La salida económica que impulsan Guzmán y Kulfas es virtuosa, pero también muy larga y por demás penosa. La urgencia social prima y el resultado se dibujó en las urnas. “Mucho albertismo”, al decir de unos. ¿Hay margen para más kirchnerismo? El proyecto de Presupuesto 2022 dice que no. Algunos apuntes sobre la crisis política del Frente de Todos y un futuro que no ordena el presente.
La crisis económica devino en derrota electoral, la derrota en interna y la interna en crisis institucional. El peor de los peores escenarios posibles. El Frente de Todos se quiebra bajo el peso de sus dificultades para sinterizar lo heterogéneo. Lo que propuso en su contrato electoral. El famoso “volvimos para ser mejores”.
Si con Cristina no alcanzaba y sin ella no se podía, hoy la interpretación del albertismo es que con Cristina no se puede. Que dinamita lo que armó y que la “terquedad” le impide adecuar su lectura cuando los datos cambian. En síntesis: que se repite en los errores de su segunda presidencia. Se endurece y espanta apoyos.
En los inmediato, el futuro ya no ordena el presente. No genera expectativas positivas. Hay razones económicas, pandémicas y de gestión que sabrá el lector ponderar. Lo concreto es que el desorden ganó el gobierno y las causas hay que buscarla en las profundas diferencias con que Alberto y Cristina interpretan la complejidad de la coyuntura política, el contexto socioeconómico y las demandas sociales.
Lo que está claro es que los límites que imponen la economía y los efectos de la pandemia se dibujaron en las urnas. Se dijo en este espacio, y en varios otros también: la salida por el lado de la oferta y el celo fiscal, aunque deseable y virtuosa en el largo plazo, constituye un alternativa lenta y demasiado penosa de cara a la tragedia social y productiva.
Sí, es el camino hacia el acuerdo con el FMI. El que busca transitar el Alberto Fernández, pero también Cristina, aunque de otro modo. Un ruta plagada de trampas. Las PASO son apenas una advertencia. ¿Se impuso el voto bronca? ¿Incumplió el gobierno sus propuestas de campaña? ¿Se derechizó el electorado? ¿Cambió en dos años la forma en que un importante sector de la sociedad interpreta a la económica?
Interrogantes al margen, la fractura del Frente de Todos expone hoy en toda su extensión las diferencias que siempre albergaron Alberto y Cristina. No solo es cuestión de tiempos y velocidades. Ahora, los efectos de la grieta interior son imposibles de calcular. ¿Se impuso la vida en blanco y negro? Se verá. De ser así, las complejidades económicas y sociales quedarían reducidas a un solo discurso, el del albertismo.
Por lo pronto, la catara de renuncias que obró como advertencia -y que todavía no se definió- raya en la amenaza. Un recambio ministerial sin un acuerdo mínimo sería el incendio del Frente de Todos. Cancelaría la posibilidad de cualquier forma de progresismo. Cristina va de suyo que lo sabe y, no obstante, jugó a fondo. Se diría que a riesgo de que su espacio quede reducido a una expresión de carácter poco más que territorial y que difícilmente consiga el apoyo de gobernadores, intendentes y sindicalistas.
Es lógico que ante semejante terremoto político la búsqueda de la tranquilidad que pregona Guzmán vuele por el aire. Se la lleva puesta la crisis autoprovocada. Otra certeza. Sin Cristina, Alberto se debilitará y, solo para seguir, deberá buscar nuevos apoyos. También para acordar con el FMI. ¿En dónde? En los únicos sectores que pueden aportarle gobernabilidad: la oposición y el empresariado. Un caballo de Troya. Los que hoy festejan. Pasto para las fieras. Si Cristina termina de romper muy probablemente el eje de la discusión se inclinará hacia la derecha.
El dilema se repite
El problema es el mismo de siempre. Desarrollar una política fiscal más expansiva que solo podría financiar el BCRA. El riesgo es conocido: que la inyección de pesos derive en una mayor brecha cambiaria, aumente las expectativas de devaluación, empuje la inflación y obture la posibilidad de una mejora real del salario. Implicaría, para evitar riesgos, más controles e intervención estatal.
La alternativa no está contemplada en el proyecto de Presupuesto 2022, el que tiene el okey del FMI y que el cristinismo calificaba hasta hace poco como “exageradamente austero”. La hoja de ruta que deberá discutir el Congreso señala que el Gobierno seguirá apostando, principalmente, a la inversión privada, a la lenta recuperación del salario y a la acumulación de reservas.
No es un presupuesto de ajuste, pero está cerca. El celo fiscal seguirá en la orden del día. La iniciativa propone bajar el déficit y aumentar las tarifas. En otras palabras: que la tenue recuperación de hoy rinda frutos mañana. La baja de la inflación sería muy paulatina. Lo mismo que la mejora del poder adquisitivo y de la actividad económica. Está en el proyecto de presupuesto.
