Mucha diversidad pero un solo combate: contra un patriarcado que tantas veces se viste de muerte. Pero la lucha no se opone a la alegría, se alimenta de ello. Por eso tanta creatividad, tantas formas de reclamar, decir y denunciar. Silencio nunca más.
Esto no empieza acá y, por supuesto, no termina. Es una marcha que comenzó muchos antes, propiciada por el encuentro: en las Asambleas Feministas para organizar el Cuarto Paro Internacional de Mujeres, pero también en otros espacios, en reuniones barriales, o en lugares de trabajo donde las trabajadoras pudieron juntarse y participar por fin como colectivo ¿Cuántas primeras banderas se estrenaron este #8M? La de las trabajadoras domésticas de Nordelta, por ejemplo, que tuvieron que participar con máscaras para no ser reconocidas por sus patrones. Esta es una marcha que venía con un murmullo, entre intercambios de whatsapp, en reuniones, en grupos de a cuatro, de a mil, de a cien. Una marcha que se palpitaba ya el día anterior, en esa charla en la que Rita Segato reunió a mil quinientas personas que fueron a la Universidad de San Martín sólo para escucharla. “A mí me interesa la horizontalidad”, dijo este jueves, entre otras cosas. La horizontalidad, quizá una palabra que permite pensar en estas formas que adquieren las marchas del 8 de marzo de la que participaron mujeres, lesbianas, travestis y trans.
Desde el Congreso hasta Plaza de Mayo, la larga avenida estuvo repleta. Daba hasta ternura ver un balde con 25 rosas rojas que no habían sido vendidas y que quedaban ahí, casi como un gag anacrónico. Desde Callao hasta llegar al inicio de la manifestación, se veía el despliegue de eso que ya va siendo parte del folclore de estas marchas: el glitter, que esta vez pudo brillar bajo el sol (pensemos en los fríos y las lluvias durante las manifestaciones a favor de la legalización del aborto el año pasado, aquellos días helados que no consiguieron ahuyentarnos de la calle), las banderas, los dibujos, los pañuelos verdes y violetas por doquier, esos carteles dibujados con esmero, como esa preciosa bola de cristal hecha en cartón que una chica levantaba en alto con una leyenda bien clara: “El futuro será feminista”. La idea de la bruja sobrevoló cada calle. “Somos las nietas de las brujas que no pudiste quemar”, se escuchaba desde el megáfono de uno de los camioncitos. Un potente aquelarre, algo de eso había, un aquelarre con baile y color.
Desde el 8M del año pasado a este de 2019 pasaron cosas. A partir de las movilizaciones a favor de la legalización del aborto, se armaron otros espacios. La ley no fue aprobada pero el tema quedó instalado en la sociedad, los pañuelos se multiplicaron y muchos grupos se consolidaron. Uno de ellos es el de Sororas de la Paternal, que se formó para las intervenciones callejeras en aquella vigilia y se transformó en un espacio de militancia. Gaby, que participa de esas asambleas, cuenta: “Somos un espacio en construcción. Nos unió la previa a la votación en el Senado de la ley de Aborto y a partir de esa experiencia seguimos sumando ideas, luchas, barrialidad. Es muy potente lo que estamos gestando porque es una grupa muy comprometida que está ahí conectada y atenta. Fue muy lindo salir del barrio y compartir la inmensidad de la marea verde entre las sororas”.
Las docentes también marcharon. Vienen de marcha en marcha, en realidad, porque el seis hubo otra manifestación multitudinaria para reclamar salarios dignos y escuelas seguras. Natalia Militi es maestra de primaria y dice: “participo de las marchas feministas porque vienen a cambiar paradigmas”. En un área donde el 90% son mujeres, cree que eso es primordial, y es desde la sindicalización donde ella apuesta a que se traten de cambiar esas cuestiones. La exigencia por la real implementación de la Educación Sexual Integral fue otro de los reclamos que aparecían a lo largo de la marcha.
Hubo intervenciones callejeras potentes. Una de ellas se vio en Diagonal Norte y Florida, donde un grupo de mujeres desnudas, envueltas en bolsas de plástico transparente, se transformó en mensaje para denunciar las violencias con las que el patriarcado disciplina los cuerpos. El cartel a su lado decía: “Cada vez somos más”. Y tenía razón: 102 femicidios en lo que va del año muestran que es cierto. La cifra crece. Otro cartel hacía su aporte en las paredes, más allá: “El Estado destina $11 por mujer para prevenir la violencia de género. $11 sale una bolsa de consorcio”. También hubo espacio para los rescates, las reivindicaciones. Un colectivo de escritoras poetas y ensayistas marchó con remeras intervenidas con nombres de mujeres que merecen ser visibilizadas: Sara Gallardo, Josefina Ludmer, Alejandra Pizarnik fueron remera junto a muchos nombres más. Y, claro, abundaron los carteles en los que se leía “Niñas, no madres”, en respuesta a la tortura que sufrió Lucía, la niña tucumana de once años violada por el novio de su abuela y obligada a gestar hasta tener una cesárea. Cada paso, cada avance, permitía repasar todas las múltiples formas en las que opera la violencia patriarcal. Y las respuestas que dan los feminismos: “El patriarcado me da patriarcadas”, por ejemplo. Desde lo micro hasta lo macro, todo se palpitaba allá. Si esa violencia opera en tantos niveles, ¿cómo no iba a ser la repuesta así de variada, caótica, múltiple, locuaz?
“Nuestro movimiento no tiene dueñe: es de les trabajadoras ocupades, desocupades, precarizades, piqueteres y de la economía popular; mujeres, travas, trans, lesbianas, putas, personas en situación de prostitución, personas no binaries, bisexuales, gordes, intersex, negres, originaries, sordes, ciegues, usuaries de sillas de ruedas y otras personas con discapacidad” decía el documento que se leyó en el escenario de Plaza de Mayo. Se denunció el recrudecimiento de la tortura, el avance del ajuste de la mano del macrismo. Se gritó: “¡al closet, al calabozo y al biologicismo no volvemos nunca más; aborto legal, seguro y gratuito; no al ajuste; no a las violencias; arriba las y les que luchan!”.
Fue una puesta en relieve de las luchas, los reclamos y los logros. Un modo de nombrar. Un día agitado, que mostró una vez más que el feminismo revive en las calles. Al final del día, a la vuelta, en el subte A explotado de gente, lleno de chicas jóvenes que todavía conservaban el glitter verde en los ojos, de mujeres más grandes que acompañaban y daban miradas emocionadas, un grupo de quinceañeras se separó. Dos bajaban en esa parada, dos se quedaban. En la despedida, resumieron todo. No se dijeron “chau”, se dijeron “Feliz lucha”, y esa frase esplendorosa quedó flotando en el vagón.
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