Una nueva nota de la serie de la investigadora Carola Ochoa sobre los rugbiers víctimas del terrorismo de Estado. Gustavo Grigera Ondarts, jugador de Los Matreros, médico y militante montonero, secuestrado el 18 de julio de 1977 en el Hospital Italiano de Buenos Aires.
Gustavo Alberto Grigera, hijo de Miguel Grigera y Laura Ondarts, creció en una familia numerosa, con sus hermanos y primos. Durante su adolescencia jugó al rugby en el club Matreros de Morón, provincia de Buenos Aires. Se recibió de médico en 1972 en la Universidad de Buenos Aires. Con 28 años ejercía su profesión en el Hospital Italiano y fue propulsor de la Juventud Trabajadora Peronista (JTP) y responsable de Sanidad de Montoneros Área Oeste, con fuerte presencia en las asambleas sindicales en ese establecimiento hospitalario.
Ya durante la dictadura militar permaneció clandestino en Buenos Aires. El 18 de julio de 1977, un grupo de tareas de la Armada intentó capturarlo en una cita en el bar “Gildo”, de Corrientes y Medrano, en la Capital Federal. Los represores entraron por una puerta y él escapó por la otra. Lo Buscó refugio en el Hospital Italiano, que está ahí cerca y tan bien conocía. Luego de una persecución por todo el edificio, finalmente acorralado, se tomó la pastilla de cianuro. Los propios médicos del Hospital fueron obligados a revivirlo y los militares se lo llevaron para interrogarlo y torturarlo hasta la muerte.
Gustavo esperaba el nacimiento de su primera hija, Vicky Grigera Dupuy, hoy actriz de stand up. Su obra más reconocida “Montonerísima”, en ella relata su singular vida como hija de militantes montoneros, con un humor negro hilarante:
“Mi nombre es Victoria y vengo de una familia disfuncional, papá era montonero, mamá era monotributista. Mi viejo tomó cianuro, yo tomo Levité pomelo. Los tiempos cambiaron, mis viejos usaron armas yo uso Twitter… Puedo escribir los tuits más tristes esta noche… ¿por qué en la Ciudad de Buenos Aires hay más bicisendas que heterosexuales? Y si por ser hija de montos, ¿Donde pongo el ojo sale una bala? Puedo escribir los tuits más tristes esta noche: Si hasta la luna recibió hombres, ¿yo por qué no? Si soy redonda, llena de pozos…”.
Muerte y encubrimiento
Uno de los intervinientes en el operativo de secuestro fue el oficial de la Policía Federal Roberto González Federico.
El hallazgo de sus restos se produjo el día 20 de agosto del mismo año en la Morgue Judicial, donde el cuerpo de Gustavo había sido remitido por orden del Comando Militar de la Subzona capital. A la semana, los marinos volvieron y con las armas a la vista se robaron el libro de guardia donde constaban todas las irregularidades cometidas que tuvieron como víctima a Gustavo Alberto Grigera.
Su esposa, Mónica Dupy, fallecida en 2008, le escribió a la hija de ambos, Victoria, cuando estaba por nacer: “Aunque sé que está todo patas para arriba, Papi quería cambiarlo, quería que todos los chicos tuvieran pan, que no solo unos pocos tuvieran mucho. Fue un gran hombre, pudo tenerlo todo, pero lo dejó por los demás”.
Más acá en el tiempo, el Concejo Deliberante de Morón en la sesión extraordinaria del 5 de diciembre de 2013, entregó a sus familiares un “Reconocimiento Treinta Mil Motivos” por la militancia de Gustavo.
Al recibir la distinción, su hermano Pablo dijo: “Lo que yo opine realmente no importa mucho, pero como todos fantaseamos con la idea de lo que diría Gustavo, en este caso, si estuviera acá; bueno, yo creo que estaría muy contento, muy asombrado de ver el contraste entre este Morón y aquel Morón de 1977, obviamente. Creo que él tendría bien en claro donde estar en este momento de la Argentina”.
