un salto cambiario monumental -del 114 por ciento entre fines de 2017 y diciembre pasado- y de la recreación de un contexto en el que se combinan tres condiciones básicas: descomunales tasas de interés, una brutal recesión y definiciones moderadas de la Reserva Federal de Estados Unidos respecto a la eventual suba de las tasas de interés de los bonos norteamericanos.
Este contexto, sujeto a la entrada de los dólares agrarios y a los desembolsos del FMI que ingresarían a partir de abril, permite pensar una cierta calma de la divisa durante los primeros cinco meses del año con una tendencia alcista a partir del segundo semestre en el marco de la dolarización de las carteras de empresas y particulares de cara a las inciertas elecciones de octubre. Dolarización que, por cierto, exhibe la posibilidad de desencadenar una pequeña corrida con sus lógicas consecuencias políticas y sociales, ya que la diferencia entre el piso y el techo de la zona de no intervención que fija la actual política monetaria es de casi un 30 por ciento.
Es increíble que semejante escenario pueda presentarse como una solución. La “calma cambiaria” no es el resultado de una solución. Es la consecuencia de una encerrona trágica, que solo agrega problemas sin resolver ninguno y donde la alteración de cualquiera de las condiciones rompería la “calma chicha financiera y cambiaria” que estamos viviendo. Frente a ello, debemos realizar una reflexión seria sobre el desastre en el que estamos metidos. Desastre plagado de inconsistencias que se expresan en lo ocurrido desde la puesta en marcha de la política económica de Cambiemos, en sus resultados y en lo disparatado, inestable e insustentable del momento actual.
Lo ocurrido
El desastre de proporciones ocurrido y que transforma en inviable a este país a través de estas políticas se observa al evaluar las cuentas externas que surgen del Balance Cambiario del Banco Central entre los meses de diciembre de 2015 y 2018. La estrategia puesta en marcha por Macri: devaluación, eliminación de retenciones, desfinanciamiento del Estado, apertura y desregulación, dirigidas supuestamente a la liberación de las fuerzas del mercado, y con el objeto de lograr la tan ansiada lluvia de inversiones, produjo la salida de 124 mil millones de dólares en solo tres años.
La desmesurada salida de divisas, compuesta casi la mitad por fuga y la otra mitad por el pago de intereses de deuda, turismo y utilidades se financió en un 94,3 por ciento con nuevo endeudamiento e ingreso de capital financiero de corto plazo. Sólo un 5,7 por ciento con ingreso de dólares para inversión directa. Es decir: el verso de las inversiones es justamente eso, un verso.
Los efectos internos de esta política disparatada e inconsistente fueron: las caídas del PBI (-1,4%), del ingreso por habitante (-4,4%), del salario real (-17,2%), de las jubilaciones (-15,7%) y de las asignaciones familiares y universal por hijo (-15,7%); además de los aumentos del desempleo (15,3%), de la cantidad de gente que busca trabajo (10,6%) y de la pobreza, incremento este último que será del 6,3 por ciento entre los segundos semestres de 2017 y 2018. En otras palabras: un crecimiento de del 25 por ciento. Unos 3 millones más de pobres. Cuadro al que se suma un desborde inflacionario del 111,4 por ciento en apenas tres años que operó como un feroz golpe distributivo.
Lo que está ocurriendo
Nada de lo sucedido hasta ahora se modificará en 2019. En 2018, el déficit primario fue equivalente al 11,3 por ciento del total de ingresos del Estado. Es decir: 4,2 puntos menos que en 2017, lo que significa que el ajuste realizado ascendió a 100 mil 647 millones de pesos. El déficit primario, que debería llegar a cero este año, implica que el ajuste a realizar ascendería a 400 mil 210 millones. En síntesis: el ajuste en curso equivale a cuatro veces el del año pasado. Lo que deja en evidencia que no habrá expansión de la demanda por la vía del gasto público. Todo lo contrario. El efecto de la intervención estatal sobre la economía en 2019 será nuevamente recesivo.
Nada puede esperarse tampoco respecto a la evolución del consumo. Ni del consumo superior -asociado a los sectores de mayor capacidad económica-, ni del popular. El primero estará contenido por la espectacular renta financiera, ligada a tasas de interés que superan en más de 10 puntos porcentuales la inflación esperada. Por el lado del consumo popular, los salarios perdieron en promedio cerca de un 12 por ciento en 2018 y la inflación estimada para este año se ubica en el orden del 30 por ciento. La sola recuperación del poder adquisitivo de fines de 2017 exigiría que las paritarias promediaran el 42 por ciento. Algo absolutamente impensable.
¿Puede esperarse una recuperación por el lado de la inversión? Tampoco. Se desplomó un 19 por ciento interanual en diciembre y acumuló una caída del 5,6 por ciento en 2018. Este año no experimentará recuperación alguna, habida cuenta de la contracción del mercado interno y de un contexto con tasas de interés del 50 por ciento anual con un dólar estable, lo que posibilita una renta financiera descomunal en dólares.
Más allá de algún impacto positivo por parte de las exportaciones o del turismo receptivo, el panorama nos devuelve para 2019 una nueva caída de la actividad económica, en paralelo al aumento del desempleo y la pobreza. Todo esto, además, en el marco de un conjunto de inconsistencias que más tarde o temprano depararán nuevas explosiones y crisis que afectarán las condiciones de vida de los argentinos.
Algunas precisiones
La lógica con la que funciona la economía actual hace que paguemos por vía de los intereses que abonan el Tesoro Nacional y el Banco Central la friolera de 3 mil millones de pesos diarios. Unos 90 mil millones de pesos mensuales. Un billón de pesos al año. Visto de otra forma: mientras la política de ajuste y déficit cero destruye los salarios de los estatales, las jubilaciones, los programas sociales y las obras públicas para ahorrar 100 mil millones de pesos, Cambiemos se patina prácticamente esa misma cifra en un mes pagando deuda y sosteniendo la especulación financiera. En apenas cuatro meses se despilfarran por estos conceptos todo el ajuste fiscal previsto para 2019.
Esta locura completa, donde nada tiene sentido porque deteriora el presente de nuestra gente y compromete el futuro, se encadena con una estrategia que supuestamente vino a desarmar la bomba de tiempo de las famosas Lebac del impune Sturzenegger. Y lo hace construyendo otra bomba, quizás peor: las Leliq.
Con este instrumento, los bancos le pagan a los ahorristas tasas que capitalizadas anualmente rondan el 50 por ciento, para luego, esos mismos fondos, prestárselos al Banco Central a siete días vía Leliq con tasas que capitalizadas superan el 70 por ciento anual. Una renta descomunal para la actividad bancaria que, para colmo, afecta potencialmente la estabilidad futura del sistema financiero. ¿Por qué? Porque la deuda que tiene el Banco Central a través de las Leliq está calzada con los depósitos a plazo fijo y porque, además, se les permite a los bancos utilizar las Leliq como parte de los encajes; es decir: de las reservas que deben inmovilizar frente a los depósitos. Otro disparate que pagaremos con crisis futuras.
No hay virtuosismo alguno en la presente estabilidad cambiaria. El fracaso de esta política es completo. Lamentablemente, su persistencia indica que sus daños aún no han terminado.
Fuente: Publicado originalmente en el sitio del Instituto Pensamiento y Políticas Públicas de Unidad Popular.
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