Hace cuatro años se reunieron la fundadora de Abuelas y un militante secuestrado por la dictadura. Una conversación en la que se habló de desaparecidos, ausentes, las complicidades de la Iglesia y un afán de lucha y justicia contra el que no puede ni la muerte.

No es lícito olvidar, no es lícito callar. Si nosotros callamos, ¿Quién hablará?              

Los hundidos y los salvados. Primo Levi.

Hace cuatro años, Orlando “Nano” Balbo y María Isabel “Chicha” Mariani se reunieron por primera y única vez. Nano, sobreviviente de la dictadura y Chicha, una de las doce fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo, rememoraron sus vidas truncadas por la muerte y la tortura y los caminos recorridos en la búsqueda implacable de memoria, verdad y justicia.

Él, discípulo de Paulo Freire, fue secuestrado el 24 de marzo del 76 por una patota comandada por Raúl Guglielminetti. Pasó seis meses en la cárcel de Neuquén y fue trasladado al penal de Rawson: sufrió golpes, picana y submarino seco. Quedó sordo a consecuencia de la tortura. Logró exiliarse en Italia y volvió al país con la naciente democracia. Ella transitaba sus días entre la docencia y la pintura con vocación desmedida. Casada con el destacado director de orquesta Enrique Mariani, tuvieron un único hijo, Daniel. Ese fatídico año, cuidó de su pequeña nieta hasta que un grupo de tareas la secuestró de la casa donde vivía junto a sus padres, militantes montoneros. Fue otro 24, pero de noviembre, cuando un brutal operativo atacó ferozmente una de las tres casas operativas de la organización en La Plata. Allí fue asesinada Diana Teruggi, mamá de Clara Anahí junto a cuatro integrantes del periódico Evita Montonera. Daniel, que había sobrevivido en la clandestinidad, fue acribillado meses más tarde, el 1 de agosto de 1977.

Nano se acercó a Chicha por primera vez, el 24 de noviembre de 2014, en el 38° aniversario del brutal ataque a la casa de los conejos. En un brevísimo saludo, ante una abuela rodeada de cámaras y abrazos, le adelantó que no dejaría de visitarla: quería contarle la emotiva experiencia vivida junto a su marido Enrico Mariani. Días más tarde, ella lo recibiría en su casa, con la calidez propia de esta abuela “nido y tibieza”. Compartieron emociones y recuerdos e intercambiaron libros. Él le obsequió Un maestro, la historia de su vida narrada por Guillermo Saccomanno y ella algunos ejemplares de la Muestra de Clara Anahí Mariani, histórico ejemplar editado por el Instituto Espacio para la Memoria.

Nano recordó sus primeros tiempos de (des)exilio.

-Cuando volví del exilio, me costó mucho reencontrarme. Mis amigos querían convencerme de que debía mirar hacia adelante, proyectar el futuro. Me sentí mal: yo había guardado cosas horribles en mi memoria para que la gente las conozca y ustedes quieren que las sepulte, pensé. Era legitimar el olvido. Por eso acepté la propuesta de (monseñor) de Nevares y me fui a un paraje en la cordillera a alfabetizar a una comunidad mapuche. El titubeo propio de algunos organismos de derechos humanos, que trataron de edulcorar para la clase media la historia de sus hijos, víctimas de la represión, desdibujaba la propia historia de la militancia y ayudó a que se profundice la teoría de los dos demonios. Narraron una historia en la que todos eran santos inocentes. No; ellos estaban convencidos de pertenecer a un grupo armado. Ahora, eso no les negaba la posibilidad de un juicio justo. Yo no integré nunca Montoneros porque no quise, por distintos motivos, pero quienes estábamos cerca sabíamos en qué estaban los muchachos. No nos podíamos hacer los distraídos. En cambio,  usted, no. Siempre habló desde la verdad y eso fue distintivo. Había un proyecto político y se bancaba. Yo creo que, como generación nosotros fracasamos y quiero hacer una diferencia entre el fracaso y la derrota: del fracaso si aprendemos, volvemos.

