La convergencia política y comercial que alentaron el PT y el kichnerismo podría quedar apenas como un paréntesis. Bolsonaro y Macri reniegan de la integración plena. ¿Un regreso al “realismo periférico” de los ’90? La flexibilización del Mercosur está a la vuelta de la esquina. Aquí, un análisis del escenario regional en ciernes.

Mario Rapoport dedicó gran parte de su actividad académica y de investigador a historiar desde el campo político y económico las relaciones exteriores de nuestro país. Brasil y Estados Unidos son dos piezas centrales de ese tablero. Mientras trabaja en la edición de un nuevo libro, recibió a Socompa en su departamento del Belgrano. Las noticias a uno y otro lado de la frontera no son alentadoras para el Mercosur. Con preocupación por los tiempos que corren, Rapoport recuerda que “Brasil y Argentina siempre se dispensaron una atención recíproca”. Su lectura señala que “las prevenciones casi siempre estuvieron enfocadas en los planes y en la evolución del vecino. “En parte, una disputa heredera de la rivalidad hispano-lusitana que alimentaron los sectores nacionalistas”, afirma a poco de comenzar la entrevista.

Historiador y economista, su mirada afirma que, según los períodos, esas prevenciones mutuas se relacionaron con la preponderancia o el equilibrio regional. Así fue hasta la década del ’80, cuando el fin de la Guerra Fría, el derrumbe de las dictaduras latinoamericanas y la disolución del bloque soviético propiciaron la convergencia. “Brasilia y Buenos Aires constituyeron el Mercosur. Se asignaron los roles de socios comerciales, pero no el de aliados estratégicos”, enfatiza Rapoport. Una debilidad constitutiva.

La interpretación tiene puntos de coincidencia con la obra de Luiz Alberto Moniz Bandeira. El historiador brasileño, fallecido el año pasado en Alemania, plantea que tanto la “secular rivalidad” con Argentina como la “tradicional amistad” de Brasil con Estados Unidos constituyeron, en gran medida, estereotipos ideológicos manipulados por Washington y grupos locales para influenciar la política exterior de Itamaraty y orientar el sistema de relaciones internacionales dentro del hemisferio. “Quedamos atrapados en ese juego”, advierte Rapoport.

Un poco de historia

Entre los especialistas hay consenso en que el alineamiento de Brasil y Estados Unidos en la primera mitad del Siglo XX reflejó una situación de complementariedad. Estados Unidos explicaba el 60 por ciento de las exportaciones e importaciones brasileñas. Sin embargo, Brasil no aceptó pasivamente la hegemonía de Washington, especialmente desde la década del ’50, cuando Getulio Vargas retornó al poder e intentó consolidar un proceso de industrialización que tuvo en Volta Redonda su principal símbolo.

Para Rapoport, el quiebre fue relativo: “Vargas fue nacionalista, y si bien el complejo siderúrgico de Volta Redonda se hizo con financiamiento estadounidense, la construcción estuvo en manos de las empresas brasileñas. Los sectores más nacionalistas, que eran pro alemanes y antagonizaban con Washington, cedieron ante el pragmatismo de Vargas”.

De allí en más, las élites brasileñas ejercitarían un nacionalismo empírico caracterizado por el logro de objetivos tangibles. Petrobras, Embraer y el Bnades constituyen aun hoy el símbolo de esa política. La aspiración a desempeñar un creciente rol autónomo en el escenario mundial modeló la relación de Brasil con Estados Unidos.

El panorama recién cambió en la década del ’90. El ascenso de Fernando Henrique Cardoso a la presidencia habría de sintetizar en el contexto de un neoliberalismo triunfante el antagonismo de las clases capitalistas tradicionales y las élites intelectuales cosmopolitas. El resultado de la disputa consolidó una interpretación: el pasado político de Brasil obstaculizaba el presente y retardaba el avance de la sociedad. Según Cardoso, el problema estaba en la herencia de Vargas. Un modelo de desarrollo autárquico e intervencionista. Nada muy diferente al discurso que dominó en la Argentina durante los años del menemismo y las “relaciones carnales”.

-Uno se siente tentado a trazar paralelismo. Se podría decir que Clinton fue a Cardoso lo que Bolsonaro es a Trump…

-Más allá de algunas similitudes entre el programa que ejecutó Cardoso y lo que propone Guedes, queda claro que Bolsonaro no es el regreso de los neoliberales cosmopolitas e ilustrados, el sector que representó Cardoso.

-¿Qué lectura hace del ascenso de Bolsonaro? ¿Qué factores lo explican?

