Sumergido en un mar de contradicciones, el gobierno tira manotazos de ahogado. Cambiemos ya no tiene nada para ofrecer. La imagen presidencial se desintegra, la recesión manda y la economía, indexada a fuerza de devaluaciones y tarifazos, amenaza con llevarse puesta la convertibilidad electoral y los precios congelados que propone el gobierno.
Cambiemos solo batalla para retener lo poco le queda, que es casi nada. El Plan V que auspicia como con bronca y junando de reojo a la Casa Rosada el fastidiado círculo rojo luce más que improbable. La campaña de Vidal sería solo para explicar el fracaso del presidente. La retirada de Macri traería la debacle final. El demoledor diagnóstico del Financial Times lo dice todo, o casi todo: “La Argentina está en la cornisa”. Sí, está claro; pero no por la herencia recibida y la mala praxis que esgrimen el establishment como hipótesis ad-hoc para salvar del naufragio el programa económico. Es el lineal y anacrónico manual cambiemita el que se llevó puesto todos los planes oficiales.
Sin solvencia técnica ni densidad política que Durán Barba pueda solucionar con colores esperanzadores, la imagen presidencial de deshilacha ante la tormenta económica y la marcha de los mercados. Hoy, el agitado fantasma de la incertidumbre política no se alimenta tanto de la de las elecciones por venir, sino sustancialmente del vacío de poder. El peor de todos los males. En la Casa Rosada todo es tensión, silencio y desmentidas. Macri balbucea frases inconexas, habla de un país de fantasía, insiste con la grieta y ni siquiera puede responder a las elementales preguntas de Viviana Canosa. Todo un signo de la desintegración.
Las elecciones están lejos. El almanaque es larguísimo. Un repaso. A fines de junio se definirán los candidatos, el 11 de agosto serán las PASO, el 27 de octubre las generales y recién el 24 de noviembre se concretará la eventual segunda vuelta. Una eternidad.
La situación la refleja el dólar futuro, que ya se pacta a 63 pesos a diciembre y por arriba de los 65 pesos a febrero. Los seguros de cambio vuelan. También los credit default swaps para los bonos de corto plazo, con niveles superiores a los 1.200 puntos. Nadie quiere quedarse a la intemperie. Los operadores más serios de la city afirman en que la magnitud de las oscilaciones de los indicadores financieros no se explica por las encuestas, los anuncios del plan alivio ni el contexto internacional. Wall Street y la city porteña no tienen ideología. Los fondos de inversión solo quieren saber si después de Macri podrán cobrar. Reconocen que la deuda contraída por Cambiemos es impagable en los términos en que está planteada.
En su último informe sobre la situación argentina, Morgan Stanley les recomendó a sus clientes que ya entraron un simple y práctico wait and see. Sentarse a esperar. A los que salieron, que no vuelvan a entrar. Los analistas del gigante financiero fueron lapidarios. Dicen que Cambiemos tiene escasas chances de salir airoso de las urnas. Le adjudican a Macri apenas un 35 por ciento de posibilidades. La recomendación final: desprenderse de títulos públicos y adoptar una posición neutral; en otras palabras: comprar dólares. La consecuencia: más riesgo país. Lo que se ve a diario. La consecuencia: minga de crédito.
Con las manos atadas por el FMI, al gobierno solo le resta transcurrir y esperar que lo peor no ocurra. En otras palabras: que no haya estampida. Es decir: que los dólares de Lagarde alcancen, que las agroexportadoras liquiden sus divisas, que los inversores sigan renovando los vencimientos de la deuda en pesos y que los depósitos a plazo fijo en moneda nacional se mantengan. Muchos supuestos, demasiados.
En el gobierno hacen números y se espantan. La perspectiva de un Macri segundo en las PASO los desvela. Si pierde con el candidato que sea por un margen importante, el impacto sería casi mortal. Imaginan, no sin asidero, que los casi dos meses y medio hasta las generales serían muy difícil de transitar. Un vía crucis para un presidente sin voluntad. No es una hipótesis descabellada. Basta recordar que, en 2015, Macri, Carrió y Sanz sumaron el 30 por ciento de los votos contra el 38 por ciento que obtuvo Scioli.
