Hay toda una tradición de novelas, cuentos, manifiestos e historias de vida que abordan el tema del aborto, desde Hemingway a Alejandra Pizarnik y desde Joyce Carol Oates a Washington Cucurto, que demuestran que su prohibición se ubica en el marco de las primeras formas de explotación humana, la explotación de lo femenino que llamamos patriarcado: la guerra contra las mujeres.

“Hay mucha sangre, hay que quemarla o se morirá desangrada”
Washigton Cucurto, El curandero del amor.

Hay cuerpos que nos faltan.

Era el cuerpo de tu compañera, de tu hermana, de tu hija, de tu madre, de la amiga de alguien.

Pesaba sobre los cuerpos que nos faltan una de las condenas más largas y sostenidas: la obligación de gestar y parir.

A horas del tratamiento en el Senado de una Ley de Aborto legal que puede, en la Argentina, cambiarles la vida a millones de mujeres y cuerpos con capacidad de gestar, en Santiago del Estero ha muerto una mujer de 22 años enferma de aborto clandestino. Ya tenía dos hijos.

El miedo es el lugar en el que el patriarcado coloca a las mujeres, miedo de ser violadas, miedo al embarazo no deseado, miedo a abortar en la clandestinidad, miedo a la mirada de la comunidad, de la iglesia, miedo al castigo del Estado, miedo a todos los infiernos conocidos y prometidos. A veces la mujer asiste al hospital cuando es tarde y ya nada puede parar la infección generalizada, los intestinos y el útero perforados, para terminar muriendo con un policía al lado, que pregunta una y otra vez por el nombre del responsable.

¿Quién es el autor de estas muertes?

EL odio a la sexualidad de las mujeres, la demonización de sus cuerpos, la condena a la ignorancia de los medios para su cuidado, la negación de educación sexual, el horror a su capacidad de dar vida pero,  sobre todo, el horror a su poder de no darla.

Tantos cuerpos de mujeres que nos faltan mientras otros se llenan los bolsillos a costas del aborto clandestino.

Si el Estado argentino no aprueba el proyecto de Ley de Aborto legal, libre y gratuito, continuará una vez más la más antigua de todas las guerras, la que cantan las manadas excitadas con sus pañuelos celestes o rojos, una guerra que empezó -al decir de Rita Segato- hace muchísimo tiempo, como primera forma de explotación humana, la explotación de lo famenino a la que llamamos patriarcado: la guerra contra las mujeres.

Pero nosotrxs seguiremos luchando.

Hay un cruce entre literatura y aborto, porque mujeres que cuestionan sus maternidades, que las postergan o las aceptan, que deciden poner fin a sus embarazos, tendremos siempre.

1- Las Palmeras salvajes, de William Faulkner

Las Palmeras Salvajes, publicada en 1939, es una narración circular en la que se cruzan dos historias, intercaladas. Una comienza por el final de una relación amorosa: Carlota está muriendo víctima del aborto practicado por Harry. En los diálogos, las perspectivas y las particularidades de la narración faulkneriana se desarrollan momentos de enorme dolor previos a esa muerte. Un fantasma ronda el relato, el castigo que conlleva el aborto, si la posibilidad de que Harry pueda librarse del castigo y consiga huir está planteada, no aparece esa evasión para la mujer que aborta. El precio está sellado en el cuerpo y no tiene escapatoria: el dolor superlativo de una muerte tortuosa.

2- Un libro de mártires americanos, de Carol Joyce Oates

En la prolífica zona Faulkner encontramos a la perturbadora Joyce Carol Oates, que,  en Un libro de mártires americanos, su última novela, problematiza el aborto en los Estados Unidos. El argumento principal gira en torno del asesinato de un médico abortista de la sanidad pública a manos de un fanático religioso. Algo que puede resultarnos no tan extraño si leemos los comentarios de cualquier nota periodística sobre el debate del aborto legal en nuestro país. Desde ese lugar, la novela se adentra en la idealización de los fines en las vidas de sus protagonistas y de una exquisita y profunda indagación sobre el uso de la capacidad de matar. Uso tantas veces vedado a las mujeres en cuanto “dadoras de vida”.

