La oposición quedó al desnudo, solo quiere ser oposición. Jugó al cuanto peor, mejor. Su rechazo al Presupuesto 2022 replica la estrategia que desplegó en 2010: dejar al Gobierno sin la ley de leyes. No es el fin del mundo, pero sí un traspié en el camino hacia el acuerdo con el FMI. Con Juntos por el Cambio tirando piedras y las disidencias internas en el Frente de Todos, Alberto Fernández deberá negociar casi en soledad.

Como ocurrió en 2010, la oposición volvió a dejar al país sin la ley de leyes. Con los halcones del macrismo a la cabeza, y la fragmentada bancada radical inmersa en internas y siguiéndole los pasos, la posibilidad de un acuerdo naufragó. La razón de fondo no fueron las cuestionables proyecciones de Martín Guzmán. Mucho menos el discurso de Máximo Kirchner. La prueba: ni siquiera tuvo chances la concesión presidencial de retomar el debate en la Comisión de Presupuesto y Hacienda para hacerle lugar a algunas de las objeciones de la oposición.

Todo fue en vano. Incluso la propuesta de Sergio Massa de sumar un artículo que establecía que si a mediados de año próximo los recursos eran mayores que los calculados en el proyecto, el Gobierno nacional enviaría una enmienda para aprobar el destino de esos mayores recursos. Tampoco esto.

Que el rechazo de la oposición afecta la negociación con el FMI es obvio. El organismo reclama un amplio consenso interno para cerrar la reprogramación de la deuda. No será fin del mundo, pero sí un traspié que abre incógnitas difíciles de dimensionar. Por lo pronto, y para poder seguir gobernado, Alberto Fernández echó mano de la única opción que le dejó Juntos por el Cambio: prorrogar por decreto el Presupuesto 2021. Lo mismo que hizo Cristina Kirchner en su momento. En octubre de 2011 era reelecta con el 54 por ciento de los votos.

Puestas las cosas como quiso la oposición, difícilmente haya Plan Plurianual. El paso previo en la hoja de ruta oficial hacia al acuerdo con el FMI que marcará el rumbo económico, político y social durante la próxima década. En lo inmediato, la oposición quedó al desnudo. Solo busca ser oposición. Nada más. El rechazo a la programación macroeconómica – que es la base de la negociación con el FMI para refinanciar la absurda y dañina deuda que dejó Macri, como tuiteó Martín Guzmán -, debilita no solo al Gobierno nacional. También debilita al país.

Que no se haya escuchado ni un aplauso en la bancada opositora tras ganar la votación habla a las claras de una victoria pírrica. La sesión expuso la fractura interna. Los mentados “halcones” y “palomas”, atravesados por mezquindades y desconfianzas mutuas, no lograron disimular durante las veinte horas de debate y los dos cuartos intermedios sus diferencias. Las discusiones fueron más que acaloradas. Ni siquiera el sector del periodismo que suele acompañarlos las pudo ocultar. Muchos menos las que existen en el radicalismo. ¿Pagará Juntos por el Cambio el costo político de una decisión que pone al país bailando en la cornisa? Se verá.

Que Alberto Fernández, Sergio Massa y Máximo Kirchner buscaron allanar el camino hacia un acuerdo está más que claro. Desde el jueves desarrollaron conversaciones que incluían no solo a los diputados del variopinto arco opositor. También a los gobernadores de la oposición, como los radicales Gustavo Valdés de Corrientes y Gerardo Morales de Jujuy. Diálogos que incluyeron a sus propios gobernadores, en este caso para asegurar el acompañamiento en la Cámara de Diputados.

Se dijo. La derrota del oficialismo no favorece a nadie, y los más lúcidos líderes de la oposición lo saben. Lo que esté en juego es mucho más que los números que incluían el proyecto oficial. Si pierde el país nadie gana. De ahora en más, el gobierno deberá negociar con el FMI en soledad y construir al mismo tiempo un sendero entre las dos lecturas que conviven con problemas en el Frente de Todos. Las que expusieron Alberto Fernández y Cristina Kirchner en la Plaza de Mayo. Nada que no se supiera.

