La recesión llegó y abre grietas al interior del gobierno. La incertidumbre se derrama de la economía a la política. Macri y Vidal, reprobados en las encuestas. Algunos datos del naufragio, el ajuste asimétrico y la posibilidad del populismo culposo. El descarrilamiento en el Belgrano Cargas, una metáfora de Cambiemos.
Macri corre detrás de los hechos. Y lo hace por el estrecho camino que dibuja la carta de rendición incondicional que redactó el FMI. Mientras tanto, la incertidumbre atraviesa la economía y la política. Dos términos de una misma ecuación. El resultado es negativo por donde se lo mire. El primero arroja una balance claro: la desocupación avanza, la precarización laboral aumenta, el consumo masivo cae, la inflación se dispara y la actividad económica se desacelerada. La recesión llegó. Solo resta que las mediciones reflejen el recorrido. El segundo término es más escurridizo y está anclado en las expectativas: ¿Puede Macri llevar adelante el programa del FMI?
La duda carcome al círculo rojo, alimenta una brecha incipiente hacia el interior de Cambiemos y divide aguas en la UIA. Lo dicho por Macri desaliente al más optimista. “La crisis está más allá de las capacidades de su presidente”, fue su lacónica respuesta ante los reclamos de los pequeños y medianos empresarios asfixiados por el torniquete monetario que erosiona ventas y eleva el costo de financiamiento al 47 por ciento anual. Lo dijo en la localidad chaqueña de Charata, durante la inauguración de 490 kilómetros de vías del Belgrano Cargas.
En el gélido acto, que precedió al descarrilamiento de la formación que transportaban 2.300 toneladas de soja y provocó el derrumbe del puente sobre el arroyo Colastiné, Macri intentó despegarse de un modelo que hace agua: “Si aumenta las tasa de interés, si se reduce el crédito, si aumenta el valor del petróleo, si nos agarra una sequía, son cosas que no podemos manejar”. Poco faltó para que repitiera como un adolescente el famoso “I didn’t do it” del genial Bart Simpson.
Atrapado y sin salida
“¿Por dónde van a salir?”, le preguntó Marco Lavagna a Dujovne en la Comisión Bicameral de la Deuda Externa. La respuesta fue más de lo mismo. Dujovne ratificó un rumbo de colisión que incluye más deuda pública, nuevos tarifazos y apertura comercial. El combo que liquidó el mercado interno, golpeó el bolsillo de los trabajadores y dejó al país expuesto a la volatilidad externa. Muy parecido a buscar la salida del pozo cavando más hondo. No es sorprendente. Cambiemos no puede cambiar. El crédito del FMI le echó cerrojo a cualquier alternativa. Condicionó su ya escaso margen de maniobra. Su suerte quedó atada a la profundización del ajuste.
Por ahora, los medios hegemónicos y sus repetidoras, con el mega holding Cablevisión-Telecom a la cabeza, evitan hablar de mala praxis. Los datos, sin embargo, están a la vista: el BCRA dilapidó 11 mil millones de dólares en su intento por detener la corrida cambiaria, la devaluación del 60 por ciento licuó los salarios y la inflación se disparó a un piso del 30 por ciento anual. Se podrían agregar otras calamidades.
Más cauta, La Nación abre algunos interrogantes mientras rasca en fondo de la olla en busca de noticias que le pongan un poco de buena onda a la malaria generalizada. La razón es clara. Los resultados de las encuestas espantan a la mesa chica de Cambiemos: Macri y Vidal no alcanzan si quiera un aprobado. Menos aún la gestión y las expectativas. Cristina, en tanto, mantiene su cuota electoral. Todo un interrogante.
Reactivar el consumo interno, administrar en forma inteligente el comercio exterior, promocionar el crédito productivo y desdolarizar las tarifas de los servicios públicos son opciones para salir de la crisis que no están en la agenda del gobierno. Tampoco la posibilidad de reformar los impuestos para reducir las distorsiones sobre las actividades productivas de las pymes. Mucho menos administrar la cuenta de capital. La canaleta de la codicia y la timba financiera por donde se van los dólares del FMI y las reservas del BCRA.
Algunas perspectivas
Sin política fiscal y monetaria contra cíclicas, la recesión impactará de lleno en el segundo semestre. Lo advierten los economistas de todos los colores. Con la intención de amortiguar el choque, Macri optó por la política de ingresos: reapertura de las paritarias y renegociación de los contratos con las empresas de servicios públicos. Una salida de emergencia. Los indicios, no obstante, suenan a muy poco.
Iguacel, apenas reemplazó a renunciado Aranguren, ratificó que las tarifas se corregirán en setiembre y octubre por inflación. Según las consultoras, en el mejor de los escenarios posterior a la nueva ronda paritaria, los salarios crecerán nominalmente un 21 por ciento anual. El gasto social lo hará por debajo de ese nivel. ¿Resultado…? El salario real caería en promedio un 6,5 por ciento este año. El panorama augura, además, un retroceso del 4 por ciento de la inversión asociada a los gastos de capital. El año cerraría con una contracción del 0,5 por ciento del PBI.
