La fecha puede definirse con precisión. Los primeros días de agosto de 1974 los grupos de choque de la Concentración Nacional Universitaria (CNU) platense, con Castillo Ernesto Castillo (a) El Indio como nuevo jefe militar, se incorporaron definitivamente al aparato terrorista de Estado que, en la provincia de Buenos Aires, tenía como cabeza política al sindicalista que pocos meses antes había desplazado a Bidegain en la gobernación bonaerense: Victorio Calabró.
Los autores de esta investigación establecieron que la primera operación de esta nueva etapa de esa organización, realizada entre el 6 y el 8 de agosto de ese año, tuvo las siguientes características:
1) fue planificada como un simbólico “5 por 1” que resultó parcialmente fallido. El “uno” por el cual decidieron asesinar a cinco personas era el dirigente de la CNU Martín Salas, ejecutado por un comando de Montoneros pocos días antes;
2) la CNU estuvo a cargo de las tareas de inteligencia previas, pero en los secuestros y asesinatos actuó en conjunto con un grupo de tareas de la Triple A bajo las órdenes de Aníbal Gordon (a) El Viejo;
3) en todos los casos, el grupo de tareas actuó en zonas liberadas por la policía y con el apoyo de vehículos con identificación policial;
4) la lista original de “blancos” anticipaba el perfil de los “zurdos” e “infiltrados en el movimiento” que, desde entonces, la CNU se dedicaría a eliminar.
El sindicalista combativo
Pasada la medianoche del 7 de agosto de 1974, el timbre comenzó a sonar insistentemente en la casa de la calle 115 N° 1427, entre 61 y 62, de La Plata, donde vivía el gremialista del Sindicato Único de Petroleros del Estado (SUPE) Carlos Ennio Pierini, de 53 años, con su mujer y también gremialista Celia Pilar Cambero Pastor -a quien todos conocían como Pirucha– y el hijo menor de ambos, Flavio, que acababa de cumplir 14 años. “Mi esposo dormía plácidamente. Estábamos acostados. Tocaron el timbre y rápidamente gritaron ‘policía, policía’. Mi casa tenía un garaje y allí arriba había un balcón. Rompieron la puerta y entraron por ahí. Después bajaron por las escaleras. La puerta que daba a la calle del garaje estaba cerrada pero la que daba al patio no. Cuando tocaron el timbre, ya estaban dentro de la casa. Los que habían entrado les abrieron a los otros por el garaje”, relató a los autores muchos años después Pirucha Pierini.
Carlos Ennio Pierini estaba acostumbrado a vérselas con la policía. Hombre de la resistencia peronista y sindicalista combativo había sido detenido más de una vez. La última, en diciembre del año anterior, secuestrado por un grupo parapolicial, salvajemente torturado y luego abandonado en Palermo. Pirucha -cuyo archivo en la Dirección de Informaciones de la Policía de la Provincia de Buenos Aires (DIPBBA) la definía como “agitadora marxista”- siempre estuvo a su lado. En 1968, cuando la dictadura de Onganía detuvo a su marido, Pirucha se había parado frente al patrullero para que no se lo llevaran y fue sacada por la fuerza. Ambos estaban bien curtidos en eso de enfrentar a la represión, pero la madrugada del 7 de agosto de 1974 las cosas fueron diferentes.
“Los que entraron eran cinco. Años después, por fotos, reconocí a tres de ellos. El que mandaba era Aníbal Gordon. Los otros dos eran Pino Enciso y Ruffo (se refiere a Alejandro Enciso y Eduardo Ruffo, laderos de Gordon en la Triple A). Cuatro, tenían armas largas. Gordon no. Estaban de civil, aunque al entrar dijeron ‘¡policía, policía!’ y luego que eran de la Federal. Una vez adentro, sacaron a mi marido del dormitorio. Yo me tiré de la cama y me dejaron llegar hasta la puerta. Ahí me empujaron y me pisaron. A mi hijo lo taparon con una frazada y le apuntaron al cuerpo con una ametralladora”, explicó Pirucha.