¿Qué dijo el FMI tras la embestida de la oposición? Poco y nada. Lo habitual. Que está plenamente comprometido a seguir trabajando para alcanzar un nuevo programa. Fue lo que tuiteó Kristalina Georgieva luego de la videoconferencia que mantuvo con Fernández y Guzmán durante la tarde del viernes. Más sustancioso es contrastar las afirmaciones que antes de la sesión en Diputado hizo Gerry Rice, el vocero del organismo. En el marco de sus habituales conferencias de prensa calificó como “crítica” la necesidad de un consenso interno amplio. Dijo algo más: que las coincidencias, hasta el momento, son técnicas y más bien generales.

Lo último lo afirmó en referencia a la misión argentina que viajó a Estados Unidos. Allí se repasaron datos macroeconómicos y ensayaron posibles escenarios. No mucho más. Lo que queda claro, pese a la magnitud de las incertidumbres, es que el Directorio del FMI se tomará más tiempo del previsto para avanzar. Esperará el guiño del Departamento del Tesoro, que para el “caso argentino” tiene una figura central: su número dos, David Lipton, el ortodoxo ex integrante del FMI que trabaja en sintonía con Gita Gopinath, la economista que Joe Biden puso en el organismo para secundar y vigilar a Kristalina Georgieva.

Lipton y Gopinath supervisan la negociación y ninguno dio muestras de compasión. Lo de Lipton es singular. Era el representante de Estados Unidos en el FMI cuando el organismo dio luz verde por orden de Donald Trump al préstamo récord que heredó Alberto Fernández. Lipton siempre se mostró en contra y criticó a Trump por haberlo impulsado para mantener a flote al gobierno de Macri. La dupla no se apartará demasiado de la tradicional línea ortodoxa del organismo. Menos ahora que soplan vientos de cambio. Esta semana, la Reserva Federal anunció que finalizará en marzo su política de compra de activos y que habrá tres subas en su tasas de referencia. ¿El objetivo? Reducir la inflación.

La lectura del Gobierno frente al escenario local e internacional es clara. Sin un acuerdo no se conseguirá despejar el horizonte local. Dicho de otra forma: atenuar las expectativas devaluatorias, terminar con la timba cambiaria y estabilizar los precios. El acuerdo, siempre según esta visión, removería la presión que genera el híper endeudamiento concretado por Macri. Recién entonces se podría transformar la recuperación en crecimiento sostenido para solucionar las tragedias social y productivas que generó el macrismo y agravó la pandemia. Va de suyo que solo será posible si el cronograma de repago permite avanzar en la impostergable inclusión social.

Con la oposición tirando piedras, el acuerdo requerirá más que nunca de consenso hacia el interior de la coalición gobernante. También del aval de otros actores relevantes, como el empresariado y los sindicatos. ¿Será un acuerdo sin las viejas condicionalidades en materia laboral y previsional? Probablemente. No así en el capítulo monetario. El staff técnico del FMI ya mostró sus cartas: no más monetización del déficit. Un escenario donde tienen un enorme peso los subsidios energéticos. Casi 6 mil millones de dólares este año. Allí se juega gran parte de los que exige el organismo. Un problema de gran magnitud, más todavía en un contexto global donde el precio de la energía no para de subir, mientras que en estos pagos sigue casi sin modificarse.

Si hay acuerdo, y este cronista cree que finalmente lo habrá, el escenario al que apuesta el gobierno dependerá mucho de la inversión privada. En especial en sectores que considera estratégicos para generar crecimiento y empleo de calidad. El problema, si hay inversiones en la magnitud requerida, es que tardarán en madurar. La energía convencional y no convencional, la actividad agroindustrial, la industria del conocimiento y la electromovilidad, entre otros, son los frentes en los que trabaja Kulfas. En el mientras tanto, seguirá la administración del comercio exterior para ahorrar divisas, fortalecer las reservas del BCRA y, hasta donde se pueda, sustituir importaciones industriales.