Un llamado a la solidaridad
La desesperación es notoria: “Macri no puede soportar dos meses más de una inflación del cuatro por ciento”. No lo afirmó un político de la oposición, tampoco un economista crítico, ni tan siquiera un sindicalista clasista y combativo. Lo auguró Joaquín Morales Solá. Lo suyo, más que un análisis, dicho desde la tribuna del canal LN+, suena a un desesperado llamado a la solidaridad. Una suerte de soliloquio. El poder hablándole al poder. Morales Solá, al igual que otros conspicuos voceros de Cambiemos, se esperanzan con que la foto de hoy no sea la película de mañana. Casi impensable.
Los desajustes macroeconómicos se cuentan por decenas y la idea de congelar los precios del dólar y de la microcanasta de alimentos definida como esencial es menos que una fantasía. En el mejor de los casos se traducirá en inflación reprimida. Apenas un parche de cara a las contradicciones acumuladas por Cambiemos en poco más de tres años de desgobierno.
Las apuestas desesperadas de Macri, apuntaladas esta semana por el plan alivio lanzado por Vidal para aplicar en una provincia beneficiada con generosas transferencias nacionales, serán con mucho de suerte un paliativo de cortísimo plazo. Dosis homeopáticas, como las ventas diarias de dólares del BCRA. Ni siquiera tendrá éxito la perversidad oficial de pretender mover unas décimas el amperímetro de una economía exhausta con el endeudamiento de los más necesitados.
¿Podrá el gobierno controlar al cumplimiento del programa de precios? Difícil. No solo por la disparada del dólar. Miguel Braun, a poco de llegar la Secretaría de Comercio, dedicó buena parte de sus esfuerzos a desarmar el equipo heredado de la gestión anterior. El que diseñó y fiscalizó el cumplimiento de Precios Cuidados. Como era de esperar, Braun y los suyos hicieron fe pública de su admiración por el libre juego de la oferta y la demanda. Nada de controles. Cero de intervención estatal. Las mismas reglas que hoy amenazan con una espiralización de los precios.
La fuga continúa
Los datos que se desprenden de los informes del Banco Central señalan que la fuga de capitales trepó a casi 1.800 millones de dólares en marzo y redondeó unos 4.700 millones en el primer trimestre. El año pasado se fugaron unos 27.250 millones. Un récord histórico. Las estimaciones oficiales, que son las del FMI, señalan que el número podría ubicarse en los 18.000 millones este año. Un escenario muy optimista. De cumplirse, en poco más de tres años de la era Cambiemos, la formación de activos externos habrá ascendido a no menos de 80.000 millones. Hasta ahora, la suma asciende a 64.100 millones.
Los números oficiales tienen poca consistencia. Menos en el contexto actual. En 2017, un año electoral que fue clave para la gobernabilidad buscada por Cambiemos, la fuga trepó a unos 22.100 millones. Y esto a pesar del muy claro triunfo del oficialismo. Incluso en 2016, en plena euforia de los mercados, la fuga llegó a 10.000 millones.
Aliados de ayer, enemigos de hoy
Al gobierno se le incineró el libreto. Vapuleado por la realidad se quedó con las manos vacías. El remix de recetas kirchneristas requiere voluntad política. Los pedidos de Macri para mantener las reformas tributaria y fiscal son cosas del pasado. Lo único que queda en pie es la obstinada intención de alcanza el equilibrio fiscal “trabajando sobre el gasto”, como suele decir el delegado del FMI Nicolás Dujovne para evadir la palabra “recorte”. Para peor, los aliados de ayer son los enemigos de hoy. Los bancos de inversión que festejaron la llegada de Macri a la Rosada hoy lo miran mal. Algunos operadores hasta se animan a pedir en voz alta que renuncie. No es raro. No todos ganaron. No pocos apostaron fuerte y perdieron; otros dejaron de ganar lo que les prometieron. Son los que se quedaron y ahora quieren salir. Si no hay una retirada masiva es por el solo hecho que vender les reportaría más pérdidas. Algo similar ocurre con los grandes empresarios. Lo que aplaudieron de pie a Vidal en el almuerzo organizado por el Consejo Interamericano de Comercio y Producción. Es comprensible. La estampida cambiaria, la inflación y el desplome de la demanda, sumado al aumento de los costos, redujeron sustancialmente la rentabilidad de sus compañías.