3- Enero, de Sara Gallardo

En Enero, escrita en la década del 50 y publicada originalmente en 1958, encontramos la presencia de una voz, la de Nefer, hija adolescente de un puestero rural que vivencia los rituales cotidianos desde un cuerpo que comienza a cambiar hacia las formas del embarazo. Narrada desde esa perspectiva femenina, Enero va a problematizar el amor romántico, una violación, un aborto fallido, el casamiento forzado como salida impuesta en una pequeña sociedad cristiana. Lo que evidencia la escritura de Enero, con su fuerte entramado de poder y clases, es que la decisión sobre la vida de una mujer explotada no está en sus manos.

4- Colinas como elefantes blancos, de Ernest Hemingway

Colinas como elefantes blancos es un cuento que transcurre en un lapso de 35 minutos y se lleva a cabo en la estación del tren. Dos personajes principales y uno secundario intervienen en el dialogo. El cuento desarrolla la conversaciòn de un hombre y una chica. El hombre busca persuadir, la mujer joven reclama silencio. Colinas como “elefantes blancos” es algo que ella repite mirando hacia el cielo de esa estación de tren mientras el hombre dice que en realidad sería una operación muy sencilla. Quedan cinco minutos para que llegue el tren.

5- Diarios, de Alejandra Pizarnik. 

Si consideramos a las dos poetas argentinas que suelen ser tomadas como primeras referencias de figuras femeninas, una tuvo un embarazo y una maternidad “de soltera” -Alfonsina- y la otra, un aborto en París -Alejandra. Para Pizarnik, la certeza del embarazo es la misma que la seguridad absoluta de no querer continuarlo. Segura y lúcida,  Alejandra decide abortar en París en 1966 y ese pasaje transitado por la vida de muchas mujeres queda registrado en su diario. En la edición del los Diarios completos, publicada en España a cargo de Ana Becciú, finalmente se incluye el aborto de Alejandra, ya que la mirada moralizante de ediciones anteriores lo excluyó y esos días y sus notas no aparecían.

En la entrada del 22 de septiembre de 1963 puede leerse: “Sí, estoy encinta. De pronto, la idea de no reaccionar con miedos y llantos. Hacer lo que se necesita hacer con extrema seguridad y lucidez”. Y el 28 de septiembre: “Y las voces lloran o se lamentan con un gran miedo antiguo, ya conocido por semejanzas increídas, la mañana se abre como un canto, te hieren, tiran de tí, te atenazan, tiran de ti, en plena noche de creación arrancan de ti, con las piernas abiertas piensas en árboles, en colores puros”. La experiencia de Alejandra de un aborto realizado sin anestesia, su narración del dolor inconmensurable y de la sordidez de esa práctica, es una de las tantas experiencias de mujeres que se ven obligadas a abortar en la clandestinidad.

6- Manifiesto de las 343

En abril de 1971 Le Nouvel Observateur publica el famoso, potente y corrosivo “Manifiesto de las 343” en donde se incluye la firma de 343 mujeres que relatan haber abortado y exigen la despenalización. Entre ellas hay nombres de grandes referentes culturales, Simone de Beauvoir, Marguerite Duras, Violette Leduc y Françoise Sagan. También del mundo del cine Agnès Varda, Jeanne Moreau y Delphine Seyrig.

La solicitada fue llamada de muchas formas: de las “343 putas”, de las “343 zorras”, de las “343 sinvergüenzas”. La incomodidad y los ataques marcan la importancia del texto. Fue el comienzo de una campaña pública de visibilización, problematización y lucha de las mujeres francesas. “De la misma manera que exigimos la contracepción libre, reclamamos también la libertad de abortar.” Reclamaban en sus movilizaciones. Esta lucha terminará en noviembre 1974, cuando la ministra de Sanidad Simone Veil, sobreviviente, suba al estrado en el Parlamento disculpándose “ante una Asamblea compuesta casi exclusivamente de varones”, y comience su alegato. Luego de tres días de debates, con los conocidos gritos de “asesina de bebés” y del lema “Francia construirá ataúdes en lugar de cunas”, la Asamblea Nacional aprueba el proyecto que hoy se conoce como Ley Veil.

7- Código Rosa: Relatos sobre abortos, de Dahiana Belfiori

“Socorro Rosa” comenzó en 2010 como un servicio de información y acompañamiento para mujeres que deseaban interrumpir su embarazo y se inspiraba en las acompañantes italianas denominadas socorristas. Esto implicó que por primera vez mujeres se autoorganizaran para acompañar y cuidar a otras en su decisión de abortar. En 2013 se conformó Socorristas en red, con activistas que arman estas redes de asistencia en distintos puntos del país para arrancar cuerpas gestantes del miedo y de la muerte.

