Poco o nada se dice de la elección vital de Santiago Maldonado: El despojarse, el ser solidario, el poner el cuerpo a disposición de su idea y de una estética libertaria. Esa fue la opción del joven que fue a morir junto a los más desposeídos. 

El nombre del dramaturgo y escritor anarquista Rodolfo González Pacheco fue la contraseña que abrió la puerta a una charla con los últimos compañeros de vivienda de Santiago Maldonado. Hasta la mención del autor de los ácratas “Carteles” -que marcaron el clima del ideario y las luchas libertarias de principios del siglo XIX-, todo era rechazo a hablar con los “medios burgueses”. Los anarquistas de la casita ubicada atrás de la Biblioteca del Río, en el barrio Usina de El Bolsón, sólo franquearon la entrada cuando se sintieron seguros por la complicidad que se desprendía del conocimiento de aquel nombre.

– Santiago vivió acá. No en la biblioteca, acá -dice, uno de ellos, y grita al resto que salgan con el mate.

Improvisa una silla en el patio de pastos crecidos, y repasa aspectos del nuevo anarquismo, sus formas, sus actuales luchas, y habla, poco, de Santiago.

– Santiago era anarquista, concluye.

– ¿Más allá de su formación?, digo, ¿lo era por su estilo de vida o por sus lecturas?

– Las dos cosas. Acá estaba leyendo a (Mijaíl) Bakunin, a (Errico) Malatesta.

Dos o tres datos más de la vida de Santiago en El Bolsón, sus charlas, su elección vital, y más de una hora y media de conversación/monólogo sobre el movimiento okupa en Europa, los anarcopunk, lo que quedó de la FORA (Federación Obrera Regional Argentina), y la necesidad del movimiento libertario actual de “dejar los viejos moldes” y tomar distancia de los “maestros”.

A los anarquistas les gusta hablar.

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“Santiago era anarquista”, dicen en la casa de El Bolsón, y, según el libertario italiano Malatesta, “el anarquista encuentra su mayor satisfacción en la lucha por el bien de todos, por el logro de una sociedad en la que pueda ser un hermano entre hermanos, entre gente sana, inteligente, educada y alegre”.

Santiago se comprometió en causas por el bien de todos, se sentía hermanado con la humanidad, era vegano, con varias y profundas lecturas en su haber, y sonreía, siempre -o casi siempre- sonreía. Santiago, según la definición de Malatesta, era anarquista. Y así lo decía.

¿Y entonces por qué la reticencia de los medios, algunos amigos, tal vez parte de la familia, a decir con todas las letras que Santiago Maldonado, el Lechu, Vikingo, Ardilla, El Brujo, era anarquista?

En tiempos de espasmos comunicativos en las redes sociales y comunicación concentrada, no es fácil lograr el espacio y ámbito para el debate. Y explicar qué es ser anarquista requiere tiempo y espacio.

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Nota mental de una paradoja: Santiago, un desterrado por opción; murió peleando para que otros puedan volver a su tierra.

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Cuando llegaba la noche, en la fría vivienda de El Bolsón, Santiago anotaba algunas ideas en una libreta. Influenciado por el libro 1984, escribió: “Hola querida población somos el gobierno, somos tu gobierno, los que nos apoderamos de tu vida cada segundo cada minuto, cada hora, cada día, cada instante que pasa por tu reloj y por tu cabeza y te decimos cómo tenés que vivir. Somos los que premiamos a los represores, torturadores explotadores y castigamos a los que no son como queremos que sean”.

Casi como un anticipo de lo que le sucedería y quiénes fueron sus verdugos, anotó: “Y como si fuera poco, aparte de que existe la cárcel, la tortura, la represión y la explotación en la vida cotidiana perpetuada por las autoridades, ejércitos, jueces, policías, fiscales, políticos y demás mequetrefes, cómplices como empresarios y mercenarios sustentan esta miseria y esclavitud instalándolas en todas las relaciones de nuestra vida”.

 

Tal vez camino a la feria de El Bolsón donde ofrecía sus tatuajes, Santiago se quejó de “un mundo artificial donde el valor de intercambio material es el dinero genera desigualdades, porque hay distintos tipos de clases sociales y costumbres por las cuales comienzan a aparecer sometidos/as y sometedores/as, por lo que viene al caso el poder y el dinero. Corrompen a las personas porque el dinero genera poder y el poder es respaldado por el verdadero dinero y viceversa, dejando atrás todo tipo de buenos valores, relaciones humanas, sentimientos y honestidad”.

Santiago vivía como escribía.

 

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Bruno Nápoli es escritor y ensayista, de espíritu libertario. Explica que “ser anarquista hoy supone múltiples formas de actuar, tan libres como lo permita el cuerpo, y no el sistema político o económico que impera. Es un intento interminable por despojarse de las jerarquías que moldearon el deseo, desde la educación institucionalizada hasta los partidos políticos llenos de doctrinas y mandatos”.

Y aclara, para desprevenidos o malintencionados que ser anarquista hoy “no es una acción individualista como sostiene la izquierda, ni una salida violenta como vocifera la derecha, ni una opción desde la ‘antipolítica’ como dice la socialdemocracia. En absoluto. Ser anarquista es un intento por la autonomía de aprender, por la autogestión del saber. Implica no leer lo que pasa a nuestro alrededor desde el consumismo material o mediático, no; intenta saber desde la experiencia en el cuerpo”.

