A dos años de la desaparición de Santiago Maldonado, su hermano Sergio habla de promesas incumplidas del gobierno, maniobras de la justicia, manipulación de la investigación ocultamientos y encubrimientos. Y también de todas las mentiras que se sembraron sobre su hermano y también sobre él.

Tengo suerte. Como la entrevista tenemos que hacerla antes de una nota en C5N, el único lugar posible es una cervecería a la vuelta de canal. Ya había visto a Sergio Maldonado por tele, claro. Habíamos cruzado unas palabras en una marcha contra los despidos en TELAM y compartimos unos mates cuando la Garganta Poderosa inauguró la Plaza Kevin en la villa Zavaleta. Ahora estamos charlando sin apuro, con una inesperada cercanía. Una IPA para mí y dos rojas más, una para él y otra para su esposa Andrea. En unas horas el hombre se subirá a un escenario a recordar los dos años de la desaparición forzada de su hermano. Pero ahora habla sin estridencias, le toma la mano a su compañera y una luz transparente reposa en su mirada. Si no fuera porque enfrentó al lado más violento y despreciable del Gobierno, si no fuera porque la tristeza le dibuja cicatrices no del todo imperceptibles, podría decirse de él que es un gringo rubión sin otra preocupación aparente que atrapar pochoclos salados en un vaso de plástico.

Y no.

Ya le dijeron mentiroso, ya lo acusaron de cobrar un sueldo del Estado, ya ultrajaron la memoria de su hermano con mentiras de toda calaña y ahora puede que se cierre la causa que investiga la muerte de Santiago.

“La causa se cerró en una primera instancia, nosotros apelamos el 29 de enero y la Justicia tenía quince días para expedirse. Ya van seis meses, todos los plazos están vencidos”, explica Sergio. Hay varias cuestiones que todavía restan develar del caso:

¿Por qué el 24 de noviembre de 2017 el juez Lleral comunicó a los medios el resultado definitivo de la autopsia diciendo que “Maldonado falleció por ahogamiento por sumersión” y ocultando que de las pericias se desprende que (sic) se trata de una muerte violenta?

¿Por qué el juez Lleral se negó a peritar los billetes que Santiago tenía en el bolsillo, en perfecto estado pese a estar –se supone- casi cuatro meses sumergidos?

¿Por qué se borraron todos los registros y filmaciones de los 8 minutos que los gendarmes estuvieron a la orilla del río Chubut?

¿Por qué nunca se encontraron la mochila y el celular de Santiago?

¿Por qué los libros de actas de Gendarmería fueron secuestrados recién el 17 de agosto? ¿Por qué tenían páginas faltantes, otras pegadas con cinta adhesiva y fechas alteradas?

¿Por qué el 3 de agosto el juez Otranto le avisó Juan Pablo Nocetti (Jefe de Gabinete del Ministerio de Seguridad) que peritarían las camionetas usadas en el operativo? ¿Por qué las camionetas estaban lavadas el día 5, con los precintos de seguridad rotos?

Son demasiadas preguntas que exigen respuestas. Sergio sabe que nada bueno puede esperarse de un nuevo gobierno de Macri. Ni para el país ni para su propia búsqueda de la verdad.

“Un cambio de gobierno puede generar un cambio de aire en la cuestión económica y la cuestión social. En el caso de Santiago, exigimos que se nos permita conformar un grupo de expertos independiente. Si no, nos vamos a avanzar”, dice.

Cuenta Sergio que “en el año 2011 se tipificó la ley de desaparición forzada en Democracia, pero no se estableció cómo investigar. Si el caso de Santiago se reabre, ¿quién va a investigar? ¿Chocobar, el felicitado por el gatillo fácil? ¿El cabo Pintos, el prefecto que mató a Rafa Nahuel? ¿Los policías que les dispararon a los cinco chicos en San Miguel del Monte? ¿El médico policía que filtró las fotos del cadáver de mi hermano? ¿Los uniformados que no encontraron a Santiago en el río en los primeros tres rastrillajes pero sí en el cuarto?”.

