La libre flotación hundió a Sturzenegger y el FMI tomó las riendas. Caputo intentará garantizar que el país cumpla con la rendición incondicional que firmó Cambiemos. La desorientación de Macri, la letra chica del “acuerdo” y un futuro que se mide en horas.

Cambiemos quedó reducido a un grupo gerencial. Su tarea, de ahora en más, será ejecutar al pie de la letra lo que digan el FMI y los bancos internacionales. Los prestamistas de última instancia que eligió el gobierno en su nuevo intento por ganar tiempo. “Wall Street a cargo de Argentina (otra vez)”, titulaba ya en marzo de 2016 la agencia Bloomberg. El círculo terminó por cerrarse. Los ceos se hicieron cargo de la política. Macri ya no manda. Las discusiones hacia el interior de Cambiemos se multiplican y preanuncian una reorganización ministerial de emergencia. El panel de control se quemó con el incendio de la economía. Duró lo que la planilla Excell de Aranguren.

La libre flotación del tipo de cambio que impuso el FMI aceleró los tiempos. Una paradoja: hundió a Sturzenegger, su principal promotor. Fue el mismo día en que la utopía del dólar libre disparó una nueva corrida. Su reemplazo por Caputo al frente del Banco Central se acordó con el FMI. Lo admitió Dujovne: “Anoche hablé con la directora gerente del FMI y otros funcionarios del organismo”, dijo después de ser investido con el dudoso título de súper ministro. Argumentó que lo hizo para aclarar que la designación de Caputo ratificaba lo acordado. Obvio, Macri quemó las naves. No tiene retorno. El llamado habla a las claras de la rendición incondicional de Cambiemos.

Caputo, que llegó al gobierno de la mano de Macri, Prat Gay y su primo hermano Nicky Caputo -todos ex compañeros del Colegio Newman-, administrará el salvavidas arrojado por el FMI. Se dijo en Socompa: un salvavidas de plomo. Como ex empleado del JP Morgan y del Deutsche Bank tiene una larga experiencia en la timba financiera. En ambas entidades se desempeñó como trader. Para el banco estadounidense, como jefe para América latina entre 1994 y 1998. En la entidad alemana ocupó la misma función entre 1998 y 2003. Para muchos, un perfil apropiado para manejar la mesa de dinero del Banco Central. No mucho más.

Lo cierto es que deberá hacerse cargo de una pesada herencia. La que dejó Sturzenegger. Una gestión plagada de errores que agravó el problema de la cuenta externa por una pésima política monetaria. Uno de sus muchos errores: permitirle a la grandes agroexportadoras retener en el exterior las divisas generaras por el complejo oleaginoso. No fue el único. El desastroso manejo de la crisis cambiaria debilitó las reservas internacionales. La lista de pifiadas es casi interminable. También incluye el haber levantado todas las barreras contra los capitales especulativos. La consecuencia: un tipo de cambio sin tiene techo. No es el único culpable. El imaginario market friendly es una marca de fábrica en el elenco ministerial.

El recambio, sin embargo, no despeja el horizonte. Es más, presagia nuevas tormentas. “Estamos trabajando con el nuevo presidente del Banco Central para normalizar el mercado de cambios”, afirmó Dujovne en otra breve aparición. Esta vez en el micro cine del Palacio de Hacienda. La calma que procuró llevar a los operadores no funcionó. El debut de Caputo no desinfló la demanda de dólares. Horas después, el mercado de dinero entre bancos operaba en entorno del 44 por ciento anual. Los swaps cambiarios volaban por las nubes. En apenas un par de horas se pactaban 121 millones de dólares para tomar y/o colocar fondos en pesos para los próximos lunes y martes. Las tasas de las Lebac a 30 días en el circuito secundario operaban al 44 por ciento anual. Todas males señales.

