Una nueva nota de la serie de la investigadora Carola Ochoa sobre los rugbiers víctimas del terrorismo de Estado. Hoy recordamos a Enrique “Henry” Rodolfo Barry Ronald, de 24 años. Creador del Movimiento Estudiantil Renovador (MER). Rugbier de Club Pucará. Fue secuestrado el 22 de octubre de 1976 en Bernal.
Enrique “Henry” Rodolfo Barry Ronald nació el 25 de abril de 1948. También le decían “Pingüino”. Era el tercer hijo varón de Alfredo Matias Barry y Thelma Ronald. Hermano de Juan Alex Barry, víctima de la Operación Cóndor en Uruguay (ver su registro en Socompa).
Ambos fueron criados en el seno de una casa de clase media acomodada de Adrogué, de ascendencia británica. Arturo Barry era un abogado fuertemente antiperonista y la madre, ama de casa, fue voluntaria a la causa de los Aliados en la Segunda Guerra Mundial.
Henry jugaba de wing en Club Pucará. Cursó sus estudios formales en el Colegio San Patricio, en el Colegio San Jorge y en el Nacional.
Su padre llamaba a sus tres hijos (Enrique era el menor) por sus nombres en inglés: “George” a Jorge, “Alexander” a Alejandro y “Henry” a Enrique. La menor era Jeannette. El doctor Barry les inculcó a sus hijos la libertad en sus convicciones y pensamiento político.
La militancia
Enrique siguió los pasos de Juan Alejandro y juntos empezaron a participar políticamente muy jóvenes en el colegio, evidenciando su compromiso. Enrique creó el Movimiento Estudiantil Renovador (MER) con tan sólo 17 años mientras cursaba el Bachillerato. Su fin era una Educación Igualitaria e Inclusiva y la lucha por el Boleto Estudiantil Gratuito.
Ana Maria Papiol (Talita) recuerda de ese Adrogué que ya no existe más, que cuando cursaban 4º año de Bachillerato en el Nacional, fundaron el Movimiento Estudiantil Renovador (MER), con el fin de replantear la disciplina de la escuela, sacar los celadores, la formación al entrar, el canto a la bandera y dedicarse más al estudio de las revoluciones rusa, mexicana y cubana.
Henry se casó muy joven y tuvo a su primer hijo, Juan Bautista. Al poco tiempo se separó. Un par de años más tarde, conoció a Luján Susana Papic, una jovencita que participaba en las reuniones de la JP. Se casaron y vivieron en calle Brasil 402, entre Estanislao del Campo y Caseros, Berazategui. Enrique se proletarizó y, congruente con sus convicciones, rechazó el bienestar y muy buen sueldo en la empresa familiar, para trabajar como un simple obrero en una fábrica textil. Al poco tiempo se convirtió en delegado de los trabajadores, sus compañeros. El 1 de julio de 1975 nació Agustín.
El secuestro
El 22 de octubre de 1976, un grupo de tareas secuestró a Enrique en la vía pública (Montevideo, entre Calchaquí y Dardo Rocha, Bernal, provincia de Bs. As.). Susana no tuvo otro remedio que huir con su hijito para salvar su vida. Atemorizada, sin dinero y nadie que la ayudará, dormía en los bancos de las plazas (se la vio en Plaza Miserere), en estaciones de trenes, todo para no dejar que los militares los mataran. Sin comer y muy cansada, fue detenida finalmente.
Los secuestradores dejaron a Agustín en las escalinatas de Casa Cuna. Al descubrirlo, las empleadas lo cobijaron hasta que su abuela, quien lo buscó desde el principio, lo encontró allí y lo crío hasta su muerte, diez años después. Una vecina de ella, Estela, lo adoptó y lo llevó consigo y su marido a Suecia, donde Agustín vive actualmente. Enrique y Susana continúan Desaparecidos. Los familiares de Enrique publicaron en un obituario a raíz de un nuevo aniversario de su desaparición: “Henry, estás presente todos los días, con tu alegría, con tu coraje, con tus ideales. No han podido ni podrán callar tus sueños. Seguís luchando por una Patria Justa, Libre y Soberana”.
Mi padre Henry
Juan Bautista es psicólogo y vive en Neuquén. Sólo por relatos pudo construir la memoria personal de su padre, Henry Barry.
