Esta es una historia que incluye la fuga y la masacre de Trelew, contada por Celedonio Carrizo, un sobreviviente. Comienza mucho antes y no en el sur sino al norte del país, en Palpalá. Tiempos lejanos de las primeras experiencias armadas. Una historia que sigue dando que hablar y que hace apenas un mes dio una cuota exigua de justicia… desde Miami.
MONTEVIDEO. El cielo era grisáceo y el aire frío de agosto nos helaba la cara, pero no nos importaba la temperatura, ni el clima reinante en ese 22 de agosto de 1972, al grupo pequeño que partimos del patio del Liceo Bauzá rumbo a la embajada argentina. Avanzábamos por la avenida Agraciada. A pesar de que el palacio diplomático estaba pegado al edificio de la Región Militar N° 1, logramos llegar al frente enrejado y arrojar algunos volantes. No fue mucho el tiempo que duró la movida, no tardaron en llegar los carros de asalto y las “chanchitas” y hubo que correr, zafar, perderse. Agosto, era un mes ya hecho parte de la memoria rebelde, un 14 de este mes, pero de 1968, caía abatido por las balas policiales el estudiante Liber Arce. Un nombre, una consigna, era el grito estampado en los muros montevideanos. Liber Arce, fue baleado mientras participaba de una manifestación por el presupuesto universitario y en reclamo del boleto estudiantil. Era estudiante de la Facultad de Odontología. En adelante otros estudiantes serían asesinados en circunstancias similares: Hugo de los Santos, Susana Pintos, Heber Nieto, Julio Spósito, Íbero Gutiérrez, Santiago Rodríguez Muela, Joaquín Klüver, Ramón Peré, Walter Medina, Nibia Sabalsagaray.
El hecho y las muertes posteriores tenían un correlato político con lo que sucedía del otro lado del Río de la Plata, y con lo que llevaban adelante los gobiernos derechistas y dictatoriales en esta parte del continente, por el que se perseguía, asesinaba y exiliaba a opositores políticos. Un año después, Uruguay era gobernado por una dictadura cívico militar que disolvió el parlamento el 27 de junio de 1973 y como miles de uruguayos partí hacía Buenos Aires. El 21 de agosto de ese año llegué a la ciudad de la furia. Al día siguiente, a la tarde, con la compañera que me alojaba en casa de unos familiares suyos, durante esos días aciagos, nos fuimos a recorrer la avenida Corrientes. No bien llegamos a la esquina de Callao, una marcha del ERP-PRT nos cortó el paso y mientras mirábamos la misma, unas bombas incendiarias cayeron desde uno de los edificios pegados a Zivals, inmediatamente comenzó la represión a mansalva y la marcha se disolvió.
De manera azarosa, la masacre y sus derivados en la memoria y el tiempo, se hacían presente otra vez en mi vida. A la misma hora y en el cercano barrio de Villa Crespo, Montoneros realizaba un acto en la cancha de Atlanta, donde los oradores, entre ellos Mario Firmenich y Fernando Vaca Narvaja, recordaban a los Héroes de Trelew. La marcha y el acto separados de las dos organizaciones guerrilleras protagonistas de la fuga del penal, hablan de dos posiciones diferentes en cuanto a la caracterización del peronismo y del gobierno de Campora.
Celedonio Carrizo, uno de los pocos sobrevivientes de la fuga de Trelew, nos dice: “Yo no estuve en el acto, porque una vez que salimos en libertad el 25 de mayo del 73, todos los compañeros y compañeras volvimos a militar en nuestros territorios, así que yo volví a Jujuy, pero sí puedo decirte que la diferencia estaba establecida en que el ERP reconoció al gobierno de Campora, pero en comunicado aclararon que iban a continuar atacando al ejército opresor y nosotros, es decir, Montoneros, nos integramos al gobierno y además no considerábamos al ejército como nuestro enemigo principal, sino a los grupos económicos. Esa era la diferencia política y también estratégica”.
JUJUY. Celedonio Carrizo nació en Palpalá, una localidad cercana a San Salvador que hoy es una extensión urbanizada de la capital jujeña. Cincuenta años atrás, aún era un pueblo donde la mayor parte de la población trabajaba en Altos Hornos Zapla, el polo siderúrgico más importante de la Argentina en manos de Fabricaciones Militares. Es Celedonio Carrizo quien nos revela parte de esta historia –antes y después de Trelew- y la suya: “Yo nací en Jujuy hace 72 años y empecé a militar a los 15 con unos compañeros que estudiaban en Córdoba y en el verano volvían a Jujuy a pasar las fiestas con sus familias. Eran un poco más grandes que yo, pero nos conocíamos de chicos y yo andaba por ahí boludeando y me empezaron a integrar a una militancia que ellos tenían ahí, con compañeros del integralismo y toda esa cuestión universitaria. Ellos también tenían relación con Gustavo Rearte, que fue a Jujuy y nos organizó como una agrupación de la Juventud Revolucionaria Peronista y empezamos a trabajar como JRP”.
