Se puede ser feminista sin saberlo porque se empieza por la práctica. Eso hizo Milagro Sala, poner en pie de igualdad a los hombres y mujeres de la Tupac, poner límites a la violencia de género, en definitiva iniciar la aventura de un proyecto donde las diferencias no armaran un juego de poder.
Escribite algo para el 8M”. Claro que sí, cómo que no. Una tiene tanto para escribir… Pero una no quiere escribir en primera persona, porque una no cree que todas las mujeres sean todas las mujeres. No sería justo, porque una no abrió una copa de leche en el barrio, a una no la corrió la policía en una marcha de mujeres, una no militó más que en las sobremesas de amigos, una no se postuló nunca a nada ni trató de colarse en ninguna reunión de mandamases para hacer oír sus reivindicaciones. Y sobre todo: una está libre, en su casa, frente a una notebook y con una copa de vino a su izquierda, viendo qué escribir para conmemorar este 8M.
Entonces una se pregunta qué puede aportar a la reflexión general frente a otro 8 de marzo, y encuentra algo parecido a una respuesta cuando piensa en lo que siempre hizo, periodismo. Ese armado en torno del qué quién cuándo dónde cómo y (a veces) por qué, que tantas satisfacciones nos ha dado.
¿De qué hablamos cuando hablamos de feminismo? De mujeres que se reconocen, a sí mismas y entre ellas. Mujeres que a pesar de las diferencias en algún momento empezaron a vislumbrar lo común, lo repetido, y ya no pudieron mirar para otro lado. Porque ¿qué me une a mí, mujer de cincuentaitantos que vive en el extremo norte del país, con esa otra mujer que se quedó en la gran ciudad, tuvo un par de hijos y da clases en una escuela de Villa Devoto?
Pero no se trata de hablar de una. Y entonces una piensa en las mujeres que son feministas y no lo saben. Porque simplemente se ganan día a día el respeto, un espacio, el pan, el presente y el futuro. Sin saberlo.
Milagro Sala es quizás la menos feminista de las feministas. Porque no sabe que lo es. Y quizás es mejor que no se entere, aunque con tantas feministas a su alrededor ya debe haber pensado en que es hora de ponerse la camiseta.
Pero eso es ahora.
Antes, hace casi veinte años, cuando empezó a salir a la calle con sus compañeros de ATE; cuando un poco después se puso a organizar a las mujeres de los barrios para fortalecer las copas de leche y los comedores que espontáneamente habían proliferado en aquellos nefastos años noventa; cuando vio que estaba en el centro de algo que merecía un nombre y eligió el de Tupac Amaru… ni idea tenía de qué pingo era el feminismo, así, en tono bien jujeño.
Si le preguntamos, ella va a decir que no es feminista. Y lo bien que hace. Pero ella sabe (y nosotres también) que la Tupac fue pionera en darle un lugar protagónico a las mujeres. Porque cuando las tupaqueras empezaron a ganarse el sustento con su trabajo en la cooperativa se dieron cuenta de que no tenían razones para quedarse con ese varón, indiferente en el mejor de los casos, caprichoso como un niño pero con la fuerza de un orangután furioso en el peor. Porque cuando ese varón insistía, las otras tupaqueras venían en auxilio de la compañera y lo “hacían cagar” hasta que aprendiera.
No hay dudas; ella va a decir que no es feminista. Pero la Tupac también fue precursora en darles a las mujeres de la organización las mismas posibilidades que a los varones. Sin metáforas: ellas se calzaban la gorra bajo el sol para hacer los bloques con los que se construían las viviendas, y se ponían al frente de sus barrios y se constituían en conductoras de lo inevitable: la pelea colectiva por la supervivencia.
Milagro Sala fue además la primera presa política de la gestión de Gerardo Morales al frente de la gobernación de Jujuy. Habían pasado apenas 26 días de su asunción, y la india coya loca ya estaba presa.
A Milagro le siguieron Mirta Aizama, Gladys Díaz, Graciela López y Mirta ‘Shakira’ Guerrero. El devenir de los tiempos y el ensañamiento moralista hacia la Tupac Amaru vinieron a confirmar lo que muchos sospechaban, intuían e incluso sabían sin saberlo: que el tupaquerismo tenía cara de mujer.
No es que no hubiera hombres en la organización. Los hay y muy valiosos. Pero -hay que decirlo- son hombres que descubrieron su propia valía en el trabajo cotidiano, codo a codo, con las mujeres de la Tupac.
Como en muchas otras cosas, la experiencia tupaquera en Jujuy y la propia vida de Milagro Sala quizás sean, en parte, una inspiración. Mujeres feministas sin saberlo, varones compañeros sin contradicciones, todxs pensándose a sí mismxs como protagonistas de sus vidas y sus momentos históricos, codo a codo, construyendo algo nuevo, sin manuales, a pura vida, a puro trabajo, por prepotencia de supervivencia, volviéndose dueñxs de un futuro ni siquiera soñado.