El 19 de abril de 1943 una organización integrada por jóvenes dispuestos a “no ir como ovejas al matadero” inició una sublevación armada contra la deportación de judíos varsovianos al campo de exterminio. Crónica de un gesto heroico y desesperado que se convirtió en el mayor acto de resistencia al Holocausto.

La fecha elegida por los jerarcas nazis que ocupaban la capital polaca desde 1939 parecía perfecta: la primera noche del Pesaj –la Pascua Judía– de 1943. Se suponía que los 60 mil sobrevivientes del gueto estarían celebrando el Seder, una cena ritual para recordar la liberación de la esclavitud en Egipto narrada en el libro de Éxodo del Antiguo Testamento. Una cena sin alimentos disponibles, claro.

Sería la ocasión en que una fuerza seleccionada de las SS con apoyo de blindados y lanzallamas cumpliera con la orden de la jefatura del Reich: terminar de desalojar esa reducida lonja de territorio urbano donde, tras la ocupación, unos 400 mil judíos polacos habían sido confinados a la espera de la “solución final”.

Pero contra todas las previsiones, el 19 de abril de 1943 –hace justo 80 años– estalló lo que se considera, sino el único, el mayor acto de resistencia al Holocausto en todo el curso de la Segunda Guerra Mundial.

El Levantamiento del Gueto de Varsovia fue organizado y protagonizado por un puñado de jóvenes nucleados en la Organización Judía de Combate (Zydowska Organizacja Bojowa, ZOB en polaco). Mantuvieron a raya a los exterminadores durante 28 días, hasta que agotaron sus arsenales de bombas caseras y de armas y municiones contrabandeados con ayuda de los partisanos del exterior.

Los comandaba un muchacho de sólo 23 años, Mordejai Anilewicz, militante de una de las organizaciones juveniles del sionismo socialista de aquellos años. Su consigna, escuchada antes en el gueto de Vilna –la capital lituana–, era simple: “No ir como ovejas al matadero”.

Mordejai Anilewic (arriba, der.), muerto a los 23, en sus años en la organización socialista Hashomer Hatzair.

Los bunkers de la resistencia, plantados en sótanos, cuartos secretos y túneles de las cloacas, fueron la tumba de la mayoría de ellos. La disparidad de recursos era enorme y la derrota, previsible. Pero el legado de ese gesto heroico y desesperado, superó la prueba del olvido.

La solución final

Aunque suene extraño, el exterminio masivo de los judíos no figuraba en los planes originales de los nazis. La prédica y la práctica sistemática del odio antisemita se limitaban en principio a echarlos de Alemania. Enviarlos a lejanas islas en el océano Índico o incluso a Palestina, donde el problema lo tendrían los ingleses que ocupaban ese territorio colonial.

La ecuación cambió con la ocupación de Polonia y Lituania, centros de las mayores colectividades de judíos europeos fuera de Rusia y Ucrania. Sólo en Polonia había tres millones. Comenzó a madurar así la idea de la “solución final”, implementada en 1942 con las cámaras de gas y los crematorios en los principales campos de concentración.

De los 400 guetos armados por la Alemania nazi en Europa, el de Varsovia fue el mayor. A diferencia de las clásicas juderías europeas, los barrios donde se agrupaban naturalmente personas que compartían idioma y tradiciones, el gueto era un sitio de confinamiento obligatorio, de apartheid. Allí debió mudarse el 30% de los habitantes de la capital polaca. Obligadamente, debían usar el brazalete blanco con la estrella de David amarilla cosido al saco, cosa de ser identificados si huían.

A ese minúsculo territorio cercado por muros de 3 metros de alto y alambres de púas fue obligado a trasladarse en 1940, el joven maestro e historiador Emanuel Ringelblum. Consciente de que el destino que les aguardaba no podía ser otro que la muerte, se propuso un objetivo preciso: armar un archivo que narrara la vida y los sufrimientos en el gueto. Para que nunca se olvidara.