Los dueños y directivos de las ancladas en el mercado interno son los más duros. Esperaban más de Macri. Están decepcionados. Se dirá que el resultado era previsible. Lo concreto es que el perfil aperturista no les cierra y las políticas cambiaria y monetaria les pegan de lleno. La destrucción de activos está a la orden del día. Los precios de las acciones de las firmas se reflejan en los balances. Los papeles de las que cotizan en Wall Street perdieron casi un 45 por ciento de su valor en los últimos doce meses. Holdings y grupos, como Pampa Energía, recompran en la bolsa local sus propios papales para evitar pérdidas mayores. Algunos, incluso, barajan una eventual venta a empresas extranjeras.
También los precios de los títulos siguen en picada. Solo las compras de la Anses y de los fondos de riesgo, estos últimos alentados por los bajos precios, detuvieron la caída de ayer y evitaron por lo pronto que el riesgo país se consolidara por encima de los 1.000 puntos básicos.
Jueves. Una postal de la crisis
Macri llegó temprano y se encerró en su despacho. Inmediatamente suspendió la agenda. A media mañana, el dólar otra vez de disparaba y el riesgo país volaba. Fue cuando desde la Casa Rosada dieron la orden para que las mesas de dinero de la banca oficial vendieran divisas y la Anses comprara títulos de la deuda. El Banco Central, fiel al libreto, ya subastaba a precio de remate la dosis diaria de dólares prescripta por el FMI.
Los voceros del gobierno, en tanto, desmentían versiones: que no se apurarán decisiones, que Macri es el candidato, que no habrá cambios en el gabinete y así un largo etcétera. El argumento oficial se repetía: “La incertidumbre es producto de los que quieren volver a atrás”. Como si se tratara de una novedad, Macri decía ya por la tarde que “los mercados tienen una visión de corto plazo”. Vaya descubrimiento. Acertaba en cambio cuando afirmaba que los mercados dudan de que la sociedad quiera seguir por el camino actual. Ninguna novedad, lo dicen las encuestas.
Al mismo tiempo rondaba la versión de un nuevo viaje a Washington de Dujovne. Algunos dicen que para tantear la posibilidad de una renegociación anticipada del acuerdo con el FMI. Sería para patear hacia adelante los vencimientos. Suena improbable, pero no imposible si tiene el visto bueno del Tesoro estadounidense. Se verá que hay de cierto.
Lo concreto es que, con un gobierno a la deriva y un plan manejado por el FMI y los grandes bancos, la suba del dólar tiende a espiralizarse. Un verdadero tsunami en gestación. Lejos de utilizar las herramientas con que cuenta el Estado, Cambiemos se aferra a la receta del FMI y la situación empeora día a día. Su desorientación es mayúscula. Poco y nada le aportan a Macri las reuniones que mantiene en Olivos casi en secreto con los clásicos y devaluados referentes de la city porteña, como Daniel Artana y Miguel Ángel Broda, entre otros.
Sí, la incertidumbre manda y seguirá mandando. Lo dicho: no es obra de la oposición. Solo una cosa está clara. El país se encamina a las urnas con una economía al borde del incendio. El que gane deberá hacerse cargo de los resultados de una desastrosa política económica. También del acuerdo con el FMI. En el entorno de los precandidatos afirman que desconocer la deuda sería una política aún peor. Lo que se viene, sin duda, requerirá mucha cintura política, acuerdos amplios y una férrea voluntad política. Nada que pueda ofrecer Macri.
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