Martín Guzmán y Matías Kulfas serán los principales colaboradores de Alberto Fernández en la ardua tarea de reencauzar la economía por el sendero de crecimiento. La renegociación de la deuda pública y la reconstrucción del tejido productivo, dos pilares de un acuerdo social que tendrá que trascender la suspensión momentánea de la puja por el excedente. Algunos nombres y pistas de lo que se viene.

El diagnóstico está claro. La pésima gestión económica, que anduvo durante cuatro años entre corridas y tarifazos, sumada a la desastrosa lectura del contexto global, que abrió las fronteras comerciales cuando el mundo se cerraba, tornaron imposible alcanzar un equilibrio fiscal y externo aceptable. La crisis se agravó con la resignación de recursos. El descomunal endeudamiento disparó devaluaciones crónicas que alimentaron los precios, se comieron las subas de tarifas y obligaron a mantener los subsidios. Un círculo vicioso. La vorágine esmeriló los sueldos, ralentizó la recaudación e impidió reactivar la economía. El resultado: calamidades sociales y productivas, además de un default más o menos encubierto. “El desafío es enorme”, dijo Alberto Fernánez en la presentación de su gabinete.

Las claves, sin dudas, serán cuidar el frente fiscal, salir de la recesión, mejorar los ingresos de los más castigados y aumentar las exportaciones. Matías Kulfas tendrá a su cargo el Ministerio de Desarrollo Productivo. Es el economista más cercano a Alberto Fernández. Para Cecilia Todesca, otra economista de su extrema confianza, reservó la vicejefatura de Gabinete, desde donde secundará a Santiago Cafiero y tendrá un mirada global sobre la marcha de la economía.

El futuro ministro de Desarrollo Productivo tiene una ventaja nada desdeñable: conoce las entrañas del Estado nacional desde mediados de la década del noventa, cuando se desempeñó en la Dirección Nacional de Cuentas Internacionales. Pero, por sobre todas las cosas, vivió desde adentro la experiencia de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner. Lo hizo como subsecretario de la Pequeña y Mediana Empresa y Desarrollo Regional, director del Banco Nación y gerente General del Banco Central. No es poco. Luego de su paso por la gestión, elaboró un balance que plasmó en su libro Los tres kirchnerismos. Explorarlo permite vislumbrar el rumbo futuro.

El texto, entre otras cuestiones, subraya los desacoples registrados por aquellos años entre las herramientas económicas y el mantenimiento de los logros sociales. Sostiene que en ese desacople hay que buscar la razón de la dureza exhibida por la última Cristina. Una dureza, subraya Kulfas, que carecía de fundamentos sólidos. Dicho de otra forma: la mentada sintonía fina que nunca llegó. La que hará falta de ahora en más. El libro pone el acento en que a medida que el endurecimiento ganó terreno, la economía se fue estancando. La industria y el sector energético, los pilares del superávit comercial en tiempos de Néstor y de la primera Cristina, devinieron en escasez de divisas. En pocas palabras: el cepo trajo menos crecimiento. Su éxito fue relativo. Sirvió para mantener algunos de los logros sociales. En la arena política se diría que faltó transversalidad. La que busca consolidar Alberto Fernández.

Lapicera versus acuerdo

Kulfas propone una lectura en donde “el péndulo argentino” que postuló Marcelo Diamand y “la grieta” son dos formas de expresar un mismo problema. El que provoca los ya históricos ciclos de expansión y ajuste. Traducido al terreno del debate político y cultural sería el empate hegemónico del que hablara Juan Carlos Portantiero. En términos estructurales: la pulseada entre el sector agropecuario y la industria. Uno genera muchos dólares y poco empleo. El otro, mucho empleo y pocas divisas. La solución, sin duda, es política.

En el corazón de esa pulseada está la administración del bien más escaso: los dólares que produce la economía. Su visión dice que si no abundan, la restricciones son el mal menor. Un tema que pianta votos y alimenta el descontento de una porción nada desdeñable del electorado. Ya desde el arranque, el futuro presidente fue claro. Buscará trabajar con las entidades del campo. “Tenemos que traccionar los dólares que el país necesita”, dijo. El actual diputado y presidente de la Comisión de Agricultura, Luis Basterra, piloteará el área, que volverá a tener categoría de ministerio. De origen formoseño, Basterra tiene buena llegada a los gobernadores y una fluida relación con la dirigencia del campo.

No será el único que deberá procurar divisas. También deberá hacerlo Guillermo Nielsen, quien finalmente se hará cargo de YPF. En los hechos ya viene trabajando el tema. La idea: enviar un proyecto de ley al Congreso para generar una suerte de cluster impositivo en Vaca Muerte para atraer inversiones.