Por ese entonces, los judíos de Varsovia ya se referían a su trágica condición con la palabra idish jurbn, que en el idioma mayoritario de los habitantes del gueto significa “destrucción”, luego convertida en sinónimo de Holocausto y en Shoá, al traducirse al hebreo.

La resistencia

En el verano de 1942, alrededor de 250.000 judíos fueron deportados de Varsovia al centro de exterminio de Treblinka.

Las informaciones sobre el destino final de los trasladados no tardaron en llegar y obligaron a decisiones rápidas. A fines de julio, con la confluencia de la mayoría de las organizaciones internas, quedó constituida la Organización Judía de Combate (ZOB) y el mando confiado a Anilewicz. En su primera proclama, llamó al pueblo judío a resistirse a ir a los vagones del ferrocarril.

La foto más icónica del gueto de la Varsovia ya tomada por los nazis.

Pero la resistencia del gueto no estaba preparada todavía para un levantamiento. Al concluir en setiembre la ola de deportaciones, la izquierdista ZOB buscó un acuerdo con la derechista Unión Militar Judía (ZZW), pero no lograron unificar fuerzas ni mando.

Siguiendo el modelo de otras resistencias en guetos, hicieron contacto con los partisanos del exterior para que los proveyeran de armas y explosivos. Obtuvieron el respaldo de la Armia Ludova (Guardia del Pueblo), manejada por los comunistas, mientras los derechistas se aprovisionaban por la Armia Krajova, vinculada a los militares polacos.

El 9 de enero de 1943, el jefe de las SS, Heinrich Himmler, ordenó la reanudación de las deportaciones para cumplir el sueño de Hitler: hacer de Varsovia una ciudad “aria” que sería rediseñada por urbanistas nazis.

Pero las tropas alemanas al mando del general de la SS Jüergen Stroop se encontraron con una novedad: la población no se presentaba para las deportaciones. Apenas entre 5 y 6 mil fueron capturados, y el 21 de enero un millar fueron fusilados en la plaza central del barrio como escarmiento. El jefe decidió la retirada para esperar refuerzos y planificar mejor la operación.

El levantamiento

La resistencia pasiva había detenido por primera vez una deportación masiva. Estimulados por la pequeña victoria, los milicianos del gueto se prepararon para el combate final.

En los hechos, tomaron el control del barrio o lo que quedaba de él. Se calcula que eran entre 600 y 700, con mediana instrucción militar y no todos armados, la mayoría con pistolas o revólveres, algunos fusiles y una ametralladora. Se dividieron en una veintena de grupos que denominaron compañías, agrupados por antiguas pertenencias políticas: bundistas (N del E: militantes del Bund, una organización judía de izquierda no sionista), comunistas, laboristas, religiosos.

Montaron guardias en las esquinas y puntos de acceso de las tropas nazis. Ejecutaron a los colaboracionistas. Organizaron tácticas de lucha callejeras y los corredores por los techos. Diseminaron los minúsculos arsenales llenos de cocteles molotov, granadas y bombas caseras hechas con latas de conservas rellenas con clavos y tuercas, de fulminante efectividad. Plantaron puestos de mando y un comando central en un sótano de la calle Mila 18.

Los derechistas eran medio millar, mejor pertrechados e instruidos, pero marginados de las operaciones centrales de la ZOB. Los lideraba un ex miembro del ejército polaco, Pawel Frenkel, partidario decidido de las autodefensas judías y creador del ZZW, quien murió en los combates.

El 19 de abril una fuerza nazi de 2.054 soldados y 36 oficiales, incluyendo a 821 granaderos de las Waffen-SS y 363 colaboracionistas de la Policía Azul polaca rodearon el gueto. Ingresaron con tanques, vehículos blindados, armas químicas, lanzallamas y artillería para el asalto.

Testamento

La población convocada tampoco se presentó y estallaron los primeros combates, furiosos. Los blindados fueron detenidos con barricadas y posiciones dentro de los edificios. Pero al tercer día los nazis comenzaron a incendiar el gueto para obligar a salir a los combatientes de sus escondites. La resistencia continuó de ese modo durante semanas.