Cuando aún era un niño acaeció el secuestro de su padre. El 9 de noviembre de 2019, en el marco del 4° Torneo Nacional Homenaje a los Rugbiers Desaparecidos- Bariloche 2019, su voz pausada y tranquila, tomó protagonismo en el Complejo Universitario Filial UNCo Bariloche.
“Siento un gran orgullo de llevar su sangre. Fué un hombre de fuertes convicciones. Con la edad temprana de su desaparición dejó un gran legado, la lucha por la igualdad y la Justicia Social. Estos espacios de memoria son importantes para emular su compromiso a pesar de todo, con solidaridad por los demas.”.
Una semblanza
Palabras de su amigo Guillermo Alonso del 25 de abril de 2018:
“En quinto grado en el Colegio San Patricio éramos doce alumnos: ocho varones y cuatro mujeres. Ahí conocí a Henry,
“Henry lo fue para toda la vida. Los dos teníamos dos hermanos varones y una mujer pero mientras en mi casa yo era el mayor, Henry era el tercero detrás de dos varones a quienes quería emular constantemente.
“Antes de terminar ese primer año en el Sampa los padres de Henry se presentaron en mi casa y les pidieron autorización a mis padres para llevarme de vacaciones a Villa Gesell. Ellos vivirían en su casa, ‘La Catedral’, y nosotros lo haríamos en carpas armadas en terrenos linderos. Cada uno de los hermanos invitaba a un amigo: George a Carlos Eduardo, John Alex a Marcelo y Jeannette a Mariana. Ese compartir el campamento con chicos mayores –estaban también los primos de Ranelagh de 14 y 15 años- fueron para mis diez años una fuerte experiencia de vida: aprendí a cocinar, a pescar, a buscar almejas, a robar carteles de las inmobiliarias para mejorar las instalaciones del campamento, a colarme en los bailes de Pipach o La Redonda, donde si no tenías 13 no podías entrar, a fumar mi primer cigarrillo, a pasarme toda la noche en vela y dormir en la carpa después de un opíparo desayuno con leche chocolatada y medialunas. Y todo con Henry al lado. Como amigo, como compinche, como todo. Contándonos nuestros sueños y nuestras ilusiones. En ese primer campamento –lo repetiríamos varios veranos consecutivos- nació esa amistad que más que amistad yo la llamaría hermandad.
“Al año siguiente los de sexto –Henry y yo estábamos en quinto- decidieron organizar el equipo de rugby del Colegio para enfrentar al clásico rival, el San Miguel. Como éramos muy chicos –de físico y edad- a Henry y a mi no nos tuvieron en cuenta hasta que se dieron cuenta que eran tan pocos que nos necesitaban para llegar a quince. Fueron nuestros primeros pasos en el rugby y al año siguiente ya jugábamos en Pucará, en una sexta división en la que confluían cuatro camadas y que perdía casi todos los partidos por amplias goleadas. La primera vez que ganamos fue el mismo día que la primera de Pucará enfrentaba a Francia en la cancha de Maldonado del Club Gimnasia y Esgrima. Esa mañana fuimos a Carupá, al Colegio Manuel Belgrano y ganamos por primera vez aunque con una pequeña trampa: jugaron Carlos Eduardo y George que tenían edad de quinta. Fue tanta la emoción por el triunfo que para festejar, Piojolito se tiró de cabeza al barro.
“De ahí fuimos a ver a la Primera. Nunca la habíamos visto jugar y nos emocionó cuando al finalizar el primer tiempo le ganaba a Francia por 9 a 3. Después las deslealtades de los franceses (trompadas y tackles a destiempo) dieron vuelta el resultado. Me queda el recuerdo de los cantos y de nuestras quince camisetas rojas atadas manga con manga a lo largo de la tribuna popular que da al terraplén del ferrocarril Mitre.
“Antes de que terminara el año escolar, compartimos con Henry nuestra primera amonestación grave. Incluso pensamos que nos echarían del Colegio. La ley 1420 dividió al país entre los que querían una educación laica y gratuita y los que la querían libre, con posibilidades de que incluyera enseñanza religiosa. George y John Alex, los hermanos de Henry ya estaban en el Nacional de Adrogué y para apoyar a “la laica” tomaron el Colegio durante un par de semanas. Nuestro apoyo logístico era colarnos todas las noches por el gallinero del portero y llevar canastas de frutas a los atrincherados. También nos ocupamos de escribir Laica en todas las paredes y zócalos del San Patricio. Chana, la directora llamó a nuestros padres y frente a ellos nos dijo que no nos echaba por consideración a ellos pero que quedábamos en capilla hasta que egresáramos.