A pesar de las armas, Pirucha no se amilanó y discutió con El Viejo: “Pasaron unos segundos y cuando me asomé a la puerta de la habitación donde tenían a mi marido, vi que se estaba vistiendo. Entonces le pregunté a Gordon, sin saber quién era, si tenía familia e hijos y él me contesta que sí. Entonces le dije que sus hijos y su mujer nunca estarían orgullosos de él como lo estábamos nosotros de mi marido. Ahí es cuando me empujaron, y Gordon me pegó un pisotón sobre mis pies descalzos. Mientras se lo llevaban, lo último que me dijo mi marido fue que cuidara a Flavio”, recordó. Todavía hoy revive la desesperación que sintió al ver que, junto con su marido, se llevaban también a su hijo. “En un momento empiezan a empujar a Flavio, que estaba conmigo en otra habitación. Ahí fue que les dije que por qué se llevaban a un chico de 13 años y Flavio, que recién había cumplido años, me dijo, mientras lo tenían agarrado de un brazo: ‘¡Catorce, mamá!’, como si lo hubiera ofendido. Entonces Gordon hizo un gesto de que lo soltaran”.
El cadáver de Carlos Ennio Pierini, con más de cincuenta balazos, fue encontrado esa misma madrugada al sur de La Plata, cerca de una tranquera, a la vera de la prolongación de la Avenida 7, pasando el Aeropuerto. Al día siguiente, en la Comisaría 8va -que tenía jurisdicción en la zona donde hallaron el cuerpo de su marido-, Pirucha, en un descuido del policía que la atendía, pudo ver las fotos que habían tomado los forenses. Tal vez para consolarla, el policía le dijo que Carlos no había sufrido: “Me pidió que no me afligiera, que no había sufrido, que lo mandaron bajar y le tiraron una ráfaga y por eso tenía tantos disparos. Que había muerto en el acto. La cabeza ni se sostenía. Cuando me dieron su ropa, vi que en la espalda tenía un boquete grande. Le habían pegado el tiro de gracia a quemarropa. Le habían robado el reloj, el sobretodo y hasta los zapatos”.
En los días siguientes, Pirucha Pierini realizó una serie de averiguaciones. Por relatos de los vecinos, supo que del operativo habían participado por lo menos dos autos: un patrullero y un Torino sin identificación. También se enteró, por testimonios de un sastre de apellido Calabrese que tenía un kiosco cerca de su casa, que los días previos al secuestro, durante varias noches, un Torino oscuro con varias personas se estacionaba sobre la calle 62 y que sus ocupantes se turnaban para vigilar la casa desde la esquina. Más tarde, por contactos con un sindicalista de la derecha peronista -que, aunque enfrentado con él, apreciaba a Pierini-, supo que entre los que participaron de la vigilancia habían estado Carlos Ernesto Castillo (a) El Indio y Juan José Pomares (a) Pipi.
Ese relevamiento no sólo sirvió para hacer la inteligencia previa al secuestro y asesinato de Carlos Ennio Pierini, sino que también le resultó fatal a Luis Macor.
El estudiante militante
El asesinato de Pierini fue el último del operativo “5 por 1” perpetrado por la Triple A y la CNU entre el 6 y el 7 de agosto de 1974. La primera víctima había sido Luis Norberto Macor, catamarqueño de 21 años, licenciado en Ciencias de la Comunicación, militante montonero y ex integrante del equipo de la Secretaría de Prensa durante la gobernación de Oscar Bidegain. Por estas últimas dos razones, la CNU lo había marcado como “blanco” de esa cadena de secuestros y asesinatos. No fue sencillo ubicar a Macor, que vivía con otros compañeros en una casa de la zona norte de La Plata cuya ubicación exacta era desconocida para casi todos los que, por una u otra razón, se relacionaban con él. Después del desplazamiento de Bidegain, dado su grado de exposición en el área de prensa, el joven se movía en una suerte de semiclandestinidad.