-En el ámbito académico brasileño hay consenso en que el proceso comenzó en el segundo gobierno de Dilma. Un factor determinante fueron las medidas neoliberales que adoptó. Cambió el rumbo, pasó de priorizar la inversión pública a priorizar la inversión privada…

-Y el Lava Jato…

-También. El viraje de Dilma fomentó la corrupción privada, el lavado de dinero y la fuga de capitales. La derecha brasileña aprovechó y la centro derecha quedó fuera de escena. El objetivo era desplazar a Lula. Una jugada a la que apostaron muchos medios, en especial la Red Globo. La corrupción en Brasil está registrada, incluso en Estados Unidos. Eso favoreció la embestida contra Lula. Finalmente, Temer no era tan de temer, lo que era de temer era lo que venía detrás. La centro derecha no lo advirtió y Brasil parió a Bolsonaro.

-¿El triunfo de Trump consolida un nuevo modelo a nivel regional?

-Parece pronto para sacar conclusiones. Es evidente que Bolsonaro no se explica sin Trump en la Casa Blanca y sin el éxito de su política económica. En Estados Unidos cayó el desempleo y se fortaleció el consumo de la clase media baja que depende del trabajo industrial en regiones como Detroit, Pittsburgh, Chicago, Cleveland y Minneapolis. Las crónicas reflejan que Trump es vivado en esos estados, los más castigados por el cierre de fábricas. Es un dato muy relevante. Sin embargo, más allá de la coyuntura, hay otros factores, los que pueden rastrearse a través del tiempo.

-¿Cuáles serían esos factores?

-En un enfoque más estructural aparecen las recurrentes crisis del capitalismo y las respuestas que construyeron las élites a ambos lados del Atlántico Norte. Allí está la clave de lo que sucede no solo en Brasil, sino también en muchos países de Europa y en Estados Unidos. La crisis del ’73, el estallido de la burbuja de las tecnológicas en 2002 y la crisis de las sub prime en 2008 fueron escalas de un mismo proceso, el declive de las grandes empresas, las emblemáticas, las que dominaron el panorama productivo desde el New Deal.

-El tema de la deslocalización industrial…

-Efectivamente. Los europeístas y los demócratas estadounidenses nos condujeron a la crisis de 2008 y esa crisis se remonta a la deslocalización industrial. El traslado de las grandes empresas en busca de mano de obra barata creó puestos de trabajo en Asia y desempleo en Estados Unidos y Europa. Apple, por ejemplo, produce apenas la décima parte de su valor agregado en territorio estadounidense. El resto tiene que importarlo.

-Trump, que no viene del mundo de las finanzas, advirtió el problema…

-Lo que vio Trump antes que otros es que ahí había un reclamo muy potente en términos electorales y lo aprovechó. Su propuesta fue directa: hacer retornar el empleo a Estados Unidos. Por eso reniega de los acuerdos multilaterales y bilaterales. Al igual que Bolsonaro, Trump pone en tela de juicio un esquema de comercio global que está muy cuestionado por amplias capas de la sociedad.

Dicho esto, Rapoport propone una hipótesis audaz. Se diría que perturbadora y políticamente incorrecta. La interpretación apunta a que Roosevelt, aunque en otro contexto, hizo algo similar. “Bajo un espíritu keynesiano, el New Deal colocó el tema del empleo en el centro de la escena. Lo de Trump es parecido, aunque le agregó condimentos típicos de esta época, como la discriminación hacia los inmigrantes, algo que en la coyuntura funciona en el marco de un discurso que apunta a recuperar el empleo para los estadounidenses”, dice Rapoport.

El futuro del Mercosur

Hasta el momento, las posturas de Macri y Bolsonaro dejan sin respuestas a una amplia agenda bilateral que incluye temas comerciales, pero también otros, como la cuestión de las inversiones, las compras públicas y el fortalecimiento entre las empresas de ambos países. El desdén de Bolsonaro por el Mercosur, según muchos analistas, implicará un fuerte retroceso. Guedes afirmó que priorizará acuerdos comerciales bilaterales con Estados Unidos y Europa, profundizará la liberalización, la apertura comercial y una mayor flexibilidad laboral. Las mismas prioridades que exhibe Cambiemos.

De este lado de la frontera, el canciller Jorge Faurie, suele poner el acento en las negociaciones iniciadas no solo con la Unión Europea, sino también con Canadá, Singapur, Corea del Sur y el EFTA, integrado por Suiza, Noruega, Islandia y Liechtenstein. “Si Brasil emprende una estrategia de negociación individual, el Mercosur podría transformarse en un área de libre comercio donde cada miembro tendrá la oportunidad de fijar la estrategia de integración que crea más conveniente. El peligro es obvio. Sin negociación en bloque, Argentina quedaría en desventaja de cara las grandes potencias”, advierte Rapoport.