Yo creo que no fracasaron, responde Chicha. Me acuerdo un día en la cocina de mi casa, acá a tres cuadras. Charlábamos con mi hijo, y yo lloraba. Estaban matando a muchos alumnos de mi colegio y sufría por cada uno de ellos como si fuera mío. Hablando con él, le digo ¿pero adónde van? Los van a matar a todos, no va a servir para nada esta lucha de ustedes. Y él me dijo; mirá mamá, si tenemos que morir un montón, moriremos. Pero esto va a tener su resultado un día: la gente va a saber defenderse. Siempre me acordé de eso: estaba tan convencido que estaban marcando un camino, y haciendo algo. Otra vez íbamos al Liceo, me llevaba en su camioneta, esa que está en la casa Mariani Teruggi. Cada vez que podía, me decía “Mamá, tengo un ratito, te paso a buscar y te llevo donde vayas”. A mí me daba vergüenza subir a esa camioneta, toda destartalada, haciendo ruido por la calle, íbamos por la 47 y me dejaba en la esquina del Liceo. Yo volvía a la carga, ponía toda la oposición del mundo: te van a matar, los van a matar a todos. Yo no te di la vida para esto. De repente frenó al llegar a diagonal 80 y me miró fijo. ¿Me diste o me prestaste la vida? Pensalo, mamá. Ahí me callé y muy poco tiempo después fue la destrucción de ellos. Tenían esa firmeza, estaban convencidos de que, aunque ellos no estuvieran, estarían otros que iban a seguir su camino. Eso no me consoló mucho. Ha sido una vida de sufrimiento muy grande, con la tortura que nos impusieron a todos. Esperar y buscar y buscar y buscar por todos lados y no encontrar respuestas.

La secretaria interrumpió la charla: no lograba dar con unos papeles de Clara Anahí. Chicha le dijo que estaban en la biblioteca. Pero hay bibliotecas por toda la casa. Chicha se levantó a buscarlos y sólo demoró unos instantes. En esa casa museo, laberinto de estanterías, muebles y paredes cargados de carpetas, archivos y material fotográfico, ella encontraba todo.

– Nano: usted mantiene una lucidez y una fortaleza que le permiten seguir al mando absolutamente de todo…

-Chicha: siempre he estado trabajando, toda mi vida y nunca me aburrí: siempre estuve haciendo algo, creo que de ahí saco la fuerza para estar en todo. Cualquier día a cualquier hora, desde chiquita. Aprendí a coser, cosiéndole a la muñeca la ropa, siempre me mantuve ocupada. Me parece que es eso lo que me mantuvo la lucidez hasta ahora. La niñez en el campo también es muy importante. Y la vida, como me educaron. Vivíamos en las afueras de la ciudad, en San Rafael, Mendoza. Papá había comprado un sulky y todos los domingos y feriados nos llevaba a las montañas o al río. Hasta mis doce años hacíamos pic-nic los cuatro: mi mamá, papá, mi hermanito y yo. Y ellos se quedaban charlando, vivieron sesenta años charlando juntos: nunca los vimos discutir. Lo habrán hecho, seguro, pero nosotros nunca vimos una discusión entre mis padres, nunca un problema que nos afectara. Y nos largaban ahí en la montaña y se quedaban con el sulky debajo de unos álamos mientras salíamos a mirar pájaros –teníamos prohibido tocarlos-, juntar piedras, flores y plantas, coleccionábamos las piedras más lindas. Al río Diamante nos llevaban a pescar sin anzuelo, con lombrices. Nos ponían a mí debajo de un sauce, a mi hermano, cincuenta metros más allá, y ellos un poco más alejados. Yo no sé si pescaban o charlaban, nada más. Decían que lo hacían para enseñarnos a saber estar solos y enseñarnos a pensar. Todas las enseñanzas de mi padre me marcaron muchísimo. Esa infancia tan sana es lo que me ha impedido volverme loca, después de toda la barbarie que he tenido que aguantar.

En 2014, la iglesia anunció que abriría los archivos sobre la última dictadura militar, documentos que aportarían datos para esclarecer distintas causas, entre ellas, el caso Clara Anahí. Chicha repetía que nada podía esperar del papa Bergoglio. No olvidaba el rechazo de la iglesia a la causa de su nieta y la complicidad explícita de vastos sectores del catolicismo con la sangrienta dictadura cívico militar. Durante años, aún con la certeza de no ser escuchada, fue de las pocas que insistió en exigir la apertura de los archivos del Vaticano.

-Nano: yo coincido con usted en su pensamiento: el Vaticano sabe todo.

-Chicha: sí. El ministro de Defensa repartió actas y me trajo copias. En una de ellas, creo que el tomo III, explica y figura que todas las acciones las ponían en conocimiento de la iglesia. Así que ahí ellos mismos lo confesaron.

-Nano: a través de los capellanes del Ejército ellos sabían todo.

-Chicha: todo, sí, todo. Todo lo demás es mentira.