El ascenso de Caputo fue meteórico. De secretario a ministro y de allí a la presidencia del Banco Central. Ahora, el ex titular de la filial argentina del Deutsche Bank hasta 2008 deberá garantizar la política monetaria que exige Lagarde. Ortodoxia pura y dura. Su elección no es casual. Pasó las pruebas. Fue un actor clave en el arreglo con los fondos buitre. A principios de este año consiguió en el exterior los 9.000 millones de dólares que le dieron un respiro momentáneo a Cambiemos. Fue cuando los mercados comenzaban a crujir. Una más: la emisión de los Botes, el título que negoció con los fondos Templeton Investments y BlackRock y que le permitió a Sturzenegger descomprimir el último súper martes. Su timing encantó a Macri. La gestión lo terminó por convertir en una pieza central de Cambiemos.

En Hacienda aseguran que terminó de convencer a Macri de ir en busca del FMI. Algunos dicen que se transformó en el más escuchado por la mesa chica. Tanto que desplazó a la desgastada dupla Lopetegui-Quintana como principal asesor presidencial. Un nuevo gurú con línea directa a Olivos. Es sintomático. Su designación en el Banco Central se conoció el mismo día en que se hizo pública la Carta de Intención firmada con el FMI con la intención de tranquilizar a los acreedores. El viejo y deshilachado Sturzenegger ya no convencía a nadie. Por esas horas, su suerte estaba jugada.

Aventar las turbulencias, como las califica el gobierno, será la meta de Caputo. Muchos opinan que difícilmente alcance el objetivo. Dicen que ya no se trata de una cuestión de timing. La principal razón de la embestida financiera sería más profunda. La pregunta que se hacen los operadores es sencilla: ¿cuenta Macri con el capital político para garantizar la letra chica del acuerdo? El mismo interrogante se plantea el FMI. De allí que los desembolsos del stand by estén sujetos a estrictas revisiones trimestrales. Los auditores darán el visto bueno solo si Caputo y Dujovne ajustan lo suficiente para alcanzar el año que viene un déficit primario del 1,3 por ciento del PBI. Un improbable sin incendiar la calle.

Eso sí, lo que no pudo Macri lo pudo el FMI: el ajuste será coordinado.

La carta de rendición

Las herramientas de política económica que Macri tenía a su alcance las descartó. Prefirió abrazarse a Lagarde. Su proyecto político difícilmente pueda reconstruirse sobre los escombros que dejan la constante fuga de capitales, el endeudamiento y el renovado impulso de la inflación, que algunos calculan ya por encima del 30 por ciento anual. La lectura gana adeptos incluso entre sus propios mentores. Más aun con la Carta de Intención sobre la mesa. La nueva derecha duró poco. Sin rostro social tiene poco y nada que ofrecer.

El texto de treinta y tres carillas confirma las peores previsiones. Un ajuste durísimo que avanzará con nuevas reducciones en los subsidios a la energía y el transporte, postergación de obra pública, recortes presupuestarios en organismos descentralizados y despidos en la Administración Central; además de una fuerte reducción de la compras de bienes y servicios por parte del Estado. Ningún vaticinio. Todo está escrito. El efecto será el conocido: una acelerada caída del nivel de actividad. El horizonte recesivo podría extenderse más allá de este año. El costo social se verificará en el acelerado aumento de la desocupación y la pobreza. Dos variables ya en franco deterioro.

¿Qué surge de una lectura más detallada de la Carta de Intención? Que el gobierno insistirá en una revisión de los impuestos. Léase: reducción y/o eliminación de los que supone distorsivos. El camino preanuncia una baja de los ingresos. Para compensarla, Macri redobló su compromiso de revisar el sistema previsional. En otras palabras: recortar beneficios sociales y jubilaciones. Sabe, sin embargo, que con esto no alcanza. Por eso amagó con revisar el tema retenciones y analiza un nuevo indulto impositivo, el llamado blanqueo.