Quienes sostienen que el Mercosur fracasó argumentan que desde su creación no se profundizó la integración y que no sumó acuerdos comerciales con otras regiones y países. El problema no sería en la concepción original, sino el aislacionismo que habrían promovido el kirchnerismo y el PT. La visión agrega que los ganadores habrían sido pocos: apenas los sectores industriales altamente concentrados que aumentaron su actividad detrás de las elevadas barreras aduaneras. “Hay que reconoce que el Mercosur quedó muy restringido. Si de integración intra industrial se trata, el proceso solo alcanzó a incluir al bloque automotriz. No mucho más”, dice Rapoport.

Desde Cambiemos sostienen que pese a que la primera década del siglo fue propicia en el terreno económico y comercial, tanto Argentina como Brasil quedaron por debajo del promedio de los demás emergentes en términos de crecimiento y expansión comercial. Agregan que en más de tres décadas no se alcanzaron mecanismos para evitar la volatilidad en un comercio bilateral que creció menos que el intercambio con el resto del mundo.

En síntesis: un área de libre comercio incompleta y una unión aduanera imperfecta con señales de estancamiento. El avance del volumen comerciado no se reflejó en una diversificación de los bienes transados y en una mayor integración productiva-industrial. El comercio intra-industria se estancó. Cada país profundizó sus respectivas ventajas comparativas. Argentina consolidó su dominio en los productos primarios y retrocedió en el rubro manufacturas. Brasil, en tanto, avanzó en sus exportaciones industriales.

-¿Qué análisis hace de las críticas al Mercosur?

-La intención de Cambiemos es clara y nada nueva. La explicitaron todos los funcionarios que pasaron por el área económica. Ellos quieren mayor apertura. La justifican señalando que Brasil tiene superávit con casi todos los países del Mercosur y que Argentina no ha logrado escalar el mercado brasileño. En síntesis: que tanto Argentina como Brasil se habrían cerrado y esto habría generado problemas de competitividad.

-En Cambiemos se desdibujaba la idea de encontrar en Brasil un aliado para negociar tratados de libre comercio desde el Mercosur…

-No parece la prioridad de Bolsonaro ni de su equipo. Tampoco la de Uruguay, que viene presionando por la flexibilización de las reglas para poder negociar tratados bilaterales por fuera del bloque.

-¿Qué consecuencia concretas tendrían la flexibilización del Mercosur y la promesa de Bolsonaro de profundizar la reforma laboral y rebajar impuestos a las grandes empresas?

-Se perderán referencias, beneficios y la posibilidad de avanzar en plataformas productivas bilaterales. La profundización de la reforma laboral y la aplicación de reformas impositivas que aligeren la carga fiscal pondrán mayor presión sobre sobre la Argentina en la improbable tarea de atraer inversiones.

-¿Por qué improbable?

-Porque nadie va a invertir en un país donde no se puede ganar dinero porque tiene un mercado interno destruido. Las inversiones industriales van tradicionalmente a Brasil. No creo que Bolsonaro auspicie un proceso de desindustrialización. La industria brasileña tiene referentes con liderazgo y peso propio.

-Algo de lo que carece el entramado industrial argentino…

-Samuel Pinheiro Guimarães y Celso Amorin, los dos hombres que condujeron Itamaraty durante los gobiernos del PT, querían hacer de la Argentina el principal socio comercial de Brasil. El objetivo era compartido por la Federación de Industrias de San Pablo, que aspiraba a un rol de liderazgo. De este lado, los industriales no ofrecían reparos. Sabían y saben que carecen de liderazgo. Nunca constituyeron una burguesía industrial.

-¿Qué está en juego en la relación con Brasil?

-Mucho. Hacia Brasil se dirige casi un tercio de las exportaciones totales de Argentina. Aunque son preponderantes los productos agropecuarios, hay una larga cadena de industrias que depende del mercado brasileño. Y no me refiero solo a las terminales automotrices, las autopartistas y algunos segmentos del sector metalmecánico. Hay otros, como los bloques productores de plásticos, químicos y alimentos. Son sectores que concentran el empleo nacional de alta calidad.

-¿Y el impacto que podría tener en Argentina el programa de la dupla Guedes/Bolsonaro?