Sin embargo, algo falló en sus prudentes medidas de seguridad. El error de Macor radicó en frecuentar la casa de Pierini sin saber ni darse cuenta de que estaba siendo vigilada. “Luis estaba pasando estrecheces -explicó Pirucha– y, dos o tres noches por semana, se venía a comer a casa, donde siempre era bien recibido. Después de cenar, mi marido lo llevaba en el auto hasta cerca de donde vivía, aunque nunca supo la dirección exacta de la casa, ya que Luis le pedía que lo dejara en alguna esquina y después caminaba varias cuadras hasta llegar. Mi marido, por supuesto, ni siquiera miraba en qué dirección se alejaba.” Lo que nunca supieron Carlos Pierini ni Luis Macor fue que, por lo menos una de esas noches, el Peugeot en el que viajaban fue seguido por el Torino desde el cual se hacía la inteligencia previa al secuestro de gremialista. Y que así el grupo de tareas de la CNU había descubierto el domicilio del militante de Montoneros.
La madrugada del 6 de agosto de 1974, Luis Norberto Macor fue secuestrado cuando estaba solo en su departamento. El grupo que irrumpió en la vivienda estaba integrado por cinco individuos que bajaron de un Ford Falcon.
En la esquina, como apoyo, había un patrullero. Su cadáver acribillado -un sello que sería emblemático de las operaciones de la CNU- fue encontrado en las inmediaciones del Arroyo El Gato, entre La Plata y Punta Lara.
El histórico y el referente
Ese mismo martes 6, pero a las 23.30, cinco individuos fuertemente armados habían irrumpido en la casa de Horacio Chaves, cuando el hombre cenaba acompañado por su mujer y tres de sus hijos. La patota, que llegó en un Ford Falcon celeste, apoyada por un patrullero, se identificó como “Policía Federal”. Redujeron a toda la familia a punta de ametralladoras, revolvieron y destruyeron prácticamente toda la casa mientras su jefe exigía que le dijeran dónde estaban “las armas”.
Horacio Chaves, que había sido elegido secretario general del PJ platense, era un histórico referente de la Resistencia Peronista y de él se contaba una anécdota casi mítica. Durante el levantamiento del general Valle, el 9 de junio de 1956, había tomado, junto con otros compañeros, un puesto de guardia del Regimiento 7 de Infantería. Una operación audaz, sin duda, pero que adquirió ribetes extraordinarios cuando se supo que Chaves lo había logrado apuntando a los soldados con una temible ametralladora… de madera. Desde entonces, había estado preso durante todos los gobiernos que siguieron a la caída de Perón y más de una vez había sido torturado sin contemplaciones. “Después de un tiempo te acostumbrás a la corriente. Ni la sentís”, solía decir. Militante de toda la vida, en los ’70 se había alineado claramente con la izquierda peronista. Desde hacía tiempo estaba amenazado de muerte.
Horacio Chaves fue el segundo blanco de la operación “5 por 1” montada por la Triple A y la CNU, pero no el único que esperaban encontrar en esa casa. También buscaban a su hijo Gonzalo, uno de los principales referentes de la Juventud Trabajadora Peronista (JTP) en la ciudad de La Plata. Gonzalo -que hoy es un reconocido historiador- no estaba. Por equivocación, o por simple venganza, el grupo de tareas no sólo secuestró a Horacio sino que se llevó también a uno de los hermanos de Gonzalo, Rolando, de 28 años, que no tenía militancia activa en el peronismo.
El cuerpo acribillado de Horacio Chaves fue arrojado frente a un local de la Juventud Peronista ubicado en la calle 12 entre 45 y 46. El cadáver de Rolando, también perforado por decenas de balas, fue hallado en 66 y 190, en las afueras de La Plata, cerca de una tranquera. Vecinos del lugar llamaron a la policía luego de escuchar gritos de auxilio seguidos de balazos.