Sergio explica que hubo un guiño oficial a su pedido, pero pronto se desvaneció: “Yo dije que jamás me sentaría con alguien de este Gobierno. Pero en agosto de 2017 nuestra abogada le presentó a (el ministro de Justicia Germán) Garavano tres pedidos: que la Casa Rosada reconociera lo de Santiago como desaparición forzada, que se arbitrara todo para que tengamos acceso a las actuaciones judiciales y que se convocara a una comisión independiente. Garavano nos dijo que lo primero no iba a poder ser, pero que los otros puntos tenían su visto bueno”.

“Si ustedes quieren un equipo independiente, así será”, aseguró Garavano. Pero se ve que él no tenía la última palabra.

Agrega Sergio que “vino al país el Alto Comisionado para los Derechos Humanos de las Naciones Unidas (ONU), Amerigo Calcaterra, y se fue sin que lo recibieran. Tuve que pedirle personalmente que repitiera la visita. El gobierno lo dejó esperando casi dos horas, lo atendió y aceptó la llegada de personal pero sin darle inmunidad diplomática. Calcaterra rechazó esas condiciones, nos dijo que lo lamentaba mucho pero que no podía poner a trabajar a su gente sin seguridad”.

Tengo en un anotador las miserias que sembraron Patricia Bullrich, Claudio Avruj, Elisa Carrió, Fernando Iglesias, Jorge Lanata, Eduardo Feinmann, Baby Etchecopar: todo está recopilado en un informe que la familia de Santiago presentó a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Allí se describe a “quienes fueron los actores involucrados en la comunicación oficial del gobierno, funcionarios de segunda línea, y también de los periodistas más famosos, operadores y el rol central que asumieron los creadores de noticias falsas y las granjas de trolls que diseminaron los contenidos a través de las redes sociales para polarizar la sociedad.  Este accionar tuvo como objetivos negar y ocultar la desaparición de Santiago Andrés Maldonado; instalar pistas falsas para desviar la investigación; criminalizar a Santiago relacionándolo con supuestos grupos violentos y terroristas; deshumanizar a Santiago y a los integrantes de su familia y hasta responsabilizarlos de su desaparición y muerte”.

Enfrentar a pelotones de periodistas fue, confiesa Sergio, una de las rutinas más penosas por las que tuvo que atravesar. ¿Qué veía él en los que a él veían? “En ellos yo veía que estaba Santiago, lo que necesitaba era saber qué le pasó y que se hiciera justicia. No podía tener otra mirada porque no soy un rockstar, un actor, un escritor”.

Sergio y Andrea saben que hay penas íntimas, intransferibles. Yo también lo sé, no hace falta ahondar en eso. Ellos destacan que el destino les haya regalado “conocer gente buena, de buen corazón; darnos cuenta de nuestros amigos de verdad y estar cerca de muchas personas que admirábamos y ahora nos dicen -¡qué vergüenza nos da!- que nos admiran a nosotros”.

Cuenta Sergio que su idea original era que los actos en recuerdo de Santiago se hicieran sin escenarios ni discursos. Explica con orgullo que las marchas por su hermano se han convertido en eventos que eliminan toda diferencia partidaria y hasta posponen desacuerdos más o menos explícitos en los organismos de Derechos Humanos. ¿Es ahora él eso que suele llamarse “un referente”?

Dice Sergio: “Un día lo charlamos con Norita (Cortiñas), viste como es, siempre va de un lado al otro pero pudimos encontrar un tiempo (ríe). Ella me decía del valor de la lucha, de lo que significaba acompañar otras luchas y de cómo otros podían necesitar mi apoyo, mi compañía. Quería convencerme.  Y yo le dije que para mí es difícil, yo no siento ser modelo de algo, ejemplo para alguien. Hace dos años yo tenía una vida normal, ¿en sólo dos años puedo convertirme en referente? Y entonces, ¿qué decir de Estela de Carlotto, de Adolfo Pérez Esquivel, de la propia Nora? Yo no quiero ser referente. Vos me decís ¿querés luchar? No, no quiero luchar. Lo hago, me siento cómodo haciéndolo, pero no es algo que yo haya elegido”.

Recuerdo una cita de Borges en “Fragmentos de un evangelio apócrifo”: la puerta es la que elige, no el hombre. Y veo a Sergio no rendirse, lo veo con una deuda aún impagable para con su hermano, veo al vendedor de té de la Patagonia. Saludo a un tipo sencillo e íntegro, escribo ahora sobre laberintos de dolor y humanidad.

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