“Desde hace tres días estamos en guerra de guerrillas”, escribió Anilewicz el 23 de abril, en su última carta. “Ahora es evidente que todo lo sucedido es mucho más grave de lo que anticipáramos”.

Se trataba de un verdadero parte de guerra. “Dos veces obligamos a los alemanes a replegarse, pero volvieron con más efectivos. Uno de nuestros grupos resistió minutos; otro peleó durante seis horas. La mina que plantamos en la zona de la fábrica de cepillos explotó. Luego atacamos a los alemanes y les infligimos ciertas pérdidas, mientras que las nuestras fueron reducidas. También esto es un logro”.

Y, a modo de testamento, escribió: “La última aspiración de mi vida se cumplió. La resistencia armada judía es un hecho. La autodefensa judía y la venganza judía son una realidad. Soy feliz y estoy satisfecho de haber sido uno de los primeros combatientes del gueto. ¿De dónde vendrá la salvación?”, se preguntó.

El 8 de mayo, el bunker del joven comandante fue capturado por los nazis con decenas de combatientes en su interior. Todos murieron. Con sus últimas balas, Anilewicz se suicidó junto a su novia, Mira Fuchrer, para evitar caer prisioneros.

Ocho días más tarde y después de un mes de lucha, los alemanes hicieron explotar la Gran Sinagoga de Varsovia de la calle Tlomacka, marcando así el fin del levantamiento y la destrucción del gueto.

En el informe a sus mandos, Stroop reportó 56.065 capturados, de los cuales 7 mil fueron derecho a las cámaras de gas de Treblinka y el resto a trabajos forzados en el campo de Majdanek; otra forma de morir.

Escribir la historia

Recordatorio del levantamiento. “Aquí descansan en el lugar de su muerte, como señal de que toda la tierra es su tumba”, escribió el poeta polaco Piotr Matywiecki.

Algunos de los combatientes de la resistencia lograron escapar del gueto, entre ellos el bundista Marek Edelman, que reemplazó a Anilewicz en el mando a la muerte de este y se unió a los grupos de resistencia que había en los bosques que rodean Varsovia. Luego de la guerra se recibió de médico, apoyó a Solidaritat y fue parlamentario. Nunca dejó Polonia.

También Ringenblum logró salir. Pero el gran cronista del gueto fue capturado y fusilado en 1944 en el nuevo levantamiento, esta vez de toda la ciudad, también derrotado. Su archivo, fraccionado en tres partes, quedó enterrado. Sólo cinco personas sabían su ubicación y, tras la guerra, dos de los sobrevivientes lograron ubicar dos partes. La tercera siguió ahí, bajo tierra.

¿Quién escribirá nuestra historia?, un largometraje documental estadounidense-polaco de 2019 dirigido por Roberta Grossman, da cuenta de ese archivo que, oculto en cajas de leche y latas enterradas con el mayor sigilo, sobrevivió a la tragedia. Contenía publicaciones del Consejo Judío (judenrat), edictos alemanes, periódicos clandestinos, afiches y hasta cartas personales.

Las filmaciones de aficionados conservaron voces y miradas de los habitantes. Historias como la de otra sobreviviente, Rachela Auerbach, la cocinera del comedor popular del gueto, donde el hambre mataba tanto como las pestes y los fusilamientos de escarmiento.

Un monolito de piedra tosca, con los nombres de los combatientes identificados, se alza hoy sobre el túmulo donde estaba el bunker del jefe del Levantamiento. Otra escultura en bronce los evoca. Una gran avenida recuerda a Anilewicz, y una plaza junto a su calle, a Edelman.

De la vieja ciudad no queda nada y menos aún del gueto. Apenas unas baldosas marcan sus contornos y extremos del sitio donde hace 80 años se luchó hasta morir por la dignidad humana.

FUENTE: elobservador.uy