En esa búsqueda de consensos, Fernández confirmó además que una de sus primeras medidas será enviar al Congreso un un proyecto de ley para la creación de un Consejo Económico y Social. Una iniciativa “para diseñar políticas de Estado que trasciendan los gobiernos”, afirmó. Lo había dejado en claro en la última Conferencia Industrial. Ante los empresarios afirmó está dispuesto a resignar su legitimidad para decidir en soledad, pero que prefiere que los actores sociales generen consensos. Un llamado a la racionalidad, y al mismo tiempo una advertencia. Su trabajo será, ante todo, político. El del futuro equipo económico coordinar las expectativas de sindicatos y cámaras empresarias. La posibilidad de éxito es alta, pero difícilmente se pueda sostener por mucho tiempo.

La experiencia argentina enseña que los pactos sociales son de corto plazo. Sirvieron para estabilizar en la medida en que lograron “suspender la política” y con ello la puja distributiva. De ahí la importancia que adquiere en el largo plazo el proyectado consejo. Experiencias hay muchas.

Sebastián Etchemendy es investigador del Conicet y profesor de Economía Política Comparada en la Universidad Torcuato Di Tella. Su foco está puesto en los actores empresariales y sindicales. En una entrevista reciente, publicada por la Fundación de Investigaciones Económicas que preside la futura titular del Afip Mercedes Marco del Pont, el especialista señala que “los modelos de coordinación salarial apuntan a un manejo estable de las expectativas de inflación”. Cita varios ejemplos de acuerdos tripartitos que incluyen un crecimiento moderado pero real del salario y un gasto social masivo. “Hoy, la coordinación salarial se utiliza, ante todo, para lograr mayor competitividad y moderación nominal en contextos restrictivos. De allí el éxito de los países como Holanda, Austria y Alemania”, dice Etchemendy.

La clave del éxito residiría, entonces, en el poder político que pueda sumar el nuevo presidente para respaldar y organizar el acuerdo de los actores en torno a las anclas nominales. Llegado el caso de una devaluación, que seguramente será gradual para evitar un retraso cambiario, el consenso contendría el traslado a precios y permitiría tarifas escalonadas que brinden buenas perspectivas. La Argentina, va de suyo, deberá construir su propio modelo. El debate será arduo, pero hay de donde agarrarse.

El Consejo del Salario Mínimo y la Comisión Nacional de Trabajo Agrario que funcionaron durante el kirchnerismo constituyen antecedentes valiosos. El sindicato único por sector en el ámbito privado y la relativa unidad a nivel confederal, que se expresa en solo dos asociaciones de tercer grado como la CGT y la CTA, aportan lo suyo. Un esquema que replica la UIA, aunque con menor capacidad para “bajar línea”. Una de las claves, según Etchemendy, pasaría por encaminarse hacia un modelo que incluya también a las cámaras sectoriales y a los sindicatos de las actividades más importantes.

Como se ve, mucho para discutir y hacer. Una tarea en la que tendrá un rol esencial el futuro ministro de Trabajo, Claudio Moroni, quien colaboró con Fernández en la Superintendencia de Seguros y en el Grupo Bapro. No faltarán chispazos. Moroni, al decir de fuentes sindicales, ya mantuvo reuniones con la CGT en las que advirtió que no se deben esperar subas salariales masivas e inmediatas. El objetivo, como señaló Fernández en la presentación de su gabinete será en una primera etapa mejorar los escalones más bajos de los convenios colectivos, las jubilaciones mínimas y los subsidios sociales. “Esos sectores serán nuestro primer centro de atención”, aseguró el futuro presidente y citó a Raúl Alfonsín, cuando recordó que el ex presidente solía referirse a la “ética de la solidaridad”.

La deuda, siempre la deuda

Se sabe. El escenario que deja Cambiemos implica una fuerte restricción presupuestaria. Las alternativas serían seguir ajustando el gasto, subir impuestos, emitir pesos para comprar dólares del saldo comercial o tomar más deuda. La primera es inviable. La segunda tendría los límites que dibujaría el malhumor social y empresario. La tercera es inflacionaria. La cuarta imposible. Ergo: solo queda renegociar la deuda. Según el futuro ministro de Hacienda y Finanzas, Martín Guzmán, el problema central. Su lectura señala que si no se resuelve, no habrá forma de recuperar la economía.

El hombre escaló en las preferencias y se afianzó en los últimos días. No es un paracaidista. Sus contactos con la política local vienen de tiempo atrás. Un ejemplo: las charlas que brindó en el Instituto de Estudios y Formación Política del Partido Justicialista. Cuenta en su haber con una sólida formación y el respaldo académico de Joseph Stiglitz, uno de los economistas de cabecera de la futura vicrepresidenta. El Nobel de economía lo colocó al frente Iniciativa para el Diálogo sobre Políticas, el espacio que fundó en la Universidad de Columbia para incentivar los intercambios norte-sur sobre bases heterodoxas, un formato que incluye una red mundial que impulsa una mirada heterodoxa sobre los problemas de la economía global.