En el interior de la coalición oficial, quienes disienten con la lectura de Guzmán y Kulfas proponen una alternativa muy parecida a la desarrollada por Néstor Kirchner durante su presidencia. Avanzar con lo puesto sin esperar el visto bueno del FMI y postergar la definición con el organismo. Se trataría, ante todo, de recuperar el mercado interno, mejorar el ingreso real de los trabajadores y ampliar de esta forma la base de sustentación política. Esta vez, afirman, cuidando de no estimular por demás la demanda interna para no ahogar al frente exportador y evitar así que la reactivación fracase por falta de divisas.

No parece que Alberto Fernández tome esa vía. Está convencido que se puede alcanzar un entendimiento con el FMI sin relegar las urgencias sociales. Su estilo es el diálogo. Lo ensaya, sin mucho éxito por cierto, con las grandes empresas. ¿El volvimos para ser mejores? Todo depende del diagnóstico. Por ejemplo, del mentado bimonetarismo. ¿Es lógico que los excedentes se dolaricen? ¿Son perversos los empresarios? ¿Está en la persistente inflación el origen de casi todos los males? El tema puede funcionar a modo de resumen de las diferencias que hay en el Frente de Todos.

Por lo pronto, hay una frase que circuló esta semana. Dice que con el Fondo no se puede y sin el Fondo tampoco. La idea refleja un estado general de desesperanza y trae del pasado aquélla otra, donde el sujeto de la oración cambiaba por Cristina. ¿Será así? De serlo hablaría de un problema sin solución. Sin embargo – y más allá de la línea divisoria que quedó trazada en el Frente de Todos tras la derrota electoral -, ¿no será que la frase coloca el principal problema allí donde no está? Dicho de otra forma: ¿No será que el problema está adentro y no afuera?

La dudas, va de suyo, son tan gigantescas como acuciantes son los problemas. Alberto Fernández tiene por estas horas el dificilísimo desafío de definir. Decisión que dicho sea, y no de paso, implica también un alineamiento internacional. Washington no solo reclama ajuste. También exige definiciones en el terreno de la geopolítica regional y un distanciamiento de China y Rusia. En acercar posiciones trabajan Gustavo Béliz, desde la Secretaría de Asuntos Estratégicos, y Jorge Argüello, desde la embajada en Washington. Buscan el guiño de Biden para destrabar la negociación con el FMI y ordenar la economía sin ajustar.

¿Se puede? Se diría que sí, que se puede. Se trataría de buscar recursos por la vía impositiva allí donde los hay. El obstáculo es la actual relación de fuerzas. La mochila que significa el resultado de las legislativas. Transitar esa vía implicaría pasar por el Congreso. La respuesta del empresariado local y del FMI es de manual. No más impuestos. Agregan que la recuperación – o rebote como lo describe la ortodoxia – más temprano que tarde se agotará. El supuesto: que no habrá inversiones privadas sin ajuste y menor presión impositiva. Traducido: el Estado está quebrado y no podrá, como en la salida de la convertibilidad, traccionar la recuperación.

En síntesis, la carambola a tres bandas que jugó Alberto Fernández la frustró la oposición, que apostó al cuanto peor mejor. Se diría que, salvo un hecho excepcional, solo quedan en el escenario dos jugadores decisivos: el propio Frente de Todos con sus internas y Washington. El FMI dejó la pelota picando de este lado. Alberto Fernández ha dicho – siguiendo a Néstor Kirchner – que para pagar primero hay que crecer. El desafío es evidente. Sin el impulso del gasto público, la recuperación quedaría a la intemperie. Un ajuste precoz y excesivo la ahogaría y recalentaría el malhumor social. ¿Lo que buscan los “halcones” de la oposición para ganar en 2023? Es posible. De ser así es evidente que el origen de todos los males no es el FMI.

¿Querés recibir las novedades semanales de Socompa?

¨