La letra chica, además, dedica varios párrafos a la reforma de la legislación laboral, el reclamo de las grandes cámaras empresarias que se agrupan en el círculo rojo. Con respecto al BCRA, las exigencias, en línea con el ideario ortodoxo de Cambiemos, confirma que el gobierno intentará modificar su Cara Orgánica para que no pueda brindar asistencia financiera al Tesoro. Un verdadero cepo que de aprobarse le garantizará al FMI y a los acreedores que el único camino posible será el recorte del gasto público. Para sintetizar: un ajuste brutal sin ninguna mención al aparato productivo. Todo esto en procura de la quimera que supone que satisfechas las demandas llegará la lluvia de inversiones.

El futuro llegó

En los próximos sesenta días, la discusión pasará por el Presupuesto 2019. Se anticipó en este espacio: los gobernadores tendrán un rol central. El recorte de las transferencias a las provincias figura en la Carta de Intención. Cambiemos los imagina como aliados. En ellos deposita Macri su esperanza de alcanzar la meta fiscal comprometida. El argumento será que no hay alternativa. Que la única salida es el FMI. Más de lo mismo.

El camino pinta complicado. El dólar acumuló un avance del 13 por ciento desde que se anuncio el acuerdo con el FMI. La consecuencia inevitable es más inflación. Solo el gobierno espera que la etapa recesiva sea breve. Con escasas obras públicas que generen puestos laborales, o al menos mantengan los que existen, la presión social aumentará. Quienes deben garantizar la gobernabilidad en territorios concretos no quieren atar su suerte a un acuerdo impopular, que incluso es mal visto por la base electoral que votó a Cambiemos. La pulseada debería resolverse antes de setiembre. Por las dudas, los voceros de Macri se anticiparon a un posible fracaso. Dejaron entrever que si no hay acuerdo, Macri gobernará con el Presupuesto 2018. En tal caso, deberá tomar de su propia medicina. En 2011, el Grupo A dejó a Cristina Kirchner sin la herramienta. La diferencia, no menor, es que esta vez el FMI está de por medio.

Por lo pronto, desde el miércoles próximo, Cambiemos tendrá disponibles los 7.500 millones de dólares que Macri le pidió a Lagarde para subastar en el mercado y obtener los pesos que necesita para cubrir el déficit fiscal. La mitad del primer desembolso. Un día antes, Caputo deberá convencer a los fondos de inversión y a los bancos que renueven las Lebac. Un mega vencimiento de 500 mil millones de pesos.

El nuevo súper martes definirá la tasa de interés que regirá durante los próximos sesenta días. Es posible que haya una leva baja. Nada sustancial. El propio González Fraga, al comando del Banco Nación, admitió que el costo del dinero recién tomaría un rumbo descendente hacia fines de julio o principios de setiembre. Lo pronosticó durante una breve conferencia en el micro cine de Hacienda. Fue el jueves. La conferencia la convocó Cabrera para anunciar que el banco descontará cheques a las pymes al 29 por ciento anual. Una tasa sideral que no resuelve los problemas de la cadena de pagos del sector.

El arranque de la semana también estará signado por una nueva colocación de deuda. Será la primera luego de la unificación de Hacienda y Finanzas, y tras el desembarco de Caputo en el Banco Central. ¿La suma que buscarán captar? Unos 4 mil millones de dólares. Será mediante dos títulos a cargo del Tesoro. Los vencimientos serán en 2019 y 2020, respectivamente. El dato puede parecer menor, pero deja en claro que con el stand by del FMI no alcanza.

Según el gobierno, el esquema acordado con Lagarde garantizará que la deuda pública total se irá reduciendo hasta alcanzar un nivel sustentable. Nada lo hace prever. Menos aún sin inversiones y con la dinámica que exhibió el endeudamiento en los últimos dos años. Solo una brutal devaluación, impulsada por libre flotación que exige el FMI, licuará los pasivos en pesos del Estado Nacional y del Banco Central. La espiral inflacionaria y el consecuente desplome de la demanda completarían el panorama. La receta, un clásico del organismo, liberaría los dólares necesarios para el repago de la deuda. El único objetivo de los bancos internacionales y del FMI.