Se apasiona Bruno Nápoli, ante la pregunta, ¿dónde debe estar hoy un libertario? Reflexiona en torno a “una lectura de lo vital para comprender dónde debe estar el cuerpo y su deseo en las situaciones más políticas que se le presentan a un ser humano: ¿qué hacer cuando las cosas no están bien? Cuando los que sufren pelean y los que defienden el statu quo también pelean. Allí, un ser que quiera ser anarquista decide, se coloca con su cuerpo en el lugar donde tal vez no se lo espera, donde tal vez es disonante, pues es tal la jerarquización política clásica, que donde pelean los mapuches, deben ser todos mapuches, cuando reclaman los estudiantes, deben ser todos estudiantes, donde el desocupado ocupa un lugar, no hay lugar para otros estratos económicos… por eso resonó como castigo posmortem la pregunta en muchas propaladoras mediáticas ‘¿qué hacía Santiago allí, con los mapuches?’ … una habitual patraña negacionista de los crímenes de Estado. El anarquista acompaña con su cuerpo aprendiendo en esas contiendas, debate para sí esas situaciones y acompaña, participa por lo que supone justo. Y justo es nunca del lado del poder jerárquico, nunca del lado de la jerarquía que defiende privilegios”.

¿Y Santiago?, “Santiago -explica Nápoli-, Santiago recorría la tierra, cerca de la naturaleza y su belleza, dormía nada menos que en una biblioteca…y sumaba su cuerpo a las acciones de los que creía, debían ser acompañados en una pelea justa. Cushamen, tierra robada a sus históricos habitantes, primero en 1880 y luego (lo que quedaba por robar, las pequeñas parcelas familiares) en 1935, por terratenientes de la zona, es un lugar de injusticias. Y convoca la solidaridad de los que suponen que se puede pensar libremente y acompañar, desde el cuerpo y sin mandatos externos, el deseo de un lugar más justo”.

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“El responsable es el Estado”, repite una y otra vez el hermano Sergio. Y el hermano Germán, el más anarco de la familia, acusa: “A todos ustedes, zánganos del Estado, parásitos del proletariado, (les aclaro) que primero y principal, la familia Maldonado no milita en ningún partido político y segundo que el tema es político desde su inicio, desde el momento que Gendarmería se lleva a mi hermano, ya que esa institución está supeditada al gobierno, a ustedes que son los políticos de turno y principales responsables de la desaparición de mi hermano. Esa es la verdadera politización”.

Germán lo dijo cuando Santiago era, todavía, un desaparecido, durante esos inhumanos 78 días que la familia atravesó debiendo soportar las más abyectas operaciones de prensa y el gobierno que, primero, negaron que el joven estuviese en Cushamen, lo ubicaron después en Chile, Entre Ríos, Ushuaia, y lo dieron por muerto en un enfrentamiento con un puestero, semanas antes de su desaparición.

 

Hermano anarquista Germán lo dijo así: “Estamos hasta la coronilla con ese tipo de noticias totalmente irrespetuosas hacia Santiago, su familia, sus amigos y a todas las personas involucradas con el reclamo genuino. Señores periodistas y comunicadores sociales: sean un poco más profesionales, investiguen, indaguen a las fuentes fehacientes. No se imaginan el daño que causan al crear noticias inverosímiles para que luego personas que consumen sus periódicos, diarios, noticieros, radios y sitios de internet repitan como loros todas esas barrabasadas que tienen como único fin crear discusiones, controversias y animosidad entre la población, las cuales vemos reflejadas todos los días en reuniones familiares, en ámbitos laborales e institucionales. Tengan un poco de amor propio por la profesión y por ustedes mismos, no se dejen usar como marionetas por un par de billetes, pedimos que tengan un poco más de gollete, respeto y profesionalismo periodístico”.

A los anarquistas les gusta hablar.

Hermano Sergio, lo resumió: “Pasen música”.

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“25 de facho”, como llamaba Santiago a 25 de Mayo, su ciudad natal, nunca lo pudo o supo contener. El notable perfil que del joven artista trazó la periodista María Florencia Alcaraz en su nota “Lechuga not dead” (Revista Anfibia), lo deja en claro.

Las ideas y estética de esas ideas, las plasmó Santiago en sus tatuajes. Tenía límites: no tatuaba imágenes de fuerzas de seguridad, ni cuadros de clubes de fútbol.

En un paredón de 25 de Mayo dejó en claro porqué era un “hombre peligroso” para un Estado que reacciona segregando, estigmatizando y reprimiendo lo diverso, lo que reclama.

 

 En el mural plasmó una frase del anarquista italiano radicado en la Argentina Severino Di Giovani: “Arrastrar una masa inerte de carne y huesos no es vivir, es solamente vegetar”.

El texto completo de Di Giovani continuaba: “Enfrenté a la sociedad con sus mismas armas, sin inclinar la cabeza, por eso me consideran, y soy, un hombre peligroso”.

Di Giovani murió fusilado en 1931, tras un juicio sumarísimo y fraudulento, durante la dictadura de Uriburu.

Santiago Maldonado murió durante un operativo ilegal y represivo de Gendarmería, en 2017, bajo la democracia de Mauricio Macri.

Ser anarquista hoy es preguntarse: ¿Cuán distinto es el tiempo que les tocó vivir a cada uno de ellos?