La tele se quedó con los incidentes después del acto. Pero antes hubo mucha gente y mucho sentimiento para seguir reclamando una justicia que tarda demasiado tiempo en llegar. Santiago Maldonado es hoy el nombre de un rechazo al encubrimiento y a la mentira organizada. (Foto de portada: Carlos Brigo).

Jóvenes, muchos jóvenes. En grupos, en pareja o encolumnados. Organizaciones sociales y de Derechos Humanos. Alguna que otra bandera partidaria. Aunque pocas, casi ninguna. También muchos veteranos de otras luchas que son la misma lucha; la de siempre, la que reclama por la plena vigencia de los derechos humanos, exige juicio y castigo y preserva la memoria. A un año de la desaparición de Santiago Maldonado, y mientras la investigación judicial sigue cajoneada, la Plaza de Mayo se llenó de brotes verdes. Los únicos posibles en la Argentina de Macri.

Foto: Claudio Conteris.

“Queremos que esta convocatoria sea el inicio de una unidad que imponga la cuestión de los Derechos Humanos por sobre los partidos políticos. Porque los Derechos Humanos se cumplen o se violan”, dirá Sergio, el hermano de Santiago. El único orador. Pedirá además el repudio para Cambiemos y para quienes impulsan que las Fuerzas Armadas puedan actuar en tema de seguridad interior.

Su voz sonará sentida, pero firme. “Cuando decimos que el Estado es responsable no son sólo palabras, es el único que en una desaparición forzada tiene todo el aparato político, el poder judicial y los grandes medios para pasarnos por arriba y que no podamos avanzar”, afirmará Sergio desde el palco montado adelante de la Pirámide de Mayo. De cara al Congreso. Detrás, a su espalda, las rejas cerradas por la policía desde temprano para dividir la plaza. Toda una postal.

Banderas, muchas banderas de diversos colores reclaman espacio. Quieren aire para volar. Tambores, pancartas y pañuelos verdes completan la estampa. También los hay anaranjados, que reclaman la separación definitiva de la Iglesia y el Estado. Otra lucha, nacida de una que todavía no termina y que presagia una dura batalla en el Senado. “Santiago, tratá de descansar como puedas y como te dejen -dirá Sergio sobre el final-. Te respeto, te quiero mucho y si este Gobierno es indiferente, nosotros decimos ‘Santiago es solidaridad'”.

La convocatoria está lejos de terminar. Sergio ya habló, pero los tambores siguen repiqueteando y las trompetas sonando. Los que llegaron hasta la plaza no quieren irse. Hay mucha bronca contenida; pero ningún amague de bajón. Lo dicho por Sergio parece confirmarse en cada rostro que se suma sigue llegando por la Avenida de Mayo y se suma a la multitud. Muchos vienen del Estudiantazo Federal y del último pañuelazo de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto de cara al 8A. Son estudiantes secundarios, terciarios y universitarios.

Foto: Claudia Conteris.

Las consignas se amalgaman. La marcha se multiplica. Ya cayó la tarde y Santiago, como Rafael Nahuel, son sinónimos de solidaridad. Lo son hace muchos. Desde el inicio. Sergio no se equivocó. A un año de su desaparición, Santiago trascendió a su familia y amigos. Saltó la frontera artificial de los parentescos para convertirse en hijo y hermano de los que no están dispuestos a aflojar. Y son muchos. Lo confirman otras marchas. Como las que se sucedieron durante la tarde en El Bolsón, Santa Fe, Rosario, Cipolletti y Viedma.

El festival musical que comenzó temprano ya terminó. Ya habló Sergio. En la tribuna, pese al frío, permanecen los referentes de Abuelas de Plaza de Mayo, Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, de HIJOS, el CELS y de Familiares de Desaparecidos por Razones Políticas. Sergio y su círculo más cercano están por partir. Por las calles, la multitud demora el regreso. Arranca sin apuro.

El  cronista pega la vuelta. Las palabras de Sergio siguen sonando. Santiago, si se ahogó, no se ahogó solo. ¿Quién generó el desenlace…? La respuesta, a esta altura, es obvia: el Estado. El instrumento: la Gendarmería. El principal responsable: el poder político que ordenó la represión y maquinó el ocultamiento y sembró pistas falsas. Fueron 78 días de angustia; de no conocer su paradero. La carátula está en pie: desaparición forzada, dice el expediente. También sigue en pie el reclamo por la intervención de un panel internacional de especialistas que garantice una investigación que “evite la interferencia del Gobierno” y “las trabas del Poder Judicial”.