Equipos que se refuerzan con estrellas que valen muchos millones de euros, Estados que aportan a sus finanzas a cambio de publicidad, una UEFA que vacila de qué lado ponerse. De la mano de sus auspiciantes, los clubes poderosos de Europa apuestan a quedarse con todo el negocio del fútbol.
Este mercado de verano europeo, que llegará a su fin el próximo 31 de agosto, trajo como consecuencia la popularización de dos nuevos términos para el léxico futbolero: los de “doping financiero” y “clubes-Estado”, especialmente tras el fichaje del brasileño Neymar por parte del PSG al Fútbol Club Barcelona en 222 millones de euros, aunque el costo total de la operación terminó trepando a los 500 millones de esa moneda.
El que encontró las palabras justas para poder explicar ambos términos fue Akbar Al Baker, el titular de Qatar Airways. Baker sostuvo en la presentación del patrocinio del aeropuerto de Doha, Hamad, en la camiseta del Bayern Munich para las próximas seis temporadas desde la primera fecha de la nueva Bundesliga, que estos hechos “colocan a Qatar como líder mundial del deporte”.
Nada tiene esto de casual. Se comenzó a conocer a ciertas entidades deportivas europeas como “clubes-Estado”. Son los casos del PSG, del Chelsea o del Manchester City, quienes reciben millones de euros por fuera del sistema, mediante ingresos colaterales, provenientes de fondos estatales o paraestatales con el fin de burlar lo que se dio en llamar el Fair Play Financiero que hace años impuso la Unión Europea de Fútbol (UEFA), cuando el ex futbolista francés Michel Platini era su presidente.
Este “Fair Play Financiero”, que de manera desordenada y sin mucha credibilidad trata ahora de imponer en Argentina la nueva Superliga con cierta imagen y semejanza de la de la UEFA, consiste en un exhaustivo control de los clubes participantes tanto en sus ingresos como en sus egresos anuales (por temporada, es decir, de agosto a agosto en Europa) para que no se produzca desequilibrio en la competencia y para que no haya balances en rojo total con gastos obscenos que terminaban llevando a las entidades en bancarrota.
Desde entonces, los clubes se vieron obligados a justificar contrataciones de jugadores o a vender otros pases para equilibrar sus finanzas. Pero en los últimos dos años, todo volvió a explotar desde que Platini, que era firme candidato a quedarse con la FIFA tras la última gestión de Joseph Blatter, saltó por los aires por un caso de corrupción que también involucró a quien manejó la casa madre del fútbol mundial desde 1998 hasta 2015.
El vacío dirigencial en la FIFA derivó en la elección del ítalo-suizo Gianni Infantino, ex secretario general de Platini en la UEFA, en febrero de 2016. Bajo su influencia, llegó a la UEFA el esloveno Aleksander Ceferin (abogado de 48 años), con un discurso moralista que no parece condecirse con lo que ocurre en la realidad.
Tanto como su valedor Infantino en la FIFA, y de una misma generación dirigencial, Ceferin llegó con la supuesta idea de transparentar las acciones y, de hecho, no provenía del Comité Ejecutivo de la UEFA. Ni bien asumió, al vencer claramente en las elecciones a su contrincante holandés Michel Van Praag (42-13), sostuvo que no cedería al “chantaje” de una llamada Superliga (¿les suena?) de los principales clubes europeos, que en los últimos años presionaron con apartarse de la Champions League y armar un torneo entre ellos si no obtenían más plazas para los equipos de sus ligas y distinto reparto de los derechos de TV.
“Nunca cederemos a la presión de algunas ligas que creen que pueden manipular a las más pequeñas o dictar sus leyes a las federaciones porque se sienten poderosas gracias a los ingresos astronómicos que generan. Simplemente, el dinero no hace la ley y hay una pirámide del fútbol que respetar”, llegó a decir Ceferin, en lo que parecía una declaración de guerra.
Sin embargo, igual que con Infantino en la FIFA, a los pocos meses de asumir, esos tambores no sólo se fueron acallando sino que, misteriosamente, la Asociación de Clubes Europeos (ECA), que representa a los equipos más poderosos, decidió cajonear su viejo proyecto de Superliga y aceptó seguir en la Champions League.