¿Qué pasará con la brecha externa y el frente fiscal? La fórmula devaluación-ajuste podría traer un poco de alivio al gobierno y le permitirá sortear las primeras revisiones del FMI. Para algunos, la reducción en torno al 1 por ciento del déficit financiero y un menor déficit de la cuenta corriente –que pasaría del 4,7 al 3,8 del PBI- acercarían los agregados macro al promedio que exhiben los países de la región. Es la meta de la dupla Dujovne-Caputo. No mucho más.
La reconfiguración implicaría, además, una menor demanda de dólares para atesoramiento. Excell puro y duro. Los cálculos menos pesimistas admiten que el ingreso de divisas por exportaciones e inversión se reducirá este año un 20 por ciento. La restricción afectará la demanda de importaciones y evitará un peor resultado de la balanza comercial. No obstante, el motor de la economía seguirá siendo el endeudamiento. Ahora, por la vía del FMI. Apenas un respiro que prescinde de incluir el costo social.
Populismo culposo, ¿garantía de continuidad?
En este contexto, la apuesta de Macri apunta al segundo trimestre de 2019. Una eternidad. Los cálculos oficiales imaginan para entonces que las exportaciones habrían retornado a los niveles de 2017. El rebote haría repuntar el ingreso de dólares, aunque nunca lo suficiente para romper con la dependencia del FMI. La economía, dicen en Cambiemos, comenzaría a reaccionar. Un horizonte improbable con alimentos y medicamentos, por tomar solo dos ejemplos, creciendo al 35 por ciento anual y con una pérdida del salario real del orden del 8 por ciento.
Además, el mundo luce cada vez menos amigable. La incipiente guerra comercial entre China y Estados Unidos ralentiza ya el tímido crecimiento de la economía mundial. Los bancos centrales de los países centrales seguirán retirando sus políticas de estímulo. Las consecuencias son conocidas: ni apetito por el riesgo, ni financiamiento voluntario. El encarecimiento del crédito seguirá su curso.
La city porteña ya descontó el escenario. El jueves, en la última licitación de letras dolarizadas, Hacienda captó apenas 422 millones de dólares a un año de plazo. Esperaba un mínimo de 2 mil millones. El 70 por ciento provino de las Lebac. Para tan magro resultado debió convalidar una tasa del 5,5 por ciento anual. Por encima del 4,4 por ciento de la licitación previa del 26 de junio.
Lo dicen muchos. Casi a coro en todas las variantes del peronismo. Aquí no hay disidencias entre racionales e irracionales, según las categorías que promueve Peña. El ajuste fiscal no solucionará los problemas. Los agravará. La mejora de las cuentas públicas no significará mayor fortaleza externa ni mayor demanda interna. La economía, a lo sumo, crecerá el año próximo apenas por encima del 1 por ciento. Y lo hará impulsada por el consumo de los sectores acomodados y las exportaciones.
Seguramente, Cambiemos ensayará un suerte de populismo culposo en procura de mejorar sus alicaídos niveles de aprobación. Muy probablemente contará con el guiño de Lagarde. Obvio: Macri, para los ceos de la city y Wall Street es la mejor garantía de continuidad.
El ajuste, según Cambiemos
La industria manufacturera perdió 80 mil puestos de trabajo desde setiembre de 2015. Desde entonces, la UOM totaliza 28 mil despidos y 22 mil suspensiones. El primer dato corresponde al análisis del Observatorio de Derecho Social de la CTA. La medición de abril, dice el informe, no vislumbre una crisis, pero sí la presencia de oscuros nubarrones. El documento puntualiza que el total de personas con empleo sintetiza el peor arranque anual desde que el Ministerio de Trabajo publica la serie completa.
La utilización promedio de la capacidad instalada en el sector confirma el parate: 35 de cada cien equipos están inactivos, según el Indec. En los bloques productores de alimentos, bebidas, textiles, vehículos y entre las metalmecánica la situación es peor. Los subsectores que están todavía por arriba del promedio no andan mucho mejor.
La estadística, sin embargo, no captura con fidelidad la situación de las pymes. Un sector que genera ocho de cada diez empleos. Según los datos del Ministerio de Producción, la Afip lleva trabados unos 250 mil embargos por moras previsionales e impositivas. En Chubut, el organismo embargó esta semana otras 60 pymes; en este caso de la localidad de Esquel. Unos 1.800 embargos en una provincia sumergida en una crisis institucional y financiera que la pone al borde del default.
El contraste es notorio. Al mismo tiempo que el torniquete impositivo aprieta a las pymes, el gobierno le da bicleta a las grandes empresas. Es el caso de las compañías del sector eléctrico, que le adeudan al Estado unos 210 millones de dólares por el incumplimiento de contratos. Las multas las impuso Cammesa por demoras en la habilitación de nuevas centrales eléctricas. El 8 de junio, mediante la Resolución 264/18, el gobierno les permitió pagar en 12 cuotas y, al mismo tiempo, les otorgó la opción de hacerlo en 48.
La solución, está claro, no vendrá de la mano de las changas y las propinas que propicia Carrió.