-En términos macroeconómicos dependerá de cómo evolucione la economía brasileña. Por lo pronto, el ajuste fiscal que anunciaron podría ralentizar aún más la actividad de Brasil y llevarlo a una nueva fase recesiva. Eso, obviamente, tendría efectos negativos sobre la Argentina. Se achicaría el margen de negocios para los industriales argentinos.

¿Un nuevo eje hemisférico?

El desdén de Bolsonaro por el Mercosur no anuncia nada bueno. Tampoco que en su primera gira presidencial no figure Buenos Aires. Su primera escala será Chile. Le seguirán Estados Unidos e Israel. “Por lo pronto, la retórica de Bolsonaro presagia un realineamiento de Brasil con un norte bien definido, el Washington de Trump, y no se trata solo de cuestiones comerciales”, advierte Rapoport. Los indicios desbordan lo comercial. Lo prueban las visitas a Brasil del secretario de Defensa, James Mattis, y del vicepresidente Mike Pence. Ambos promovieron un cerco sobre Venezuela. Un objetivo grato para las Fuerzas Armadas brasileñas.

-Todo indicaría que Bolsonaro apuesta a relanzar el eje hemisférico Brasilia-Washington.

-El ascenso de Trump deshizo la trama en la que se asienta el Mercosur. Esa lógica implicaba desde el punto de vista de Washington dos grandes áreas de libre comercio. Una en el Pacífico para aislar a China y otra en el Atlántico para aislar a Europa. A la vez suponía presionar al Mercosur hacia un área de libre comercio continental. Hillary iba en busca de eso. Trump rompe con ese objetivo. Ahí aparecen los Macri y los Bolsonaro.

-¿El golpe de timón en Brasil replantea el problema de la inserción internacional de la Argentina?

-Argentina está en la zona de influencia de Estados Unidos. Ya sin el contrapeso que supuso en otras épocas Gran Bretaña, el problema se resolvió durante la Segunda Guerra Mundial. Allí está la clave de lo que fue y es la Argentina. Brasil acordó con Washington. Nosotros quedamos aislados. Los conservadores querían llegar a un acuerdo con Estados Unidos, pero no pudieron. Fue entonces que avanzaron con dos acuerdos comerciales con Brasil. Uno lo firmó Carlos Saavedra Lamas y el otro Enrique Ruiz Guiñazú. Fueron los primeros entre Buenos Aires y Río de Janeiro.

-Brasil fue una salida de emergencia.

-Algo así. Gran Bretaña desapareció del horizonte, Estados Unidos nunca fue mercado, con Europa es casi imposible acordar. Para Argentina, el Mercosur era la única salida. No quedaba otra. Y el Mercosur es Brasil.

-Bolsonaro afirmó que  privilegiará las relaciones entre los sectores de defensa de Brasil y Estado Unidos…

-Esa relación es de larga data y se profundizó a partir del golpe contra Rousseff. Temer firmó varios convenios científico-tecnológicos para fomentar nuevas tecnologías de defensa. También auspició el llamado diálogo entre ambas industrias. Incluso avanzó para que Washington utilice la base de Alcántara para el lanzamiento de satélites.

-¿Cómo juega Chile en este tablero?

-Piñera ya anunció que se sumará a la Iniciativa de La Franja y La Ruta de China. Lo hará en busca de profundizar la relación económica y política con Beijing. Su objetivo es atraer inversiones en infraestructura y abrir el mercado chino.

-Todo indica que la flexibilización del Mercosur está a la vuelta de la esquina.

-Una cosa es que se abra Brasil y otra que lo haga Argentina. Nuestro problema es que no tenemos un desarrollo industrial que pueda competir en el mercado internacional. No alcanza con el sector agro exportador. Al que menos le conviene la flexibilización es a nuestro país. Macri aparece con el discurso de acordar con la Unión Europa y de meternos de cabeza en cuanto tratado multilateral y bilateral se pueda. Llega con la historia de abrir la economía. La cuestión es que Macri lee mal y quiere abrirse cuando el mundo se cierra.

-Se diría que lo de Trump fue para Cambiemos un golpazo tan grande que se quedó paralizado, sin brújula hasta el día de hoy.

-Lo que propone Macri no es solución. Es un desastre. El kirchnerismo con sus aciertos y errores fortaleció el mercado interno, renegoció una quita importante de la deuda, aprovechó el ciclo alcista de los commodities y mejoró la distribución de la riqueza. Macri no solo está equivocado desde el punto de vista ideológico. También se equivoca en lo estratégico. El error es tan grande desde lo pragmático que no puede salvar nada. Al kirchnerismo se le puede criticar que no fue a fondo, pero hay que reconocer que ir a fondo en este país es muy difícil. Tenemos una clase media muy gorila.