El relato sigue.
“Éramos una agrupación muy chica como todas las organizaciones de ese momento. Entonces, nos fuimos metiendo dentro del desarrollo que había en Fabricaciones Militares, porque ahí trabajaba la mayoría de la gente de San Salvador. Yo todavía no trabajaba, pero parte de mi familia si lo hacía en Zapla, ahí nos desarrollamos. Fabricaciones Militares era el polo siderúrgico más grande que había en la Argentina y se fue desarrollando cada vez más. En ese momento eran los militares los que conducían la fábrica, después se retiraron y les fueron dando paso a otros. Ese fue un poco el inicio. Después, con el desarrollo de la militancia comenzamos a tener relaciones con otras organizaciones de Salta, de Tucumán, todas agrupaciones chicas, periféricas de lo que fue la gran explosión de las organizaciones armadas. Teníamos más relación con los “Tacos”, pero no nos integramos a la FAP (Fuerzas Armadas Peronistas) pero si participamos en algunas cosas con ellos, en realidad les servíamos de base en algunas incursiones que hicieron en el territorio”.
Esta historia es nada menos que la del nacimiento de las primeras, endebles y embrionarias, organizaciones armadas.
“En ese momento estaba el Ejército Guerrillero del Pueblo, con Mascetti. Eso fracasó, se perdieron, no conocían el territorio, con algunos que después cayeron en cana había alguna relación, otros se murieron. Después, con las FAP, nos invitaron a participar en la experiencia de Taco Ralo, pero no participamos y algunos de ellos hicieron algunas incursiones en el territorio cerca de Santa Laura. A ellos los ayudamos a instalarse, pero les dijimos: Si en esta zona ustedes no tienen base, van al muere. Pero bueno, lo hicieron igual y cayeron en cana, ese es el inicio, Después caímos en cana en el año 70 durante la dictadura de Lanusse. Pero, sucedieron otras cosas, nació Montoneros, el 29 de mayo con el secuestro y la ejecución de Aramburu, Ahí muchos compañeros empezaron a mirar a esa agrupación como un símbolo importante, nosotros teníamos la posibilidad de hacer un enganche con ellos, pero no se dio. No se dio porque los compañeros iniciales de la JRP, que venían de Córdoba a fin de año, empezaron a estrechar los vínculos con agrupaciones de Salta y de Tucumán. Algunos de nosotros no queríamos esa relación, sí lo hicimos en un momento, pero reticentes a armar un frente con ellos. Lo armaron igual, pero nosotros caímos en cana en medio de esa discusión. Yo caigo después de La Calera, porque tuvimos que refugiar a algunos compañeros de Montoneros que vinieron de ahí. Y eso nos unificó más todavía, nos unió en la relación con algunos compañeros. Yo era chico todavía, en ese momento tenía 20 años”.
Aquí asoma el recuerdo de haber guardado a esos compañeros, de sacarlos fatigosamente por los cañaverales, hasta que se reencontraron con sus contactos y salieron del territorio.
CÁRCEL Y A TRELEW. Los días y las vidas en esos años, corrían y se vivían, no exentos de turbulencias. Si el camino elegido era el uso de la política para lograr los cambios necesarios que permitieran vivir en un mundo más justo, uno ya sabía que la persecución, la cárcel y la misma muerte, eran una posibilidad certera.
De eso nos habla Celedonio, en un bar de Almagro, donde compartimos la charla y un café.
“Yo caigo en cana en octubre del 70, después de La Calera y nos aplican la “Ley del Camarón” que acababan de hacerla para Montoneros, porque nos habían encontrado un montón de armamento, explosivos, toda una serie de cosas, que nos metieron directo al “Camarón” (N. del E: la referencia es por la cámara especial creada para reunir las causas relacionadas con el accionar guerrillero). Por esa razón nos trasladan a Tucumán, ahí estábamos a cargo de la Cámara Federal del Tribunal de Apelaciones de Tucumán, en el penal de Villa Urquiza. Ahí nos encontramos con otro grupo de compañeros que no conocíamos en ese momento. Pertenecían al ERP, habían “hecho” un banco con compañeros del peronismo revolucionario, algunos que venían de las FAP y otros que andaban por ahí. Eso nos significó una relación con el ERP, allí lo primero que hicimos fue un plan de fuga que se concretó el 6 de septiembre del 71. Escaparon algunos de los que estaban iniciando la ruptura con el bloque este del norte y algunos no participaron porque nos dijeron: Ustedes no van porque son muy chicos. Se escaparon 14 ó 15 compañeros, dos estaban en el FRP (Frente Revolucionario Peronista) y los otros en el ERP, entre ellos Ramón Rosa Giménez, Urteaga, Coco, Santillán, compañeros importantes en ese momento”.