Resucitarlo para que lo torturen
Testimonio de Marcelo Mayorga, médico y amigo de Gustavo:
“Nunca me voy a olvidar ese momento del 18 de julio de 1977. Gustavo me miraba fijo y yo sabía que me estaba pidiendo que lo dejara morir. No olvidaré nunca esa mirada hasta mi muerte. Gustavo ese día había ido a una reunión con compañeros en la Confitería cerca del Hospital Italiano, donde ambos trabajábamos en la guardia. Esa reunión se convirtió en una “cita cantada” y fue perseguido por un Grupo de Tareas de la dictadura.
“En el Hospital, el personal médico tenía la orden de esconderlo para salvarle la vida. Pero no pudimos. En su huida cinematográfica, buscó refugio en un baño del Departamento de Ortopedia. Segundos después, los militares lo encontraron y llevaron en una camilla a la Guardia. En medio de oficiales fuertemente armados, recibimos la orden: ‘Revívanlo, aquí está el antídoto contra el cianuro’. Allí entendi que Gustavo había ingerido la pastilla de cianuro para no sufrir los vejámenes y torturas que le esperaban.
“Sigo teniendo presente este hecho y es uno de los más fuertes y conmocionantes que me tocó vivir. Fue un lunes, estaba almorzando a unos metros del hospital y empecé a ver que llegaban carros y autos de la Armada. Empezaron a cerrar todas las entradas al nosocomio, excepto la guardia. Allí me dirigí. Me identifiqué como médico y me dejaron pasar. Fue impresionante el operativo, el hospital quedó vacío.
“Más temprano había escuchado “versiones de pasillo” que sostenían que mi amigo y colega Gustavo Grigera estaba en el hospital, pidiendo que lo escondieran como había ordenado el Sindicato. Me preocupé como si se tratara de mi hermano. Hicimos juntos la residencia, que es una etapa en la que uno comparte muchas cosas y se establecen relaciones muy fuertes. Teníamos una relación de gran afecto. En esa época, los médicos teníamos mucha actividad gremial y era normal tener asambleas.
“Retornando al hecho de ese día, los militares ordenaron evacuar el hospital, gestión que duró una hora y media. Trajeron a Gustavo a la guardia, y bajo amenazas de muerte, empezamos a asistirlo. El cirujano de guardia me ayudó a colocar la canalización. Esto produjo un nerviosismo extremo porque estábamos rodeados por militares con armas largas. Gustavo fue intervenido tras haber ingerido la pastilla de cianuro. Nosotros no teníamos el antídoto, lo que informamos al oficial que parecía el responsable del grupo paramilitar. Al escuchar esto, salió de la guardia y volvió en un minuto con nitrito de amilo. Nos dimos cuenta de que tenían todo arreglado desde antes. Se lo suministramos por vía respiratoria. Antes le habíamos hecho un lavado estomacal que produjo una depresión respiratoria.
“Después de una hora que le suministramos el antídoto, le pedí a uno de los oficiales que dijo que lo iban a trasladar que no lo hicieran porque Gustavo estaba muy grave. No me escucharon. Al ver la negativa a mi pedido, les dije que la única manera de llevarlo sería si firmaran el Libro de Guardia del hospital. No recuerdo ni el apellido del que firmó, pero si recuerdo que tenía el grado de oficial. Lo retiraron y se fueron.
“El miércoles siguiente, yo estaba otra vez de guardia. En esa noche, entraron dos o tres personas de civil a la recepción y escuché que hablaban imperativamente, exigiendo el Libro de Guardia. Salí a solicitarles las credenciales. Al verme me apuntaron con armas cortas. Nunca sentí el miedo a la muerte como en ese segundo. Me hicieron poner a mí y a los que estaban en recepción contra el piso y robaron el libro. Atiné inmediatamente a pedir ayud,a pero nos dimos cuenta de que habían cortado las líneas y arrancado los cables del conmutador. El dolor de una dictadura que se llevó al mas comprometido y solidario de mis compañeros del Hospital Italiano, Mi querido amigo Gustavo”.
Los medios de comunicación, como La Nación y La Prensa, titularon el 19 de julio, un día después del secuestro: “Un peligroso delincuente buscó refugio en un hospital”.
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