Los autores de esta investigación confirmaron la participación de Carlos Ernesto Castillo (a) El Indio y otros integrantes de la CNU en el secuestro de Horacio y Rolando Chaves a través de una fuente que acordó con las averiguaciones realizadas en ese sentido por Pirucha Pierini. En mayo de 1976, ya instalada la dictadura cívico-militar, dos militantes de superficie de la Juventud Universitaria Peronista (JUP) que estaban detenidos-desaparecidos en la Comisaría 2da de La Plata permanecieron durante varios días en una celda junto a otros dos hombres jóvenes. Eran Marcelo López y Dardo Ornar Quinteros, integrantes del grupo de tareas de la CNU comandado por El Indio Castillo, que habían sido detenidos la noche del 29 de abril de 1976 -junto con buena parte del núcleo duro de la patota- cuando el Ejército decidió desactivar a la banda. “Al principio no sabíamos quiénes eran, pero se notaba la diferencia en el tratamiento. A ellos les daban de comer mucho mejor que a nosotros, que estábamos casi muertos de hambre. Con el correr de los días, supimos sus nombres y, quizás por compartir una situación de mierda, uno de ellos, López, se sinceró con nosotros. Dijo que era de la CNU y nos relató alguno de los hechos en los que había participado. Cuando le pregunté por Chaves me dijo que no, que él no había participado porque lo habían herido de bala algunos días antes, pero que El Indio y los demás habían estado en los operativos de esa noche”, relató uno de esos dos militantes de la JUP cuyo nombre se mantendrá en reserva.
La decana de Humanidades
A las dos de la mañana del 7 de agosto, el operativo “5 por 1” de la Triple A y la CNU contaba en su haber con cuatro muertos, aunque uno de ellos, Rolando Chaves, no era un “blanco” originalmente definido. A esa hora, la patota irrumpió en una casa de la calle 73, entre 116 y 117, en la zona sur de La Plata, donde vivía la última víctima elegida: Reina Diez, decana de la Facultad de Humanidades de la UNLP, quien venía siendo amenazada desde hacía tiempo por la CNU con pintadas e incluso figuraba en una lista de condenados a muerte publicada en la revista El Caudillo, del peronismo de ultraderecha. Reina Diez había llegado al decanato de la mano de la JUP, pero era respetada por todas las agrupaciones estudiantiles del campo popular. Sus hijos Perla y Rolo militaban en el Partido Revolucionario de los Trabajadores. Su hija menor, Diana, por entonces una adolescente, sería secuestrada en 1977, cuando militaba en la Juventud Guevarista. Aún continúa desaparecida. La madrugada del 7 de agosto, Reina Diez no estaba en su casa. Había viajado a Los Toldos, su ciudad natal, donde años antes había fundado la primera escuela secundaria del pueblo. Tampoco encontraron a Perla ni a Rolo.
Sólo estaban la madre de Reina y la adolescente Diana. “Por testimonios de los vecinos supe que del operativo participaron más de una docena de tipos que llegaron en tres o cuatro autos. Una vez adentro, amenazaron a mi abuela y a Diana, y les preguntaron por ‘la yegua’, refiriéndose a mi madre. Precisamente así, ‘la yegua’, era como se la llamaba en las pintadas amenazantes de la CNU en la Facultad, con dibujos de una horca. Revolvieron toda la casa, pero no se llevaron nada. Al final se fueron”, relató Perla Diez a los autores de esta investigación. La quinta víctima del “5 por 1” se les había escapado.
La elección de los “blancos” para la primera operación del grupo de tareas de la CNU platense prefiguró los perfiles que poblarían la larga lista de víctimas de ese grupo de tareas entre agosto de 1974 y fines de abril de 1976. Durante ese período se repitieron los asesinatos de docentes universitarios, militantes marxistas o de la izquierda peronista, referentes históricos del peronismo combativo y delegados de base. Pero más allá de sus distintos ámbitos de lucha, todas las víctimas de la CNU platense tuvieron algo más en común que su pertenencia al campo popular: cuando fueron atacadas impunemente por hombres fuertemente armados que actuaban con protección policial, ninguna de ellas tenía un arma. El grupo de tareas de El Indio Castillo jamás participó de un enfrentamiento armado. En todos los casos secuestró y asesinó a personas indefensas.
Recién 43 años después de los hechos que así se relatan, apenas dos integrantes de ese grupo parapolicial están siendo juzgados.