Código Rosa, en la prosa bellísima de Belfiori, logra ficcionalizar las experiencias reales de esas mujeres y ponerlas en circulación. Relatos sobre una vivencia más en la vida de las mujeres: abortar, que incluyen miles de ambivalencias: la fortaleza de la que decide frente a la fragilidad de su cuerpo, la luminosidad del futuro posible frente a la clandestinidad de la práctica, el no hijo pero también la posibilidad futura de ese hijo, la capacidad de dar vida y el poder de no darla; en suma, decidir y hacerse de los medios materiales. Escribir es para Dahiana, con una mirada crítica y lúcida de sus propias prácticas, una forma más de intervenir como activista del feminismo poniendo la diversidad de experiencias al alcance de los ojos lectores.

8- Conservas, de Samantha Schweblin

Publicado por primera vez en 2009 en Pájaros en la boca, en esta narración la escritura fragmenta el tiempo en meses que parecen interminables y cargan la lectura de una angustia pegada al cuerpo. “Conservas” es un relato sobre la desolación y las ansiedades del no poder parar de comer, la espera sin fin mientras se producen los cambios corporales imparables y las frustraciones que generan las postergaciones al que debe someterse la protagonista más allá del acompañamiento de su pareja.  Es también un diálogo entre la posibilidad de la maternidad y la posibilidad de la no maternidad. Teresa, nombre que la pareja de protagonistas elige para su posible hija, se presenta como una posibilidad postergable.

La mujer en busca de su tratamiento pregunta al profesional de la salud por la seguridad, el hombre sonríe, se muestra confiable y dictamina un método para que todo vuelva a su orden anterior. En ese marco y más allá de la decisión de ambos, algo intranquilizador se conserva.

9- El curandero del amor, de Washington Cucurto

Washington Cucurto es el seudónimo con el que publica el escritor Santiago Vega. En su libros se cuestiona fuertemente el imaginario de la masculinidad, sobretodo de la heterosexual y blanca, y de los estereotipos de género, incluídos los roles de madres y padres. Continuando con lo que Cucurto denominó como realismo atolondrado, El curandero del amor se abre con una compra en la marginalidad de un bar de Constitución.  Le compré a un peruano un cd trucho de Los Mirlos, relata en primera el Cucu, y en ese hurgar por las montañas de ballenatos y cumbias, junto a la ticki cumbiantera y guevarista, surge del boca en boca  el comercio del Curandero del amor, como una promesa de fin a cualquier mal, incluso un embarazo no deseando.

En este viaje hacia un conventillo en lo más periférico de las prácticas sobre el cuerpo, transitado por una muchacha que estudia en Sociales y su amante casado y con varios hijos, Cucurto pone en escena la violencia sobre el cuerpo de la mujer.

-No estamos para tener un hijo.- Es la certeza de los amantes que lejos de cualquier corrección política mínima, dialogan charlas tan posibles como habituales:

–Y vos, nenita, ¿no te gustaría ser madre?

–Sí, curandero del amor, es lo que más deseo en la vida. Pero el Cucu me baja el pulgar.

–Ay, muchacho, andar poniéndola sin hacerse cargo de las consecuencias.

Practicado el aborto y en una lucha sin límites contra la sangría imparable de la chica, tres personajes y un cuartucho de conventillo alcanzan para evidenciar la fragilidad de los cuerpos clandestinizados y lo ridículo de la contingencia de morir, para ella.

10- El relato del décimo aborto no ha sido publicado todavía, quizás ni siquiera se escribió. Pueda que sea tu aborto, el de tu compañera, el de tu hermana, el de tu hija, el de tu amigue, el de la piba que consiguió misoprostol, el de tu vecina que murió en la oscuridad, el tuyo, el que nunca te animaste a contar o a escribir. Quizás la décima historia sobre interrupción voluntaria del embarazo sea el relato del primer aborto, que después de tantas décadas de visibilizar y luchar, pueda realizarse como cantan las bandadas de purpurina verde, uno hecho en cualquier hospital de la Argentina.

“¡La salvamos, pongan cumbia, carajo!”
(Washigton Cucurto: El curandero del amor)

Fuente: revista La Sonámbula

 

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