Guzmán entró en el mundo de los medios a mediados del año pasado, cuando en coautoría con Stiglitz publicó en Project Syndicate un artículo donde alertaba sobre el inminente fracaso económico de Cambiemos. Fue casi el mismo tiempo que Macri firmaba el primer acuerdo con el FMI. Las críticas apuntaban a la ausencia de un programa de desarrollo. Ya por entonces, Stiglitz y Guzmán proponían una reestructuración de la deuda y advertían que las medidas adoptadas Cambiemos y avaladas por el FMI solo traerían más recesión, inflación y un inevitable default.

Guzmán afirma que renegociar la deuda es imperioso. Algo casi nadie duda. El tema es cómo. Su opinión es conocida. No sólo debe incluirse el capital, también los intereses. Una negociación bastante más compleja que la mentada salida a la uruguaya que propicia el mercado. El economista, que se formó en la Universidad de La Plata y doctoró en la Brown University, suele explicar que Uruguay estiró los vencimientos del capital, pero no los intereses, y que eso lo llevó a comprometerse a un nivel de superávit primario que la Argentina no puede alcanzar en el corto plazo. Dice también que alargar solo los vencimientos de capital significaría cambiar un contrato por otro muy parecido. Los acreedores seguirían cobrando los intereses a las tasas estipuladas en el viejo contrato. Fácil, pero mal negocio, según Guzmán.

Y aquí vale apuntar un dato central. ¿Por qué si Uruguay pudo, Argentina no podría? La respuesta de Guzmán es sencilla: la economía uruguaya, en aquel momento, se benefició del boom de los commodities y de los fuertes crecimientos de Brasil y Argentina. Una variable central. En otras palabras: la sostenibilidad depende de factores que los deudores no manejan. Los años dorados del primer kirchnerismo. Un golpe de suerte ahora impensable.

El análisis de Guzmán agrega que si no es incluyen los intereses, se trataría de apostar a un shock de confianza para retornar al mercado de capitales. Lo intentó Macri y no funcionó. Las tasas exigidas siguieron siendo altísimas. Pedirle más al FMI suena ilógico por las condicionalidades. Va de suyo que en este contexto, los interrogantes se apilan y la ansiedad manda. No es extraño que se sucedan hipótesis variopintas sobre qué sucederá con los cupones, las tasas y los plazos. Los medios, en tanto, ofician de multiplicadores.

¿Y el FMI? Fernández aseguró que el diálogo ya comenzó. Obvio, evitó dar detalles. En el equipo económico prima la idea de que ante todo se deben revisar sobre bases realista las premisas acordadas. Descartan que el organismo jugará un rol importante. Allí está la larga mano política de Estados Unidos. No la del mercado. ¿Una visión optimista? Tal vez. La lectura que dejan traslucir los artículos y las pocas intervenciones públicas de Guzmán sugieren que el futuro ministro prefiere no demonizarlo. Cautela, ante todo. Podría ayudar si, como principal acreedor, para recuperar lo desembolsado mantiene una postura más agresiva con los acreedores que con el país. La amenaza de Trump de imponer aranceles a las importaciones de acero y aluminio no es un buen augurio. Uno de los temas que marcará el debut de Felipe Solá en la Cancillería.

Tema caliente, la política monetaria

Guzmán y Kulfas consideran que la búsqueda de un superávit primario es ineludible. Algo así como la condición sine que non para estabilizar la deuda. Ambos afirman que el programa económico, el reperfilamiento con acreedores privados y la renegociación con el FMI deben sintonizar con una estrategia que administre el comercio exterior y, ante todo, con una política monetaria que evite nuevos desbordes inflacionarios, pero que al mismo tiempo permita bajar la tasa de interés y expandir el crédito interno.

Este último trabajo recaerá sobre Miguel Pesce, el futuro titular del BCRA. Un cultor del bajo perfil. Experiencia no le falta. Conoce a fondo el sistema financiero. Se desempeñó como vicepresidente del BCRA entre 2004 y 2015. Desde allí secundó las presidencias de Martín Redrado, Mercedes Marcó del Pont, Juan Carlos Fábrega y Alejandro Vanoli. Por ahora, nadie habla de desdoblar el mercado cambiario. En el entorno del futuro presidente señalan que solo sería una opción superadora si se cuenta con reservas suficientes. Implicaría antes recuperar la solvencia fiscal y externa.

Sobre la posibilidad de los solucionar los desequilibrios macroeconómicos dejados por la política cambiemita, los hombres y mujeres que acompañarán al presidente son optimistas. Guzmán y Kulfas son cautos con relación a los tiempos. Afirman que los desequilibrios son muchos, que están interrelacionados y que resolverlos llevarán tanto tiempo como prolongada sea la solución estructural de la deuda.

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