La fuga fue ruidosa, también sangrienta.
“Eso nos valió que nos quedáramos adentro, porque el ataque fue violento, porque también salieron de adentro. Abrieron el portón con el peligro de una garrafa y a un compañero lo pusieron en el medio y no pudieron cerrar la puerta y ahí se inicia la fuga de Villa Urquiza. Fue violento porque hubo seis muertos. No nuestros, sino del servicio penitenciario. Se armó un tiroteo, nosotros nos fuimos para adelante, para ver si podíamos rajar alguno de los más chicos en medio del tiroteo, pero no teníamos fierros, no teníamos nada y pegamos la vuelta. Los compañeros tampoco tenían fierros, tenían alguna pistola que las manotearon cuando empezaron a reducir a los guardias. La fuga logró que a nosotros nos pusieran aislados, con lo cual quedamos más desprotegidos. Pensábamos que nos iban a matar a garrotazos a la noche, por suerte no lo hicieron porque intervino el ejército.
El ejército hizo algo que nosotros no lo preveíamos. Cuando entraron, dijimos: “Ahora sí que nos matan”. Pero no, más allá de los simulacros de fusilamientos y de desnudarnos. Pero, después a la mañana, nos dijeron que saliéramos otra vez y salimos. ¿Y qué pasó? Nos metieron en celulares y fuimos a parar al aeropuerto. Nos subieron a un avión militar y viajamos como cuatro horas. Íbamos recontra amarrados, entrelazadas las manos con otro compañero, un amarre con las manos opuestas, pero podíamos mirar un poco por la ventanilla y veíamos desierto, desierto, desierto. Nos preguntábamos dónde carajo nos llevan. Terminamos en el aeropuerto de Trelew y de ahí a Rawson que es cerquita. Esperamos a que llegaran otros aviones que venían de Córdoba y otros penales del interior y desde ahí a la Unidad 6, la cárcel de máxima seguridad.
Ahí sí, nos juntamos con compañeros de la FAP, Montoneros, ERP, de las FAR y nos fuimos reconociendo unos con otros. Armándonos en grupos, nosotros ya habíamos hecho la ruptura con la organización del norte y el Gallego Pujadas nos preguntaba qué pertenencia teníamos y nosotros le respondíamos que no pertenecíamos a ninguna organización, que estábamos abiertos de todo, pero que éramos peronistas. Entonces, nos incorporaron a ese espacio, pero no nos dejaron participar de ninguna reunión, hasta que llegó un compañero que habíamos refugiado nosotros. Cuando llegó nos reconoce y ahí El Gallego (MARIANO) Pujadas le dice: “¿Vos los conocés?”. Y este compañero le contesta: “Sí, son los que nos sacaron del territorio. Pujadas nos miró y nos dijo: Ustedes son unos boludos, porque no nos contaron eso”.
Tanto él, como yo, sonreímos al rememorar la situación.
TRELEW. Al poco tiempo de estar en el penal de Rawson, la única posibilidad certera de continuar la lucha, era fugarse. Más allá de las geografías ventajosas o no para tal propósito, la fuga, era el medio por el cual se volvía a la calle, a los territorios, al trabajo político y a la militancia. El penal de Rawson, con cientos de detenidos políticos no iba a quedar exento de esas determinaciones.
Le pregunto a Celedonio, cómo se fueron dando las cosas y con voz serena me responde: “Nosotros estábamos en uno de los grupos operativos, estos estaban numerados del 1 al 10, yo estaba en el grupo 4 que era responsable de tomar la parte central del penal, que comprendía la alcaidía, la iglesia, la cocina. Era grande el espacio pero no tenía tanto yuga dando vuelta, había muy poquitos. Los redujimos a todos, los atamos y se los entregamos a los compañeros responsables de custodiarlos y de sacarles los uniformes para ponérselos ellos. Fierros ahí no había, porque la guardia interna no porta armas. Nosotros nos movíamos, con las puntas que hacíamos con cualquier fierrito que encontrábamos en el patio. Todos teníamos una pistola, pero eran de utilería, las hacíamos de madera. No había fierros, que yo me acuerde había una sola pistola que usó el grupo 1 que, cuando se da la alerta que ya nos fugábamos, la lleva este grupo que eran las conducciones de las 3 organizaciones.