“Después de aprobar el examen de ingreso al Nacional de Adrogué, mi padre logró que Henry y yo estuviésemos en la misma división, Primero Primera. El estar juntos nos sirvió para asumir una realidad totalmente distinta de la que veníamos. De dieciséis compañeros que terminamos juntos en el San Patricio, pasamos a una de las ocho divisiones de más de cuarenta alumnos cada una que tenía el Nacional. Además la morfología de los alumnos era totalmente diferente. En el San Patricio vivíamos todos a no más de cuatro o cinco cuadras del colegio. Acá teníamos compañeros de Lanús, de San Vicente, de Temperley, de Calzada. Mi viejo, el de Henry y el de la mayoría de los alumnos del San Patricio, eran profesionales. En el Nacional nos encontramos con una gran mayoría de hijos de inmigrantes o de “laburadores” que buscaban –y muchos de ellos lo lograron- el primer título profesional de su familia. Era una época de gran integración social y un Colegio con excelentes profesores que enseñaban a estudiar.
“Ya jugábamos en la quinta de Pucará, que si bien había mejorado con relación a la sexta del año anterior, perdía más de lo que ganaba. Yo alternaba de hooker, medio scrum o apertura. Henry era un ala tackleador pero con muy mal manejo de pelota: era el rey del knock on. Empezamos a salir con chicas, a invitarlas al cine y buscar el beso en la oscuridad de la última fila. También a leer y discutir a nuestros primeros héroes literarios: Camus, Sartre, Curzio Malaparte, Sábato, Nicolás Guillén. Adoramos y devoramos a Herman Hesse.
“La temprana muerte de mi madre cuando yo tenía catorce años y ella sólo treinta y ocho hizo que la casa de Henry fuera casi mi segundo hogar. Ya no sólo era el mes en Villa Gesell, muchos días de la semana almorzaba y cenaba allí, mientras estudiábamos, leíamos o escuchábamos música (¡Que grandes Los Beatles!).
“Henry repitió tercer año y ya no volvimos a estudiar juntos hasta unos años después que coincidimos en el ingreso a la Facultad de Derecho. Yo había aprovechado la “Noche de los Bastones Largos” para dejar la carrera de Licenciatura en Matemáticas que es el día de hoy que no se porque inicié. Estaba de novio y alternaba en Pucará entre la Reserva y la Primera y Henry había abandonado el rugby por completo, y se dedicaba casi tiempo completo a cortejar mujeres con el Torino del padre. A veces íbamos a Mar del Plata a cuidar a los hijos de George o nos convocábamos para ver alguna película prohibida por el régimen de Onganía como “La Hora de los Hornos”.Junto a su hermano John Alex armamos una sociedad para realizar trámites judiciales, aprovechando los contactos de su padre y los que yo conseguía como cadete en otro estudio. Pasamos de ser amigos a ser amigos y socios. Ambos nos casamos y tuvimos hijos. Nos veíamos menos pero nuestra amistad seguía firme.
“La vuelta a la democracia en 1973 nos encontró festejando el triunfo del Tío Cámpora en Plaza de Mayo. Mi mujer y yo nos volvimos al anochecer. John Alex y Henry siguieron para Devoto para exigir la amnistía de los presos políticos. La política nos separó: mientras yo seguí con mi trabajo –dejamos de ser socios-, mi familia y mi rugby, los hermanos profundizaron su compromiso. Henry ya se había separado de su primera mujer y encontró en Susana a su compañera ideal para la militancia. Pasaron a la clandestinidad.
“Un día, después de mucho tiempo sin verlo, nos encontramos en Adrogué y me contó –yo ya lo sabía- que le habían allanado y confiscado la casa. No lo vi más. Lo detuvieron junto a su mujer y más adelante los dinamitaron en Campo de Mayo”.
Alejandrina, su sobrina
“Mi tío Enrique Barry fue una de las tantas víctimas del obispo militar Emilio Teodoro Graselli. Sabía de su paradero y presenció las terribles sesiones de tortura.