La estrategia tiene un límite en la propia sociedad. Seguramente, con la intención de correr ese límite, Guzmán intentará acelerar el acuerdo con el FMI. Buscará generar un clima que tranquilice al poder económico. El FMI como garante. Es muy improbable que lo concrete antes de diciembre. No obstante, el mes que viene podría haber una novedad si el G20 le da luz verde a la idea de Guzmán: que el FMI elimine la sobretasa de entre 200 y 300 puntos básicos que cobra en sus programas de facilidades extendidas. Sí, sabe a muy poco.
Y sin embargo…
… la economía no es todo. Un malestar profundo recorre la sociedad y el Frente de Todos, que supo aglutinar intereses e ilusiones de los sectores populares y medios, desencantó a muchos de sus votantes. El oficialismo debilitó la relación con su base electoral. No solo con los más desprotegidos, también con ese heterogéneo y complejo mundo que abarca desde un minipyme hasta un laburante que se gana la vida con changas, pasando por un profesional independiente.
Tampoco encantó a los más jóvenes. Los más castigados por la desocupación no tienen memoria de los años dorados del kirchnerismo. Gana la foto. La épica de la reconstrucción que siguió al menemismo no les llega. El neoliberalismo y su desolador desenlace es apenas, y en el mejor de los casos, un relato de sobremesa. No hay amor a Milei. Tampoco a Larreta. Es espanto ante la pesada materialidad del día a día.
La perplejidad social frente a la crisis institucional hace ya su trabajo. La intemperie económica y las disputas internas amenazan con deshilachar todavía más las mejores intenciones. Los precios siguen volando, la canasta básica es un artículo de lujo, los alquileres se disparan y, sobre todo, campean la pobreza y la desocupación. El interrogante que abrió las PASO se mantiene: ¿qué rumbo demanda el grueso de la sociedad que castigó al oficialismo?
Contener ese amplio sector de descontentos parece imposible. Unos piden menos gasto público e impuestos. Los otros más inversión pública y ayuda social. Se diría, como señaló con lucidez Eduardo Blaustein (“El peor de los tiempos”), que hay mucho de clima de época. Que ganaron la bronca, la desilusión y la angustia. La situación también cuenta para la oposición, que por ahora la tiene fácil. Lo suyo, para retener el variopinto universo opositor, es confrontar y recoger heridos. Lo que propusieron Macri, Pichetto y Bullrich, y que modula Larreta por estas horas.
Alberto, el equilibrista
Se vienen tiempos duros. A las restricciones de una economía que sigue en default y el peso de una deuda descomunal se sumarán las nuevas restricciones políticas. Las que devienen de las PASO y la crisis institucional autoprovocada. Presagian un gobierno disminuido en el Congreso de cara a una agenda que el optimismo oficial imaginaba aprobar con holgura después de las legislativas.
Alberto cargó con la derrota. Dio por evidente que cometió errores, pero descartó el golpe de timón que le demanda el cristinismo. La “radicalización” que teme el establishment, pero también los gobernadores peronistas y la CGT. Les genera tanto escozor como la disputa misma entre Alberto y Cristina. Y aquí otra pregunta: ¿Si los gobernadores pierden en sus distritos tomarán distancia del gobierno? Es probable. El cordobesismo que inauguró De la Sota hizo escuela.
¿Podrá Alberto restaurar el delicado equilibrio interno sobre el se apoyó hasta las PASO? Está por verse. En Economía argumentan que no hay margen para ensayos. Lo ejemplifican con el sendero fiscal. Dicen que es muy estrecho. Sus condiciones de posibilidad, reducidas por las urnas, se reducen todavía más con las disputas internas. Con minoría en el Congreso deviene impensable un reforma impositiva que amplíe la base imponible de los sectores de altos recursos.
De cara a noviembre, creer que se puede cambiar el resultado electoral con un puñado de pesos puestos a las apuradas en los bolsillos de los consumidores es cuanto menos ilusorio. El efecto del voto útil, el que muda de las preferencias positivas a la lógica del mal menor, difícilmente se verifique. Hoy, más que ayer, para una amplio sector del electorado, Cristina se tornó en el mal mayor. Para algunos que votaron al Frente de Todos pasó de Hada Madrina a Cruella de Vil. Lo alimentan los grandes medios y de ello se alimenta la oposición. Nada nuevo. El macrismo emergió como novedad y se construyó a sí mismo en espejo con el kirchnerismo.
Lo dicho: el futuro llegó, y es todo un palo. En un contexto de crisis social y económica, y con el lastre de la crisis institucional a cuestas, Alberto, sin acuerdo con Cristina, deberá resolver casi en soledad la tensión que se juega entre las exigencias del FMI y las urgencias económicas que multiplican los dramas sociales. Casi un imposible.