Yo lo vi a el Pelado Marcos (Osatinsky) con una pistola, pero no estoy seguro que fuera una réplica o de verdad. Ellos iniciaron eso, liberaron a las compañeras, liberaron a los compañeros y, contábamos con la colaboración de un guardia cárcel que ese día tenía que estar de turno, a él se lo reduce se lo lleva vestido… Es un compañero, yo digo compañero, porque pudo entrar pieza por pieza el fierro ese. Pudo entrar el uniforme que después lo usa el Vasco (Vaca Narvaja) como uniforme militar con otras partes que se hicieron. Este compañero iba al frente, gritando me tomaron, me redujeron y diciendo: “¡Ríndanse! ¡Ríndanse! ¡Están armados hasta los dientes!.
Así se fueron rindiendo todos, hasta que llegó el último retén, que es el último guardia que había. Que estaba con un FAL y este se resiste y ahí cae. La parte mía era llegar hasta la entrada, recogía un FAL que se lo llevaba a los compañeros que estaban en la enfermería, para apoyar a los compañeros que estaban tomando la torre de control. Estos compañeros que se vistieron de guardia cárceles, eran los que hacían el cambio de guardia y había que tener cuidado que ninguno de los que se iba a reemplazar se diera cuenta. Se hizo el cambio de guardia sin ningún problema. Yo entregué el FAL y volví a la sala de armas y ya estaba el Robi Santucho bajando todos los fierros. Con el bajamos todos los fierros, una cantidad impresionante de fierros. El resto fue un desastre, no entraron los camiones que tendrían que haber entrado, los compañeros se confundieron”.
La última frase: “Los compañeros se confundieron” es dicha por Celedonio, con una resignación expresada en la mirada y un pensamiento concluyente, de que aquello salió de esa manera y que todo se encaminaba a la tragedia.
DESPUÉS. Qué importara del después, dice la letra del tango. Pero en este lugar, como en tantos otros, el después tiene la importancia de una continuidad expresada en el continuo movimiento de la cinta de Moebius. Entonces, los interrogantes se suceden uno tras otro y es Celedonio quien rememora y responde cuando le pregunto:
-¿En qué consistió la confusión?
-Ya no tiene trascendencia, el compañero se equivocó, porque era un movimiento, una señal con un trapo, una sábana, que para un lado era entrá y para el otro era rajá. Nosotros siempre decíamos que nosotros teníamos más seguridad de salir que los compañeros de afuera, porque estábamos convencidos de que nos íbamos, pero los de afuera veían al penal como un lugar inexpugnable. Entonces, entra un solo compañero que es Carlitos Goldenberg, que estaba en un Falcon, no sé por qué se retrasó, creo que tuvo un problema de que no arrancaba y cuando dan la orden de partir, porque creen que se pudrió todo, logra hacerlo arrancar y se mete igual. Ahí el Pelado Marcos le pregunta por los camiones y le dice que los camiones se van y le vuelve a preguntar la razón de por qué se van. No sé –le responde Goldenberg- pero se van.
-¿Y vos por qué entraste?