La explicación es clara: desde la temporada 2018/19, es decir, la del año que viene, las cuatro ligas que más puntos saquen en Europa de acuerdo a un índice pre elaborado, tendrán cada una cuatro plazas en la próxima Champìons.
Claro que quien ahora manifiesta preocupación es la Asociación de Ligas Europeas de Fútbol (EPFL), que nuclea a los equipos sin tantos poder (la mayoría), liderados por Lars-Christer Olsson.
De repente, el París Saint Germain (PSG) que ya contaba con grandes figuras, decidió tirar la casa por la ventana y depositar la cláusula del pase de Neymar, al Barcelona, en 222 millones de euros –lo que desató una guerra contra la propia Liga Española de Fútbol (LPF)- y ahora va por la gran estrella del futuro, el delantero de su rival Mónaco, Kylian Mbappe, de 18 años, con otra inversión de 180 millones de euros, todo esto sin contar los 30 millones para Neymar y los 15 para Mbappé por sus respectivos contratos.
¿Cómo hace el PSG para eludir el Fair Play Financiero de la UEFA? Muy fácil: a partir de la simulación en patrocinios provenientes de los petrodólares qataríes porque el propietario de sus acciones es el jeque Nasser Al Khelaiffi, también titular de la cadena informativa Al Jazeera Sports y de la cadena internacional BeInSports.
De este modo, el PSG puede demostrar ingresos extras por 150 millones de euros a través de patrocinios como los de aerolíneas estatales o marcas asociadas vinculadas al Instituto de Turismo o a una entidad financiera y lo mismo ocurre con el Manchester City (también de capitales qataríes y ligado a Etihad) y, aunque desde otro lugar y desde hace más tiempo, el Chelsea manejado por el multimillonario CEO ruso Román Abramovich.
Si el PSG muy probablemente gastará 402 millones de euros en dos fichajes (y seguramente se desprenderá de algunos jugadores menos cotizados para dibujar menores egresos en el balance), el Manchester City no se quedará atrás y el equipo que por segunda temporada consecutiva dirige Josep Guardiola acaba de fichar al lateral Mendy (58 millones) y al volante Bernardo Silva (50) del Mónaco, al también lateral del Real Madrid, Danilo (28,50), al arquero Ederson del Benfica (40), al lateral del Tottenham Walker (51,50) y al brasileño Douglas Luiz (por la “módica” suma de 12 millones), para un total de 240 millones. Vendió jugadores por apenas 77 millones.
El Chelsea no se queda atrás. Abramovich quiso contentar a su DT campeón de la Premier League pasada, Antonio Conte, fichando al alemán Rudiger (39 millones) de la Roma, al delantero Alvaro Morata del Real Madrid (80) y a Bakayoko del Mónaco (44,75) y aún prepara la chequera para gastarse otros 130 millones antes de que se cierre el mercado, el próximo 31, debido al mal inicio de la temporada con apenas dos partidos jugados.
Así es que lo que antes era un andar seguro de los poderosos clubes europeos de la ECA, que regresan al “redil” de la UEFA sin pensar más en la Superliga, hoy es una manifiesta preocupación por una situación que los supera financieramente, la de la llegada de capitales estatales disimulados que “dopan” a nuevos clubes protagonistas.
¿Quién imaginaba que la ECA llegaría a plantearse, en el próximo congreso de Mónaco, la posibilidad de acudir a la Unión Europea (UE) por una especie de competencia desleal de los “clubes-Estado”, parecido al reclamo que algunas líneas aéreas llegaron a realizar ante la misma UE y por el mismo tipo de competencia por parte de Fly Emirates, Etihad o Emirates Qatar Airlines, que iban quedándose con una torta cada vez mayor del mercado de viajes, en desmedro de las líneas tradicionales, a partir de apoyos de patrocinios estatales?
Así como Fly Emirates lleva años auspiciando en el coqueto estadio del Arsenal, desde 2016, Qatar Airlines lo hace en el Allianz Arena del Bayern Munich, pero unos y otros saben que son migajas al lado del dinero que entra, por los costados, en el Manchester City, el PSG o el Chelsea.
Ha llegado al fútbol la era del doping financiero.