“Fue secuestrado en los primeros meses del golpe, mientras desarrollaba su militancia sindical y política en una fábrica de zona sur. Meses después desapareció su compañera de militancia Susana Papic, quien militó con mi mamá en la formación del sindicato docente de Almirante Brown. Hoy continúa desaparecido y en todos estos años no hemos sabido nada de su destino. Solo unos testigos que nos contaron que sufrió brutales torturas.
“Henry tenía tan solo 24 años cuando fue secuestrado: todos sus amigos que pude conocer me han trasmitido la gran admiración que sentían por él, por su absoluta entrega a la militancia, con unas enormes convicciones. Junto con mis viejos, siempre ha sido y será un orgullo para mí, parte de mi vida, de mi historia, que me llevó a militar. Por eso nunca voy a dejar de pelear por él, por saber qué pasó y por la cárcel para los que lo asesinaron y los que fueron cómplices directos, como este personaje siniestro.
“Las últimas palabras a la familia, en su búsqueda desesperada, fueron del propio vicario castrense Graselli: ‘Enrique Rodolfo Barry fue fusilado’.
“Como tantos otros familiares se acercaron a él, para que los ayudara a saber su destino; comprobaron que su destino lo sabía perfectamente y que su intención nunca fue ayudar a la familia para que el aparezca con vida, sino obtener más datos sobre su militancia y que la verdadera ayuda era directa hacia los militares que lo tenían secuestrado.
“En el año 1984 miembros de mi familia, presentaron ante la Conadep la denuncia contra el vicario Castrense por ser cómplice en la desaparición. Tras haberse reunido con él, como tantos otros para tratar de que lo ayudara y fueron descubriendo que era un cómplice, que sabía perfectamente dónde estaba y que incluso había presenciado las torturas realizadas en un centro clandestino de detención. Como cita en el libro “ Iglesia y dictadura” de Emilio Mignone, como pruebas del rol de Graselli tomadas del testimonio Conadep: “El encargado de dar información en la Capilla de Stella Maris era un sacerdote (monseñor Graselli) quien dijo que asistía espiritualmente a ’grupos de trabajo’. Graselli describió a Enrique “Henry” Barry físicamente, comentando que tenía el apodo de ’Pingüino’ y otros datos que evidenciaban conocimiento acerca del paradero de las víctimas; concluyó que Enrique había sido fusilado (Denuncia presentada por Jorge Alfredo Barry, Legajo N° 270).”
“Pero lamentablemente el caso de mi tío es uno en cientos de denuncias que se han hecho desde la salida de la dictadura. Como plantea en este mismo libro, donde se encuentran documentados la mayoría de las denuncias, que hoy parecen nuevos descubrimientos. El monseñor fue uno de los más denunciados por familiares, quienes se acercaban a un supuesto cura de una posición aceptable que los recibía se comprometía a ayudarlos y les daba consuelo, hasta que llegaban a la conclusión que estaban siendo engañados, que era parte de un juego siniestro.
“De todos los documentos que muestran su responsabilidad, hay uno junto con el de mi tío que es realmente impactante, el de Carlos Oscar Lorenzo, también de la Conadep, quién declara que “Graselli les dice que los jóvenes están en un operativo de rehabilitación, en casas que se han armado a tal efecto… manifiesta que Videla ha sido el alma caritativa que urdió el plan… dice que se trabaja con los jóvenes con psicólogos y sociólogos y que a los ’irrecuperables’ puede que alguien piadoso les de una inyección y los irrecuperables se duermen para siempre”.
“Cientos de pruebas que sólo podrían llevar a que este monstruo este preso. Sólo puedo entender que, luego de décadas, los centenares de denuncias de los familiares que prueban su rol en el genocidio no hayan sido tenidas en cuenta para que hoy esté preso, es por su peso en al estructura de la iglesia y por el respaldo que sigue manteniendo hasta el día de hoy. Pero también del mismo estado y el gobierno que pretendió ocultar esta información. No estamos hablando de un cura más, sino de alguien con alto poder tanto en la dictadura, como durante todos los gobiernos constitucionales.
“Una muestra del respaldo que tiene en mantener su impunidad es lejos de haber sido apartado y puesto a disposición de la justicia, fue destinado por el propio hoy Papa Francisco a la parroquia Nuestra Señora de Luján donde celebra misa diaria.
“La que cientos de familias venimos exigiendo es la cárcel inmediata para Graselli, como para todos los miembros de la Iglesia que jugaron un rol central en el genocidio.”
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