-Por si me necesitaban. En el Falcon se va el grupo 1 y el grupo 2 y 3 que eran los que estaban en la torre de control. Logran irse y yo que estaba en el grupo 4 logro subirme a un auto pero faltaba un compañero, Alfredo Kohon, que bajaba de la torre. Entonces me bajo, porque no me correspondía a mí y La Vieja Kohon me da un abrazo -a mí correspondía el cuarto auto- y me dice: ¡Te cagué negro, te cagué! Y ahí nos quedamos reteniendo el penal toda la noche. Nosotros no entregamos el penal hasta que se leyó el comunicado del ejército en el que se hacía cargo de la integridad física y de la vida de los compañeros y que nos iban a reintegrar al penal, cosa que no se cumplió, porque después, en la mañana implantaron el toque de queda y el estado de sitio y ahí se perdieron todas las garantías. Por eso nosotros entregamos el penal y a los compañeros que se entregan en el aeropuerto, porque no pueden subir al avión porque se atrasa todo por cuestiones que pasaron en el medio, los llevan a la Base Aeronaval Almirante Zar. El avión ya estaba carreteando y los que iban arriba ya no pueden hacer nada, porque se pudrió todo. Pero después paran el carreteo, porque los compañeros que toman la torre de control, que estaban vestidos de militares y otros de civil, desde la torre les dicen a los del avión que lo paren porque hay una bomba, que hay muchos terroristas ahí. Los del avión pensaron se perdió todo y nosotros vamos en cana. Esa fue la manera de parar el avión, los compañeros corren, logran abrir la puerta. Ahí, al abrir la puerta, sale el Gallego Fernández Palmiero, con una azafata -eso yo no lo vi, lo cuentan los compañeros- y le apunta al primero que ve, que es el Vasco Vaca Narvaja, y ahí el Robi Santucho le grita: “¡Somos nosotros, Gallego!”. Ahí entran todos y le explican a los pasajeros, que se trató de un simulacro, creo que eso lo dice el Pelado Osatinsky. Ahí toman la cabina y a partir de eso, desde la torre el grupo que queda, le avisa a los del avión que ellos no quisieron que el avión esperara, porque la base está a dos kilómetros y podían poner un camión en la pista e impedir que volara. Con que se vayan ustedes está bien, por eso es que dan abajo, porque deciden no retrasar más el avión.
-¿Después de la fuga y los fusilamientos cómo fue la vida en el penal?
-Fue difícil, quedamos aislados cada uno en su celda. Al principio iban celda por celda sacándonos, llevándonos al baño, a algunos los cagaron a palos, a trompadas, les sacaron la ropa, les dieron ropa de preso. No podíamos hablar, no podíamos hacer nada, el verdugueo normal. Después fue la ida y venida de milicos por los pabellones. Alguno de nosotros pensaba: “Estos tipos quieren hacer algo con nosotros”. Teníamos una radio encanutada, creo que un compañero de la FAP la tenía, también los comunes tenían alguna radio y nos pasaban información con las manos, el lenguaje de los presos. Así se iban pasando los mensajes, hasta que el 22, después de la masacre, ahí explotamos todos, porque pasó una requisa, encontraron la radio, todo.
JUSTICIA. La ley es como el cuchillo, no corta al que la maneja, nos dice el Martín Fierro. Claro está que los dueños del poder, quienes manejan el poder real, suelen también obviar lo establecido por la ley y no cumplir los acuerdos. Los 16 masacrados en la Base Aeronaval Almirante Zar, se entregaron ante un juez federal, quien les garantizó el respeto de sus vidas y reintegrarlos al penal, cosa que no ocurrió. Casi 50 años pasaron para que el responsable de los crímenes fuera juzgado en un tribunal de Miami y sentenciado como culpable. Ya, al caer la tarde y narrada parte de la historia, le digo a Celedonio:
-Hace pocos días fue condenado en Miami el ex marino Roberto Bravo, responsable de la masacre. ¿Cómo tomaste el hecho de que se hiciera algo de justicia?
-Mirá, 40 días para que se juzgue a todos los responsables y no a Bravo en ese momento. 40 días llevó el juicio y volvimos todos a Buenos Aires, inclusive algunos de esos condenados venían en el mismo avión. Algunos se fueron a sus casas con prisión domiciliaria. No sé qué será de la vida de ellos, algunos se murieron, creo que el único que queda es un cabo. Está bien, que paguen. Pero al verdadero responsable, la marina, no se la juzgó. Hoy en día están liberando a muchos genocidas con condena por delitos de lesa humanidad y los benefician con prisión domiciliaria. ¿Qué es eso? No se modificó, el código penal. Muchos de los que tiene prisión domiciliaria salen a la calle y los que no lo hacen es porque no pueden caminar, porque son viejos. Bravo es una punta muy chiquita. Los familiares en el juicio de Miami, dijeron que si no lo podían condenar por delitos de lesa humanidad, vamos por un juicio civil. Bravo perdió, porque están todas las cosas en su contra, tiene todas las pruebas en su contra. Lo juzgaron, perdió y va a tener que pagar. Pero se abre la posibilidad de que lo extraditen a la Argentina. Aun hay que preguntarse si a un tipo que ha sido protegido por el ejército de los EE.UU. lo van a extraditar. Quizás pasen otros 30 años para que lo extraditen y Bravo ya se murió. Solo perdió un juicio civil. Tenemos una justicia que responde a los grupos del poder
Termina el encuentro. Afuera el viento arremolina las hojas, el tiempo, los lugares y los territorios, que van de una orilla a la otra, de las yungas jujeñas a la estepa patagónica. Y la lucha nunca cesa.