Exportaciones que no despegan, importaciones que crecen y una deuda que se dispara. La sustentabilidad del modelo Cambiemos y un entorno global que anuncia tormentas. La capacidad de generar divisas, en el centro del debate.
La lluvia todavía no llegó, pero el cielo presagia tormentas. No se trata de vaticinar catástrofes, pero los tiempos de la liquidez sin límites están llegando a su fin. El mentado flay to quality pide pista. Y no se trata de un vuelo low cost para la Argentina. El proteccionismo que alienta Washington mediante barreras arancelarias, la suba de la tasa de interés de la Reserva Federal de Estados Unidos y las divergencias que en materia de comercio internacional se hicieron evidentes en la cumbre ministerial del G20 son señales de alerta. Ni qué decir de la burbuja financiera global, que combina tasas de interés muy bajas y activos sobrevaluados.
Si el kirchnerismo optó por cerrar la brecha fiscal con emisión monetaria y colocaciones de deuda hacia el interior del sector público, la estrategia de Cambiemos apostó al mercado de capitales. Se sabe: el resultado fue un rápido crecimiento de la deuda externa total. El último informe del Indec sobre balanza de pagos le pone precisión a la dinámica: 82.800 millones de dólares en solo de años. Un 55 por ciento más que a fines de 2015. Unos 231.980 millones hacia diciembre pasado. Como era de esperar, también se disparó el déficit de cuenta corriente. El dato es muy relevante. Detalla de manera exacta la forma en la que un país interactúa con el exterior. Trepó al 4,8 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB). Unos 30.800 millones.
Hasta aquí, los datos globales. ¿Qué pasa cuando se analiza lo que se conoce como deuda relevante? En otras palabras: los pasivos externos contraídos por el Estado con bancos, bonistas y fondos de inversión, una deuda que no es susceptible de ser refinanciada sin despertar la ira del sistema financiero. El cálculo arroja un incremento del 55 por ciento. Según Ecolatina, la consultora que dirige el diputado del Frente Renovador Marco Lavagna, esa porción de la deuda creció 50.000 millones en el último bienio. Pasó de 73 mil millones a fines de 2015 a unos 125 mil millones al cierre de 2017. El 80 por ciento está nominada en moneda extranjera. Toda una aventura en un contexto global signado por una creciente desconfianza.
El cambio de rumbo adoptado fue posible gracias a la pesada herencia que recibió Cambiemos. Al asumir Macri, las obligaciones con organismos internacionales y privados constituía el principal activo de esa herencia. Menos del 20 por ciento del PIB. Aún hoy, y pese al veloz endeudamiento, la proporción de deuda relevante en términos del PIB sigue siendo baja. Se ubica en torno al 28 por ciento. Muy inferior al promedio del 45 por ciento que exhibe la región, principal argumento del Gobierno nacional para justificar la supuesta sustentabilidad del modelo y seguir acudiendo al mercado de capitales.
Sin embargo, el discurso oficial minimiza lo principal: que durante 2017, la principal fuente de dólares fue el canal financiero y que el déficit comercial se triplicó en apenas dos años, pasando de 3.000 millones (-0,6% del PIB) a 8.500 millones (-1,4% del PIB). En otras palabras: se profundizó la salida neta de dólares comerciales. Los únicos que no necesitan de repago. Para más claridad, basta con reparar en otro dato: la relación entre la deuda relevante y las exportaciones se disparó del 130 por ciento en 2015 al 215 por ciento en 2017.
Nada hace pensar que la ecuación pueda revertirse No en el corto plazo. En los primeros dos meses de 2018, la balanza comercial arrojó un rojo de 1.870 millones de dólares. En ese período, las exportaciones crecieron a un ritmo del 10 por ciento interanual, mientras que las importaciones lo hicieron al 29 por ciento. Muchos analistas señalan el comercio exterior como el talón de Aquiles del actual modelo. Una panorámica lo explica mejor. En el bienio 2015-2017, los volúmenes exportados aumentaron un 6 por ciento. Los importados, un 18,4 por ciento. El desacople también se manifiesta cuando se mide en dólares. En este caso, las ventas al exterior avanzaron un 3 por ciento y las compras un 11 por ciento.
Según la consultora Abeceb, el déficit comercial para todo 2018 llegará a unos 12.000 millones (2% del PIB). Es un escenario de mínima. Las exportaciones seguirán corriendo de atrás, pese a la devaluación y a la leve recuperación de la economía brasileña. Para peor, en los próximos meses se empezará a notar el impacto de la sequía en las cantidades exportadas de soja y sus derivados. No será dramático, pero se hará sentir.
La conclusión salta a la vista. Sin inversiones que fortalezcan las exportaciones, algo que de ocurrir tardará en madurar, la deuda pública en divisas que está en poder de particulares seguirá creciendo. Y lo hará a mayor velocidad que la capacidad de generar dólares genuinos para su repago por la vía del intercambio comercial. Por otro lado, de mantenerse el ingreso de dólares financieros, la apreciación cambiaria, como mínimo, se mantendrá, y al mismo tiempo se reducirá aún más la competitividad externa de la producción local.
Suponiendo que Cambiemos consiga cerrar la brecha fiscal recortando gastos y subsidios, el próximo gobierno encontrará una economía con menos distorsiones, pero con mayores compromisos en el terreno financiero. En el mejor de los casos será un punto intermedio entre el legado de endeudamiento desaforado de la Convertibilidad y los desbalances macroeconómicos que dejó el kirchnerismo. En síntesis: el país será a fines de 2019 más dependiente del financiamiento externo que en 2015. De allí en más, buena parte de lo que suceda dependerá del clima mundial. Solo habrá que aguardar que no llueva. Del banquero ya se sabe que podemos esperar.