-Nano: cuando entré a trabajar al Vaticano me tomaron a prueba por un mes. Me dijeron que iban a investigar quien era yo porque tenían dudas. Pensé: listo, nunca más. Pero me llamó el director del museo. Tenía una carpeta y quería hacerme unas preguntas. ¿Peronismo no es fascismo? ¿Qué quiere decir montonero? Ésas eran las preguntas. Pedí ver mi carpeta informativa, por supuesto que no me dejaron y pregunté si lo habían sacado de los servicios secretos del Vaticano. No, Orlando, existe mucha ficción en torno a eso, me dijeron. Yo estoy convencido de que ahí está toda la información. Que la den, tengo mis dudas, pero hay que peleársela. Lo poco que le arranquemos será siempre un paso adelante. Y si Bergoglio quiere ser coherente con lo que afirma, que lo diga. Ahora tiene posibilidades.

-Chicha: yo estuve dieciocho veces en el Vaticano y llevé catorce carpetas con toda la documentación de los chicos. Pedía por mi nieta y por todos los nietos que nos faltaban. Era presidenta de Abuelas así que viajaba, acompañada de alguna otra abuela. Siempre aporté información. Dieciocho veces llevé documentación al Vaticano, así que, ¿qué puedo esperar yo?

Un concierto por los desaparecidos

En julio del 83, patrocinado por la junta capitolina y organizado por familiares de italianos desaparecidos, Enrique Mariani dirigió un histórico concierto en la plaza del Campidoglio, Roma. Nano estuvo allí.

-Nano: todo surgió por una idea de Fernando Birri (cineasta, director y actor, considerado uno de los padres del nuevo cine latinoamericano). Debe haber sido un 9 de julio porque recuerdo que era verano. El Campidoglio, una plaza diseñada por Miguel Ángel tiene una acústica muy particular. No sabíamos si los músicos querrían tocar ahí, se arriesgaban a sonar mal. Enrico habló con ellos. Era un tipo optimista, siempre con alguna humorada, tengo un muy buen recuerdo suyo. Un funcionario de la ópera de Roma aceptó el traslado de la orquesta y los instrumentos. Era una locura pensar en organizar semejante movida en una semana. Tomábamos un café y pensamos: ¿Y si no viene nadie? No importa, dijo su marido, yo toco para ustedes, para los que están acá, para los exiliados.

-Chicha: eso nunca lo supe, me enteré del concierto en Venezuela, en la primera reunión de FEDEFAM (Federación Latinoamericana de Asociaciones de Familiares de Detenidos Desaparecidos) que se hizo. Vino alguien de Italia, con un afiche grande, rojo, con la cara de Clara Anahí. Ése había sido el concierto. Le pregunté luego a Pepe y me contó, pero sin ahondar en detalles. Hacía tantas cosas, era un hacedor.

-Nano: exacto. El afiche era rojo porque lo había hecho la comuna, que era comunista. Tenía cruzado el escudo SPQR que significa “que el senado salve al pueblo romano”. Recuerdo que en un periódico italiano poco tiempo después del concierto, Birri escribió: “Nosotros, tres generaciones de argentinos exiliados, resistentes, re existentes, bailamos con pies dolidos pero limpios y dignos el tango de la resurrección bajo el ombú del Campidoglio”. Y yo me pregunté si había un ombú. Y sí: hay un ombú. Enrico se había parado casi debajo del árbol. Era otra persona mientras dirigía. Se transformaba: parecía increíble saber que era el mismo que había estado en los detalles menores, acomodando las sillas. ¡Qué director va a hacer eso! El concierto fue un éxito: lo retrasaron un poco porque la plaza se llenó y seguía llegando gente. Birri ofició de maestro de ceremonia y hubo un silencio atronador. Luego, la ovación.

La charla fue interrumpida pero esta vez, porque Chicha debía descansar. Cuídese mucho, por favor, le pidió Nano al despedirla. Se abrazaron y prometieron volver a verse.

El 20 de agosto pasado, cuando se supo de su partida, esta cronista avisó a Balbo el fallecimiento de la abuela nido y tibieza. ¡La puta madre! se oyó del otro lado. Luego, el silencio y la orfandad que abrumó a medio país.

Epílogo: aquel encuentro fue un shock muy grande para mí. Chicha Mariani era un referente obligado, de conducta, de ética. Había conocido su historia en Italia, durante mi exilio, participé en algunos actos allá pidiendo por Clara Anahí. Entrar en su casa, que es prácticamente un gran museo, tan vívida de recuerdos, de una presencia que inhibe un poco, fue muy fuerte. Pero a poco andar, su dulzura, su buena predisposición, su humor me hicieron sentir como si estuviera reencontrando a una vieja amiga a quien conociera de toda la vida.

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